Poseído obviamente solamente por los Santos, consiste en un don sobrenatural que les permite ver cosas lejanas o de prever el futuro o bien de ver y oír a distancia en el espacio y en el tiempo sin usar los mismos sentidos y las normales capacidades del intelecto. Se trata de mirar con los ojos del alma.
Tal habilidad fue experimentada por el Padre Pío aunque, en él, encontró un desarrollo completamente particular. En efecto, el Padre Pío logró escudriñar a una persona hasta alcanzar las partes más ocultas del alma. Muchos testimonios existen de estas intervenciones del Padre Pío.
Una señora de Bolonia cuenta: "Una vez mi madre fue a ver al Padre Pío con algunas de sus amigas. Apenas llegó a San Giovanni Rotondo encontró en la Sacristía del convento al venerado Padre que enseguida le dijo: "¡Y tú estás acá! Vas enseguida a casa porque tu marido está mal".
Mi madre quedó sin aliento, partió dejándolo en óptima salud. Partió con el primer transporte. Cuando llegó a casa, alarmada, no hubo alguna novedad.
Pero durante la noche mi padre tuvo graves dificultades de respiración. Algo le comprimió la garganta. Mi madre trató de calmarlo y llamó al médico. Hacia las once de la noche mi padre fue hospitalizado y llevado de urgencia al quirófano. El cirujano que lo operó le extrajo de la garganta dos vesículas de pus.
El Padre Pío vio por lo tanto con antelación lo que estuvo a punto de ocurrirle al marido de la señora y, con su consejo y su ruego logró influir en la feliz solución del caso.
Un hijo espiritual del Padre Pío que habitó en Roma, estando junto a algunos amigos, por vergüenza, no hizo lo que se debe hacer al pasar al frente de una Iglesia, una pequeña reverencia en señal de saludo a Jesús Sacramentado, levantándose el sombrero. He aquí entonces repentina y fuertemente escucha una voz - la voz de Padre Pío - y una palabra: "¡Cobarde!"
Fue después de algún tiempo a San Giovanni Rotondo y sintió al Padre Pío que le dijo: "Atento, esta vez te he regañado solamente, la próxima vez te daré una bonita bofetada."
A la hora del ocaso, en el jardín del convento, el Padre Pío, que está conversando amablemente con algunos fieles e hijos espirituales, y se da cuenta de no tener consigo el pañuelo. Entonces se dirige a uno de los presentes y le dice: "Por favor, he aquí la llave de mi habitación, tengo que sonarme la nariz, tráeme el pañuelo".
El hombre va a la habitación, pero, además del pañuelo, toma uno de los medios guantes de Padre Pío y se lo pone en el bolsillo. ¡No puede perder una ocasión de tener una reliquia! Pero al regresar al jardín, entrega el pañuelo y siente decir al Padre Pío: "Gracias, pero ahora vuelve en la celda y repones en el cajón el medio guante que te has metido en el bolsillo."
Una señora, cada tarde, antes de ir a dormir, se arrodilló adelante de una fotografía del Padre Pío y le pidió la bendición. El marido, incluso siendo un buen católico y fiel del Padre Pío, creyendo que aquel gesto era exagerado, se burlaba de su esposa riéndose.
Un día habló con el Padre Pío: "Mi mujer, cada tarde se arrodilla delante de vuestra fotografía y os pide la bendición". "Usted, lo sabe": el Padre Pío le contestó, "y tú te ríes cada tarde."
Un día, un hombre, católico aprendiz, y estimado en los medios eclesiásticos, fue a confesarse con el Padre Pío. Ya que quiso justificar su conducta, empezó señalando a una "crisis espiritual".
En realidad vivió en el pecado: él estaba casado y descuidó a su mujer y trató de superar la crisis entre los brazos de una amante.
Nunca imaginó estar arrodillado a los pies de un confesor "anormal". El Padre Pío, levantándose velozmente, gritó: "¡No es una crisis espiritual! Tú eres un adúltero y Dios se ha irritado contigo. Vas fuera"!
Un señor contó: "Yo decidí parar de fumar y de ofrecer este pequeño sacrificio al Padre Pío. Al empezar el primer día, cada tarde, con el paquete de cigarrillos integro en la mano, me paré delante de su imagen diciéndole: "Padre es uno... ". A. el segundo día "Padre, es dos... ". Después de unos tres meses, todas las tardes hice la misma cosa. Un día fui a verlo "Padre", le dijo en cuanto lo vi., "son 81 días que no fumo, 81 paquetes... ". Y el Padre Pío contestó: Lo sé "cómo tú lo sabes, me los has hecho contar todas las tardes."
El chofer del autobús que transportaba a los turistas en la excursión hacia el Gargano estuvo en la Sacristía esperando el momento de salir cuando el Padre Pío llegó. El chofer que estuvo entre el grupo de una decena de personas fue notado por el Padre Pío que le dijo: "Hijo, ¿no pides tú tampoco la bendición"?
El chofer, sorprendido, se arrodilló para recibir la bendición pero el Padre Pío en lugar de bendecirlo le preguntó: " Bien, ahora dime lo que has hecho”, "Nada Padre, no he hecho nada, me he confesado hace dos horas en Sant' Angelo y también he tomado la Comunión con los turistas que acompaño". "Y"…….. ¿Después? “He adquirido objetos religiosos". "No, las santas imágenes te han hecho blasfemar, pero,……..y aquellas cosas dulces... ". El chofer desconcertado, recordó que después de la Santa Misa blasfemó porque el número de los dulces adquiridos fue inferior a aquél deseado y solicitado por los turistas.
Avergonzado intentó decir algo pero el Padre Pío, en privado, se lo impidió diciendo: "No basta: con venir a San Giovanni Rotondo, has desprestigiado y ofendido a un carretero que no mantuvo su derecha". El chofer, que contestó de no haber hecho nada, empezó, confuso, a recitar el acto de dolor."
Una señora italo-inglesa, llegada por Inglaterra se presentó al confesionario del Padre Pío pero en lugar de confesarla, cerró la taquilla del confesionario diciéndole: "Para ti no estoy disponible".
¿Por cuál motivo el Padre Pío no quiso confesarla? ¿Después de haber esperado un par de semanas durante las que ella fue casi todos los días al confesionario? Un día la señora por fin fue escuchada por el Padre Pío.
La señora en la iglesia le reclamó porque la hizo esperar mucho tiempo y el Padre Pío le contestó: "¿Y tú cuánto has hecho esperar a Nuestro Dios? Te tienes que preguntar como ahora Jesús pueda acogerte, después de los muchos sacrilegios cometidos.
