lunes, 26 de abril de 2010

¿El mundo podrá ser salvado con un amor light?


Los que participaron en la Última Cena con Cristo, vivieron sobrecogidos los muchos acontecimientos que se sucedieron en esa noche. Siempre recordarían lo que vivieron cerca de Jesús. No daban cabal crédito a todo lo que experimentaban, cuando la acogida del Maestro, el que los había llamado, el que todos aclamaban como el Mesías y Salvador, el que tenía una palabra de acogida y de perdón para todos, el que había caminado sobre las aguas en medio de la noche para venir a su encuentro, el que había dado de comer a miles de gentes con tan sólo unos cuántos pescados y unos cuántos panes, ahora se arrodillaba y lavaba sus pies. No era posible. Luego vino el momento supremo cuando Cristo les distribuyó por primera vez su Cuerpo y su Sangre, que luego sería derramada en la cruz. No entendían cómo Cristo pudiera estar sentado cerca del que lo entregaría esa noche. Vino también aquella oración llena de unción de Cristo a su Padre por su naciente familia a la que le dejaba su Espíritu Santo y finalmente algo que los apóstoles les llevó mucho tiempo comprender, asimilar y poner en práctica. Como Cristo presentía ya su partida quiso dejarles una señal, un mandamiento, algo que los identificara ante los demás: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros, como yo los he amado, y por este amor conocerán todos que son mis discípulos”.

Menudo lío eso del amor de Cristo, de amarse unos a otros, de constituir un mandamiento nuevo, y de amarse no de cualquier manera, sino precisamente de la forma en la que él nos amó. Problema serio para nosotros, que nos hemos acostumbrado a multitud de cosas “Light”, desde leche, cigarros, refrescos, chocolates, pasando por relaciones y noviazgos, y hasta matrimonios “light”, efímeros, hechizos, que se montan y se desmontan a voluntad. ¿A Cristo le pasaría por la mente que en algún momento de la historia nosotros intentáramos convencer al mundo de ser discípulos suyos con un amor “Light” a nuestros semejantes, con un amor que más que tal es una ayuda o un servicio o una filantropía, pero no un verdadero amor?

Para dar con lo que Cristo quiso decir al pedirnos un verdadero amor como distintivo de su seguimiento, tenemos que recurrir al Apocalipsis: “Esta es la morada de Dios con los hombres; vivirá con ellos como su Dios y ellos serán su pueblo. Dios les enjugará todas sus lágrimas y ya no habrá muerte ni duelo, ni penas ni llantos, porque todo lo antiguo terminó…Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas”.

Si ese es el final, si a eso estamos llamados todos los hombres, a vivir en la Jerusalén celestial, pues bien podemos comenzar ya a vivir una situación que puede parecer idílica, o como de cuento de hadas, pero en la presencia de Dios hasta hacerlo inspirador de todas nuestras obras; ya podemos entonces enjugar las lágrimas de los que sufren y no provocar precisamente su sufrimiento, su pobreza, su tormento o su explotación. Ya podemos desde ahora preocuparnos porque no haya más muertes inútiles, sangrientas y dolorosas. Ya podemos ir quitando las penas y las lágrimas de los matrimonios destrozados por la infidelidad o por la ausencia del padre que tiene que emigrar en busca de un trabajo digno. Ya podemos tomar y levantar a jóvenes que no tuvieron oportunidades y que cayeron en el mundo de las drogas, en la explotación, en la prostitución y el sida. Hoy mismo puede ser ese día. Hoy podemos comenzar a amarnos como Cristo nos amó, alejando de una vez para siempre de nuestras vidas un amor “Light” que ni compromete, ni salva ni hace adelantar el momento ansiado por Cristo: “Lo antiguo terminó…Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas”.

El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx

A disposición del Buen Pastor


Hay toda ocasión para enardecer la felicidad, sentirse digno a pesar de todas las veleidades presentes. LA FELICIDAD NOS ASEDIA. Por tener un amigo verdadero, especialista en encaminar almas. Él y solo él se encarga de llamarnos de avisarnos, solo falta que terminemos de responder apropiadamente a su Palabra.
Salir al reencuentro con una gran disposición de abrazarse de hermanarse de sentirse adheridos a su andar, a su misionar, a subir con Él juntos a esa gran felicidad.
Al recibir un cobijó a nuestro retorno, por reconocer El Camino, vislumbrar La Luz y La Única y Absoluta Verdad.
Sentirnos llenos de júbilo y aún de manera callada o de cualquier forma resulta grata y confortable estar en su presencia.
Aunque muchas veces no lo sepamos se cumple su encomienda y es inminente su incesante andar, estamos como desde hace mucho a nuestras anchas y pendientes de nuestros deberes recordando que hay que retornar al Camino.
Sabemos que son tiempos difíciles, pero siempre ha sido y es mucho mejor estar a la disposición del Buen Pastor, reintegremenos a la contemplación de tiempos mejores.
El Buen Pastor nos da la felicidad que nos recuerda, ¿cuántos días de nuestra vida "vivimos" de verdad?
Permitenos Señor ser dignos de tu merecimiento, recobrando el entusiasmo y abandonandonos atrevidamente a compartir tu andar.

sábado, 17 de abril de 2010

¿Cristo dejó de ser Pastor para convertirse en Líder?

