lunes, 26 de octubre de 2009

¿CABEN LOS SANTOS EN LA ERA DE LA GLOBALIZACIÓN?

La fiesta de todos los santos, que comienza a celebrarse hacia el año 800 de nuestra era, nació en ambientes rurales, cuando los agricultores celebraban la fiesta de la recolección de los frutos que marcaba el final de las actividades, ya en las proximidades del invierno que obligaba a cesar toda actividad. La Iglesia celebra de la misma manera a tantas y tantas gentes que de una manera callada, silenciosa, pero no menos alegre, va viviendo el misterio pascual de Cristo que pide renuncia y seguimiento pero que da la paz y la dicha a raudales. Diríamos que la fiesta de hoy es la globalización de la santidad, a la manera que los pueblos son hoy envueltos en una globalización de la economía, de la cultura, de los bienes y sobre todo de los placeres, de la moda, de los espectáculos y de los últimos adelantos en medios de comunicación y de esparcimiento.

Hay alguien que ha descrito esto de una manera que no puedo privar a mis lectores de conocerle: “¡Cuánto amor, cuánto sacrifico, cuánta constancia, cuánta fe! Mi oficio pastoral me depara múltiples ocasiones, dones de Dios para mí, de visitar a familias en estos trances. Me encuentro dos veces con Cristo en la misa casa: crucificado en el enfermo, samaritano en quien lo cuida. No se trata, repito, lo mismo en los padres que en los hijos, de ejemplos sueltos de bondad. Son virtudes heroicas, que hacen más buenos a quienes las practican y a quienes se benefician de ella. Suelen estar, lo certifico, empapados de confianza en el Padre Dios, movido por la fuerza del Espíritu, sostenidos por la cruz del Señor. Son los justos de nuestra sociedad. Busquen, busquen ustedes otros modelos de santos de hoy: familias con desocupados, con alcohólicos, con drogaditos. Voluntarios sacrificados, en todos los frentes de la marginación visitadores de enfermos, catequistas incansables, trabajadores honrados, madres maravillosa, ¿quién podría contarlos? “(Antonio Montero).

Esto nos va acercando a decir que la santidad no se compra, ni se vende, es obra de Cristo que invita a considerar atentamente sus palabras: “Sean perfectos como mi Padre Celestial es perfecto”. Esto tienen que conocerlo los jóvenes a los que les gustan los grandes retos, las competencias reñidas, las olimpiadas donde pueden regresar cargados de medallas, los que gustan de subir a las elevadas montañas y los que prefieren sumergirse en las grandes cavernas interiores de la tierra. Para ellos es la santidad anunciada por Cristo y que la Iglesia quiere hoy hacer llegar a todos, porque el llamado es para todos. Ese fue el grito del Concilio Vaticano II y que todavía no acaba de oírse, quizá porque todavía estamos acostumbrados a otra santidad que llamaríamos oficialista. Es muy común que muchas comunidades religiosas tengan a su fundador o fundadora en alto concepto de santidad, pero cuando se les pregunta porqué no se ha introducido su causa de santificación, normalmente la respuesta es: “No tenemos dinero”, y es que en ese sentido, la santidad cuesta, primero, dinero, luego papeleo sin cuento, después la declaración de un milagro, y finalmente una ceremonia más o menos fastuosa en Roma, para declarar que tal persona ha alcanzado la santidad de los altares. Pocas veces se daba, pero Juan Pablo II simplificó admirablemente los procesos, de manera que más y más cada día escucharemos declaraciones de gente cada vez más cercana a nosotros. Nos acostumbraremos a santos que se parezcan a nosotros, quizá cada vez menos santos con sotana o hábito religioso, y más gentes con overol, con traje o damas con color en sus mejillas, sacadas de las oficinas, de los medios de comunicación, del mundo del espectáculo y las diversiones, hombres y mujeres de la calle, que sin hacer ruido, van sembrando amor, van con los brazos extendidos, que no responden a la agresión con otra agresión y que no van cargando odios y rencores sobre sus espaldas sino perdón, acogida y reconciliación. ¿Cuándo emprendes tú tu propio camino de santidad?

El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx

Apéndice 1
Un día una pequeña que acaba de dar una vuelta por todo el templo me preguntó: “Padre, ¿porqué todos los santos tienen el pescuezo torcido? (hay que decir que los animales tienen pescuezo, nosotros tenemos cuello) La pregunta me tomó de sorpresa, y le pedí a la pequeña que me acompañara a dar otra vuelta por la iglesia. Y era verdad, todos los santos que encontramos al paso, tenían sotana, o hábito religioso, cofia o tocado para las damas y bonete o mitra para los hombres, en una posición que pretendía denotar humildad o sencillez, pero que bien podría sugerir desconsuelo, o tristeza o desaliento. Luego, no se veía ninguna sonrisa en ninguna de las imágenes y finalmente con el paso del tiempo o quizá por designio del artista, los santos tenían un tinte descolorido o amarillento como de enfermedad que invitaban a retirarse lo más que se pudiera. De niño me impresionaba un cuadro de algún santo que fue martirizado, con las “tripas” de fuera, sostenidas con sus propias manos, y otro santo que aparó en una charola su cabeza cuando le fue cortada en su martirio.

Y esto me llevó a considerar que los cristianos acercan a los santos no para imitarlos en sus virtudes, en su heroicidad, porque eso son, héroes de la santidad, sino seres para ser saqueados con tantas peticiones, e incluso poniéndoles etiqueta como podrían encontrarse en un estante de supermercado: abogados, como San Blas, para los males de garganta, San Cristóbal, para los conductores, S. Isidro para los agricultores, S. Antonio para los animales y Santa Teresita para los misioneros. En algún lugar del mundo de cuyo nombre no quiero acordarme, las gentes le llevaban recuerdos al perro de la imagen de San Rafael, y algunos hombres con debilidad sexual decreciente también llevaban recuerdos a los genitales del caballo de Apóstol Santiago.

sábado, 24 de octubre de 2009

"VER DESDE LA FE"


Padre Benito Ramírez Márquez


El Evangelio de hoy nos relata el paso de Jesús por la ciudad de Jericó y la curación de un ciego, Bartimeo, que estaba sentado junto al camino pidiendo limosna. Es entonces cuando a Bartimeo le llega el ruido de la pequeña caravana que acompañaba al Señor. Y al oír que era Jesús comenzó a gritar y decir: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí.

Aquel hombre que vive en la oscuridad, pero que siente ansias de luz, de claridad, de curación, comprendió que aquella era su oportunidad; Jesús estaba muy cerca de su vida ¡Cuántos días había esperado aquel momento! ¡El Maestro está ahora al alcance de su voz! Por eso, aunque muchos le reprendían para que callase, él no les hace el menor caso y gritaba mucho más fuerte. No puede perder aquella ocasión. ¡Qué ejemplo para nuestra vida! Porque Cristo, siempre al alcance de nuestra voz, de nuestra oración, pasa a veces más cerca; para que nos atrevamos a llamarle con más fuerza.

A Jesús hemos (con respeto) de gritarle muchas veces, hemos de gritarle con la oración y con buenas obras, especialmente la caridad, el trabajo bien hecho, la limpieza del alma en una confesión contrita de nuestros pecados.

El ciego, después de vencer el obstáculo de los que le rodeaban, consiguió lo que tanto deseaba. Se detuvo Jesús y dijo: Llámenlo.

El Señor le había oído la primera vez, pero quiso que Bartimeo nos diera un ejemplo de insistencia en la oración. Ahora ya está delante de El. ¿Qué quieres que te conceda? Maestro, que vea ¡Qué cosa más lógica! Y tú, ¿vez? ¿No te ha sucedido, en alguna ocasión lo mismo? No puedo dejar de recordar que, al meditar este pasaje Jesús esperaba algo de mi -¡algo que yo no sabía qué era! Ahora es a tí, a quien habla Cristo. Te dice: ¿Qué quieres de Mí?.... ¡Que vea, Señor, que vea!

¿Tú has conocido lo que el Señor te proponía? ¿Y has decidido acompañarle en el camino?

viernes, 23 de octubre de 2009

UN EX SE REINCORPORA

¿Cuáles son las reacciones de un ex-seminarista?