Tú, por años, has comido tu condena; por años, al lado de tu marido y tu madre, has hecho la santa comunión en pecado mortal." La mujer, arrepentida, trastornada, suplicó llorando la absolución. Cuando, tiempo después regresó a Inglaterra fue la personificación de la alegría.
Un señor cuenta: - "Una tarde comí algunos higos de más. Hice escrúpulo de ello. He cometido un pecado de garganta - me dije - por cuyo motivo me confesaré con el Padre Pío, yo confesaré este pecado".
Al día siguiente, caminando lentamente por la calle hacia el convento, hice el examen de conciencia. Yo no recordé el pecado de garganta. Me confesé pero antes de concluir la confesión, antes de la absolución, le dije al Padre Pío: "Yo creo que estoy olvidando una culpa, quizás la más grave, pero no logro recordarla". "Eh vete a la calle, " - me contestó sonriendo - ¡"por dos higos"!
Dios ve todo y de todo tendremos que darle cuenta. El cuento que sigue, demuestra que también nuestros pensamientos más escondidos son conocidos por Dios.
Un hombre, en el 1920 se presenta al convento de los Capuchinos para hablar con Padre Pío, ciertamente no es más que un penitente en busca de perdón, a todo esto, piensa que el perdón es solo para una banda de criminales, este hombre ha decidido matar a su mujer para casarse con otra.
Quiere matarla y quiere procurarse una coartada indiscutible. Sabe que su mujer es devota de un Fraile que vive en un pueblecito del Gargano, allí nadie los conoce a ellos y puede llevar fácilmente a la práctica su homicidio.
Un día este hombre convence con una excusa a su mujer para hacer el viaje. Cuando llegan a Apulia, él la invita a visitar al fraile. Se alojan en un hotel de las afueras y manda a su mujer al convento para confesarse, de manera que visitando al fraile ya tiene una coartada.
Piensa visitar una tasca con los amigos e invitarlos a beber y a jugar un partido de cartas. Alejándose más tarde con una excusa iría a matar a la mujer apenas saliera de la confesión. Todo alrededor del convento es campo abierto y en la penumbra de la tarde nadie se dará cuenta de nada, y mucho menos que bajo tierra hay un cadáver. En fin, vuelto a la tasca seguiría entreteniéndose con los compañeros de juego para luego partir, solo, tal y como había llegado.
El plan era perfecto, pero no había tenido en cuenta la cosa más importante; que mientras él planeaba el homicidio, alguien escuchaba su pensamiento.
Cuando llega al convento ve al Padre Pío que confesaba a algunos paisanos, y tomado por un impulso que tampoco él logra contener, se arrodilla a los pies de aquel confesor de los hombres.
No ha acabado tampoco la señal de la cruz cuando salen gritos inconcebibles del confesionario: "¡Vas fuera! Vas fuera!” ¡Vas fuera! ¿No sabes que es prohibido por Dios mancharse las manos de sangre con un homicidio? ¡”Vas fuera! Vas fuera"! - En fin lo agarró por un brazo, el capuchino acaba de echarlo.
El hombre está conmocionado, incrédulo, y desalentado; al verse descubierto huye aterrorizado hacia el campo, dónde, cae a los pies de un peñasco, con la cara en el barro; y por fin se da cuenta de los horrores de su vida de tanto pecado.
En un instante vuelve a ver toda su existencia; y, entre lacerantes tormentos del espíritu, comprende completamente su aberrante maldad. Atormentado y arrepentido desde lo más profundo de su corazón vuelve a la Iglesia y le pregunta al Padre Pío, si puede confesarlo verdaderamente.
El padre se lo concede y esta vez, con infinita dulzura le habla como si lo conociera desde siempre. Más bien, para ayudarlo a no olvidar nada de aquella vida desorientada, le enumera todo, momento por momento, pecado por pecado, crimen por crimen, con detalles particulares de cada uno. Llegando hasta el último crimen premeditado, aquel de matar a su propia mujer, a la leal compañera de su vida. El hombre, escucha de labios del gran Santo; la narración del homicidio que sólo él ideó en su mente y que ningún otro mortal conoce en su conciencia.
Exhausto pero por fin libre, se tira a los pies del fraile y suplica humildemente perdón. Pero allí no termina todo. Terminada la confesión, mientras se aleja del convento es vuelto a llamar por el Padre Pío, quien le dice: “¿Has deseado; tú tener hijos, no es cierto?” ¡Caramba este santo, incluso esto sabe! - "¡Ahora bien, ya no ofendas nunca más a Dios y un hijo te nacerá"! Aquel hombre regresó exactamente, el mismo día después de un año, totalmente convertido y padre de un hermoso hijo nacido de su esposa, de aquella misma mujer que él quiso matar.
El padre Guardián del convento de San Giovanni Rotondo contó: - "El otro día, un comerciante de Pisa ha venido a preguntarle al Padre Pío acerca de la curación de una hija.
El padre lo mira y dice: "Tú estás más enfermo que tu hija. Yo te veo muerto". "Pero no, pero no, yo estoy muy bien"... - ¡"Desdichado"! Gritó el Padre Pío - ¡"Desgraciado”! ¿Cómo puedes decir que estás bien con tantos pecados sobre la conciencia? ¡“Veo de ellos al menos treinta y dos"!
Imagináis el estupor del comerciante. Después de la confesión él contó a todo el que quisiera escucharlo: ¡"Él ya sabía todo y me ha dicho todo"!
Un sacerdote contó, una aventura de un cofrade suyo, que vino desde muy lejos para confesarse; con el Padre Pío. Él tuvo que esperar muchas horas en Bolonia. Después de la confesión, el Padre Pío le preguntó: "Hijo mío, ¿no recuerdas lo otro"? - "Nada, Padre" - "Vamos, busca un poco"... - Éste examinó su conciencia pero no encontró nada.
Entonces el Padre Pío le dijo con extrema dulzura: “Hijo mío, ayer por la mañana, has llegado a Bolonia a las 5.00 de la mañana. Las iglesias todavía estaban cerradas. En lugar de esperar, has ido al hotel para descansar un poco antes de la Misa.
Te has acostado sobre la cama y luego te has dormido tan profundamente que te has despertado a las tres de la tarde. Por la tarde, era demasiado tarde para celebrar la misa. Lo sé, no lo has hecho por malicia, pero fue una negligencia que hirió a Nuestro Dios."
En tantos tiempos; que las grandes muchedumbres acudieron al Padre Pío, fueron enviados al convento dos guardias civiles que siempre le protegieron.
Un día, en la Sacristía, mientras se retiraba, después de la celebración de la Santa Misa, el Padre se dirigió sonriendo a uno de los dos guardias civiles: "Apenas termines aquí, después que yo haya hecho el agradecimiento de la Misa, vienes a mi habitación porque tengo que hablarte".