Hoy celebramos la fiesta de Cristo Buen Pastor que nos recuerda una de las ocupaciones más antiguas de la humanidad y que tiene también profundas repercusiones bíblicas. Pero al hombre del siglo XXI ya no le gusta pertenecer a un rebaño y le repugna considerarse bajo el cuidado de un pastor. Hoy el hombre gusta más bien de considerar el liderazgo, y si de eso hablamos, hoy tenemos muchos líderes que aglutinan a las masas y consiguen que vayan tras de ellos. Ahí están los políticos con su afán de dinero, de protagonismo y de privilegios frente a una gran población, que los mira asombrada. Ahí están los grandes triunfadores, que han amasado grandes fortunas. Nosotros tenemos al hombre más rico del mundo. Están también los grandes deportistas, y todos los del mundo de la farándula, las llamadas estrellas, con existencias fugaces e incluso ahora también han aparecido los narcos como gente que también se hace imitar. Y en un afán de libertad, todos los supuestos líderes, lejos de ampliar los ámbitos de libertad, suben las trancas y atrancan las puertas del redil, y pretenden que todos los hombres vistan como ellos, actúen como ellos y sean como ellos, marcando por quien debemos votar, qué consumir, la marca del coche o de la moto, hasta dónde debe llegar el pantalón o la falda, cuál debe ser el color y la piedra de la temporada, la corbata, el perfume, el libro que tienes que leer, la película que debes ver e incluso los condones que hay que usar. Los líderes han logrado conectar a todos con su propia línea y hoy te encuentras gente de todas las edades atados a dispositivos cada vez más pequeños y más eficaces, pendiente de las orejas pero desconectados olímpicamente del mundo que les rodea, sin mirar al hermano, al que sufre, al que es tratado injustamente, sin ningún deseo de corresponsabilidad con nadie, sólo mirando a su propia diversión. Pero aún hay otro problema definitivamente no resuelto por los líderes de este mundo, pues la inseguridad y la aglomeración citadina han hecho que todo mundo trate de escaparse de la ciudad, antes era sólo en el verano, pero ahora se aprovecha cada fin de semana para escaparse del conglomerado humano.
Es entonces cuando debemos buscar el liderazgo de Cristo, que no esclaviza, que abre las puertas para que en la libertad, en la responsabilidad y con un alto espíritu de servicio, podamos construir un mundo más humano, más fraternal y definitivamente más cristiano. Los falsos líderes, y religiosos por cierto, fueron los que le quitaron la vida a Cristo, pues veían fuertemente afectados sus privilegios, su manera de vivir y su influencia maligna sobre un pueblo esclavizado bajo el temor de un Dios que no sabían si perdonaba o condenaba a los hombres. Cristo habla de sí mismo como el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas y que llega a decir que “el Padre y yo somos uno”. Por eso lo descalificaron, pidieron que no lo escucharan, porque estaba loco, porque estaba endemoniado, pretendieron apedrearlo y finalmente lo mataron. Cristo es digno de confiar, y aunque la Iglesia fundada por él atraviesa hoy por momentos duros y difíciles, desde su Eucaristía dominical quiere hacerse presente entre los hombres para convertirse una y otra vez, en el pastor y el líder que los hombres necesitan para sentirse hermanos, amados y en camino hacia la casa de la salvación. La aceptación nos toca a cada uno de nosotros y encontraremos la paz, la alegría y la felicidad. “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen”.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx

El cristianismo, ¿de moda en Hollywood?


Un público sin explotar
En los últimos años, la película que más ha contribuido a poner de moda el hecho cristiano es, sin duda, La Pasión de Cristo (2004). Su impacto sobre las audiencias fue enorme, y sus registros en taquilla (612 millones de dólares en todo el mundo) hicieron ver a los ejecutivos de Hollywood que existía una demanda fílmica que hasta entonces no habían sabido atender adecuadamente.


La primera lección que las grandes productoras aprendieron de esa cinta es que existía un público potencial (personas que hasta el filme de Gibson no habían ido casi nunca a los cines) que justificaba un replanteamiento de las estrategias de producción y un nuevo tipo de argumentos cinematográficos.


