jueves, 19 de abril de 2012

creo que Cristo murió y resucitó

CREO QUE CRISTO MURIO Y RESUCITO Nosotros creemos que Tú, Dios, te hiciste uno de nuestra raza. Tomaste nuestra carne, nuestra sangre, naciste de mujer… Creemos que no sólo eres de nuestra raza, sino lo mejor de nuestra raza, lo más alto que la humanidad ha producido en su larga carrera. Gracias a ti ser hombre es algo que vale la pena ser. Gracias a ti sabemos que la humanidad tiene un destino eterno y sirve para mucho más que arrastrarse unos años sobre la tierra. Gracias a ti nuestra vida de hombres tiene verdadero sentido. Y creemos que naciste voluntariamente en la humildad y la pobreza. Elegiste, no forzado por las circunstancias sino empujado por tu amor, un humilde para nacer. Creemos que fue tuya la decisión de nacer en una familia. Que elegiste como primeros destinatarios de tu mensaje a los pobres, para anunciar que siempre, durante tu vida, serian los pobres tus privilegiados y que seguirían siéndolo a lo largo de los siglos. Creemos que Tú trajiste al mundo un nuevo estilo de vida. Que Tú viniste a desterrar el egoísmo que devora todos nuestros corazones y a implantar un reino de amor y de fraternidad. Un mundo en el que no hubiera grandes y pequeños, oprimidos y opresores, porque todos deberían ser verdaderamente hermanos. Creemos que Tú viniste a fundar el Reino de Dios, un reino en el que Dios fuera el protagonista, el centro de todo corazón. Creemos que Tú nos enseñaste a descubrir el verdadero Dios, un padre, un verdadero padre, el único verdaderamente paternal que ha existido en el mundo. Creemos en ti, porque en ti hemos conocido el verdadero corazón de Dios. Creemos en ti, porque nos descubriste la religiosidad de la verdad y desterraste toda hipocresía. Tú nos descubriste que a Dios no le agradan los sacrificios de terneros y vacas, sino el sacrificio de un corazón ofrecido puro, Tu nos descubriste que no hay un templo solo, por hermoso que sea por imponentes que sean sus puertas, refulgentes sus muros y prodigiosos sus atrios, porque desde ti todo corazón, todo hombre es un templo. Y es en el alma del hombre donde se ofrece todo sacrificio agradable a la divinidad. Creemos en ti, porque Tú eres la paz. Porque en un tiempo y un mundo en los que imperaba la violencia, Tú manejaste la única arma de tu palabra y tu amor. Porque nos enseñaste a amar a los enemigos y a perdonar a los que nos ofenden y maldicen. Porque no creíste en la divinidad de las espadas. Porque tuviste el coraje de creer que la paciencia es más fuerte que todos los ejércitos. Porque predicaste que el hombre puede morir, pero no matar y que no hay más violencia lícita que la que cada uno ejerce contra sus propios instintos. Creemos en ti, porque frente al dolor no nos ofreciste salidas engañosas ni palabras bonitas, sino que te dedicaste simplemente a querer y curar a los que sufren y a ponerte a su lado, sufriendo como ellos y por ellos. Creemos que Tú eres el Dios de la salud, pero sabes que también la enfermedad es redentora. Creemos en ti, porque te atreviste a enfrentarte con el mal y con el demonio y lo hiciste a cuerpo descubierto, recibiendo en el tuyo las primeras heridas. Creemos en ti, porque eres nuestro redentor. Porque nos experimentamos pecadores, porque sabemos que el mal no viene sólo de fuera, sino que crece dentro de cada uno de nosotros y sabemos también que nosotros solos jamás lo derrotaríamos. Creemos en ti, porque no te limitaste a luchar con palabras contra el mal, no te limitaste a decir que el mundo estaba corrompido, sino que metiste las manos en la masa podrida y cargaste con la cruz para vencerlo. Creemos en ti, porque sabemos que tu dolor era el nuestro, porque cada clavo que atravesó tu carne estaba reparando una de nuestras caídas. Creemos en tu sangre derramada, porque limpia la nuestra. Creemos en tus manos taladradas, porque sostienen las nuestras. Creemos en tus pies atravesados, porque gracias a ellos caminamos nosotros. Creemos en ti, por la paciencia con que soportaste las risas y los insultos de los que te crucificaban. Creemos en ti, porque esa fuerza tuya nos enseña a soportar las que hoy nos rodean a cuantos nos atrevemos a creer en ti. Creemos en ti como el buen ladrón, porque, aunque te veamos sufriendo sabemos que Tú eres el gran vencedor y que Tú nos llevarás contigo mañana mismo a tu reino. Creemos en ti, por tu última sed. Porque sabemos que estabas sediento del amor de los hombres, porque nos enseñabas a participar de esa angustia de ayudar nosotros a los que no te aman. Creemos en ti como creyó tu madre, aun viéndote como te veía desposeído de todo. Creemos que en la cruz eras más Dios que nunca, más hermano nuestro que jamás. Creemos en ti, porque hasta en la última hora tuviste el coraje de entregarnos ese último y más maravilloso de todos tus regalos: tu madre. Creemos en ti ahora que te vemos inclinar la cabeza y morir. Creemos que tu muerte es vida, tu vida y nuestra vida. Creemos que esa muerte es fecunda, semilla viva de salvación para el mundo entero, para mí, para cada uno de nosotros, creemos en ti y repetimos como el centurión: Verdaderamente éste era el Hijo de Dios. Y creemos en ti por tu resurrección. Nosotros sabemos que tu amor era más fuerte que la muerte, que no hay losa que sea capaz de encerrarte dentro, que tu fuerza de Dios desgarraría las cadenas del mal y de la muerte. Creemos que Tú volviste hasta nosotros, vencedor definitivo, desbordante de vida, trayendo, ya derrotada para siempre, la muerte en tu mochila de hombre-Dios verdadero. Creemos que Tú eres la causa de toda alegría y de toda esperanza. Creemos que contigo resucitaremos todos. Creemos que Tú traes resurrección y victoria suficiente para todos. Creemos que ahora nos toca a nosotros. Que Tú te has ido, pero no te has ido. Creemos que has dejado en nuestras manos la bandera de tu reino y que a nosotros nos toca transmitírsela a las futuras generaciones. Creemos que Tú sigues estando con nosotros. Que nosotros somos Tú, que allí donde hay un cristiano hay alguien que sigue combatiendo por un mundo redimido y más limpio. Creemos en ti, Señor. Éste es nuestro gozo. Ésta es nuestra gran aventura. Ésta es nuestra tarea… La haremos a tu lado, Señor, porque creemos que has muerto y resucitado. Felices Pascuas y seamos todos testigos alegres de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

