viernes, 9 de abril de 2010

Cristo pide paz



Jesús, tus primeras palabras a los apóstoles, después de resucitado, son palabras de paz: La paz sea con ustedes: has venido a traer la paz. Tu paz no es la paz del equilibrio, la paz del bienestar material. La paz les dejo, mi paz les doy; no se las doy como la da el mundo. Tu paz es la paz del corazón, la paz interior que procede de la lucha interior; la paz que has conseguido con tu muerte, y que sólo puedo conseguir con la muerte de mis pasiones, con mortificación.
A quienes les perdonen los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengan, les quedarán sin perdonar. Jesús, con estas palabras instituyes el sacramente de la penitencia. ¿Cómo voy a inventarme yo mi propio modo de pedirte perdón, si Tú lo has dejado clarísimamente establecido? Sería absurdo pretender confesarme "directamente" contigo cuando Tú quieres que lo haga a través de tus ministros.
Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre. Sin embargo, confió el ejercicio del poder de absolución al ministerio apostólico.
Jesús hablas del perdón de los pecados después de desear la paz a los apóstoles. ¡Qué medio más impresionante es la Confesión para recuperar la paz! Gracias, Jesús, por haberme dado este sacramento para volver a empezar una y mil veces, y para saber con certeza que Tú me has perdonado y vuelves a tratarme como hijo de Dios.
¡Con qué humildad y con qué sencillez cuentan los evangelistas hechos que ponen de manifiesto la fe floja y vacilante de los Apóstoles!
Para que tú y yo no perdamos la esperanza de llegar a tener la fe inconmovible y recia que luego tuvieron aquellos primeros. Jesús, quieres que tengamos la fe inconmovible y recia de los apóstoles, pero sin necesidad de poner el dedo en sus llagas, sin verle físicamente ¿Por qué no te apareces como lo hiciste con los primeros? Y me respondes: Bienaventurados los que sin haber visto han creído. Una vez visto, se reduce el margen para la fe y disminuye, por tanto, el mérito.
Los apóstoles necesitaron esta ayuda porque eran los primeros y tenían que dar testimonio con el martirio. Jesús, quiero creer, sin exigirte continuas pruebas: me bastan los milagros que aparecen en la Sagrada Escritura y tu gracia, que me concedes siempre si te la pido.

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