La segunda lección es que ese público, a juicio de los expertos en marketing del entretenimiento, suscribe y defiende valores propios de la fe cristiana, y estaría dispuesto a respaldarlos con su presencia en las salas —y aun a convertirse en promotor de ese tipo de cine— si lo viera aparecer de nuevo en la cartelera.


Al mismo tiempo, el éxito de La Pasión de Cristo pareció despertar también la conciencia aletargada de no pocos cristianos que trabajaban en Hollywood casi a escondidas. Aprovechando que ese filme había abierto las puertas a nuevos proyectos, y sintiéndose respaldados por esa pública manifestación de fe, en un par de años esos cineastas culminaron dos grandes proyectos de alcance internacional. El primero fue Las crónicas de Narnia: el león, la bruja y el armario (2005), cinta inaugural de una serie que adaptaría al celuloide la conocida saga de C. S. Lewis.


Estaba producida por Walden Media, una compañía de inspiración cristiana que habían fundado Michael Flaherty y Cary Granat en 2001 con el fin de producir “películas que entretengan y eduquen a la vez”; por eso se han orientado a la producción de filmes basados en clásicos infantiles que difunden valores cristianos y familiares. El simbolismo atribuido al león Aslan (Jesucristo, que muere para redimir a los hombres de sus pecados) no ha pasado inadvertido a los críticos ni a los espectadores, con claras referencias a la traición de Judas, a la agonía en Getsemaní y a su posterior resurrección.


El segundo proyecto fue El exorcismo de Emily Rose (2005), dirigido por Scott Derrickson, que se confiesa cristiano evangélico. La película recrea el caso real de una joven católica que sufrió en los años setenta una posesión diabólica en medio de una intensa vida de fe. La chica finalmente murió, y su historia trascendió a los medios de comunicación por lo paradójico del caso. Sin embargo, llegaría a ser aún más famosa cuando un jurado condenó al sacerdote católico que la atendió por supuesta negligencia médica.

Proyectos cristianos
La intransigencia religiosa de aquel asunto se plasma aquí en la crisis de conciencia que sufre la abogada que defiende de oficio al presbítero. El conflicto entre fe y razón, la compatibilidad entre lo sobrenatural y lo razonable, la necesaria apertura de mente para aceptar que Dios pueda existir… estos y otros temas de fondo golpean la conciencia del espectador a lo largo de todo el metraje. No en vano, decía el director de la cinta: “Durante muchos años me ha resultado muy duro conciliar mi vida de fe y mi amor al cine, porque Hollywood parecía olvidado por completo de lo religioso. Con esta película no he pretendido hacer propaganda, pero sí hacer recapacitar sobre la importancia de lo trascendente; plantear abiertamente algunas cuestiones: ¿Existe lo espiritual? ¿Existe el diablo? Y, aún más importante: ¿existe Dios?”.

En los años siguientes, el desarrollo de proyectos cristianos ha seguido creciendo. Tras estos dos primeros, de clara inspiración católica, surgieron otros directamente impulsados por iglesias protestantes. El primero fue Abandonados: mundo en guerra (2005), que centraba su argumento en la simbólica venida del Anticristo, y que fue exhibido en más de 3000 iglesias evangélicas antes de su lanzamiento en DVD. Mayor difusión alcanzó la película Lutero (2005), producción europea que fue financiada por la Iglesia luterana en Estados Unidos, y que contó con la participación estelar de Joseph Fiennes. También tuvo amplia notoriedad el filme Natividad (2006), realizado con sincera piedad por la directora Catherine Hardwick, aunque mostraba una imagen poco atractiva de la Virgen.


Más recientemente, Prueba de fuego (2008), un alegato en defensa del matrimonio frente al drama del divorcio, fue realizado con tan solo 500.000 dólares gracias a la colaboración desinteresada de numerosos voluntarios y al apoyo institucional de la Iglesia Baptista. Logró un éxito sorprendente: llegó a recaudar más de 33 millones en Estados Unidos, y fue la cuarta más taquillera durante el mes de lanzamiento (octubre de 2008).

Dos proyectos católicos En la parte católica, dos proyectos se han sumado últimamente a los ya reseñados. En 2006 se estrenó en México y en Estados Unidos la película Guadalupe, dirigida por el franco-ecuatoriano Santiago Parra, que dos años más tarde llegó a las pantallas españolas (De ella hablé en un post de hace tres meses). Cuenta la historia de dos jóvenes científicos, marcados por una infancia traumática, que deciden investigar los misterios de la tilma de Guadalupe. Lo que comienza como un simple estudio científico se irá transformando en un descubrimiento personal que cambia por completo sus vidas. Rodada a los 500 años de la misteriosa aparición de la imagen, la cinta muestra que su carácter sobrenatural sigue vivo y fascinante hoy, y nos lo hace ver a través de los ojos de un agnóstico que sufre un profundo drama familiar.