El guardia civil se alegró, y esperó que el Padre acabara y luego fue a su habitación. "Siéntate", le dijo el Padre Pío, "dentro de ocho días tú vas a la casa de tu padre y mueres, hijo mío". “Pero Padre, está muy bien", dijo el guardia civil. "No te preocupes", añadió el capuchino. "es mejor dentro de ocho días.” ¿Qué es esta vida? Una romería; estamos en un tren que para hoy por ti.
Pide un permiso a tu jefe y te vas a tu casa. Porque si te quedas aquí; Mañana tú mueres y no saben nada los parientes"
El guardia civil, trastornado por estas palabras preguntó: "Padre; ¿puedo contar cuánto me habéis dicho"? "No, ahora no, le contestó el Padre, sólo lo dirás cuándo estés en casa".
El joven pidió un permiso para ir a casa. No quisieron concedérselo, porque no había ninguna justificación adecuada pero por la intercesión del mismo Padre Pío, el guardia civil consiguió la licencia.
Llegando a casa el guardia civil les dijo a sus padres: " El Padre Pío me ha dicho que moriré, he venido a saludarlos". Después de ocho días el guardia civil murió.
Además de las visiones, los religiosos del convento de Venafro, que hospedaron al Padre Pío por poco tiempo, fueron testigos de otros fenómenos inexplicables.
Cuando estuvo gravemente enfermo, el Padre Pío demostró estar en absoluta capacidad de leer los pensamientos de las personas.
Un día el Padre Agostino fue a buscarlo. "Esta mañana haga una oración particular por mí", dijo el Padre Pío, y le preguntó que pasaba. Bajando a la iglesia, el Padre Agostino decidió encomendar al fraile de manera muy especial durante la Santa Misa, pero luego se le olvidó hacerlo.
El Padre Pío le preguntó: ¿ Ha rogado por mí"? Lo olvidé, dijo el Padre Agostino .Y el Padre Pío contestó: "menos mal qué el buen Dios, ha aceptado el propósito que UD tenía cuando bajó las escaleras."
A la segunda llamada para confesar a un hombre, el Padre Pío, levanta la cabeza y severamente dice en alta voz "¿En fin este hombre ha hecho esperar veinticinco años a nuestro Dios, para decidirse a confesarse; y no puede esperar él, cinco minutos que yo me desocupe?” Fue constatado que el hecho fue verdadero.
El espíritu profético del Padre Pío; visto por el Padre Carmelo Durante fue Superior del Convento de San Giovanni Rotondo, damos este testimonio: "Durante la última guerra mundial, casi cada día se habló de la guerra y, sobre todo de las estrepitosas victorias militares de Alemania sobre todos los frentes de batalla.
Recuerdo que una mañana en la sala del convento, mientras leía el periódico, con la noticia de que las vanguardias alemanas se dirigían a Moscú.
Fue para mí un flechazo: vi en aquel flash periodístico, el fin de la guerra con la victoria final de Alemania. Saliendo al pasillo, encontré al venerado Padre y, muy contento, estallaba gritando: ¡Padre, se terminó la guerra! Ha vencido Alemania! .
- "¿Qué has dicho tú?” preguntó el Padre Pío - "Padre, el periódico dice…." Y Padre Pío: “¿Ha vencido Alemania la guerra? ¡Recordaos que Alemania, esta vez, perderá la guerra, peor que la otra vez! Recuérdalo"
- Yo repetí: "Padre, los alemanes ya están cerca de Moscú, por lo tanto... " Él añadió: "¡Acuérdate de lo que te he dicho!”. Yo continué: "Pero si pierde la guerra Alemania, quiere decir que Italia también la perderá!”. - Y Él, contestó: Hará falta ver si la acabaran "junto".
Aquellas palabras me fueron completamente oscuras, en consideración de la alianza Italo-Alemana, pero se revelaron claras el año siguiente después del armisticio con los angla-americanos del 8 de septiembre de 1943, con la declaración de guerra de Italia a Alemania.
El testimonio de una señora: "Quise participar en un viaje organizado por la Parroquia de San Giovanni Rotondo con el objetivo de conocer al Padre Pío. Fue el año 1961.
En el autocar un señor, en voz alta, de repente dijo: "Mi mujer ha querido que yo la acompañara a donde este "embustero". La referencia al querido Padre fue evidente. Tuve un apretón en el corazón por aquel insulto.
Cuando llegamos a San Giovanni Rotondo; fuimos enseguida a la iglesia para participar en la Santa Misa. Al terminar el Padre Pío pasó en medio de los remeros. Llega cerca de nosotros, se paró justo frente a aquel señor que en el autocar se expresó mal de y le dijo: "Venga aquí, ella" Venga donde este embustero".
El hombre palideció, se arrodilló y, balbuciendo, logró decir solamente: "¡Perdonadme, Padre! Perdonadme! ", entonces el Padre Pío se apoderó de la cabeza y, bendiciéndolo, añadió: "Alzaos, te perdono". Aquel señor se convirtió al instante, entre la admiración y la conmoción de todos.
Una señora cuenta: - "En el año 1945 mi madre me llevó a San Giovanni Rotondo para que conociera al Padre Pío y me confesara con él. ¡Había mucha gente!
En la espera de mi turno pensé en todo lo que tenía que decirle al Padre pero cuando estuve en su presencia, quedé paralizada.
El querido Padre se dio cuenta enseguida de mi timidez y, con una sonrisa me dijo: "¿Quieres que yo hable por ti?". Asentí con una señal y, después de algún instante, quedé pasmada. ¡No lo podía creer! El Padre Pío me dijo, palabra por palabra, todo lo que yo habría querido decirle.
Me sentí tranquila, serena y mentalmente di las gracias al venerado Padre por obsequiarme la experiencia de uno de sus extraordinarios carismas. Le confié la salud de mi alma y mi cuerpo. Contestó: Siempre seré tu padre "espiritual".
Me despedí de él con una alegría inmensa en el corazón. ¡Mientras viajaba en el tren, de regreso, advertí un intenso perfume de flores que no olvidaré nunca! Era la presencia del Padre que me invadió de inmensa felicidad.
Un joven de Padua se acercó al Padre Pío por una bendición, pero el Padre lo miró y le dijo: "saca de la billetera la tarjeta comunista, fueron los tiempos en que el régimen comunista ronco persiguió la Iglesia, junto a las fotografías de aquellas malas mujeres que conservas celosamente. ¿No te avergüenzas encima con tales fotografías?
Y como tienes intención de hacer limpieza, ahora que vuelves a casa tienes que también arrancar las otras malas fotografías que conservas en el cajón del escritorio."
