Los que participaron en la Última Cena con Cristo, vivieron sobrecogidos los muchos acontecimientos que se sucedieron en esa noche. Siempre recordarían lo que vivieron cerca de Jesús. No daban cabal crédito a todo lo que experimentaban, cuando la acogida del Maestro, el que los había llamado, el que todos aclamaban como el Mesías y Salvador, el que tenía una palabra de acogida y de perdón para todos, el que había caminado sobre las aguas en medio de la noche para venir a su encuentro, el que había dado de comer a miles de gentes con tan sólo unos cuántos pescados y unos cuántos panes, ahora se arrodillaba y lavaba sus pies. No era posible. Luego vino el momento supremo cuando Cristo les distribuyó por primera vez su Cuerpo y su Sangre, que luego sería derramada en la cruz. No entendían cómo Cristo pudiera estar sentado cerca del que lo entregaría esa noche. Vino también aquella oración llena de unción de Cristo a su Padre por su naciente familia a la que le dejaba su Espíritu Santo y finalmente algo que los apóstoles les llevó mucho tiempo comprender, asimilar y poner en práctica. Como Cristo presentía ya su partida quiso dejarles una señal, un mandamiento, algo que los identificara ante los demás: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros, como yo los he amado, y por este amor conocerán todos que son mis discípulos”.
Menudo lío eso del amor de Cristo, de amarse unos a otros, de constituir un mandamiento nuevo, y de amarse no de cualquier manera, sino precisamente de la forma en la que él nos amó. Problema serio para nosotros, que nos hemos acostumbrado a multitud de cosas “Light”, desde leche, cigarros, refrescos, chocolates, pasando por relaciones y noviazgos, y hasta matrimonios “light”, efímeros, hechizos, que se montan y se desmontan a voluntad. ¿A Cristo le pasaría por la mente que en algún momento de la historia nosotros intentáramos convencer al mundo de ser discípulos suyos con un amor “Light” a nuestros semejantes, con un amor que más que tal es una ayuda o un servicio o una filantropía, pero no un verdadero amor?
Para dar con lo que Cristo quiso decir al pedirnos un verdadero amor como distintivo de su seguimiento, tenemos que recurrir al Apocalipsis: “Esta es la morada de Dios con los hombres; vivirá con ellos como su Dios y ellos serán su pueblo. Dios les enjugará todas sus lágrimas y ya no habrá muerte ni duelo, ni penas ni llantos, porque todo lo antiguo terminó…Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas”.
Si ese es el final, si a eso estamos llamados todos los hombres, a vivir en la Jerusalén celestial, pues bien podemos comenzar ya a vivir una situación que puede parecer idílica, o como de cuento de hadas, pero en la presencia de Dios hasta hacerlo inspirador de todas nuestras obras; ya podemos entonces enjugar las lágrimas de los que sufren y no provocar precisamente su sufrimiento, su pobreza, su tormento o su explotación. Ya podemos desde ahora preocuparnos porque no haya más muertes inútiles, sangrientas y dolorosas. Ya podemos ir quitando las penas y las lágrimas de los matrimonios destrozados por la infidelidad o por la ausencia del padre que tiene que emigrar en busca de un trabajo digno. Ya podemos tomar y levantar a jóvenes que no tuvieron oportunidades y que cayeron en el mundo de las drogas, en la explotación, en la prostitución y el sida. Hoy mismo puede ser ese día. Hoy podemos comenzar a amarnos como Cristo nos amó, alejando de una vez para siempre de nuestras vidas un amor “Light” que ni compromete, ni salva ni hace adelantar el momento ansiado por Cristo: “Lo antiguo terminó…Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas”.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx
Menudo lío eso del amor de Cristo, de amarse unos a otros, de constituir un mandamiento nuevo, y de amarse no de cualquier manera, sino precisamente de la forma en la que él nos amó. Problema serio para nosotros, que nos hemos acostumbrado a multitud de cosas “Light”, desde leche, cigarros, refrescos, chocolates, pasando por relaciones y noviazgos, y hasta matrimonios “light”, efímeros, hechizos, que se montan y se desmontan a voluntad. ¿A Cristo le pasaría por la mente que en algún momento de la historia nosotros intentáramos convencer al mundo de ser discípulos suyos con un amor “Light” a nuestros semejantes, con un amor que más que tal es una ayuda o un servicio o una filantropía, pero no un verdadero amor?
Para dar con lo que Cristo quiso decir al pedirnos un verdadero amor como distintivo de su seguimiento, tenemos que recurrir al Apocalipsis: “Esta es la morada de Dios con los hombres; vivirá con ellos como su Dios y ellos serán su pueblo. Dios les enjugará todas sus lágrimas y ya no habrá muerte ni duelo, ni penas ni llantos, porque todo lo antiguo terminó…Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas”.
Si ese es el final, si a eso estamos llamados todos los hombres, a vivir en la Jerusalén celestial, pues bien podemos comenzar ya a vivir una situación que puede parecer idílica, o como de cuento de hadas, pero en la presencia de Dios hasta hacerlo inspirador de todas nuestras obras; ya podemos entonces enjugar las lágrimas de los que sufren y no provocar precisamente su sufrimiento, su pobreza, su tormento o su explotación. Ya podemos desde ahora preocuparnos porque no haya más muertes inútiles, sangrientas y dolorosas. Ya podemos ir quitando las penas y las lágrimas de los matrimonios destrozados por la infidelidad o por la ausencia del padre que tiene que emigrar en busca de un trabajo digno. Ya podemos tomar y levantar a jóvenes que no tuvieron oportunidades y que cayeron en el mundo de las drogas, en la explotación, en la prostitución y el sida. Hoy mismo puede ser ese día. Hoy podemos comenzar a amarnos como Cristo nos amó, alejando de una vez para siempre de nuestras vidas un amor “Light” que ni compromete, ni salva ni hace adelantar el momento ansiado por Cristo: “Lo antiguo terminó…Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas”.
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