viernes, 16 de abril de 2010

Silenciosos y pensativos-Tercer domingo de Pascua



Juan describe minuciosamente el tercer encuentro de Jesús con los suyos junto al mar de Genezaret.
Entre esas colinas, junto a ese lago comenzó Jesús la amistad con los doce, aquí vivió las horas más alegres de su vida. Los doce aunque ya eran sólo once, se habían reagrupado en torno a Pedro…Tomás no se separa de Pedro (no le vuelve a pasar lo de la otra vez). De la traición parecen haberse olvidado. Han consumido largas horas en conversar y recordar. Han meditado, han rezado. La despensa probablemente se ha vaciado y Pedro (anfitrión dice, me voy a pescar) no conoce otro oficio -Vamos también contigo, le dicen.
El mar despertaba en ellos muchos recuerdos. Sobre esa misma barca habían vivido junto al maestro las horas más felices y llenas de sus vidas. Aunque pronto la realidad les alejó de los recuerdos. ¿Es que se habían escondido todos los peces? Habían conocido noches como ésta y sabían que era parte de su oficio el fracasar de vez en cuando. Pero recordaban pocas tan estériles. Sus brazos estaban ya fatigados y la noche se les hacia interminable. No se resignaban a volver vacios.
Casi al amanecer divisaron a la orilla una figura humana, quien haciendo gestos les indicaba se acercaran. Lo hicieron intrigados y el extraño les hizo una pregunta que les encolerizo…Echen las redes a la derecha, dijo el consejo les pareció más absurdo aún que la pregunta. Habían echado las redes a la derecha, a la izquierda, arriba, abajo, al sur y al norte. ¿Y ahora un desconocido venía a darles consejos, a ellos, pescadores de toda la vida?
Quizá en su interior algo les hacia recordar que alguien les había dado un consejo parecido. Se dejaron envolver por el misterio y obedecieron.
Tiempo después sus ojos se volvieron a la orilla y vieron cómo el desconocido se había alejado y ahora encendía una hoguera. Fue entonces cuando lo reconocieron…Nunca sabremos, aunque podemos imaginarlo, cómo fue el encuentro de los dos amigos… Y sabiendo que era el señor, como antes compartieron la amistad y vieron aquel tan especial modo suyo de compartir el pan.
Cuando todos hubieron reparado sus fuerzas (estaban cansados) el maestro comenzó a hablar en su estilo, cordial y expresivo al mismo tiempo.
La narración de Juan es viva y sencilla. No dice si las tres preguntas se hicieron a Pedro seguidas. Pudo haber largos intervalos, como los hubo entre las tres negaciones del jueves.
Lo que es evidente es que en esta triple repetición de pregunta, respuesta y misión, a la orilla del mar de Galilea nació el papado. Pedro recibe una hermosa pero dura y peligrosa tarea. Así lo entiende él, así lo comprenden los demás apóstoles. Así lo confirman las palabras posteriores de Cristo.
No fue la inteligencia, ni la santidad personal, ni un posible poder o riqueza, fue la simple voluntad amorosa de Cristo quien a un pescador le confió una tarea gigantesca (a él y a sus sucesores). Y desde entonces en él y en sus sucesores ha habido santidad y pecado, humildad y orgullo, pobreza o enriquecimiento.
Cuando Jesús desaparece en esta hermosa mañana de primavera, los apóstoles no saben si estar alegres o angustiados. Todo se ha mezclado en el breve plazo de unas horas: el encuentro con Jesús, el gozo de compartir con Él la conversación y la comida y el descubrimiento del perdón de todas sus traiciones simbolizadas en la de Pedro, la seguridad de saber que siempre centrarán con un pastor que les defienda… y la certeza de saber que la comunidad que está formando será trabajo duro, difícil.
Seguramente regresaron silenciosos y pensativos a sus casas.

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