El Padre Pío conoció a una señora de bien a la que en una confesión regañó. La señora cuenta: "Yo no recuerdo bien cuál fue la razón.
Pero cuando yo me alejé del confesionario y fui a hacer la penitencia, en vez de interrogar diligentemente mi conciencia, yo rogué a mis santos protectores en el paraíso para que me dejaran entender bien aquello que el Padre quisiera de mí.
Yo continué así por muchos días hasta la confesión siguiente cuando el Padre Pío me dijo: ´Has ido lamentándote, tú has llenado el mundo de tus quejidos`; "pero, Padre, yo no me he quejado de nada con nadie" - contesté.
"Y a El? repitió el Padre Pío. ´No, os lo aseguro Padre`.-¿Quién entonces ha puesto trastornado al paraíso?, respondió el Padre.
Don Pasquale cuenta: “Un día dejando la estación de Forma, yo tomé un autobús para irme a San Giovanni Redondo. Mientras el autobús atravesaba los paisajes pulleses, pensé: ´Esta vida espiritual, a veces, parece cómo encaramarse sobre los vidrios!
Cuando llegó al convento entró a la sacristía y le pidió confesarse al Padre Pío.
Llegado su turno, entró más allá del visillo del confesionario e hizo su confesión.
Después de haber recibido la absolución, él estaba a punto de salir todo contento, pero el Padre Pío le dijo sonriendo: "Y entonces, ¿parece esta vida espiritual a veces cómo encaramarse sobre los vidrios"?
Don Pasquale no dijo ni una palabra y entendió que el Padre Pío era un hombre iluminado por Dios.
El Sr. Enzo cuenta: “Algunos me dijeron que para preguntarle algo al Padre Pío se puede hacerlo también durante la misa, con el pensamiento. Y yo un día probé hacer esto. Pero al final de la misa, después de que el Padre Pío hubo acabado el agradecimiento, yo fui a hablar con el Padre Pío y le dije: ´Padre, ruega por mi hermana`.
Y él me respondió: ´No me lo has dicho ya?`”
La señora Lucietta cuenta: "Esto sucedió el 25 de mayo, el día de cumpleaños del Padre Pío. Después de la misa, mientras él se apartaba a la sacristía yo en mis adentros le saludaba.
Después de algún día, al final de la confesión yo le dije: ´Felicidades, padre, considerando que el 25 yo no he podido saludarlo`.
El Padre Pío contestó: `Y no los has hecho ya?´
La señora Alma cuenta: "El Padre Pío estaba confesándonos a las mujeres y estuve en la iglesia a tres o cuatro metros de él.
Durante el día yo no había tenido la posibilidad de hablarle. Le dije entonces con el pensamiento: `Padre, ¿me manda una bendición?. Yo la necesito´.
Apenas acabé de expresar mi deseo, vi que el Padre Pío, apartándose de la rejilla cuya taquilla le escondió la cara, miró hacia mí e hizo una señal de cruz. Luego se escondió y siguió confesando”.
Fue la segunda vez que Teresa vio al Padre. Después de la confesión se metió en el pasillo del convento para besar la mano del Padre Pío. Cuándo el Padre Pío llegó, no se paró cerca de Teresa. Ella no pudo tocar al Padre Pío. Teresa quedó descontenta y en su corazón se quejó de esto.
Entonces el Padre Pío volvió atrás y paternalmente huraño le dijo a Teresa: "Ruego besa de otro modo mi mano y yo te dono una pequeña bofetada sobre la cabeza".
El Sr. Giuseppe de San Giovanni Redondo fijó su fecha de bodas y fue al convento para darle la noticia al Padre Pío. "Padre me casaré el 12 de septiembre. Ese es el día dedicado al santo nombre de María". - "No" - contestó el Padre Pío, "Tú te casarás el día 8, dedicado a la Natividad del Beato Virgo." El joven se sorprendió por lo que el Padre Pío le dijo. Cuando volvió a su casa su madre le dijo: "escucha, tu prima ha establecido de casarse el 12 de septiembre. Puesto que los invitados en la mayoría son los mismos, nosotros tenemos que cambiar la fecha; nos conviene elegir el día 8."
Giuseppe no se opuso, el Padre Pío se lo adelantó
Desde Módena fue a San Giovanni Redondo el padre de una hija espiritual del Padre Pío. Era la primera vez que el padre de la chica iba al convento. Apenas se encontró con el Padre Pío el fraile le dijo: “eres tú el papá de Adriana, ¿verdad?”
El Padre Atanasio Lonardo contó: "nosotros estuvimos en el coro por las oraciones y la meditación de la tarde. El superior del convento dio la señal del término del ruego común. El Padre Pío dijo: ´rogamos por nuestro padre Provincial que está en agonía`. Nosotros supimos que el Padre Bernardo de Apicella, estaba enfermo de bronquio-pulmonía, pero no conocíamos su estado grave. El ruego se dilató. El día después, el 31 de diciembre de 1937, supimos que murió.
Después de un mes, el Padre Pío nos aseguró que el Padre Bernardo entró al Paraíso”.
IEROGNOSIA
El Padre Pío fue capaz de reconocer si un hombre era un sacerdote y si los objetos estaban bendecidos. Los fenómenos de Ierognosia fueron otro importante carisma del Padre Pío.
Un día unas señoras vestidas con chaqueta y corbata al cuello estuvieron en la Sacristía; con los hombres, en espera de la llegada del Padre Pío. Él fue justo a la primera fila. El Padre Pío en cuanto las vio les dijo: "Reverendo, han venido "disfrazadas", “pero no tenéis que avergonzaros de venirme a visitar, la próxima vez pueden venir vestidas de cura."
A un joven que fue vestido con pantalones y yérsey, el Padre Pío le dijo que volviera vestido de San Domenico. Confuso e incómodo, el joven confesó delante de todos ser un Sacerdote Dominicano.
A veces, cuando al Padre Pío le presentaban los objetos, coronas del Rosario, medallas, imágenes sagradas, con la solicitud de bendecirlos, el Padre devolvió al solicitante algún objeto con la aclaración: "Éste ya ha sido bendecido". Y era cierto.
El Padre Pío se daba cuenta si el agua había que bendecirla o si ya estaba bendita. Y si alguien le presentaba una botella con agua de Lourdes, él, sin hacer preguntas, la llevó a sus labios y la besó.
El tranviario romano al que la Virgen apareció en una gruta de las tres fuentes de Roma, la Virgen de la Revelación, un día fue a buscar al Padre Pío. He aquí su testimonio: "Cuando fui a su presencia - no nos encontramos nunca - le di un sobre sin decirle qué contenía. El Padre Pío lo tomó, lo apretó al pecho con amor y no me lo devolvió. El sobre contenía un poco de la tierra de la gruta de las Tres Fuentes."