sábado, 14 de abril de 2012

Quejarse de la juventud



Quejarse de la juventud es una tendencia recurrente de todas las épocas (se encuentra ya en los griegos, y en Cicerón, por ejemplo), quizá olvidando un poco que cada generación es, en buena medida, lo que de ella ha hecho la anterior.

Es cierto que la juventud va un poco contra lo que hay establecido, pero así es como cada generación hace que la historia avance. Y es probable –como apunta Jiménez Lozano– que detrás de muchas de esas quejas de los mayores contra la juventud haya un poco de envidia, de recuerdo nostálgico, y se afirma que se vivía mejor en épocas pasadas cuando lo que ocurre es que antes se era más joven.

Esas quejas no son nada nuevo. Sin embargo, sí hay ahora algunas cosas nuevas que nunca ha habido en la historia.

Por ejemplo, unos omnipresentes medios de comunicación. Todos estamos hoy extraordinariamente influidos por los medios de comunicación. Y si las nuevas generaciones se tragan sin sentido crítico todo lo que les cuentan, se exponen a una seria manipulación, les pueden hacer creer lo que quieran, y eso es peligroso para el sentido de la realidad.

Es verdad que esos medios de comunicación suelen recoger opiniones de gentes muy diversas, pero también en eso hay muchas veces manipulación, porque primero se nos dice una temporada cómo debemos pensar y luego nos lo preguntan.

Es preciso suscitar un sano sentido crítico ante los medios de comunicación, procurarse otras fuentes de información y de formación, leer, pensar, hablar, procurar dar profundidad a la vida.

Otro ejemplo de novedad de nuestra época es el importante aumento de la desintegración familiar, caldo de cultivo de multitud de tendencias antisociales. Quizá no valoramos suficientemente el hecho de que todo lo que fortalece la familia previene la delincuencia, porque será difícil que en la calle impere la ley y el orden si en casa no se aprende un orden de valores.

Un tercer ejemplo podría ser la nueva dimensión que ha adquirido el problema de la droga.

—¿Y no crees que es problema sobre todo de dar una mejor información?

En casi todos los países se han realizado grandes campañas informativas relacionadas con los efectos negativos de las drogas (dependencia, autodestrucción física y psíquica, inducción a la delincuencia y a la búsqueda de nuevos consumidores, etc.). Esas campañas son necesarias, pero –como señala Gerardo Castillo– tampoco han servido, por sí mismas, para disminuir el consumo. Con ellas se ha logrado impresionar a los padres y a los profesores, pero a quienes no han logrado impresionar es a la mayoría de los adolescentes y jóvenes.