El otro gran filme católico ha sido Bella (2008), primer fruto de la joven productora creada por Eduardo Verástegui a finales de 2004. Este conocido actor y cantante mexicano, que había logrado abrirse camino en Hollywood, experimentó una profunda convulsión interior tras leer la biografía de San Francisco de Asís. Decidido a manifestar su fe católica en sus películas, fundó con Alejandro Monteverde una productora “para la realización de filmes de grandes valores espirituales y morales”, y la denominó Metanoia (conversión, en griego). Y, en efecto, su película Bella es un canto a la vida, a la dignidad de la persona humana, y un precioso antídoto frente al aborto: de hecho, más de cincuenta mujeres —según afirma el propio Verástegui— han decidido seguir con su embarazo después de ver la cinta, “y ése es mi más preciada recompensa”, afirma él.


¿Se ha puesto de moda el cristianismo en Hollywood? Tal vez. En todo caso, a los espectadores nos toca reclamar que se hagan las películas que nosotros queremos ver: porque nosotros las pagamos.

El verdadero enamoramiento



Amor y enamoramiento
"Contemplaba su juventud y su belleza como algo que jamás fuera a agotarse. No comprendía aún que ningún amor debería apoyarse demasiado en la belleza. ¿Por qué nos negamos a admitir que la belleza y la juventud son fortunas prestadas? ¿Por qué imaginamos siempre que lo que nos encandila hoy nunca podrá convertirse en el peor de los desamores cuando llega el mañana?

"Nuestra boda no fue por amor. Fue una boda por simple enamoramiento. Esos enamoramientos que son sensaciones que provocan intercambios de certezas, besos, abrazos y un sinfín de intuiciones proclives así al egoísmo de creernos dueños del mundo, con derecho a imaginar maravillas perpetuas y un continuo esperar lo que, cuando llega, nos deja fríos. En aquella época, yo no sabía hasta qué punto ese enamoramiento puede ser simple egolatría, ganas de ver en el otro lo que nosotros queremos ver y que, al imaginar lo que vemos, todo se nos vuelve atracción, necesidad de fundir nuestros deseos a los de la persona de la cual nos enamoramos. Y es que, en el fondo, lo que hacemos es enamorarnos de nosotros mismos.

"Veíamos aquello como una eternidad de novela bucólica, con cielos nítidos, siempre soleados, no exenta de pesadillas, de lobos acechando una manada de corderitos buenos, de turbiedades inesperadas, de cambios de humor."

Así rememoraba el protagonista de una novela de Mercedes Salisachs la historia del comienzo de su matrimonio. La historia de una decepción, de muchas frustraciones y egoísmos hasta llegar a comprender que la mayor parte de lo que nos atrae con la vista es sólo pura fachada, hasta comprobar que el atajo del deseo deja casi siempre un poso de insatisfacción, un triste sabor a desengaño. Eros, esa especie de minidiós griego, mensajero del amor, heredó de sus padres una naturaleza contradictoria que le hizo rico en deseos y pobre en resultados. A ese diosecillo travieso y juguetón le gusta llamar a nuestro corazón por medio de la belleza corporal, y esa llamada nos parece a veces irresistible. Luego vienen concesiones que no dan lo que prometen, que nos atraen pero luego echan a volar.

Deseo y amor Desear a otra persona no es lo mismo que amarla, y el deseo, muchas veces, lo que en realidad pretende es utilizar, poseer, manipular. La fuerza del deseo, sobrecargada en nuestros días por el impulso de los omnipresentes mensajes eróticos, hace que la imaginación, la sensibilidad, la memoria del hombre actual estén condicionadas por un potenciamiento excesivo y enfermizo del deseo. Para descubrir la riqueza propia de la otra persona, para llegar a conocerla y a enamorarse de verdad de ella, y no simplemente desearla, es preciso un esfuerzo nada despreciable. Cuando el enamoramiento recae demasiado en lo corporal, aquello ofrece poca consistencia respecto al futuro, porque lo corporal es la parte más efímera de lo humano, la parte más volátil, la que más sufre el declive del paso de los años.