Tal habilidad fue experimentada por el Padre Pío aunque, en él, encontró un desarrollo completamente particular. En efecto, el Padre Pío logró escudriñar a una persona hasta alcanzar las partes más ocultas del alma. Muchos testimonios existen de estas intervenciones del Padre Pío.
Una señora de Bolonia cuenta: "Una vez mi madre fue a ver al Padre Pío con algunas de sus amigas. Apenas llegó a San Giovanni Rotondo encontró en la Sacristía del convento al venerado Padre que enseguida le dijo: "¡Y tú estás acá! Vas enseguida a casa porque tu marido está mal".
Mi madre quedó sin aliento, partió dejándolo en óptima salud. Partió con el primer transporte. Cuando llegó a casa, alarmada, no hubo alguna novedad.
Pero durante la noche mi padre tuvo graves dificultades de respiración. Algo le comprimió la garganta. Mi madre trató de calmarlo y llamó al médico. Hacia las once de la noche mi padre fue hospitalizado y llevado de urgencia al quirófano. El cirujano que lo operó le extrajo de la garganta dos vesículas de pus.
El Padre Pío vio por lo tanto con antelación lo que estuvo a punto de ocurrirle al marido de la señora y, con su consejo y su ruego logró influir en la feliz solución del caso.
Un hijo espiritual del Padre Pío que habitó en Roma, estando junto a algunos amigos, por vergüenza, no hizo lo que se debe hacer al pasar al frente de una Iglesia, una pequeña reverencia en señal de saludo a Jesús Sacramentado, levantándose el sombrero. He aquí entonces repentina y fuertemente escucha una voz - la voz de Padre Pío - y una palabra: "¡Cobarde!"
Fue después de algún tiempo a San Giovanni Rotondo y sintió al Padre Pío que le dijo: "Atento, esta vez te he regañado solamente, la próxima vez te daré una bonita bofetada."
A la hora del ocaso, en el jardín del convento, el Padre Pío, que está conversando amablemente con algunos fieles e hijos espirituales, y se da cuenta de no tener consigo el pañuelo. Entonces se dirige a uno de los presentes y le dice: "Por favor, he aquí la llave de mi habitación, tengo que sonarme la nariz, tráeme el pañuelo".
El hombre va a la habitación, pero, además del pañuelo, toma uno de los medios guantes de Padre Pío y se lo pone en el bolsillo. ¡No puede perder una ocasión de tener una reliquia! Pero al regresar al jardín, entrega el pañuelo y siente decir al Padre Pío: "Gracias, pero ahora vuelve en la celda y repones en el cajón el medio guante que te has metido en el bolsillo."
Una señora, cada tarde, antes de ir a dormir, se arrodilló adelante de una fotografía del Padre Pío y le pidió la bendición. El marido, incluso siendo un buen católico y fiel del Padre Pío, creyendo que aquel gesto era exagerado, se burlaba de su esposa riéndose.
Un día habló con el Padre Pío: "Mi mujer, cada tarde se arrodilla delante de vuestra fotografía y os pide la bendición". "Usted, lo sabe": el Padre Pío le contestó, "y tú te ríes cada tarde."
Un día, un hombre, católico aprendiz, y estimado en los medios eclesiásticos, fue a confesarse con el Padre Pío. Ya que quiso justificar su conducta, empezó señalando a una "crisis espiritual".
En realidad vivió en el pecado: él estaba casado y descuidó a su mujer y trató de superar la crisis entre los brazos de una amante.
Nunca imaginó estar arrodillado a los pies de un confesor "anormal". El Padre Pío, levantándose velozmente, gritó: "¡No es una crisis espiritual! Tú eres un adúltero y Dios se ha irritado contigo. Vas fuera"!
Un señor contó: "Yo decidí parar de fumar y de ofrecer este pequeño sacrificio al Padre Pío. Al empezar el primer día, cada tarde, con el paquete de cigarrillos integro en la mano, me paré delante de su imagen diciéndole: "Padre es uno... ". A. el segundo día "Padre, es dos... ". Después de unos tres meses, todas las tardes hice la misma cosa. Un día fui a verlo "Padre", le dijo en cuanto lo vi., "son 81 días que no fumo, 81 paquetes... ". Y el Padre Pío contestó: Lo sé "cómo tú lo sabes, me los has hecho contar todas las tardes."
El chofer del autobús que transportaba a los turistas en la excursión hacia el Gargano estuvo en la Sacristía esperando el momento de salir cuando el Padre Pío llegó. El chofer que estuvo entre el grupo de una decena de personas fue notado por el Padre Pío que le dijo: "Hijo, ¿no pides tú tampoco la bendición"?
El chofer, sorprendido, se arrodilló para recibir la bendición pero el Padre Pío en lugar de bendecirlo le preguntó: " Bien, ahora dime lo que has hecho”, "Nada Padre, no he hecho nada, me he confesado hace dos horas en Sant' Angelo y también he tomado la Comunión con los turistas que acompaño". "Y"…….. ¿Después? “He adquirido objetos religiosos". "No, las santas imágenes te han hecho blasfemar, pero,……..y aquellas cosas dulces... ". El chofer desconcertado, recordó que después de la Santa Misa blasfemó porque el número de los dulces adquiridos fue inferior a aquél deseado y solicitado por los turistas.
Avergonzado intentó decir algo pero el Padre Pío, en privado, se lo impidió diciendo: "No basta: con venir a San Giovanni Rotondo, has desprestigiado y ofendido a un carretero que no mantuvo su derecha". El chofer, que contestó de no haber hecho nada, empezó, confuso, a recitar el acto de dolor."
Una señora italo-inglesa, llegada por Inglaterra se presentó al confesionario del Padre Pío pero en lugar de confesarla, cerró la taquilla del confesionario diciéndole: "Para ti no estoy disponible".
¿Por cuál motivo el Padre Pío no quiso confesarla? ¿Después de haber esperado un par de semanas durante las que ella fue casi todos los días al confesionario? Un día la señora por fin fue escuchada por el Padre Pío.
La señora en la iglesia le reclamó porque la hizo esperar mucho tiempo y el Padre Pío le contestó: "¿Y tú cuánto has hecho esperar a Nuestro Dios? Te tienes que preguntar como ahora Jesús pueda acogerte, después de los muchos sacrilegios cometidos.
Tú, por años, has comido tu condena; por años, al lado de tu marido y tu madre, has hecho la santa comunión en pecado mortal." La mujer, arrepentida, trastornada, suplicó llorando la absolución. Cuando, tiempo después regresó a Inglaterra fue la personificación de la alegría.