La drogadicción no es solamente un problema de ignorancia, de falta de información. Esto último los adultos quizá no acabamos de comprenderlo: ¿cómo es posible que se droguen –decimos– sabiendo que la droga los va a destruir?

Es necesario conocer cuáles son los factores que empujan a esos jóvenes a la toxicomanía, porque las drogas no son propiamente un problema, sino una mala solución a un problema. Hay que comprender mejor por qué algunos de ellos recurren a la droga. La droga es para ellos un paraíso artificial. ¿Por qué se drogan? "No nos interesa nada –dicen–, todo nos deja indiferentes. En mi estado normal veo las cosas tal y como son; una vez drogado, las veo como quisiera que fuesen".

Hay factores de siempre, relacionados con la crisis propia de la edad, pero los principales son de tipo social o ambiental, y están relacionados con el estilo de sociedad en que viven esos jóvenes.

Es preciso analizarlos y buscar soluciones. Si la sociedad responde con indiferencia al derecho a la diferencia, los valores se acaban ahogando en un clima de permisivismo y relativismo moral.

Es fundamental que haya –en la familia, en la enseñanza, en los medios de comunicación, en la calle– un ambiente que estimule, que prestigie los valores, que ayude a la gente joven a enfrentarse a la realidad, a tomar las riendas de su propia vida, a encontrarle un sentido.

jueves, 12 de abril de 2012

Después del luto viene el fruto




Es verdad que la muerte de un familiar siempre deja dolor y un sentimiento frustrante de separación. Es una herida que a veces tarda años en cerrar, pues no nos hacemos a la idea de que los que se adelantan en el camino ya no estarán más con nosotros. Pero muchas veces, casi antes de enterrar al difunto, se oyen voces que no son de luto ni de desilusión sino de deseo y a veces de frustración y de avaricia, pues habrá que estar listos para no quedar fuera de la lista de los herederos. Y muchas ocasiones el luto y el dolor pasan a segundo término, porque los deudos se han convertido en furiosos herederos.
En el caso de Cristo, la verdad es que los apóstoles no esperaban nada, absolutamente nada de Cristo pues bien sabían que él no tenía nada que dejarles, tal como lo fueron viendo por el camino. En su caso no sabemos si era dolor por la partida y la muerte de Cristo, o era más bien el miedo lo que imperaba en sus corazones. Los evangelistas mencionan el miedo que los mantenía ocultos y encerrados. Estaban encerrados el día de la resurrección, en el famoso “tercer día”, y aunque algunas mujeres ya habían visto a Cristo resucitado, no hicieron caso de su testimonio por considerarlo cosa de poca monta. Pero el momento llegó, Cristo hizo su aparición en la tarde o la noche de su resurrección y obró el primer milagro de su Resurrección, hacer que sus discípulos creyeran en él. Recordemos que uno lo negó, y por tres veces, otro lo entregó cobardemente, un tercero, Tomás, se negó a creerle a la comunidad, y el resto permanecieron a la sombra.
La entrada de Cristo en escena, no podía ser más triunfal y más sencilla al mismo tiempo. No hubo trompetas, ni fanfarrias, ni un Estado Mayor Presidencial que cuidara por su seguridad. Se presenta sencillamente entre los suyos, y la verdad que el testamento que recibieron los apóstoles no fue precisamente para ellos, sino para nosotros, los creyentes aunque hubieran pasado muchos siglos. Ante el miedo, Cristo les lleva la Paz, ante la desilusión, les deja la alegría, y ante la oscuridad, les ilumina con una luz interior que les guiaría por toda su existencia. Su saludo no podía ser más significativo: “La paz esté con ustedes”, que tuvo que repetir, porque ellos no se percataban de que fuera verdad su presencia entre ellos, pero una vez que quedaron convencidos, vino la algarabía, las felicitaciones, los abrazos, la reconciliación. Y en seguida las recomendaciones y los regalos. Lo primero, el mandato de ir por el mundo llevando a las gentes su mensaje, de la misma manera que él había sido enviado por el Buen Padre Dios. Y en seguida, dos regalazos para nosotros, la presencia del Espíritu Santo entre ellos, que les permitiría perdonar sus pecados a los hombres. ¿Podríamos pensar en regalos más grandes que esos? Y ¿cómo estimamos en tan poca cosa un sacerdote sentado en la oscuridad de un confesionario? ¿Podrá haber prodigio más grande que un hombre con todas las limitaciones de su propia condición humana pueda levantar la mano para perdonar los pecados, aún que fueran numerosos y tan vergonzosos que harían enrojecer a los mismos ángeles?
¿Porqué no estaba Tomás uno de los doce cuando Cristo los visitó por primera vez? ¿Qué andaría haciendo tan importante como esperar al Señor Jesús por si aparecía? Nunca lo sabremos, pero sí conocemos su actitud. No creyó en sus hermanos los apóstoles que le manifestaban su alegría por haberse encontrado con el Señor. Pero la fuerza del amor de Cristo fue más fuerte que la infidelidad de Tomás, y todos salimos ganando porque al habar permitido que Tomás tocara sus manos y su costado, a nosotros nos dio oportunidad de seguir creyendo en la comunidad de los creyentes, en la Iglesia que puede perdonar nuestros pecados, y hacernos partícipes de la gracia y la Pascua de Cristo Jesús resucitado.