El verdadero enamoramiento lleva siempre a una dilatación de la personalidad, es un alegrarse más con la felicidad del otro que con la propia. Es meter al otro como protagonista fundamental de nuestro proyecto de vida. Queda entonces comprometida nuestra libertad, y eso siempre cuesta, porque significa renunciar a muchas cosas, porque el amor actúa como una fragua donde se templan nuestros egoísmos y nuestros deseos. Porque hay deseos nuestros que no son compatibles con ese amor, deseos que quizá hasta entonces eran buenos y legítimos pero que ahora ya no lo son. En cualquier amor, una vez pasado el acné del primer enamoramiento, la clave del éxito está en ese doloroso proceso de purificación de los deseos. Se trata de una dura prueba, que sirve para foguear y madurar esa relación, que saca a la luz la calidad del material de que estamos hechos y que, sobre todo, saca a la luz la realidad de nuestro empeño por mejorar. Si no se supera esa prueba, en el fondo nos habremos enamorado de nosotros mismos.

La sabia primavera


El continuo recomienzo y la nueva ilusión
Después del largo y duro invierno que acaba de dejarnos, deberíamos celebrar la llegada de la primavera y felicitarnos, unos a otros, como acostumbran en algunos países. De hecho, el 21 de marzo no ha sido un paso más, una fecha aleatoria, un capricho de quienes decidieron los hitos del calendario sino la confirmación de que la vida recupera el ciclo de la esperanza: los brotes se renuevan y otra vez reverdecen los paisajes aletargados por el frío, eclosionan los insectos y pueblan el aire de diminutos vuelos, dispuestos a libar la alegría multicolor de jardines y campos.

Las prisas son una de las desventajas del tiempo que nos ha tocado vivir. Los medios de comunicación nos golpean con sus portadas impactantes que, sin embargo, olvidamos al cabo de pocos días por mediación de otras noticias que nos sobrecogen a pesar de que no tienen destino de permanencia. A esta lluvia incesante de sucesos se suma la urgencia de la gran ciudad, el triunfo de la velocidad en nuestros viajes, el trabajo hecho para ayer, la fugacidad de nuestras relaciones de amistad, el desajuste entre nuestras larguísimas jornadas laborales con las necesidades de la familia.


No nos debe extrañar, por tanto, que en muchas ocasiones ni siquiera nos percatemos de la mudanza de la atmósfera, del paso de los meses y hasta de las estaciones, como si fuese imposible que el año avanzara ajeno a nuestros quehaceres. Tenemos tantas cosas en las que poner la cabeza, que raras veces miramos al cielo para interpretar su alianza con el presente, es decir, su continua alteración, imprescindible para que la existencia de los seres vivos siga siendo un milagro sobre la vieja superficie de este planeta.

La primavera también nos aporta una metáfora muy provechosa: los hombres formamos parte del ecosistema y, por tanto, podemos y debemos dejarnos renovar, buscar elementos animosos que nos ayuden a abandonar los inviernos en los que, en ocasiones, nos vemos atrapados, para volver a empezar cargados de ilusiones.

Antes era diferente
Desde luego, la naturaleza es un comenzar y recomenzar, un repetir etapas que garantizan la supervivencia de todas las especies. Con los calores incipientes de marzo, abril y mayo, animales y plantas se multiplican, rejuveneciendo el proceso de su evolución; vuelven a ser promesa –semilla, larva, embrión– que garantiza el débil equilibrio del medioambiente, necesitado tanto del caminar suave del gusano como del vuelo mayestático de las águilas.

La condición humana también es frágil y necesita un motivo para recuperar la inocencia de sus primeros estadios, relajar el ritmo, olvidar el apremio de lo que –en síntesis- no es tan importante para volcar, ahora sí, sus mejores capacidades en lo que de verdad merece la pena: la amistad, el amor y la participación en esa misma naturaleza que, durante estas semanas, olvida el azote de los vientos polares, el dedo mortal de la nieve, la venganza de los torrentes de agua y lodo, y las heladas paralizantes.

Cuando la vida de nuestros antepasados giraba alrededor de las cosechas y los ganados, las estaciones marcaban pautas también para los hombres. Si el invierno obligaba a una vida pausada y recogida, en la que se disfrutaban de los frutos acumulados en los silos y de todo lo que regala el cerdo, la primavera era un tiempo de reactivación en el que las labores volvían al exterior para aprovechar las ventajas que ofrecía el suelo empapado, los pastos nuevos. Es una utopía creer que Occidente volverá a la cultura rural.