Volver al mundo, como suelen llamarlo la gente de religión no es sencillo y más después de ocho años de una vida donde todo gira en torno a la oración, la formación, el estudio, la comunidad, dentro de un ambiente de protección, seguridad, una vida que parece que no tiene complicaciones, y con el único fin que ayudar espiritualmente a los demás. La vida parece así parece fantástica. Pero al volver todo son contrastes.Conocí a un sacerdote, un padre muy espiritual, me animó a escribir estas líneas que podríamos llamar un despertar, despertar al grito de Cristo Rey nuestro, despertar con la música de la radio. Ducharse corriendo y llegar puntual a las 6.45 a la capilla. Desperezarse, subir al autobús adormilado, para llegar a trabajar. Dedicar una hora a la meditación personal, y acudir a la santa misa. Llegar con tiempo a la oficina y esperar una mañana repleta de trabajo. Jóvenes que vendrán a pedir un apoyo, asesoría. Tener una mañana ordinaria, soportando a los profesores, rezar en cada unidad, charlar paseando por los jardines con los hermanos de cosas amenas, situaciones. Vestir una sotana negra. Enterarse de los últimos chismes en la oficina, usar una camisa azul a rayas, quedar bien con las chicas. Preocuparse por la vida interior, hacer examen de conciencia, arrepentirse, comer escuchando atentamente al lector, preocuparse por la situación de la Iglesia, pedir fervientemente por una persona en especial, realizar llamadas a los conocidos, disfrutar de una rica merienda. Comer a prisa, capturar los últimos cursos para anexarlos al informe. Salir con los amigos a tomar un trago, llegar fastidiado a casa, contando las últimas noticias, chatear y cenar unos tacos y volver a empezar. Rezar tranquilamente el rosario con un grupo de hermanos, revisar el diario, cenar y acostarse, no sin antes encomendarse a Dios. Ambas facetas son mi misma vida, una antes, otra ahora.Despertar o nacer, romper una burbuja volver como un niño, de ellos es el reino de los cielos, al mundo salvaje. ¿no sabes enviar un mensaje? ¿Qué no sabes que las redes son inalámbricas?¿no tienes Facebook?¿ Nunca has tenido una novia?¿No sabes tratar a las chicas? ¿No has tenido relaciones? ¿nunca has estado en un antro? ¿nunca te has puesto pedo? ¿con quien sales el fin de semana? Suelen ser las primeras preguntas, cambiar el trato de hermano a guey.He conocido la Ciudad de México, he estado en fiestas y he visto más películas de las que vi en ocho años dentro. Me he paseado por el Cervantino, he hecho cosas que hasta ahora no me había atrevido, he vuelto de nuevo a nacer, para bien o para mal, eso lo dirá el tiempo.No pido entender al mundo, ni que me entienda, sino busco entenderme con él, siendo yo mismo. Las circunstancias varían, pero el fin es el mismo, la gloria de Dios.

Oración por los enfermos a San Pío de Pietrelcina

Santo padre Pío, ya que durante tu vida terrena mostraste un gran amor por los enfermos y afligidos, escucha nuestros ruegos e intercede ante el Padre misericordioso por los que sufren.
Asiste desde el cielo a todos los enfermos del mundo;
sostiene a quienes han perdido toda esperanza de curación;
consuela a quienes gritan o lloran por sus tremendos dolores;
protege a quienes no pueden atenderse o medicarse por falta de recursos materiales o ignorancia;
alienta a quienes no pueden reposar porque deben trabajar;
vigila a quienes buscan en la cama una posición menos dolorosa;
acompaña a quienes pasan las noches insomnes;
visita a quienes ven que la enfermedad frustra sus proyectos;
alumbra a quienes pasan una "noche oscura" y desesperan;
toca los miembros y músculos que han perdido movilidad;
ilumina a quienes ven tambalear su fe y se sienten atacados por dudas que los atormentan;
apacigua a quienes se impacientan viendo que no mejoran;
calma a quienes se estremecen por dolores y calambres;
concede paciencia, humildad y constancia a quienes se rehabilitan;
devuelve la paz y la alegría a quienes se llenaron de angustia;
disminuye los padecimientos de los más débiles y ancianos;
vela junto al lecho de los que perdieron el conocimiento;
guía a los moribundos al gozo eterno;
conduce a los que más lo necesitan al encuentro con Dios;
y bendice abundantemente a quienes los asisten en su dolor, los consuelan en su angustia y los protegen con caridad.
Amén.

