DOMINGO 26 ORDINARIO DEL 2009
En nuestros países latinos de América, las tradiciones eran netamente católicas. Se podían contar con los dedos las gentes que no pertenecían a nuestra Iglesia, y por lo tanto, como eran minoría y como era común el sentir que fuera de la Iglesia no hay salvación, nos dábamos el lujo de despreciarlos, de ignorarlos e incluso denigrarlos. Pero hoy las cosas han cambiado y cada vez es más frecuente que en un salón de clases el católico tenga que sentarse junto a un testigo de Jehová o junto a un protestante o alguien que pertenece a la Iglesia de la Luz o de la Esperanza o de la “santa muerte”. Y lo mismo que sucede en las aulas, sucede en la fábrica o en el taller, o en el gimnasio, en el mundo de los espectáculos y en la política.
¿Cuál tendrá que ser la actitud de los católicos ante un mundo cambiante y que diversifica su modo de creer? ¿Los católicos tendrían que vivir replegados cuando en otros ambientes se lanzan iniciativas en pro de la justicia, de la paz y de la libertad y de una vida digna para todos? ¿O incluso tendrán que vivir enfurruñados porque iniciativas en pro de la mujer o de la vida en el seno materno, o sobre la licitud o ilicitud de las investigaciones con células germinales en los laboratorios, o sobre la defensa de la vida de los enfermos terminales no proceden de fuentes católicas?
¿No será tan antigua como la humanidad la actitud de ver sólo por los derechos del propio grupo excluyendo a los están fuera de él? ¿Y no será esa la actitud de los católicos que pretendiendo velar por los derechos de Dios y de la Iglesia lo único que están haciendo es mirar por su propio bien? ¿No será que al defender los derechos de Dios y pretender hablar en su nombre, no único que hacemos es empequeñecerlo y ridiculizarlo?
La tentación ya se daba en el pueblo del Antiguo Testamento, cuando a Moisés se le dio la ayuda de setenta ancianos que tenían el Espíritu de Dios y que podían profetizar y hacer crecer en la fe en el Dios verdadero al pueblo que caminaba dificultosamente hacia la libertad. Alguien vino a contarle al gran Moisés, que dos hombres que no estaban precisamente ahí, andaban profetizando y Josué, que era el segundo de a bordo, le pidió a Moisés que se los prohibiera, pero Moisés reaccionó de una distinta forma: “crees que voy a ponerme celoso? Ojala que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos ellos el espíritu del Señor”.
Y también la tentación de ser los únicos, los preferidos y los exclusivos, los del “geto”, los elegidos, los de la Iglesia oficial, los marcados para la salvación, también se escandalizaron y tuvieron el atrevimiento de prohibir a dos hombres que siguieran arrojando los demonios en nombre de Jesús porque no eran de los doce. Ellos se sintieron con derecho a ser felicitados por Jesús, pero éste, al igual que Moisés, reaccionó de forma contraria: “No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquél que no está contra nosotros, está a nuestro favor”.
Esto tendrá que ser la pauta de aquí en adelante para los católicos, darnos cuenta que el Espíritu Santo de Dios está trabajando fuera de nosotros, que los que pertenecemos a la Iglesia católica tendremos que acelerar el paso y que nuestro testimonio en el mundo tiene que ser de alegría, de esperanza y de plena confianza el Dios de Jesucristo y en la única Iglesia que él fundó.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx
En nuestros países latinos de América, las tradiciones eran netamente católicas. Se podían contar con los dedos las gentes que no pertenecían a nuestra Iglesia, y por lo tanto, como eran minoría y como era común el sentir que fuera de la Iglesia no hay salvación, nos dábamos el lujo de despreciarlos, de ignorarlos e incluso denigrarlos. Pero hoy las cosas han cambiado y cada vez es más frecuente que en un salón de clases el católico tenga que sentarse junto a un testigo de Jehová o junto a un protestante o alguien que pertenece a la Iglesia de la Luz o de la Esperanza o de la “santa muerte”. Y lo mismo que sucede en las aulas, sucede en la fábrica o en el taller, o en el gimnasio, en el mundo de los espectáculos y en la política.
¿Cuál tendrá que ser la actitud de los católicos ante un mundo cambiante y que diversifica su modo de creer? ¿Los católicos tendrían que vivir replegados cuando en otros ambientes se lanzan iniciativas en pro de la justicia, de la paz y de la libertad y de una vida digna para todos? ¿O incluso tendrán que vivir enfurruñados porque iniciativas en pro de la mujer o de la vida en el seno materno, o sobre la licitud o ilicitud de las investigaciones con células germinales en los laboratorios, o sobre la defensa de la vida de los enfermos terminales no proceden de fuentes católicas?
¿No será tan antigua como la humanidad la actitud de ver sólo por los derechos del propio grupo excluyendo a los están fuera de él? ¿Y no será esa la actitud de los católicos que pretendiendo velar por los derechos de Dios y de la Iglesia lo único que están haciendo es mirar por su propio bien? ¿No será que al defender los derechos de Dios y pretender hablar en su nombre, no único que hacemos es empequeñecerlo y ridiculizarlo?
La tentación ya se daba en el pueblo del Antiguo Testamento, cuando a Moisés se le dio la ayuda de setenta ancianos que tenían el Espíritu de Dios y que podían profetizar y hacer crecer en la fe en el Dios verdadero al pueblo que caminaba dificultosamente hacia la libertad. Alguien vino a contarle al gran Moisés, que dos hombres que no estaban precisamente ahí, andaban profetizando y Josué, que era el segundo de a bordo, le pidió a Moisés que se los prohibiera, pero Moisés reaccionó de una distinta forma: “crees que voy a ponerme celoso? Ojala que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos ellos el espíritu del Señor”.
Y también la tentación de ser los únicos, los preferidos y los exclusivos, los del “geto”, los elegidos, los de la Iglesia oficial, los marcados para la salvación, también se escandalizaron y tuvieron el atrevimiento de prohibir a dos hombres que siguieran arrojando los demonios en nombre de Jesús porque no eran de los doce. Ellos se sintieron con derecho a ser felicitados por Jesús, pero éste, al igual que Moisés, reaccionó de forma contraria: “No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquél que no está contra nosotros, está a nuestro favor”.
Esto tendrá que ser la pauta de aquí en adelante para los católicos, darnos cuenta que el Espíritu Santo de Dios está trabajando fuera de nosotros, que los que pertenecemos a la Iglesia católica tendremos que acelerar el paso y que nuestro testimonio en el mundo tiene que ser de alegría, de esperanza y de plena confianza el Dios de Jesucristo y en la única Iglesia que él fundó.
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