Sin embargo, cuánto de juicioso podemos hallar para nuestras coordenadas urbanas en el reloj de aquellas témporas.

viernes, 16 de abril de 2010

Silenciosos y pensativos-Tercer domingo de Pascua



Juan describe minuciosamente el tercer encuentro de Jesús con los suyos junto al mar de Genezaret.
Entre esas colinas, junto a ese lago comenzó Jesús la amistad con los doce, aquí vivió las horas más alegres de su vida. Los doce aunque ya eran sólo once, se habían reagrupado en torno a Pedro…Tomás no se separa de Pedro (no le vuelve a pasar lo de la otra vez). De la traición parecen haberse olvidado. Han consumido largas horas en conversar y recordar. Han meditado, han rezado. La despensa probablemente se ha vaciado y Pedro (anfitrión dice, me voy a pescar) no conoce otro oficio -Vamos también contigo, le dicen.
El mar despertaba en ellos muchos recuerdos. Sobre esa misma barca habían vivido junto al maestro las horas más felices y llenas de sus vidas. Aunque pronto la realidad les alejó de los recuerdos. ¿Es que se habían escondido todos los peces? Habían conocido noches como ésta y sabían que era parte de su oficio el fracasar de vez en cuando. Pero recordaban pocas tan estériles. Sus brazos estaban ya fatigados y la noche se les hacia interminable. No se resignaban a volver vacios.
Casi al amanecer divisaron a la orilla una figura humana, quien haciendo gestos les indicaba se acercaran. Lo hicieron intrigados y el extraño les hizo una pregunta que les encolerizo…Echen las redes a la derecha, dijo el consejo les pareció más absurdo aún que la pregunta. Habían echado las redes a la derecha, a la izquierda, arriba, abajo, al sur y al norte. ¿Y ahora un desconocido venía a darles consejos, a ellos, pescadores de toda la vida?
Quizá en su interior algo les hacia recordar que alguien les había dado un consejo parecido. Se dejaron envolver por el misterio y obedecieron.
Tiempo después sus ojos se volvieron a la orilla y vieron cómo el desconocido se había alejado y ahora encendía una hoguera. Fue entonces cuando lo reconocieron…Nunca sabremos, aunque podemos imaginarlo, cómo fue el encuentro de los dos amigos… Y sabiendo que era el señor, como antes compartieron la amistad y vieron aquel tan especial modo suyo de compartir el pan.
Cuando todos hubieron reparado sus fuerzas (estaban cansados) el maestro comenzó a hablar en su estilo, cordial y expresivo al mismo tiempo.
La narración de Juan es viva y sencilla. No dice si las tres preguntas se hicieron a Pedro seguidas. Pudo haber largos intervalos, como los hubo entre las tres negaciones del jueves.
Lo que es evidente es que en esta triple repetición de pregunta, respuesta y misión, a la orilla del mar de Galilea nació el papado. Pedro recibe una hermosa pero dura y peligrosa tarea. Así lo entiende él, así lo comprenden los demás apóstoles. Así lo confirman las palabras posteriores de Cristo.
No fue la inteligencia, ni la santidad personal, ni un posible poder o riqueza, fue la simple voluntad amorosa de Cristo quien a un pescador le confió una tarea gigantesca (a él y a sus sucesores). Y desde entonces en él y en sus sucesores ha habido santidad y pecado, humildad y orgullo, pobreza o enriquecimiento.
Cuando Jesús desaparece en esta hermosa mañana de primavera, los apóstoles no saben si estar alegres o angustiados. Todo se ha mezclado en el breve plazo de unas horas: el encuentro con Jesús, el gozo de compartir con Él la conversación y la comida y el descubrimiento del perdón de todas sus traiciones simbolizadas en la de Pedro, la seguridad de saber que siempre centrarán con un pastor que les defienda… y la certeza de saber que la comunidad que está formando será trabajo duro, difícil.
Seguramente regresaron silenciosos y pensativos a sus casas.

lunes, 12 de abril de 2010

Cristo resucitado es el mejor anfitrión en la playa.



Domingo 3º. Pascua 010

Después de los tormentosos días de Jerusalén, donde les mataron al maestro y amigo, los apóstoles volvieron a la Galilea ideal, donde Cristo los había conocido, donde los había llamado y donde habían sido testigos de la bondad, el cariño y la misericordia de Cristo Jesús con todas las gentes. Galilea era tierra amada de Jesús donde las gentes se le entregaron y lo hicieron objeto de su fe y de su cariño. Es entonces ahí, en la orilla del lago de Galilea, lejos de las formalidades del templo y del cenáculo, donde los apóstoles llegarían a encontrarse nuevamente con el Señor Jesús resucitado.