Un señor cuenta: - "Una tarde comí algunos higos de más. Hice escrúpulo de ello. He cometido un pecado de garganta - me dije - por cuyo motivo me confesaré con el Padre Pío, yo confesaré este pecado".
Al día siguiente, caminando lentamente por la calle hacia el convento, hice el examen de conciencia. Yo no recordé el pecado de garganta. Me confesé pero antes de concluir la confesión, antes de la absolución, le dije al Padre Pío: "Yo creo que estoy olvidando una culpa, quizás la más grave, pero no logro recordarla". "Eh vete a la calle, " - me contestó sonriendo - ¡"por dos higos"!
Dios ve todo y de todo tendremos que darle cuenta. El cuento que sigue, demuestra que también nuestros pensamientos más escondidos son conocidos por Dios.
Un hombre, en el 1920 se presenta al convento de los Capuchinos para hablar con Padre Pío, ciertamente no es más que un penitente en busca de perdón, a todo esto, piensa que el perdón es solo para una banda de criminales, este hombre ha decidido matar a su mujer para casarse con otra.
Quiere matarla y quiere procurarse una coartada indiscutible. Sabe que su mujer es devota de un Fraile que vive en un pueblecito del Gargano, allí nadie los conoce a ellos y puede llevar fácilmente a la práctica su homicidio.
Un día este hombre convence con una excusa a su mujer para hacer el viaje. Cuando llegan a Apulia, él la invita a visitar al fraile. Se alojan en un hotel de las afueras y manda a su mujer al convento para confesarse, de manera que visitando al fraile ya tiene una coartada.
Piensa visitar una tasca con los amigos e invitarlos a beber y a jugar un partido de cartas. Alejándose más tarde con una excusa iría a matar a la mujer apenas saliera de la confesión. Todo alrededor del convento es campo abierto y en la penumbra de la tarde nadie se dará cuenta de nada, y mucho menos que bajo tierra hay un cadáver. En fin, vuelto a la tasca seguiría entreteniéndose con los compañeros de juego para luego partir, solo, tal y como había llegado.
El plan era perfecto, pero no había tenido en cuenta la cosa más importante; que mientras él planeaba el homicidio, alguien escuchaba su pensamiento.
Cuando llega al convento ve al Padre Pío que confesaba a algunos paisanos, y tomado por un impulso que tampoco él logra contener, se arrodilla a los pies de aquel confesor de los hombres.
No ha acabado tampoco la señal de la cruz cuando salen gritos inconcebibles del confesionario: "¡Vas fuera! Vas fuera!” ¡Vas fuera! ¿No sabes que es prohibido por Dios mancharse las manos de sangre con un homicidio? ¡”Vas fuera! Vas fuera"! - En fin lo agarró por un brazo, el capuchino acaba de echarlo.
El hombre está conmocionado, incrédulo, y desalentado; al verse descubierto huye aterrorizado hacia el campo, dónde, cae a los pies de un peñasco, con la cara en el barro; y por fin se da cuenta de los horrores de su vida de tanto pecado.
En un instante vuelve a ver toda su existencia; y, entre lacerantes tormentos del espíritu, comprende completamente su aberrante maldad. Atormentado y arrepentido desde lo más profundo de su corazón vuelve a la Iglesia y le pregunta al Padre Pío, si puede confesarlo verdaderamente.
El padre se lo concede y esta vez, con infinita dulzura le habla como si lo conociera desde siempre. Más bien, para ayudarlo a no olvidar nada de aquella vida desorientada, le enumera todo, momento por momento, pecado por pecado, crimen por crimen, con detalles particulares de cada uno. Llegando hasta el último crimen premeditado, aquel de matar a su propia mujer, a la leal compañera de su vida. El hombre, escucha de labios del gran Santo; la narración del homicidio que sólo él ideó en su mente y que ningún otro mortal conoce en su conciencia.
Exhausto pero por fin libre, se tira a los pies del fraile y suplica humildemente perdón. Pero allí no termina todo. Terminada la confesión, mientras se aleja del convento es vuelto a llamar por el Padre Pío, quien le dice: “¿Has deseado; tú tener hijos, no es cierto?” ¡Caramba este santo, incluso esto sabe! - "¡Ahora bien, ya no ofendas nunca más a Dios y un hijo te nacerá"! Aquel hombre regresó exactamente, el mismo día después de un año, totalmente convertido y padre de un hermoso hijo nacido de su esposa, de aquella misma mujer que él quiso matar.
El padre Guardián del convento de San Giovanni Rotondo contó: - "El otro día, un comerciante de Pisa ha venido a preguntarle al Padre Pío acerca de la curación de una hija.
El padre lo mira y dice: "Tú estás más enfermo que tu hija. Yo te veo muerto". "Pero no, pero no, yo estoy muy bien"... - ¡"Desdichado"! Gritó el Padre Pío - ¡"Desgraciado”! ¿Cómo puedes decir que estás bien con tantos pecados sobre la conciencia? ¡“Veo de ellos al menos treinta y dos"!
Imagináis el estupor del comerciante. Después de la confesión él contó a todo el que quisiera escucharlo: ¡"Él ya sabía todo y me ha dicho todo"!
Un sacerdote contó, una aventura de un cofrade suyo, que vino desde muy lejos para confesarse; con el Padre Pío. Él tuvo que esperar muchas horas en Bolonia. Después de la confesión, el Padre Pío le preguntó: "Hijo mío, ¿no recuerdas lo otro"? - "Nada, Padre" - "Vamos, busca un poco"... - Éste examinó su conciencia pero no encontró nada.
Entonces el Padre Pío le dijo con extrema dulzura: “Hijo mío, ayer por la mañana, has llegado a Bolonia a las 5.00 de la mañana. Las iglesias todavía estaban cerradas. En lugar de esperar, has ido al hotel para descansar un poco antes de la Misa.
Te has acostado sobre la cama y luego te has dormido tan profundamente que te has despertado a las tres de la tarde. Por la tarde, era demasiado tarde para celebrar la misa. Lo sé, no lo has hecho por malicia, pero fue una negligencia que hirió a Nuestro Dios."
En tantos tiempos; que las grandes muchedumbres acudieron al Padre Pío, fueron enviados al convento dos guardias civiles que siempre le protegieron.
Un día, en la Sacristía, mientras se retiraba, después de la celebración de la Santa Misa, el Padre se dirigió sonriendo a uno de los dos guardias civiles: "Apenas termines aquí, después que yo haya hecho el agradecimiento de la Misa, vienes a mi habitación porque tengo que hablarte".
El guardia civil se alegró, y esperó que el Padre acabara y luego fue a su habitación. "Siéntate", le dijo el Padre Pío, "dentro de ocho días tú vas a la casa de tu padre y mueres, hijo mío". “Pero Padre, está muy bien", dijo el guardia civil. "No te preocupes", añadió el capuchino. "es mejor dentro de ocho días.” ¿Qué es esta vida? Una romería; estamos en un tren que para hoy por ti.
Pide un permiso a tu jefe y te vas a tu casa. Porque si te quedas aquí; Mañana tú mueres y no saben nada los parientes"
El guardia civil, trastornado por estas palabras preguntó: "Padre; ¿puedo contar cuánto me habéis dicho"? "No, ahora no, le contestó el Padre, sólo lo dirás cuándo estés en casa".
El joven pidió un permiso para ir a casa. No quisieron concedérselo, porque no había ninguna justificación adecuada pero por la intercesión del mismo Padre Pío, el guardia civil consiguió la licencia.
Llegando a casa el guardia civil les dijo a sus padres: " El Padre Pío me ha dicho que moriré, he venido a saludarlos". Después de ocho días el guardia civil murió.
Además de las visiones, los religiosos del convento de Venafro, que hospedaron al Padre Pío por poco tiempo, fueron testigos de otros fenómenos inexplicables.
Cuando estuvo gravemente enfermo, el Padre Pío demostró estar en absoluta capacidad de leer los pensamientos de las personas.
Un día el Padre Agostino fue a buscarlo. "Esta mañana haga una oración particular por mí", dijo el Padre Pío, y le preguntó que pasaba. Bajando a la iglesia, el Padre Agostino decidió encomendar al fraile de manera muy especial durante la Santa Misa, pero luego se le olvidó hacerlo.
El Padre Pío le preguntó: ¿ Ha rogado por mí"? Lo olvidé, dijo el Padre Agostino .Y el Padre Pío contestó: "menos mal qué el buen Dios, ha aceptado el propósito que UD tenía cuando bajó las escaleras."
A la segunda llamada para confesar a un hombre, el Padre Pío, levanta la cabeza y severamente dice en alta voz "¿En fin este hombre ha hecho esperar veinticinco años a nuestro Dios, para decidirse a confesarse; y no puede esperar él, cinco minutos que yo me desocupe?” Fue constatado que el hecho fue verdadero.
El espíritu profético del Padre Pío; visto por el Padre Carmelo Durante fue Superior del Convento de San Giovanni Rotondo, damos este testimonio: "Durante la última guerra mundial, casi cada día se habló de la guerra y, sobre todo de las estrepitosas victorias militares de Alemania sobre todos los frentes de batalla.
Recuerdo que una mañana en la sala del convento, mientras leía el periódico, con la noticia de que las vanguardias alemanas se dirigían a Moscú.
Fue para mí un flechazo: vi en aquel flash periodístico, el fin de la guerra con la victoria final de Alemania. Saliendo al pasillo, encontré al venerado Padre y, muy contento, estallaba gritando: ¡Padre, se terminó la guerra! Ha vencido Alemania! .
- "¿Qué has dicho tú?” preguntó el Padre Pío - "Padre, el periódico dice…." Y Padre Pío: “¿Ha vencido Alemania la guerra? ¡Recordaos que Alemania, esta vez, perderá la guerra, peor que la otra vez! Recuérdalo"
- Yo repetí: "Padre, los alemanes ya están cerca de Moscú, por lo tanto... " Él añadió: "¡Acuérdate de lo que te he dicho!”. Yo continué: "Pero si pierde la guerra Alemania, quiere decir que Italia también la perderá!”. - Y Él, contestó: Hará falta ver si la acabaran "junto".
Aquellas palabras me fueron completamente oscuras, en consideración de la alianza Italo-Alemana, pero se revelaron claras el año siguiente después del armisticio con los angla-americanos del 8 de septiembre de 1943, con la declaración de guerra de Italia a Alemania.
El testimonio de una señora: "Quise participar en un viaje organizado por la Parroquia de San Giovanni Rotondo con el objetivo de conocer al Padre Pío. Fue el año 1961.
En el autocar un señor, en voz alta, de repente dijo: "Mi mujer ha querido que yo la acompañara a donde este "embustero". La referencia al querido Padre fue evidente. Tuve un apretón en el corazón por aquel insulto.
Cuando llegamos a San Giovanni Rotondo; fuimos enseguida a la iglesia para participar en la Santa Misa. Al terminar el Padre Pío pasó en medio de los remeros. Llega cerca de nosotros, se paró justo frente a aquel señor que en el autocar se expresó mal de y le dijo: "Venga aquí, ella" Venga donde este embustero".
El hombre palideció, se arrodilló y, balbuciendo, logró decir solamente: "¡Perdonadme, Padre! Perdonadme! ", entonces el Padre Pío se apoderó de la cabeza y, bendiciéndolo, añadió: "Alzaos, te perdono". Aquel señor se convirtió al instante, entre la admiración y la conmoción de todos.
Una señora cuenta: - "En el año 1945 mi madre me llevó a San Giovanni Rotondo para que conociera al Padre Pío y me confesara con él. ¡Había mucha gente!
En la espera de mi turno pensé en todo lo que tenía que decirle al Padre pero cuando estuve en su presencia, quedé paralizada.
El querido Padre se dio cuenta enseguida de mi timidez y, con una sonrisa me dijo: "¿Quieres que yo hable por ti?". Asentí con una señal y, después de algún instante, quedé pasmada. ¡No lo podía creer! El Padre Pío me dijo, palabra por palabra, todo lo que yo habría querido decirle.
Me sentí tranquila, serena y mentalmente di las gracias al venerado Padre por obsequiarme la experiencia de uno de sus extraordinarios carismas. Le confié la salud de mi alma y mi cuerpo. Contestó: Siempre seré tu padre "espiritual".
Me despedí de él con una alegría inmensa en el corazón. ¡Mientras viajaba en el tren, de regreso, advertí un intenso perfume de flores que no olvidaré nunca! Era la presencia del Padre que me invadió de inmensa felicidad.
Un joven de Padua se acercó al Padre Pío por una bendición, pero el Padre lo miró y le dijo: "saca de la billetera la tarjeta comunista, fueron los tiempos en que el régimen comunista ronco persiguió la Iglesia, junto a las fotografías de aquellas malas mujeres que conservas celosamente. ¿No te avergüenzas encima con tales fotografías?
Y como tienes intención de hacer limpieza, ahora que vuelves a casa tienes que también arrancar las otras malas fotografías que conservas en el cajón del escritorio."
El Padre Pío conoció a una señora de bien a la que en una confesión regañó. La señora cuenta: "Yo no recuerdo bien cuál fue la razón.
Pero cuando yo me alejé del confesionario y fui a hacer la penitencia, en vez de interrogar diligentemente mi conciencia, yo rogué a mis santos protectores en el paraíso para que me dejaran entender bien aquello que el Padre quisiera de mí.
Yo continué así por muchos días hasta la confesión siguiente cuando el Padre Pío me dijo: ´Has ido lamentándote, tú has llenado el mundo de tus quejidos`; "pero, Padre, yo no me he quejado de nada con nadie" - contesté.
"Y a El? repitió el Padre Pío. ´No, os lo aseguro Padre`.-¿Quién entonces ha puesto trastornado al paraíso?, respondió el Padre.
Don Pasquale cuenta: “Un día dejando la estación de Forma, yo tomé un autobús para irme a San Giovanni Redondo. Mientras el autobús atravesaba los paisajes pulleses, pensé: ´Esta vida espiritual, a veces, parece cómo encaramarse sobre los vidrios!
Cuando llegó al convento entró a la sacristía y le pidió confesarse al Padre Pío.
Llegado su turno, entró más allá del visillo del confesionario e hizo su confesión.
Después de haber recibido la absolución, él estaba a punto de salir todo contento, pero el Padre Pío le dijo sonriendo: "Y entonces, ¿parece esta vida espiritual a veces cómo encaramarse sobre los vidrios"?
Don Pasquale no dijo ni una palabra y entendió que el Padre Pío era un hombre iluminado por Dios.
El Sr. Enzo cuenta: “Algunos me dijeron que para preguntarle algo al Padre Pío se puede hacerlo también durante la misa, con el pensamiento. Y yo un día probé hacer esto. Pero al final de la misa, después de que el Padre Pío hubo acabado el agradecimiento, yo fui a hablar con el Padre Pío y le dije: ´Padre, ruega por mi hermana`.
Y él me respondió: ´No me lo has dicho ya?`”
La señora Lucietta cuenta: "Esto sucedió el 25 de mayo, el día de cumpleaños del Padre Pío. Después de la misa, mientras él se apartaba a la sacristía yo en mis adentros le saludaba.
Después de algún día, al final de la confesión yo le dije: ´Felicidades, padre, considerando que el 25 yo no he podido saludarlo`.
El Padre Pío contestó: `Y no los has hecho ya?´
La señora Alma cuenta: "El Padre Pío estaba confesándonos a las mujeres y estuve en la iglesia a tres o cuatro metros de él.
Durante el día yo no había tenido la posibilidad de hablarle. Le dije entonces con el pensamiento: `Padre, ¿me manda una bendición?. Yo la necesito´.
Apenas acabé de expresar mi deseo, vi que el Padre Pío, apartándose de la rejilla cuya taquilla le escondió la cara, miró hacia mí e hizo una señal de cruz. Luego se escondió y siguió confesando”.
Fue la segunda vez que Teresa vio al Padre. Después de la confesión se metió en el pasillo del convento para besar la mano del Padre Pío. Cuándo el Padre Pío llegó, no se paró cerca de Teresa. Ella no pudo tocar al Padre Pío. Teresa quedó descontenta y en su corazón se quejó de esto.
Entonces el Padre Pío volvió atrás y paternalmente huraño le dijo a Teresa: "Ruego besa de otro modo mi mano y yo te dono una pequeña bofetada sobre la cabeza".
El Sr. Giuseppe de San Giovanni Redondo fijó su fecha de bodas y fue al convento para darle la noticia al Padre Pío. "Padre me casaré el 12 de septiembre. Ese es el día dedicado al santo nombre de María". - "No" - contestó el Padre Pío, "Tú te casarás el día 8, dedicado a la Natividad del Beato Virgo." El joven se sorprendió por lo que el Padre Pío le dijo. Cuando volvió a su casa su madre le dijo: "escucha, tu prima ha establecido de casarse el 12 de septiembre. Puesto que los invitados en la mayoría son los mismos, nosotros tenemos que cambiar la fecha; nos conviene elegir el día 8."
Giuseppe no se opuso, el Padre Pío se lo adelantó
Desde Módena fue a San Giovanni Redondo el padre de una hija espiritual del Padre Pío. Era la primera vez que el padre de la chica iba al convento. Apenas se encontró con el Padre Pío el fraile le dijo: “eres tú el papá de Adriana, ¿verdad?”
El Padre Atanasio Lonardo contó: "nosotros estuvimos en el coro por las oraciones y la meditación de la tarde. El superior del convento dio la señal del término del ruego común. El Padre Pío dijo: ´rogamos por nuestro padre Provincial que está en agonía`. Nosotros supimos que el Padre Bernardo de Apicella, estaba enfermo de bronquio-pulmonía, pero no conocíamos su estado grave. El ruego se dilató. El día después, el 31 de diciembre de 1937, supimos que murió.
Después de un mes, el Padre Pío nos aseguró que el Padre Bernardo entró al Paraíso”.
IEROGNOSIA
El Padre Pío fue capaz de reconocer si un hombre era un sacerdote y si los objetos estaban bendecidos. Los fenómenos de Ierognosia fueron otro importante carisma del Padre Pío.
Un día unas señoras vestidas con chaqueta y corbata al cuello estuvieron en la Sacristía; con los hombres, en espera de la llegada del Padre Pío. Él fue justo a la primera fila. El Padre Pío en cuanto las vio les dijo: "Reverendo, han venido "disfrazadas", “pero no tenéis que avergonzaros de venirme a visitar, la próxima vez pueden venir vestidas de cura."
A un joven que fue vestido con pantalones y yérsey, el Padre Pío le dijo que volviera vestido de San Domenico. Confuso e incómodo, el joven confesó delante de todos ser un Sacerdote Dominicano.
A veces, cuando al Padre Pío le presentaban los objetos, coronas del Rosario, medallas, imágenes sagradas, con la solicitud de bendecirlos, el Padre devolvió al solicitante algún objeto con la aclaración: "Éste ya ha sido bendecido". Y era cierto.
El Padre Pío se daba cuenta si el agua había que bendecirla o si ya estaba bendita. Y si alguien le presentaba una botella con agua de Lourdes, él, sin hacer preguntas, la llevó a sus labios y la besó.
El tranviario romano al que la Virgen apareció en una gruta de las tres fuentes de Roma, la Virgen de la Revelación, un día fue a buscar al Padre Pío. He aquí su testimonio: "Cuando fui a su presencia - no nos encontramos nunca - le di un sobre sin decirle qué contenía. El Padre Pío lo tomó, lo apretó al pecho con amor y no me lo devolvió. El sobre contenía un poco de la tierra de la gruta de las Tres Fuentes."
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