Ni abril sin flores ni juventud sin amores






Ha llegado el mes de abril, y con él la alegría de la Pascua de Cristo Jesús, la fiesta de los creyentes, la gran fiesta de todos los tiempos, y que curiosamente había sido olvidada no digo por muchos años sino por muchos siglos, pues no habíamos dado el paso de la muerte a la resurrección de Cristo y parece que todo se decidía el viernes santo con la muerte del Señor.
Fue tan difícil para los suyos la muerte del maestro, que el primer milagro, el gran milagro de la Pascua, de la Resurrección del Señor fue precisamente que sus apóstoles creyeran en él, que quedaran convencidos de que era él, el crucificado, el que había muerto en la cruz, el que ahora los impulsaba a aceptarlo, pero no para quedarse con ellos contemplándose unos a otros, sino para llevarlo a todos los hombres para hacerlos portadores de su victoria y del perdón de los pecados para todos ellos. Los mismos apóstoles no creían para nada en que su maestro resucitaría. Cuando sellaron la tumba y lo dejaron dentro, fue la desbandada. Uno lo había negado, otro lo había traicionado y muchos de entre sus discípulos comenzaron a irse ese mismo día. Ese fue el milagro de Cristo. Volver a congregar a los que él amaba para enviarlos por el mundo llevando su mensaje de paz, de salvación y de fraternidad. Ellos quedaron convencidos de que el Padre por fin se había decidido por su Hijo, que al fin había dado la cara por él, en contra de los que decididos y declarados enemigos suyos, porque les estorbaba y les echaba en cara su mezquindad, su avaricia, su afán de riqueza y una vida que no reflejaba para nada la santidad que se suponía tendría que irradiar aquella ciudad de Jerusalén que ya no podía dar nada a nuestro mundo, porque Cristo era desde entonces el Señor de todos los siglos.
El Papa nos ha dicho varias veces que a pesar de que el mal extiende sus fronteras y parece que su poder es omnipotente, más grande es el poder del Señor: “Si, la maldad y la ignorancia de los hombres no es capaz de frenar el plan divino de salvación, la redención. El mal no puede tanto…no hay motivos, pues, para rendirse al despotismo del mal. Y pidamos al Señor Resucitado que manifieste su fuerza en nuestras debilidades y penurias. (Benedicto XVI a los Obispos en la Catedral de León).
Hoy podemos gozarnos de la presencia viva de Cristo entre los suyos a los que impulsa a una sana convivencia en el mundo y los insta a dar lo mejor de sus cualidades para hacer este mundo más fraternal y más cristiano: “Jesús pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”, los ha afirmado el Apóstol San Pablo. La presencia de Cristo no será para ser contemplado sino para impulsarnos a sentir la alegría de ser discípulos suyos y con la consiguiente alegría ser miembros de la Iglesia fundada por Cristo para la salvación de todos los creyentes. Que lleguemos a sentirlos un regalo de Dios para el mundo, trabajando con empeño para dejarles un mundo mejor a los que vendrán detrás de nosotros. No tenemos que quebrarnos la cabeza pensando cómo celebrar esta Pascua del Señor. Ya el Papa nos lo ha señalado con toda claridad: “Cada uno de ustedes es un regalo de Dios para México y para el mundo. Su familia, la Iglesia, la escuela y quienes tienen responsabilidad en la sociedad, han de trabajar unidos para que ustedes puedan recibir como herencia un mundo mejor, sin envidias y ni divisiones” (Benedicto XVI a los niños en Guanajuato).
Vayamos por el mundo con la alegría del Cristo resucitado que salva a todos los hombres, y los impulsa a convertirse en testigo de su resurrección que al fin y al cabo estaremos abogando por nuestra propia resurrección unido al Cristo vivo que fue colocado sobre los ángeles y los santos: “Él nos mandó predicar al pueblo y dar testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos…que cuantos creen en él reciben, pues su medio, el perdón de sus pecados”. Participemos al mundo nuestro gozo, nuestra alegría; “Rey vencedor, apiádate de la miseria humana, y da a tus fieles parte de tu victoria santa” (De la Secuencia del domingo de Resurrección),
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx

La chispa aunque sea pequeña, enciende un montón de leña


Es tanta la riqueza del domingo de ramos que abre la semana santa que uno se ve en dificultad para ayudar a nuestros lectores a escoger el material para su fe y su vida, pero tenemos que decidirnos por algo, y lo mejor que he encontrado en este año será ir apostrofando la Oración Colecta de este día, que refleja bastante bien la mente de la Iglesia para Semana Santa, invitando a considerarla como una semana muy especial:
Dios todopoderoso y eterno…después de haber participado en la procesión de ramos que le da el toque de gloria y majestad a la entrada de Cristo a Jerusalén en vísperas de su pasión, queremos dirigirnos al Dios de los cielos de quien procede todo lo creado y a quien nos dirigimos no digo al final de nuestra vida sino precisamente en ella, día con día pues de él procedemos y hacia él nos dirigimos. Que has querido entregarnos como ejemplo de humildad a Cristo…conmueve ese verbo que usamos para explicar la presencia de Cristo en el mundo, que fue traído por María, quien lo trató con tanta delicadeza, quien fue aleccionado en las costumbres, en el folclore y en la fe de su pueblo por José el esposo de María, quienes hicieron de él un modelo de hombre, de entrega, de humildad y precisamente de sencillez, pues en su grandeza, supieron forjar en quien era el Hijo de Dios, un hombre a flor de tierra pero con aspiraciones de grandeza y de entrega al bien de la humanidad. Humildad viene de humus, tierra y refleja bastante bien el carácter de Jesús, Hijo de Dios, pero hermano de los hombres en el camino de salvación. ,,,Nuestro salvador, hecho hombre y clavado en una cruz…el Padre lo pone en nuestras manos con amor, con predilección, aún a sabiendas de nuestra ruindad y nuestra miseria y el precio con el que le pagamos fue una cruz, un martirio, un desgarre y una muerte, que no estaban precisamente en los planes, pero que hubo que aceptar una vez metido entre los hombres. Usando una frase de San Juan de la Cruz, “donde no haya amor, siembra amor, y cosecharás amor”, Cristo una vez puesto en el camino, se abraza a la cruz y desde ahí siembra amor, muriendo pero como el grano que con su muerte da lugar a cientos, a miles de espigas, a millones de hombres salvados en el correr de los siglos. Concédenos vivir según las enseñanzas de su pasión… ¿cuáles puedan ser esas enseñanzas? La entrega desinteresa en primer lugar, pues nada movía a Cristo a salvar a los pecadores, sino el grande amor que nos tenía a cada uno, como si nadie más existiera en el mundo, por ti habría venido Cristo y no precisamente a señalar con el dedo, a juzgar, sino precisamente a salvar. En seguida, el tomar en cuenta a los demás, hasta hacerlos “otro yo” un alter ego que nos haga sentir a los demás como si fuera mi propia persona. Poniéndose en los zapatos del otro, nunca faltaría alimento, ni bebida, ni seguridad ni techo ni protección civil, entonces terminaría la brecha tonta, absurda de muchos, incontables pobres y una docena de ricos de derrochan despilfarran y humillan. Para participar con él un día, de su gloriosa resurrección…la tragedia de Cristo tuvo un final feliz, conforme a su condición de Hijo de Dios. El que lo entregó en nuestras manos, en las manos de los hombres, no reaccionó con violencia al ver cómo trataban a su Hijo, sino que lo arropó, lo acogió, y viendo la entrega generosa obrada por él en lo alto de la cruz, lo aceptó como la mejor ofrenda y en él reconcilia a toda la humanidad. Y lo más interesante, a los mismos que lo crucificaron, y ahí entramos todos, a nosotros nos invita a participar de su gloria, de su alegría, de su victoria sobre la muerte, para llamarnos a vivir la vida nueva de los hijos de Dios obrando entre nosotros como quien ya ha sido salvado y reconciliado con el amor del Padre y bajo el auspicio y la compañía del Espíritu Santo. A vivir con plenitud nuestra semana santa.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx