sábado, 5 de septiembre de 2009

¿Custodias monumentales para un Cristo que siempre quiso ser pobre?

Domingo 21 del tiempo ordinario 2009

La voluntad de Cristo al quedarse con nosotros en la eucaristía fue proporcionarnos algo mejor incluso que el pan de cada día. De hecho los cristianos de los primeros siglos llevaban el pan eucarístico para comulgar en casa y para darles el Pan de Vida a los enfermos. Guardaban el precioso pan en recipientes especiales o en velos e incluso lo traían colgado al cuello. En las iglesias también se conservaba el pan eucarístico en recipientes especiales, colgantes, muchas veces en forma de paloma, pero varias circunstancias hicieron que el sacramento de fuera alejando cada vez más de los fieles, al grado de que casi el único que comulgaba era el sacerdote celebrante. Vuelto hacia la pared y sin entender lengua que hablaba, la distancia con las gentes se hacía cada vez más grande, y como los fieles querían aunque fuera ver la hostia consagrada, fueron naciendo las custodias, más y más grandes cada vez, más y más adornadas, más y más ricas en oro y plata, en perlas y en joyas preciosas, al grado de tener custodias de cuatro metros de alto, en Toledo, en Valencia y en Sevilla, llamándose para su elaboración los mejores orfebres de la época. Y dichas custodias eran sacadas procesionalmente a las calles y a las plazas, o se dejaban fijas en el lugar principal de la iglesia, concretamente en el retablo del altar principal. Esas custodias hoy son verdaderamente joyas del arte religioso y se muestran no ya como objetos religiosos, sino como piezas de museo.

Para nuestro intento, deseamos hoy volver a los primitivos tiempos, cuando los cristianos tenían verdadera devoción a Cristo eucarístico y lo consideraban si se puede decir así, “artículo de primera necesidad”. Esto se desprende de las últimas palabras de Cristo a la multitud que lo había venido a buscar a la sinagoga de Cafarnaum, para comer el pan material que Cristo ya no quiso darles y donde les anunció otro pan, “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”, que aquellas gentes definitivamente no aceptaron. Ese día se le fueron a Cristo y quizá desde ese día comenzó a declinar la popularidad de Jesús cuando les anunció su muerte y su resurrección. Ellos dijeron: “Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?”. A tanto llegó el asunto que sólo quedaron unos cuántos discípulos y los apóstoles a los que Cristo también invitó a definirse: “¿También ustedes quieren dejarme?”. No quiso contentarse con un seguimiento exterior sino que los instó a seguir con él hasta el final, hasta el calvario, hasta la cruz y la entrega total.

Parece que hoy los cristianos tienen también que redefinirse y convertirse no en seguidores fríos, secos, atemorizados, sino cristianos vivos, seguidores del único Cristo Hijo de Dios, dador de la vida y del Espíritu. Afortunadamente Pedro, como siempre, hizo una oportuna y sabia profesión de fe en Cristo Jesús: “Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. Esos son los apóstoles que hoy necesitamos al decir del documento de Aparecida: “Recobremos, pues el fervor espiritual, conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas. Hagámoslo como esa multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia, y sea esta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojala el mundo actual, que busca a veces con angustia, a veces con esperanza, pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo”.

El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx

No hay comentarios:

Publicar un comentario