Recordando sus viejos tiempos, Pedro decidió que iría a pescar y se embarco con los amigos que no quisieron dejarlo solo. Pero fue en vano, no pudieron pescar nada. Y cuando regresaban, vieron en la orilla a un personaje que les era familiar. Fue Juan el que lo reconoció: “Es el Señor”. Y Pedro, luego del reconocimiento, se lanzó decididamente al agua, muy distinto a la otra ocasión en que le pidió a Cristo que lo dejara caminar sobre las aguas y luego se asustó hasta tener que extender sus brazos pidiendo el auxilio del Señor. Cuando desembarcaron, vieron una lumbrera en la que Jesús había preparado con sus propias manos un pan y un pescado para que almorzaran sus “muchachos”. El les pidió que trajeran además algunos de los pescados que habían sacado del lugar que él les había indicado donde encontrarían una pesca abundante. ¡Qué rico debe haber sabido aquél alimento preparado por Cristo Jesús! El mismo fue repartiendo entre los suyos ahí sentados en la playa el alimento calientito que nos recuerda la Eucaristía, el pan sabroso, fruto del amor de Cristo que le llevó a entregar su vida por la salvación de todos los hombres. En esta aparición todo es importante. Cristo no se apareció sólo porque sí, sino que en ese momento, ahí mismo en la playa, haría que quedaran como cosa del pasado las oscuridades del pasado para convertirse en la Luz para todos los seguidores, pero dentro precisamente de la familia que él estaba fundando con aquellas acciones.

Retirándose un poquito, pero no tan lejos como para que el resto de los apóstoles no se enterara, Cristo tomó a Pedro de los hombros, y fue interrogándole muy de cerca sobre su amistad y su amor. Fueron tres veces las que Cristo lo interrogó y Pedro cayó en la cuenta de las tres ocasiones que lo había negado. Recordaría que en esa ocasión él se acercó de noche a intentar calentarse en una fogata prendida por extraños, y ahora estaba cerca de la fogata encendida por Cristo a unos cuántos pasos de él. Con aquél interrogatorio: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro hubo de sellar su amistad, su cariño y su amor a Cristo que lo distinguía de tal manera que lo nombraba como cabeza de su familia: “Señor, tú lo sabes todo, tu bien sabes que te quiero”. Apacienta mis corderos, Pastorea a mis ovejas” fue la respuesta de Jesús que desde entonces lo invitaba a dejar la pesca nocturna que ningún resultado le había dado para convertirse en su comunidad, en su familia, en pescador de hombres, marcando rutas de salvación para todos los suyos. Cristo no dejó de anunciarle que el camino sería duro: “Cuando sean viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras”.

Esto nos hace pensar en los días amargos que estará pasando el Papa Benedicto XVI al frente de la familia fundada por Jesucristo, pues si bien la prensa y los medios de comunicación se mostraron pródigos hasta el exceso sobre Juan Pablo II, ahora muestran remisos, raquíticos e incluso adversos en contra del sucesor de Pedro. Como miembros de esta comunidad extendida por todo el universo, no podemos dejar sólo al Pastor de nuestra Iglesia, pues a la verdad, todos vamos en la misma barca y todos los que hemos sido salvados, debemos tener buen cuidado de seguir los pasos de Jesús que quiso darnos la salvación precisamente en el seno de la Iglesia fundada por él.

viernes, 9 de abril de 2010

Cristo pide paz



Jesús, tus primeras palabras a los apóstoles, después de resucitado, son palabras de paz: La paz sea con ustedes: has venido a traer la paz. Tu paz no es la paz del equilibrio, la paz del bienestar material. La paz les dejo, mi paz les doy; no se las doy como la da el mundo. Tu paz es la paz del corazón, la paz interior que procede de la lucha interior; la paz que has conseguido con tu muerte, y que sólo puedo conseguir con la muerte de mis pasiones, con mortificación.
A quienes les perdonen los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengan, les quedarán sin perdonar. Jesús, con estas palabras instituyes el sacramente de la penitencia. ¿Cómo voy a inventarme yo mi propio modo de pedirte perdón, si Tú lo has dejado clarísimamente establecido? Sería absurdo pretender confesarme "directamente" contigo cuando Tú quieres que lo haga a través de tus ministros.
Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre. Sin embargo, confió el ejercicio del poder de absolución al ministerio apostólico.
Jesús hablas del perdón de los pecados después de desear la paz a los apóstoles. ¡Qué medio más impresionante es la Confesión para recuperar la paz! Gracias, Jesús, por haberme dado este sacramento para volver a empezar una y mil veces, y para saber con certeza que Tú me has perdonado y vuelves a tratarme como hijo de Dios.
¡Con qué humildad y con qué sencillez cuentan los evangelistas hechos que ponen de manifiesto la fe floja y vacilante de los Apóstoles!
Para que tú y yo no perdamos la esperanza de llegar a tener la fe inconmovible y recia que luego tuvieron aquellos primeros. Jesús, quieres que tengamos la fe inconmovible y recia de los apóstoles, pero sin necesidad de poner el dedo en sus llagas, sin verle físicamente ¿Por qué no te apareces como lo hiciste con los primeros? Y me respondes: Bienaventurados los que sin haber visto han creído. Una vez visto, se reduce el margen para la fe y disminuye, por tanto, el mérito.
Los apóstoles necesitaron esta ayuda porque eran los primeros y tenían que dar testimonio con el martirio. Jesús, quiero creer, sin exigirte continuas pruebas: me bastan los milagros que aparecen en la Sagrada Escritura y tu gracia, que me concedes siempre si te la pido.

lunes, 5 de abril de 2010

100 años de testimonio de gracias

Al Apóstol Tomás le estarán rechinando las orejas.





