viernes, 11 de septiembre de 2009


EL ZOOLOGICO QUE TODOS LLEVAMOS DENTRO

Mis respetos para los jóvenes que el día de hoy, cuando apenas llegados a la adolescencia tienen que arreciar la lucha por abrirse paso en la selva interior de las pasiones, y someter a los muchos animales salvajes que encontrarán dentro de sí. Los que lleguen a dominar y someter a su voluntad el zoológico que llevamos dentro, llegarán a ser verdaderos hombres y hombres útiles para nuestro mundo. Vayamos entrando, y veremos lo que encontramos en nuestro interior.

Dos halcones, animales que los hombres adiestran para someter a otros animales a su dominio. Halcones que vuelan y vuelan en busca de nuevas presas. Son nuestros ojos que quieren verlo todo, que no quieren privarse de nada. Parece que hoy nada tenemos que ocultar, todo lo tenemos a la vista, hay que lucir el ombligo, y las piernas y los senos, en fin, todo lo que se pueda mostrar. Ciertamente se nos han dado los ojos para ver…pero también se nos han dado los párpados para cerrarlos ante lo que puede ser perjudicial a nuestro bien.

Dos tigres, félidos corpulentos y rápidos que con sus garras atrapan a sus víctimas hasta tumbarlas y asfixiarlas para alimentarse de ellas. Son nuestras manos, hechas para el servicio y la comunicación que ahora usamos como armas para ahogar a nuestras víctimas. Con el pretexto de la crisis económica, robamos y extorsionamos hasta asfixiar a nuestros propios hermanos sometiéndolos a esclavitudes muy difíciles de llevar.

Dos conejos, aparentemente inofensivos, pero a los que tenemos que tener quietos porque quieren llevarnos a todas partes y esquivar las situaciones difíciles. Son nuestros pies y nuestras piernas que tienen ahora muchos lugares a dónde nos lleven, antros al por mayor donde no se va precisamente a rezar sino a aturdirse con el ruido y a perder la cabeza con las drogas, el sexo y el alcohol.

Peligrosísima, una serpiente, a la que le hemos puesto treinta y dos barrotes, pero que en cuanto le abrimos la jaula, se aloca y causa verdaderas desgracias de las que nadie se libra. Es nuestra lengua, pequeña en volumen dentro del cuerpo que hace estragos en el cuerpo social y destruye famas, y destruye familias y deshace honras y fortunas.

Increíble, pero dentro de nosotros también llevamos un asno. Nada menos que un asno, que le saca a la chamba y a la carga. Siempre se muestra cansado, sobre todo en ciertos momentos de la adolescencia. Es el cuerpo. “Fulano… traime esto…”. “Ah!...y yo porqué, que vaya mi hermana, siempre me mandas a mí”. “Tú también trabajas y todo te lo gastas en tus perfumes y tus corbatas y yo tengo que ver por los hijos y por la casa…”.

Si vamos de sorpresa en sorpresa, entonces tendremos que decir que el más peligroso y el más difícil de someter, es precisamente el león, el rey de esa selva interior. Es el corazón. Difícil de bajarse de su orgullo y de su vanidad. Por cierto, no tiene ojos, como el motor del automóvil que va cubierto y que sólo se guía por el volante, pero cuando nos queremos guiar por el corazón, nos estrellamos en el primer poste de la esquina.

Y no podemos terminar este viaje al interior del corazón sin hacer mención de otro animal, pero muy distinto de los anteriores: es un Cordero. Es el Cordero de Dios, al cuál debemos asemejar nuestro corazón, para hacerlo semejante al suyo, paciente y de mucha misericordia. Cuando quieras comenzar tu lucha, no te olvides que en eso Cristo es un experto, y los que se asocian a él, podrán llegar a decir también victoriosamente: “Yo he vencido al mundo”.


Tu amigo el Padre Alberto Ramírez Mozqueda

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