jueves, 22 de octubre de 2009

CARTA A DIOS


Por José Luis Martín Descalzo, presbítero

GRACIAS. CON ESTA PALABRA PODRÍA CONCLUIR ESTA CARTA, DIOS MÍO, AMOR MÍO. Porque eso es todo lo que tengo que decirte: gracias, gracias. Sí, desde la altura de mis cincuenta y cinco años, vuelvo mi vista atrás, ¿qué encuentro sino la interminable cordillera de tu amor? No hay rincón en mi historia en el que no fulgiera tu misericordia sobre mi. No ha existido una hora en que no haya experimentado tu presencia amorosa y paternal acariciando mi alma.
Ayer mismo recibía la carta de una amiga que acaba de enterarse de mis problemas de salud, y me escribe furiosa: «Una gran carga de rabia invade todo mi ser y me rebelo una vez y otra vez contra ese Dios que permite que personas como tú sufran.» ¡Pobrecita! Su cariño no le deja ver la verdad. Porque -aparte de que yo no soy más importante que nadie- toda mi vida es testimonio de dos cosas: en mis cincuenta años he sufrido no pocas veces de manos de los hombres. De ellos he recibido arañazos y desagradecimientos, soledad e incomprensiones. Pero de ti nada he recibido sino una interminable siembra de gestos de cariño. Mi última enfermedad es uno de ellos.
Me diste primero el ser. Esta maravilla de ser hombre. El gozo de respirar la belleza del mundo. El de encontrarme a gusto en la familia humana. El de saber que, a fin de cuentas, si pongo en una balanza todos esos arañazos y zancadillas recibidos serán siempre muchísimo menores que el gran amor que esos mismos hombres pusieron en el otro platino de la balanza de mi vida. ¿He sido acaso un hombre afortunado y fuera de lo normal? Probablemente. Pero ¿en nombre de qué podría yo ahora fingirme un mártir de la condición humana si sé que, en definitiva, he tenido más ayudas y comprensión que dificultades?
Y, además, tú acompañaste el don de ser con el de la fe. En mi infancia yo palpé tu presencia a todas horas. Para mí, tu imagen fue la de un Dios sencillo. Jamás me aterrorizaron con tu nombre. Y me sembraron en el alma esa fabulosa capacidad: la de saberme amado, la de experimentar tu presencia cotidiana en el correr de las horas.Hay entre los hombres -lo sé- quienes maldicen el día de su nacimiento, quienes te gritan que ellos no pidieron nacer. Tampoco yo lo pedí, porque antes no existía. Pero de haber sabido lo que sería mi vida, con qué gritos te habría implorado la existencia, y ésta, precisamente, que de hecho me diste.absolutamente decisivo el nacer en la familia que tú me elegiste. Hoy daría todo cuanto después he conseguido sólo por tener los padres y hermanos que tuve. Todos fueron testigos vivos de la presencia de tu amor. En ellos aprendí -¡qué fácilmente!- quién eras y cómo eres. Desde entonces amarte -y amar, por tanto, a todos y a todo- me empezó a resultar cuesta abajo. Lo absurdo habría sido no quererte. Lo difícil habría sido vivir en la amargura. La felicidad, la fe, la confianza en la vida fueron, para mí, como el plato de natillas que mamá pondría, infallablemente, a la hora de comer. Algo que vendría con toda seguridad. Y que si no venía, era simplemente porque aquel día estaban más caros los huevos, no porque hubiera escaseado el amor. Entonces aprendí también que el dolor era parte del juego. No una maldición, sino algo que entraba en el sueldo de vivir; algo que, en todo caso, siempre sería insuficiente para quitarnos la alegría.a todo ello, ahora -siento un poco de vergüenza al decirlo- ni el dolor me duele, ni la amargura me amarga. No porque yo sea un valiente, sino sencillamente porque al haber aprendido desde niño a contemplar ante todo las zonas positivas de la vida y al haber asumido con normalidad las negras, resulta que, cuando éstas llegan, ya no son negras, sino sólo un tanto grises. Otro amigo me escribe en estos días que podré soportar la diálisis «chapuzándome en Dios». Y a mi eso me parece un poco excesivo y melodramático. Porque o no es para tanto o es que de pequeño me «chapuzaron» ya en la presencia «normal» de Dios, y en ti me siento siempre como acorazado contra el sufrimiento. O tal vez es que el verdadero dolor aún no ha llegado.
A veces pienso que he tenido «demasiado buena suerte». Los santos te ofrecían cosas grandes. Yo nunca he tenido nada serio que ofrecerte. Me temo que, a la hora de mi muerte, voy a tener la misma impresión que en ese momento tuvo mi madre: la de morirme con las manos vacías, porque nunca me enviaste nada realmente cuesta arriba para poder ofrecértelo. Ni siquiera la soledad. Ni siquiera esos descensos a la nada con que tú regalas a veces a los que verdaderamente fueron tuyos. Lo siento. Pero ¿qué hago yo si a mi no me has abandonado nunca? A veces me avergüenzo pensando que me moriré sin haber estado nunca a tu lado en el huerto de los olivos, sin haber tenido yo mi agonía de Getsemaní.
Pero es que tú -no sé por qué- jamás me sacaste del domingo de Ramos. Incluso alguna vez --en mis sueños heroicos- he pensado que me habría gustado tener yo también una buena crisis de fe para demostrarte a ti y a mi mismo que la tengo. Dicen que la auténtica fe se prueba en el crisol. Y yo no he conocido otro crisol que el de tus manos siempre acariciantes.
Y no es, claro, que yo haya sido mejor que los demás. El pecado ha puesto su guarida en mí y tú y yo sabemos hasta qué profundidades. Pero la verdad es que ni siquiera en las horas de la quemadura he podido experimentar plenamente la llama negra del mal de tanta luz como tú mantenías a mi lado. En la miseria, he seguido siendo tuyo. Y hasta me parece que tu amor era tanto más tierno cuantas más niñerías hacía yo.
presumir ante ti de persecuciones y dificultades.Pero tú sabes que, aún en lo humano, me rodeó siempre más gente estupenda que traidora y que recibí por cada incomprensión diez sonrisas. Que tuve la fortuna de que el mal nunca me hiciera daño y, sobre todo, que no me dejara amargura dentro. Que incluso de aquello saqué siempre ganas de ser mejor y hasta misteriosas amistades.me diste el asombro de mi vocación. Ser cura es imposible, tú lo sabes. Pero también maravilloso, yo lo sé. Hoy no tengo, es cierto, el entusiasmo de enamorado de los primeros días. Pero, por fortuna, no me he acostumbrado aún a decir misa y aún tiemblo cada vez que confieso. Y sé aún lo que es el gozo soberano de poder ayudar a la gente -siempre más de lo que yo personalmente sabría- y el de poder anunciarles tu nombre. Aún lloro -¿sabes?- leyendo la parábola del hijo pródigo. Aún -gracias a ti- no puedo decir sin conmoverme esa parte del Credo que habla de tu pasión y de tu muerte.
Porque, naturalmente, el mayor de tus dones fue tu Hijo, Jesús. Si yo hubiera sido el más desgraciado de los hombres, si las desgracias me hubieran perseguido por todos los rincones de mi vida, sé que me habría bastado recordar a Jesús para superarlas. Que tú hayas sido uno de nosotros me reconcilia con todos nuestros fracasos y vacíos.¿Cómo se puede estar triste sabiendo que este planeta ha sido pisado por tus pies? ¿Para qué quiero más ternuras que la de pensar en el rostro de María?
He sido felíz, claro. ¿Cómo no iba a serlo? Y he sido felíz ya aquí, sin esperar la gloria del cielo. Mira, tú ya sabes que no tengo miedo a la muerte, pero tampoco tengo ninguna prisa porque llegue. ¿Podré estar allí más en tus brazos de lo que estoy ahora? Porque éste es el asombro: el cielo lo tenemos ya desde el momento en que podemos amarte. Tiene razón mi amigo Cabodevilla: nos vamos a morir sin aclarar cuál es el mayor de tus dones, si el de que tú nos ames o el de que nos permitas amarte.
Por eso me da tanta pena la gente que no valora sus vidas. Pero ¡sí estamos haciendo algo que es infinitamente más grande que nuestra naturaleza: amarte, colaborar contigo en la construcción del gran edificio del amor!Me cuesta decir que aquí te damos gloria. ¡Eso sería demasiado! Yo me contento con creer que mi cabeza reposando en tus manos te da la oportunidad de quererme. Y me da un poco de risa eso de que nos vas a dar el cielo como premio. ¿Como premio de qué? Eres un tramposo: nos regalas tu cielo y encima nos das la impresión de haberlo merecido. El amor, tú lo sabes muy bien, es él solo su propia recompensa. Y no es que la felicidad sea la consecuencia o el fruto del amor. El amor ya es, por sí solo, la felicidad. Saberte Padre es el cielo. Claro que no me tienes que dar porque te quiera. Quererte ya es un don. No podrás darme más.
he querido hablar de ti y contigo en esta página final de mis Razones para el amor. Tú eres la última y la única razón de mi amor. No tengo otras. ¿Cómo tendría alguna esperanza sin ti? ¿En qué se apoyaría mi alegría si nos faltases tú? ¿En qué vino insípido se tornarían todos mis amores si no fueran reflejo de tu amor? Eres tú quien da fuerza y vigor a todo. Y yo sé sobradamente que toda mi tarea de hombre es repetir y repetir tu nombre. Y retirarme.
Poco después de esta Carta, el padre José Luis Martín Descalzo pasó a morar en el corazón de su gran Amor.

lunes, 19 de octubre de 2009

UN CIEGO LLORABA UN DÍA, PORQUE UN ESPEJO QUERÍA

Cuando las gentes me hablaban del sol que inundaba todas las cosas y las teñía de color, yo no sentía ninguna emoción, cuando las gentes se reunían en torno a una mesa para comer su sopa caliente, yo me contentaba cada día con un mendrugo de pan en la puerta de mi pocilga. Cuando los niños jugaban a las alcanzadas, yo tenía que contentarme con sus risas y cuando los muchachos de mi edad comenzaban a dormir calientitos con su mujer, como los matrimonios los tramitaban los papás y yo no los tenía, siempre sentí mi lecho frío y en silencio. Yo era ciego. Cuando mi madre me dio a luz, que fue lo último que hizo, nadie se cuidó de limpiarme y la luz nunca llegó a mis ojos, pero sí pude gritar fuertemente. Un día, cuando yo era pequeño, mi padre se marchó a trabajar a las inmediaciones del Mar Muerto y me dejó en la más profunda de las soledades. Sólo doña Séfora, que era vecina, se ocupaba de vez en cuando de mí. Ella me llevó al mercado del pueblo para que las gentes me socorrieran, y sí lo hacían, pero otras se encargaban de robarme de noche, aprovechando el silencio y la oscuridad. De todas maneras no los hubiera conocido.

En esa profunda soledad en la que me encontraba, un día se comenzó a oír de la venida de un profeta que hablaba palabras de vida y de salvación, que acogía con cariño a los pecadores, que tenía palabras de compasión para los más desprotegidos, los pobres, los niños y las viudas, y que además de un trato fino, caritativo y amable, cuando había necesidad, había llegado a curar a los enfermos, había quitado la sordera a algunos, había hecho caminar a los paralíticos, había dejado limpios a los enfermos de la repugnante lepra e incluso había hecho ver a los ciegos. Y creía que había llegado el momento que Dios tenía reservado para mí, recordando aquello que había dicho Jeremías: “Retorna una gran multitud, vienen llorando, pero yo los consolaré y los guiaré, entre ellos vienen el ciego y el cojo, la mujer encinta y la que acaba de dar a luz, los llevaré a torrentes de agua por un camino llano en el que no tropezarán”.