A las horas que los curas predicamos, este domingo le estarán rechinando las orejas al Apóstol Santo Tomás por todas las linduras que se dirán de él.

Tomás era uno de los doce. No era malo, no era descreído, pero se parecía mucho a los jóvenes y a los hombres de hoy, que parece que somos seguidores de la vida, pero más bien nos inclinamos por la muerte. Los jóvenes de hoy se embarcan a viajar en sus motos o en sus autos a todo lo que permiten sus máquinas y luego quieren que Dios haga el milagro de que no se estrellen en la primera curva. Se embarcan en el alcohol o en las drogas y se imaginan que podrán detenerse a voluntad en cuanto lo decidan, pero ya no pudieron dar marcha atrás. Se meten en una relación sexual sin amor, y pretenden que de ahí no surja nada, y cuando surge, acallan la relación con una muerte más, echándole la culpa a Dios porque no puso otro remedio más facilito para la pareja. Los adultos se enredan en relaciones extramatrimoniales, pretendiendo que Dios librará a como de lugar la compostura matrimonial. Las naciones también se embarcan en préstamos exorbitantes que asfixian en todos los órdenes a otras naciones y se vuelven sordas cuando se les pide un poco de clemencia o de espera. Y aunque ya supimos que la muerte fue “matada” por Cristo, los hombres se siguen postrando ante imágenes de la “santa muerte”, con rituales plenamente establecidos, aunados al culto al mismo demonio que merecería capitulo aparte. Todos exigimos pruebas a Dios de su existencia y de su poder aunque ya muchos estarán seguros de que Dios no actuará, porque así será más fácil seguir los propios planes, los que aportarán placer inmediato y no soluciones para la otra vida.

Tomás andaba por esa línea. Creía en Jesús, era seguidor suyo, pero era de la línea de la muerte y no estaba preparado para la vida. Cuando después de la resurrección de Lázaro por manos de Jesús, éste anuncio que subirían a Jerusalén, a pesar del inminente peligro que eso implicaba, Tomás acertó a decir: “Vayamos a morir con él”. Era despistado además, pues cuando Cristo les anunció que se irá para prepararles un lugar, Tomás afirmó no saber el camino a seguir, y Cristo tuvo pudo regalarnos con una de sus mas grandes aseveraciones: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

Y gracias a la cierta incredulidad de Tomás, él mismo, sin proponérselo, nos dejó una de las afirmaciones más pequeñas pero más profundas de aceptación, de adoración y de seguimiento de Cristo Jesús ya resucitado. Pero vayamos un poco más despacio. El mismo día de la resurrección, Jesús se presentó radiante, luminoso, dueño de sí, delante de los apóstoles que le miraban desconcertados aunque a la vez alegres por su presencia. Un segundo saludo y la sonrisa de sus labios, los convenció de que el resucitado era el mismo que había sido su maestro y su guía. Les dio la fuerza de su Espíritu Santo para que entendieran sus palabras y los envió por mundo a llevar su mensaje salvador a todas las gentes. Tomás no estaba con ellos en ese momento. Me quiebro la cabeza pensando dónde andaría Tomás, y no tengo la respuesta. Le anunciaron, con grandes muestras de alegría, la presencia del Señor Jesús entre ellos, pero mirándoles displicentemente, les anunció: si no veo, si no toco y si no puedo meter mi mano en su costado, “no les creeré”. No lo hubiera dicho, pues el siguiente domingo, segunda aparición de Cristo, casi casi ignorando la presencia de los otros apóstoles, Cristo se dirigió inmediatamente a Tomás y lo invitó a tocarle, a meter su dedo y su mano en su propio cuerpo. Fue demasiado para Tomás. Cayo al suelo como fulminado por un rayo, avergonzado, pero ahí en el suelo, surgió la primera muestra de adoración a Cristo: “Señor mío y Dios mío”. Cristo lo levantó, lo estrechó sobre su pecho y teníendolo cerca, mirando al resto de los discípulos pero agrandando su mirada a todos los que habíamos de creer, exclamó: “Dichoso tú, Tomás, porque has visto y has creído, pero dichosos serán también los que creerán sin haber visto.

Cuando surjan dudas en tu interior, no dudes en ponerte frente a Cristo, e inclinando tu frente vuelve a decir reverentemente como Tomás: Señor mío y Dios mío”.

El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx