El Evangelio de hoy nos invita a valorar y preparar cuidadosamente a los que se van a casar y defender y preservar la unión de los ya casados.
Es también una oportunidad para renovar el compromiso que todo hombre y mujer casados tienen, con Dios y con su pareja; también es ocasión para recordar y aprender que el amor siempre es regalo y bendición de Dios y sigue siendo sacramento para la Iglesia.
Recordemos también que el matrimonio fue instituido por Cristo para toda la vida, no es invento de los curas ni de la Iglesia, que tienen leyes y también fines.
Siendo así, no cualquiera puede contraer matrimonio…
No podemos cerrar los ojos. Me impresiona ver como un buen número de novios y esposos juegan con lo más sagrado que Dios creo para el hombre y la mujer y degradan y denigran el sacramento del matrimonio.
¿Cuántos hay? Y ustedes lo saben, que se casan sólo por casarse, pero que en su vida, ni antes vivieron como hijos de Dios ni después vivirán como matrimonio cristiano… se casan por tradición, por costumbre, por rutina, por embarazo…
Un verdadero hijo de Dios es todo hombre o toda mujer que llega IMPECABLE, puro, casto, virgen al matrimonio.
Un verdadero hijo de Dios es aquel o aquella que piensa en amar, servir y hacer feliz a la otra persona. Un verdadero hijo de Dios es aquel que hace de su matrimonio un medio para santificarse y quiere, a través de los hijos, que su amor se prolongue.
Es por eso que ante la realidad de nuestros hogares, quiero recomendar a todas las parejas el que sean previsoras para evitar el después tener que curar. Hay que creer siempre en el amor, Trabajar siempre para que dentro del matrimonio todos los actos que se realicen, incluyendo los más pequeños, sean una oportunidad para obtener la salvación, les lleven a Dios y les traigan paz y así poder siempre estar unidos y que nada ni nadie los separe.
Padre Benito Ramírez Márquez
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