Y ese día llegó. Cristo, así se llamaba el profeta, salía de Jericó, y sentado al borde del camino comencé a oír la algarabía que formaban las muchas gentes que le rodeaban. Y comencé a gritar, y a gritar, tan fuerte como el día de mi nacimiento, pidiéndole compasión, pero mientras más gritaba, más pretendían callarme las gentes que le rodeaban, para que no lo distrajera y pudiera encargarse de las muchas peticiones que ellos mismos le querían hacer. Comprendí que ellos eran más ciegos que yo y que nunca se compadecerían de las necesidades del prójimo. Yo estaba sin ojos, pero no sin voz y por eso seguí gritando, hasta que Jesús mandó llamarme. No necesité nada de aquellos egoístas, y poseído de una fuerza que no era mía, abandonando mi manto que me acompañaba como fiel compañero, de un gran salto me coloqué frente a él. Debió ser un hombre grande, fornido y joven. Sin poder verle, nuestra conversación fue extremadamente breve, directa, pero donde yo sentía su gran amor: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Y mi único grito fue: “Señor, que pueda ver”. Y el efecto vino de inmediato. Cristo sólo dijo: “Vete, tu fe te ha salvado” y al instante sentí un gran calor en mis ojos, y se obró la maravilla, pude contemplarle a él por primera vez. Y como ya nada me ataba a Jericó, y me dispuse a seguir al Maestro en aquella subida precipitada a Jerusalén donde él moriría poco después. Ya no hizo más señales milagrosas. La mía fue la última, como mi madre al darme a luz. Ese día volví a nacer y vino la alegría para mi corazón, la fe para mi contento y la invitación para nunca más dejar de seguir a Cristo por el camino difícil de su cruz, el que los remilgosos de sus apóstoles no querían seguir, pero que hizo que muchas gentes en el mundo también pudieran tener la luz de la fe.

El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx

sábado, 17 de octubre de 2009

viernes, 16 de octubre de 2009

LOS MISIONEROS, ESOS SERES CHIFLADOS…



“Hola, Padre, me llamo Giorgio y soy médico de profesión. He de decirle de entrada que los misioneros siempre fueron para mí gente estrafalaria, extraña, ilusa y con pretensiones de ir a cambiar a gente que no necesitaba para nada de su intervención. Mi madre fue una entusiasta de las misiones, estaba en un grupo de señoras que organizaban eventos para enviar dinero a los países de misión, y varias veces algunos misioneros y misioneras llegaron a hospedarse en casa, con gran complacencia de mi madre. Nunca dejé de ser creyente, pero no hice más que lo que está mandado, la misa los domingos y párale de contar. Pero yo veía tan feliz a mi madre con su actividad que nunca me atreví a impedir que ella siguiera. Pero un día, algunos años después de haberme recibido, tuve que quedarme en casa, porque la gripe hizo presa en mí. No estaba mi mujer ni mis hijos, y mi madre aprovechó la oportunidad para dejar en mi buró algunas revistas, por supuesto misioneras. Por complacerla fui hojeando algunas, ratificando mi convicción sobre los misioneros como gente chiflada y fuera de sí, aunque no me atrevía a llamarlos locos.

Pero de pronto, hubo una frase, por cierto de Juan Pablo II que me inquietó y me dejó pensando: “Pero lo que mas me mueve a proclamar la urgencia de la evangelización misionera es que ésta constituye el primer servicio que la Iglesia pueda prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual, el cuál está conociendo grandes conquistas, pero parece haber perdido el sentido de las realidades últimas y de la misma existencia”.

¿De manera que Don Juan Pablo II pensaba que la Iglesia le está haciendo un bien, un gran servicio a la humanidad con su obra misionera en el mundo? A quién se le ocurre que la Iglesia pueda hacer un cambio en el mundo con gente estrafalaria y medio chiflada, que dejan casa, y patria y madre para ir a habitar entre gentes extrañas y llevarles el mensaje de una Iglesia que tiene tantos problemas internos por resolver? ¿Y porqué pensaba el Papa que el hombre ha logrado grandes conquistas en el mundo de la ciencia, de las comunicaciones, de la economía y de la cultura cuando está perdiendo el rumbo de su propia existencia y de su destino final? ¿No parece esto trágico? Todo esto abrió en mí muchos interrogantes. ¿Qué buscaban las gentes en un hombre que se consumía hasta ser casi una piltrafa humana, con una voz ininteligible? Juan Pablo II sólo hablaba de un hombre muy especial, que traía un mensaje de amor, de fraternidad y de justicia, Cristo Jesús, el que murió en la cruz y que el Padre resucitó y que lo sentó a su derecha. ¡Ese era el secreto del Papa! Y si decía que la evangelización es un gran servicio a la humanidad, entonces quiere decir que eso es un encuentro vivo con Cristo que salva. Un misionero de los que yo me burlaba me abrió los ojos y comprendí que la misión no es cosa de chiflados sino de todo bautizado. Crecí en mi fe, e intempestivamente quise ir también yo a tierra de misión. Aquél buen hombre me respondió con un rotundo ¡No! Tu misión ahora está en el hospital, con los de tu clase, ahí donde los médicos practican abortos, donde ven a los pacientes sólo como un número, donde los operan sólo para poder pagar el coche último modelo, donde convierten a las enfermeras es un verdadero harem, y donde se comercia con órganos humanos. Ahí te necesita Dios. Sin embargo, recuerda: “O vas…o envías…o ayudas a enviar”. Qué buena honda me pasó el misionero, y desde entonces, me sentía muy feliz de contribuir con mi donativo mensual y mi profunda oración, para que el Señor fuera despertando la vocación misionera en mucha gente joven y de empuje, para contribuir a la salvación de nuestro mundo. Pero mi esposa y mis hijos, pasado algún tiempo cuando estuvimos seguros de nuestra fe, y de prepararnos adecuadamente, quisimos dar testimonio de nuestra fe y de nuestra Iglesia, yéndonos a establecer en una de las regiones más pobres de Chiapas, ejerciendo nuestra propia profesión, mi esposa también es médico, entre esas gentes que sin culpa suya están viviendo en la más escandalosa de las pobrezas, que no es sólo la privación de bienes materiales sino el no conocer a Cristo Jesús, la Luz del mundo. ¡Somos muy felices! ¡Felicidades a todos los misioneros y misioneras, enviados por nuestra Iglesia a todos los rincones de nuestro mundo!”

viernes, 9 de octubre de 2009

UN VEINTE Y SIETE DE SEPTIEMBRE NACIÓ SAN PÍO


Veinte y siete de septiembre es una fecha que no debemos olvidar, pues es un día glorioso para toda la humanidad.

En este día nació San Pío de Pietrelcina para alabar siempre a Dios, pues su bondad infinita a querer a tu pueblo siempre le llevó.

Fuiste un hombre noble y un sacerdote ejemplar que con un inmenso amor a todos los humanos nos quisiste abrazar.

Nosotros los mexicanos al cumplir un año más, mañanitas, canciones y amor te venimos a entregar, todos con mucha alegría, amor y felicidad.

Que este glorioso día en el cielo allá goces y con tu alma llena de paz, le pidas a Dios por nosotros y toda la grey católica que bajo tu caritativa sombra quisiera siempre estar.

Felicidades, Padre Pío.

Delfina Menchaca Campis

jueves, 8 de octubre de 2009

BENEDICTO XVI RECUERDA ESTE 23 DE SEPTIEMBRE A SAN PIO


Mi pensamiento se dirige por último a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Que el testimonio de fe y caridad que animó a san Pío de Pietrelcina, cuya memoria celebramos hoy, os anime a vosotros, queridos jóvenes, a proyectar vuestro futuro como un servicio generoso a Dios y al prójimo. Que os ayude a vosotros, queridos enfermos, a experimentar en el sufrimiento el apoyo y el consuelo de Cristo crucificado. Y que os impulse a vosotros, queridos recién casados, a conservar en vuestra familia una atención constante a los pobres. Que el ejemplo de este santo, tan popular, sea por último para los sacerdotes —en este Año sacerdotal— y para todos los cristianos, una invitación a confiar siempre en la bondad de Dios, acudiendo y celebrando con confianza el sacramento de la Reconciliación, del que San Pío, incansable dispensador de la misericordia divina, fue asiduo y fiel ministro"
Vaticano, 23 de septiembre del 2009

EL ÚLTIMO DÍA DEL PADRE PÍO

El 20 de septiembre de 1968 se celebra el 50 aniversario de la aparición de los estigmas. El día 22 celebró la Santa Misa en forma solemne, recibió Grupos de Oración y los bendijo con emoción. Por última vez apareció en la ventana de su celda para bendecir a los fieles. Sonreía, pero su rostro se veía muy cansado. Cada paso que daba era un ataque de asma. A las 0:20 horas del día 23 de septiembre, le pide a Padre Pellegrino que lo confiese y después, a las 2:09 le pusieron los santos oleos. A las 2:27 cayó de sus manos el rosario. A las 2:30 Padre Pío habría muerto. Tenía 81 años.

Aprende a caminar a mi lado


Muy queridos amigos:

¿Qué de contradicciones presenciamos en la vida? ¿Y qué de tristezas tan grandes suelen venir acompañando a las contradicciones?

Hoy, es necesario que hablemos sobre las actitudes de muchos de nuestros jóvenes, Los rasgos del joven en nuestro tiempo, son de una extraña mezcla de idealismos y de mediocridades, una combinación de sueños y de vanidades, una amalgama de valores y de antivalores, un extraño sincretismo de vicios y virtuosidades.

Nuestros jóvenes, por naturaleza, suelen ser rebeldes e inconformes, inspirados por las ilusiones llevan en su corazón la sed de las proezas, un sueño de mejores posibilidades y una clara promesa de transformación.

Los jóvenes, en general suelen se portadores de ideales históricos: sed de libertad; valor y defensa de la persona; búsqueda de autoridad y transparencia; un nuevo concepto en la relación hombre-mujer; un mundo más justo, solidario y mas unido, con apertura, diálogo y paz.

Y sin embargo, este joven encumbrado en la cima de las virtudes, también se enfrenta a situaciones denigrantes que fueron impensables en otros tiempos y se precipita a la cima de las aberraciones. Todos esos rasgos contraculturales y anticulturales que ha traído consigo este tiempo que nos ha tocado vivir.

Estoy convencido de que no todo es malo en nuestro tiempo; pero ni tú ni yo podemos negar que ésta tan proclamada "nueva era" ha traído consigo una angustiosa y dolorosa factura, de la cual nos exige celosamente su puntual cobertura.

Resulta adecuado, la invitación que el Señor le dirige al joven rico, mirar con honestidad a este mundo actual en el que se está moviendo.

El joven se encuentra rodeado de una sociedad de consumo que le impulsa a rechazar todo sacrificio, que le hace pensar que la disciplina es contradictoria y aberrante, que le hace renunciar a la búsqueda y vivencia de los valores religiosos.

Enciende cualquier medio de comunicación, y se topa con una visión hedonista de una sexualidad que, pierde de vista la dignidad de la persona y la dimensión de comunión y de entrega, reduciendo el amor solo a la sexualidad, a un simple bien de consumo. Se ha renunciado a la estabilidad, al compromiso y a lo permanente.

Por consecuencia: "La vocación al sacerdocio queda muy lejana y muy poco atractiva de los intereses concretos y vivos de los jóvenes en la actualidad" “¡Qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios!"

Las problemáticas que hoy enfrentan nuestros jóvenes, son en realidad problemas antiguos y de siempre, sólo que en la actualidad llevan una carga agregada: hoy se han saturado los sentidos de placer. Han expulsado a Dios de sus horizontes. El joven de hoy se ha encerrado en el laberinto de su egoísmo que le ha de traer la propia muerte. Los placeres son su principio y su fin.

Jesús lo dice con claridad en el Evangelio; no es la riqueza lo que nos daña, sino el apego a la riqueza. ¡Qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios!

En el desfile de la vida se desplazan dos tipos de jóvenes; por un lado marchan algunos pocos que visten precariamente, su ropa va hecha jirones, sus zapatos van deshechos; pero en su alma ellos llevan la ilusión, los sueños y las estrellas.

En el lado contrario del camino se dirige un contingente cada vez más poblado, cuyos rostros son más conocidos de lo que te puedas imaginar, y muchos de esos rostros los hemos visto en el espejo…hoy por la mañana: van despilfarrando el presente, la vida se les escapa; llevan su corazón hecho jirones, el alma destrozada, el espíritu perforado, los ideales han sido expulsados y los sueños arrancados.

¿Te has fijado? ¡Qué fácil resulta hablarles a los hombres llamados post modernos! Pero…, Cuán difícil es que te escuchen, te entiendan y lo acepten!

Padre Benito Ramírez Márquez

LA PRESENCIA DEL SACERDOTE ES INSUSTITUIBLE





Discurso que el Papa ha pronunciado al recibir a los obispos de la Región Nordeste de la Conferencia Episcopal de Brasil, presentes en Roma para la visita "ad limina Apostolorum".
Castel Gandolfo, 17 de septiembre de 2009.

