lunes, 14 de septiembre de 2009

La sábana del Padre Pio


¿Quién es Padre Pío?
Por cincuenta años llevó en su cuerpo los estigmas, llagas vivas y sangrantes, que ningún medico y ninguna medicina logró sanar; de su persona emanaban suavísimos perfumes que podían ser olidos también a una distancia de miles de kilómetros; hacia increíbles viajes fuera de su cuerpo, en bilocación; tenia la capacidad de leer el pensamiento, de conocer la vida privada de las personas que nunca había conocido; recibía visitas de entidades espirituales que le revelaban secretos, sucesos que habrían de suceder; realizaba sanaciones prodigiosas; de frente a ateos radicales se convertían de improviso; a manudo entablaba espantosas luchas con Satanás.

¡La bendición grande!

Estaba esperando desde hacía tres semanas para la confesión. Ya había decidido irme esa tarde con el último tren directo. Me dolía tener que partir pero los deberes de familia me obligaban a hacerlo. Mientras estaba en el hotel me acorde que a la una de la tarde más o menos el Padre daba la bendición a la gente reunida en la plaza bajo su celda. Corrí hacia el convento. Pero cuando llegué a la altura de la XIII estación del Vía Crucis encontré gente que, en grupitos, estaban regresando, prueba de que el Padre había ya dado la bendición y se había retirado. Me dolió mucho, pero con valentía volví a correr y en mi corazón repetía: “Quiero una bendición grande, grande, toda para mi. ¡Padre, la quiero!.
Llegué a la plaza en donde unas veinte mujeres estaban terminando el Rosario. Me confirmaron que era inútil esperar porque el Padre se había retirado desde hacia rato, pero yo continuaba diciendo dentro de mi, quizás lo dije en voz alta:“Padre tengo que partir, déme un saludo grande, grande, todo para mi, porque a estas personas ya las ha bendecido.”
Me quede esperando quizás por unos diez minutos cuando, de repente, la ventana de la celda del querido Padre se abrió y él se asomo bendiciendo primero y después moviendo en el aire una… sábana. Todos los que estaban presentes se pusieron a reír, y hasta una mujer dijo: “Mirad, el Padre se ha vuelto loco”.
Pero yo sabia, que le había rogado tanto para que me diera un saludo grande, grande, solo para mi, estaba llorando por la emoción: ¡un saludo mas grande que este!.

Teresita de Vecchi- Arongo (Suiza)

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