Venerados Hermanos en el Episcopado,
Como el apóstol Pablo en la Iglesia primitiva , habéis venido, amados Pastores de las provincias eclesiásticas de Olinda y Recife, Paraíba, Maceió y Natal, a visitar a Pedro (cf. Gal 1, 18). Acojo y saludo con afecto a cada uno de vosotros, empezando por Dom Antônio, arzobispo de Maceió, a quien agradezco los sentimientos que ha manifestado en nombre de todos haciéndose intérprete también de las alegrías, dificultades y esperanzas del pueblo de Dios peregrino en la Región Nordeste 2. En la persona de cada uno de vosotros, abrazo a los presbíteros y a los fieles de vuestras comunidades diocesanas.
En sus fieles y en sus ministros, la Iglesia es sobre la Tierra una comunidad sacerdotal estructurada orgánicamente como Cuerpo de Cristo, para desempeñar eficazmente, unida a su Cabeza, su misión histórica de salvación. Así nos lo enseña san Pablo: "vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte" (1 Cor 12, 27). En efecto, los miembros no tienen todos la misma función: esto es lo que constituye la belleza y la vida del cuerpo (cf. 1 Cor 12, 14-17). Es en la diversidad esencial entre sacerdocio ministerial y sacerdocio común donde se entiende la identidad específica de los fieles ordenados y laicos. Por esa razón es necesario evitar la secularización de los sacerdotes y la clericalización de los laicos. En esa perspectiva, por tanto, los fieles laicos deben comprometerse en expresar en la realidad, incluso a través del compromiso político, la visión antropológica cristiana y la doctrina social de la Iglesia. Diversamente, los sacerdotes deben permanecer apartados de un compromiso personal con la política, a fin de favorecer la unidad y la comunión de todos los fieles, y así podrán ser una referencia para todos. Es importante hacer crecer esta conciencia en los sacerdotes, religiosos y fieles laicos, animando y vigilando para que cada cual se sienta motivado a actuar según su propio estado.
La profundización armónica, correcta y clara de la relación entre sacerdocio común y ministerial constituye actualmente uno de los puntos más delicados del ser y de la vida de la Iglesia. Por un lado el número exiguo de presbíteros podría llevar a las comunidades a resignarse a esta carencia, consolándose con el hecho de que ésta pone de manifiesto mejor el papel de los fieles laicos. Pero la falta de presbíteros no justifica una participación más activa y numerosa de los laicos. En realidad, cuanto más los fieles se vuelven conscientes de sus responsabilidades en la Iglesia, tanto más sobresalen la identidad específica y el papel insustituible del sacerdote como pastor del conjunto de la comunidad, como testigo de la autenticidad de la fe y dispensador, en nombre de Cristo-Cabeza, de los misterios de la salvación.
Sabemos que la "misión de salvación", confiada por el Padre a su Hijo encarnado, "se confió a los Apóstoles y, por ellos, a sus sucesores; estos reciben el Espíritu de Je´sus para actuar en su nombre y en su persona. Así, el ministro ordenado es el lazo sacramental que une la acción litúrgica a aquello que dijeron e hicieron los Apóstoles y, por ellos, a lo que dijo e hizo el mismo Cristo, fuente y fundamento de los sacramentos" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1120). Por eso, la función del presbítero es esencial e insustituible para el anuncio de la Palabra y la celebración de los Sacramentos, sobre todo de la Eucaristía, memorial del Sacrificio supremo de Cristo, que entrega su Cuerpo y su Sangre. Por eso urge pedir al Señor que envíe obreros a su Mies; además de eso, es preciso que los sacerdotes manifiesten la alegría de la fidelidad a la propia identidad con el entusiasmo de la misión.
Amados Hermanos, tengo la certeza de que, en vuestra solicitud pastoral y en vuestra prudencia, procuráis con particular atención asegurar a las comunidades de vuestras diócesis la presencia de un ministro ordenado. En la situación actual en que muchos de vosotros os veis obligados a organizar la vida eclesial con pocos presbíteros, es importante evitar que semejante situación sea considerada normal o típica del futuro. Como recordé al primer grupo de obispos brasileños la semana pasada, debéis concentrar los esfuerzos en despertar nuevas vocaciones sacerdotales y encontrar los pastores indispensables a vuestras diócesis, ayudándoos mutuamente para que todos dispongan de presbíteros mejor formados y más numerosos para sustentar la vida de fe y la misión apostólica d ellos fieles.
Por otro lado, también aquellos que recibirán las Ordenes sagradas están llamados a vivir con coherencia y plenitud la gracia y los compromisos del bautismo, esto es, a ofrecerse a sí mismos y toda su vida en unión con la oblación de Cristo. La celebración cotidiana del Sacrificio del Altar y la oración diaria de la Liturgia de las Horas deben ir siempre acompañadas del testimonio de toda la existencia que se hace don a Dios y a los demás y que se convierte así en guía para los fieles.
A lo largo de los meses que siguen, la Iglesia tiene ante los ojos el ejemplo del Santo Cura de Ars, que invitaba a los fieles a unir sus vidas al Sacrificio de Cristo y se ofrecía a sí mismo exclamando: "¡Qué bien hace a un padre ofrecerse en sacrificio a Dios todas las mañanas!" (Le Curé d'Ars. Sa pensée - son cœur, coord. Bernard Nodet, 1966, pág. 104). Él sigue siendo un modelo actual para vuestros presbíteros, especialmente en la vivencia del celibato como exigencia del don total de sí mismos, expresión de aquella caridad pastoral que el Concilio Vaticano II presenta como centro unificador del ser y del actuar sacerdotal. Casi contemporáneamente vivía en vuestro amado Brasil, en São Paulo, fray Antônio de Sant'Anna Galvão, a quien tuve la alegría de canonizar el 11 de mayo de 2007: también él dejó un "testimonio de adorador fervoroso de la Eucaristía (...), [viviendo] en laus perene, en constante actitud de oración" (Homilía en su canonización, n. 2). De este modo ambos procuraron imitar a Jesucristo, haciéndose cada uno de ellos no sólo sacerdote, sino también víctima y oblación como Jesús.
Amados Hermanos en el Episcopado, ya se manifiestan numerosas señales de esperanza para el futuro de vuestras Iglesias particulares, un futuro que Dios está preparando a través del celo y de la fidelidad con que ejercéis vuestro ministerio episcopal. Quiero aseguraros mi apoyo fraterno al mismo tiempo que pido vuestras oraciones para que me sea concedido confirmar a todos en la fe apostólica (cf. Lc 22, 32). Que la bienaventurada Virgen María interceda por todo el pueblo de Dios en Brasil, para que los pastores y fieles puedan, con valor y alegría, "anunciar abiertamente el misterio del Evangelio" (cf. Ef 6, 19). Con esta oración, concedo mi Bendición Apostólica a vosotros, a los presbíteros y a todos los fieles de vuestras diócesis: "La paz esté con todos vosotros que estáis en Cristo" (1 Pe 5, 14).

¡Benditos sacerdotes!: Test de “estima sacerdotal”


¡Cuántas veces son los propios fieles los que nos recuerdan a nosotros, los sacerdotes, el don tan grande que hemos recibido!
El mes de octubre es una buena ocasión para recordar que estamos ya avanzados en la celebración del Año Jubilar Sacerdotal, convocado por Benedicto XVI en el 150 aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, patrono de los sacerdotes.
Algunos han podido pensar equivocadamente que un Año Jubilar Sacerdotal es una cuestión interna del ámbito clerical. ¡Ni mucho menos! ¡Cuántas veces son los propios fieles los que nos recuerdan a nosotros, los sacerdotes, el don tan grande que hemos recibido! En realidad, cuando alguien se acerca a un sacerdote con verdadero deseo de encontrar a Dios está contribuyendo, sin darse cuenta, a la fidelidad de ese sacerdote y a la promoción de las vocaciones sacerdotales.
¿Valoramos el sacerdocio y queremos a nuestros sacerdotes?... Recuerdo que hace unos años estuvo de moda un tipo de “test” en el que se preguntaba sobre nuestras actitudes ante un determinado tema, ofreciendo finalmente una evaluación, según las respuestas emitidas. Con un poco de humor, vamos también nosotros a diseñar un “test de estima sacerdotal” que nos sirva de autoevaluación:1.- ¿Has rezado últimamente por tu párroco, por tu obispo o por el Papa?
a) Ni siquiera sé cómo se llaman.b) En la Misa ya se suele pedir por ellos, y yo me sumo a esa petición.c) Lo hago todos los días en mi oración personal.
2.- ¿Has abierto tu conciencia a un sacerdote, confiando en que pueda ayudarte en tus problemas?
a) Cada uno tiene que solucionar sus problemas.b) “Cuatro ojos ven más que dos”... Siempre es conveniente escuchar y acoger los consejos de quien pueda ayudarnos.c) La mayor ayuda que he recibido de un sacerdote ha sido cuando sus consejos venían unidos al perdón de Dios en el sacramento de la Confesión.
3.- Cuando entre tus amistades escuchas comentarios anticlericales...
a) He seguido la corriente, para no quedar mal.b) Me he hecho el sordo, como si estuviese a otra cosa.c) He dicho lo que pensaba, dando testimonio de mi fe.
4.- En un sacerdote veo…
a) Una “reliquia” del pasado.b) Un “profesional” de la religión.c) Un ministro de Dios; “otro Cristo” entre nosotros.
5.- ¿Cuántas veces has invitado al párroco a tu casa?
a) Al cura se le llama sólo cuando ha muerto alguien.b) Cuando está la abuela con nosotros, suele traer la Comunión.c) Varias veces… Me encantó cuando nos relató en una sobremesa la historia de su vocación.
6.- Cuando oyes a un sacerdote predicar…
a) Le atiendo dependiendo de sus cualidades oratorias.b) Le escucho si el tema del que habla me resulta interesante.c) Veo en él un instrumento por el que Dios me habla.
7.- Cuando se hace una colecta en favor de los seminarios…
a) “Los curas” están siempre pidiendo.b) ¡Se pide para tantas cosas! ¡Una más!c) Colaboro gustosamente, porque pienso que ninguna vocación debería frustrarse por falta de medios económicos.
8.- Cuando veo un sacerdote anciano en la Iglesia o por la calle…
a) Me viene a la cabeza que la Iglesia está de capa caída.b) Lo importante es que diga la Misa rapidito.c) Doy gracias a Dios por su fidelidad y por todo el bien que haya podido hacer.
9.- Cuando veo un sacerdote joven en el altar…
a) Desconfío de su inexperiencia. ¿Qué me va a decir a mí?b) Le observo a ver cómo lo hace, y le “califico”.c) Doy gloria a Dios por su vocación y le encomiendo intensamente.
10.- ¿Cómo reaccionarías si tu hijo te dijese que quiere ser sacerdote?
a) Le preguntaría a ver si se ha vuelto loco, y le recordaría que tenemos que conservar el apellido.b) Le pediría que se lo pensase bien y que primero haga una carrera universitaria.c) Me llevaría una de las alegrías más grandes de mi vida, y le apoyaría plenamente.
11.- ¿Le has planteado a algún niño, adolescente, o joven, la posibilidad de ser sacerdote el día de mañana?
a) Yo no me meto en líos. Allá cada uno con su vida.b) Soy de la opinión de que hay que valorar todas las vocaciones, aunque sean diferentes a la nuestra.c) Sí que me he fijado en alguien concreto, y rezo por él… Un día de estos se lo “dejaré caer”.
12.- ¿Qué piensas de la expresión del Santo Cura de Ars: “El sacerdote es el amor del Corazón de Jesús”?
a) Me parece un espiritualismo desencarnado.b) Pienso que eso sólo se podría decir de algún cura santo.c) Creo que es exactamente así, aunque “lleven este tesoro en vasijas de barro” (2 Co 4, 7).
Evaluemos qué tal te ha ido:
Parece evidente
Si la letra “a” aparece en la mayoría de tus respuestas…, me sorprende que este test haya llegado a tus manos; pero le doy gracias a Dios de que así haya sido, para poder decirte como sacerdote que soy que Dios te quiere con locura y que espera de ti una respuesta de amor.
Si a la mayoría de las preguntas has respondido con la “b”, me gustaría decirte que no estás disfrutando de los tesoros que Dios te ofrece por medio del sacerdocio.
Pero, si la letra “c” es la tuya… entonces te digo que no dejes de rogar a Dios por la santificación de los sacerdotes y por el aumento de vocaciones sacerdotales, porque estoy segurísimo de que, a ti, Dios te va a escuchar.

miércoles, 7 de octubre de 2009

LAS MOSCAS SON ATRAPADAS POR LA MIEL Y LOS HOMBRES POR LAS RIQUEZAS Y EL DINERO.


Señor Jesús, tengo pena de predicar este día del dinero, cuando los curas llegamos a Misa en coche, mientras los obreros que me encuentro en la calle, van a llevar a sus dos o tres hijos a la escuela en bicicleta. Tenemos que hablar de las riquezas, cuando al empleado le han reducido el tiempo de trabajo a tres días disque para no cerrar la fábrica que les da de comer, cuando los estadistas hacen reuniones a las que llegan en aviones privados, en las que se comprometen a abatir la pobreza en un 30 % en 15 años, mientras los niños de África y de otros países, que no pueden esperar tanto tiempo, morirán de hambre y de sed. Tenemos que hablar del apego a las riquezas, cuando vemos a las señoras que regresan del mercado con la canasta a medio llenar porque el sueldo no da para más, mientras los políticos que recorrieron calles y calles pidiendo un día el voto de los ciudadanos, tendrán sueldos, privilegios y fueros que ni las naciones más ricas se dan el lujo de pagar a sus propios dirigentes.

¿Porqué tuviste que ser tan duro contra los ricos, oh Jesús? ¿Qué no visitaste tú mismo las casas de los ricos? ¿Por qué tuviste que gritar contra ellos: “Qué difícil va a ser que los que confían en sus riquezas puedan entrar en el reino de los cielos”? ¿Qué no había mujeres acomodadas entre tu grupo de seguidores que sostenían con su propio dinero la marcha de tu grupo que llevaba un mensaje de salvación para todos? ¿No podrías haber usado una expresión menos fuerte que aquella de: “más fácil es que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico entre al Reino de los cielos? Y todavía te tengo otra andanada de preguntas, Oh Jesús, ¿Por qué no dejaste las cosas como estaban, dejando que los ricos se sintieran amados de Dios, ufanos porque con su propia riqueza podían ayudar al templo de Jerusalén y podían dar copiosas limosnas a los pobres? ¿Por qué dejaste de pensar que los ricos eran los amados de Dios, los grandes amigos de Dios, y que el que no podía destacar en la vida y pasarse una vida de miseria, era por sus pecados o los de sus progenitores? Ciertamente el Deuteronomio prometía abundantes cosechas y lluvia abundante, pero para los que vivieran según la ley del Señor y no se postraran ante dioses extraños.

Y tengo que reconocer, Señor, que aunque no disfrutemos de riquezas, todos los hombres somos candidatos a dejarnos esclavizar por el dinero como ocurrió con aquel muchacho que quiso encontrarse contigo en el camino, postrado en el suelo, para preguntarte cómo hacer para obtener la salvación. Había un gran fondo de sinceridad en él, pues cuando le señalaste los mandamientos que miran al amor y al servicio del hombre y no le señalaste los mandamientos que miran al amor de Dios, él reconoció que así lo estaba haciendo desde pequeño. Grande fue tu amor hacia él en ese momento, pero grande tu desilusión, cuando por iniciativa propia le descubriste el segundo paso si en verdad quería ser seguidor tuyo, desprenderse de lo suyo, darlo a los pobres y luego aquél famoso: “Ven y sígueme”. Qué lástima que ese muchacho haya tenido que regresarte, sin responderte al amor que le tuviste y regresarse con la miraba baja porque tenía muchos bienes.

Eso nos da pie, entonces, para pensar que para el Reino de los cielos no se necesita sólo el cumplir los mandamientos, pues eso es labor de todo hombre, sino un poco más o un mucho más, arriesgarlo todo, darlo todo, con inteligencia, porque la recompensa será también grande, a imitación tuya que supiste dejarlo todo, todo lo que el mundo te podía ofrecer y ofrendar tu vida, desprendido de todo, desnudo en lo alto de una cruz, pero que fuiste engrandecido por tu entrega, encumbrado sobre los mismos ángeles. Por eso, Señor, tendremos que invocarte y pedirte sabiduría y prudencia, que valdrán más que el oro y la plata que pudiéramos conseguir y que es más valiosa que la joya más preciosa que el hombre pudiera elaborar sobre la tierra, para que nunca nos dejemos envolver por la seducción de las riquezas y más bien éstas puedan estar al servicio de tus hermanos los pobres.

El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx

lunes, 5 de octubre de 2009

AÑO SACERDOTAL



Algunos opinarán que soy una rara avis porque en estos tiempos desérticos de fe conozco un puñado de hombres que, o bien ya son sacerdotes o lo van a ser en un plazo más o menos breve. No en vano, inauguro el verano con la ordenación como diácono de un amigo y lo concluiré con la ordenación como presbítero de otro. Y puede que, como el año pasado, me sorprenda la entrada en el seminario de algún estudiante que acaba de superar la selectividad con buena nota y deja arrinconada una prometedora ingeniería, o de algún universitario que cede los trastos de un más que seguro éxito a cambio de los manuales de Teología y Filosofía.
Parafraseando a Teresa de Calcuta, para quien el nacimiento de cada niño demuestra que Dios aún no se ha cansado de los hombres, la ordenación de cada sacerdote prueba que Su misericordia para con los mortales es infinita. Porque un sacerdote es cura de almas, término precioso y didáctico, un mediador de la gracia, otro Cristo que en el ejercicio de sus funciones sacramentales abre a sus hermanos de par en par las puertas del cielo.
En ocasiones abruman los sucesos repugnantes de presbíteros que abusaron de su condición para cometer las más terribles tropelías. Por otra parte, el cine y la literatura nos han contado tantas veces que los curas son tipos execrables, fanáticos, gulosos, cascarrabias y un punto lujuriosos, que podría parecer que el ejercicio cural necesita unas vacaciones, tal vez definitivas. Por eso mismo, este año sacerdotal recién inaugurado por Benedicto XVI se convierte en la mejor oportunidad para abrir puertas y ventanas y permitir que entren ráfagas de aire puro.
El mal entendimiento del Concilio trajo consigo un buen número de sacerdotes derrotistas, dedicados a mil y una actividades ajenas a su ministerio, empeñados en no mostrar un solo signo de su condición, por más que el orden deje un carácter indeleble por encima, incluso, de la desacralización. Recuerdo a alguno de aquellos pobres curas, avergonzados del empuje vibrante de Juan Pablo II, un Papa que se llevaba a los jóvenes de calle con el testimonio de su fidelidad y de su arranque apostólico, y que sufrió hasta las lágrimas, ¡en tantas ocasiones!, con las infidelidades públicas y privadas de los curas.
Puede que el sacerdocio sea uno de los ejercicios más complejos a los que se puede enfrentar un hombre. No sólo por dejar que sus pobres manos y su pobre boca, su inteligencia y voluntad se conviertan en determinadas ocasiones en las de Jesucristo, que no es moco de pavo, sino por recoger desde la mañana hasta la noche las heridas de los seres humanos. Así lo hizo el santo cura de Ars, patrono de los curas diocesanos y modelo de sacerdotes. La intensidad de su oración y su penitencia, su benignidad y las horas que pasó amarrado al confesonario, lograron que se recristianizara aquella región después de los descalabros de la revolución francesa. Y no fue un superficial cambio de costumbres, sino una sucesión casi interminable de personas que rendían una vida alejada de Dios para regresar a los brazos de la Iglesia. Recomiendo la lectura de su biografía, publicada por Homo Legens, como primer paso para vivir las exigencias de este año singular.
Miguel Aranguren Alba

jueves, 1 de octubre de 2009

LO QUE DIOS HA UNIDO QUE NO LO SEPARE EL HOMBRE


El Evangelio de hoy nos invita a valorar y preparar cuidadosamente a los que se van a casar y defender y preservar la unión de los ya casados.

Es también una oportunidad para renovar el compromiso que todo hombre y mujer casados tienen, con Dios y con su pareja; también es ocasión para recordar y aprender que el amor siempre es regalo y bendición de Dios y sigue siendo sacramento para la Iglesia.

Recordemos también que el matrimonio fue instituido por Cristo para toda la vida, no es invento de los curas ni de la Iglesia, que tienen leyes y también fines.

Siendo así, no cualquiera puede contraer matrimonio…

No podemos cerrar los ojos. Me impresiona ver como un buen número de novios y esposos juegan con lo más sagrado que Dios creo para el hombre y la mujer y degradan y denigran el sacramento del matrimonio.

¿Cuántos hay? Y ustedes lo saben, que se casan sólo por casarse, pero que en su vida, ni antes vivieron como hijos de Dios ni después vivirán como matrimonio cristiano… se casan por tradición, por costumbre, por rutina, por embarazo…

Un verdadero hijo de Dios es todo hombre o toda mujer que llega IMPECABLE, puro, casto, virgen al matrimonio.

Un verdadero hijo de Dios es aquel o aquella que piensa en amar, servir y hacer feliz a la otra persona. Un verdadero hijo de Dios es aquel que hace de su matrimonio un medio para santificarse y quiere, a través de los hijos, que su amor se prolongue.

Es por eso que ante la realidad de nuestros hogares, quiero recomendar a todas las parejas el que sean previsoras para evitar el después tener que curar. Hay que creer siempre en el amor, Trabajar siempre para que dentro del matrimonio todos los actos que se realicen, incluyendo los más pequeños, sean una oportunidad para obtener la salvación, les lleven a Dios y les traigan paz y así poder siempre estar unidos y que nada ni nadie los separe.


Padre Benito Ramírez Márquez

SER EL QUE SOMOS



Me sorprende más comprobar el número de gente que no está contenta de ser quien es, de haber nacido donde nació, de habitar en el siglo que habita. Si saliera a las calles e hiciera una encuesta y preguntara a la gente quién les gustaría ser, noventa y nueve de cada cien me dirían que les gustaría ser como Cristiano Ronaldo, Leonel Mess, Wiliam Levy, Jacky Bracamontes o Dana Paola con un poco de suerte, como Homero, Juan Pablo, Leonardo, Teresa o Francisco de Asís.

Yo lo siento, pero me encuentro muy a gusto siendo el que soy. No me gusta “como” soy, pero si ser el que soy. Y no quisiera ser ni Homero, ni Leonardo, ni Juan Pablo, ni Teresa, ni Francisco. Me gustaría, claro, ser tan buen poeta como Homero, tan inteligente como Leonardo, tan carismático como Juan Pablo, tan sencillo como Teresa y tan Santo como Francisco, pero tener todas estas virtudes siendo Benito Ramírez Márquez y viviendo en el tiempo en que vivo y en las circunstancias a las que me ha ido llevando la vida.

Yo aspiro, a sacar de mi mejor yo, pero no quisiera ser otra persona, ni parecerme a nadie, sino ser el máximo de lo que yo puedo dar de mí mismo.

¿Por qué pienso así? Por varias razones: la primera por simple realismo. Porque me guste o no, siempre seré el que soy, y si un día llego a ser listo o simpático o santo, lo seré en todo caso “a mi estilo”.

En segundo lugar, porque no soy solo lo mejor que tengo, sino lo único que puedo tener y ser. Desde el principio de la historia hasta el fin de los siglos no habrá ningún otro B.R.M. más que yo. Habrá infinito número de personas mejores que yo, pero a mí me hicieron único (como a todos los demás hombres y mujeres) y no según un modelo fabricado en serie.

En tercer lugar, porque la experiencia me ha enseñado que sólo cuando uno ha empezado a aceptarse y a amarse a sí mismo es capaz de aceptar y amar a los demás e, incluso, de aceptar y amar a Dios.. ¡Cuántos que creemos resentidos contra la realidad están sólo resentidos consigo mismos! ¡Cuántos son insoportables porque no se soportan dentro de su piel!

Por eso me desconciertan esos padres que se pasan la vida diciendo a sus hijos “Mira a Fernandito tu primo. ¡ A ver cuándo eres tú como él.!” Pero ningún niño debe ser como su primo Fernando. Ya tiene bastante cada niño con apurarse sobre sí mismo, con realizar su alma por entero. Con métodos como esos, con padres que parecen empeñados en que sus hijos se les parezcan, muchas veces consiguen efectivamente que sus muchachos sean igual que ellos: igual de vanidosos, igual de incomprensivos, igual de fracasados.

Un hombre o una mujer; deben partir, me parece, de una aceptación y de una decisión. De la aceptación de ser quienes son (así de listos, así de guapos o feos, así de valientes o cobardes). Y de la decisión de pasar la vida apurándose encima de sí mismo, multiplicándose.

Pobre del mundo, si un día se consiguiera que todos los hombres respondieran a patrones genéricos establecidos y obligatorios. Leo Buscaglia en su libro titulado: “Vivir, amar y aprender” cuenta una fábula que me parece muy significativa:

Los animales del bosque se dieron cuenta un día de que ninguno de ellos era el animal perfecto: los pájaros volaban muy bien, pero no nadaban ni escarbaban. La liebre esa una estupenda corredora, pero no volaba ni sabía nadar. Y así todos los demás. ¿No habría modo de establecer una academia para mejorar la raza animal? Dicho y hecho. En la primera clases de carrera, el conejo fue una maravilla y todos lo calificaron como sobresaliente. Pero en la clase de vuelo, subieron al conejo de la rama de un árbol y le dijeron: “¡Vuela, conejo!” El animal saltó y se estrelló contra el suelo, con tan mala suerte que se rompió dos de sus patas, y fracasó en el examen final de carrera también. El pájaro fue fantástico volando, pero le pidieron que excavara como el topo. Al hacerlo se lastimó las alas, y el pico y, en adelante, tampoco pudo volar.

Convenzámonos: un pez debe ser pez, un estupendo pez, un magnífico pez, pero no tiene por qué ser un pájaro. Un hombre o una mujer inteligentes, deben sacarle provecho a su inteligencia, y no empeñarse en triunfar en deportes, en mecánica, y en el arte a la vez. Una muchacha no tan bella, difícilmente llegará a ser bonita, pero puede ser simpática, buena, y una mujer maravillosa.

Convenzámonos (vuelvo a repetirlo), uno debe acabar por tomar la propia vida en brazos y besarla. Porque sólo cuando empecemos a amar en serio lo que somos, seremos capaces de convertir lo que somos en una maravilla.


Padre Benito Ramírez Márquez

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