lunes, 22 de febrero de 2010

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¿PEDRO LE SIGUIÓ LA CORRIENTE AL VIVO DEMONIO?

DOMINGO 2º. CUARESMA 010

El segundo domingo de cuaresma, nos trae una figura de Cristo muy distinta de la del domingo pasado. Entonces nos encontrábamos con un Cristo hambriento y sediento después de sus días de ayuno voluntario y ahora nos lo encontramos grande, majestuoso rodeado de gloria, entre dos personajes de la antigua época, pero vivientes y conversando con Cristo sobre su pasión, su dolor y su cruz. Todo ocurrió el día que él mismo invitó a alguno de sus apóstoles a subir a la montaña a la oración y a la contemplación. El Cristo sereno, sencillo y pobre, en un momento se transforma y se muestra resplandeciente y luminoso. En el bautismo el Padre se le había manifestado: “Tú eres mi Hijo…”, pero ahora les decía a todos los hombres: “Este es mi Hijo, escúchenlo”. Y como en la anterior ocasión fue el demonio el tentador, ahora le toca a Pedro la oportunidad de ponerse como piedra de tropiezo en el camino de Cristo, pero de una manera un tanto inconciente y no tan incisivo y tajante como el demonio.

Viendo a Cristo luminoso y radiante pero al mismo tiempo cercano, bondadoso y amable, se le ocurrió decirle que ahí se estaba tan bien, que sería bueno quedarse ahí por un buen tiempo. Sorprende cómo Pedro logró captar la cercanía de un Dios que no tenía nada de agresivo, gruñón, enojado, vengativo y en espera de repartir palos, inundaciones, terremotos y sembrar hombres injustos que causaran el mal, el dolor el sufrimiento y la muerte en otros hombres. Logró captar que el Dios que Cristo le estaba manifestando no tenía que ver con ese Dios y que ahora lo que Cristo traía era luz, paz, reconciliación entre los hombres y con el Dios concebido ya no como el amo y señor, sino como el Padre bondadoso que quiere el bien de todos. Eso nos llevaría a considerar la necesidad de que todos los seguidores de Cristo pudieran manifestarse, si es que han subido con Cristo a la contemplación y a la oración como gentes que suscitaran también la misma admiración y otras gentes pudieran decir: “Qué a gusto se está con esta persona, cómo se nota que es alguien de convicciones, que no están reñidas con la comprensión y la benevolencia, que no nos humilla, que es alegre, no con una alegría ruidosa, sino con una alegría que invita y contagia paz y nueva alegría, que está dispuesto a vivir sencilla y sinceramente su propia alegría. ¡Qué bien se está con él”. ¿Somos así los cristianos? ¿No será que más bien alejamos, más que acercar al Señor Jesús? ¿No será que antes de compartir y ayudar a que otros compartan nos mostramos superiores y queremos que nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones sean ley absoluta?

Pero las palabras de Pedro, además de descubrir ese filón de oro que vieron en Cristo, al mismo tiempo escondían otro propósito: hacer que Cristo se mostrara desde la montaña del Tabor, nuevamente como el Dios distante, que se quedara con las viejas creencias de un mesías triunfalista, poderoso, lleno de gloria, fuerte, de rompe y rasga, que supiera poner las cosas en su lugar, vengador y justiciero, que desquitara las penalidades de su pueblo, un dios como tiene que ser, o mejor, como Pedro lo quería.

Naturalmente que Cristo rechazó de plano esa petición de Pedro, una posición cómoda, tranquila, sosegada, pero alejada de la injusticia, de la violencia y del pecado que Cristo venía a combatir, dando vida, fortaleciendo las pisadas de los hombres, robusteciendo el caminar de los débiles, dando vista a los ciegos, abriendo las puertas del Reino para todos los hombres, aunque eso le significara entregar su propia vida. Con eso, invitaba a los suyos a bajar de aquella montaña pero para subir a otra, el Calvario, lugar de tormento de suplicio, de entrega, de dolor, de sangre, pero desde donde despediría una luz que no tendría ocaso y un resplandor que duraría por siglos y siglos.

¿Qué tipo de cristianismo prefieres tú?

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CORRIENTE AL VIVO DEMONIO?

sábado, 20 de febrero de 2010

¿PARA QUÉ TANTAS TENTACIONES SI CON UNA NOS BASTA?

Uno de los grandes amores de los hombres es su vehículo. Cada fin de semana te encuentras incontables hombres y jóvenes sobando, lavando, y puliendo sus autos con un cariño y una devoción que ya quisiera la propia mujer en el interior de la casa. Y la reparación y la revisión periódica del auto, ocupa un lugar importante en la vida del hombre. Si pusiéramos el mismo cuidado en la limpieza y la reparación de nuestro interior, el mundo estaría salvado. A ésta necesidad de renovación interior responde la cuaresma que es tiempo de gracia. Y comenzamos acompañando a Cristo que fue sometido en el principio de su vida pública o los primeros rounds de una vida de lucha y de tentaciones como podremos sufrirlas cada uno de nosotros. Yo mismo no me he librado de la tentación de recordar en tan pocas líneas lo que significaron las tentaciones de Jesús en el inicio de su vida pública.

Muy a vuelo de pájaro nos acercaremos a las tres tentaciones del desierto: “Si eres el Hijo de Dios, dile a estas piedras que se conviertan en pan”. Multiplica el pan, para que todos coman, para que teniendo el estómago lleno, te sigan como mansos corderos y no tengas necesitad de padecer tú. Cristo afirma en cambio que él ha traído otro pan que si se prueba, hará presente el pan para todas las mesas y para todos los hombres: el pan del amor, de la entrega, de la generosidad.

“Aquí están todos los reinos…todo será tuyo si te arrodillas y me adoras”. Está bien tu cruz y tu entrega, pero si quieres el triunfo fácilmente lo podrás adquirir con el poder, con el trono, con la ostentación. Tu cruz en cambio sólo te conseguirá algunos cuántos servidores. Pero Jesús rehúsa, pues sabe bien que el poder corrompe y corrompe hasta el infinito a quien se muestra sumamente poderoso. Papini escribe que “el demonio duerme cada noche a la cabecera de los poderosos, ellos le adoran con sus hechos y le pagan tributo diario de pensamiento y de obras”. Cristo se decidió a seguir al Padre, a adorarle sólo a él, para mostrarnos que ni el dinero, ni el poder ni la fuerza serán capaces de conseguir lo que puede el amor para difundir el Reino de Dios.

Puesto en la parte más alta del templo de Jerusalén, el demonio de dijo a Jesús: “Si eres el Hijo de Dios, arrójate desde aquí…pues los ángeles te cuidarán”.La eficacia de la misión de Cristo podría llevarse a cabo con una acción aparatosa, con un milagro “marca diablo”, “Hágase el milagro, aunque sea del diablo”, es algo muy de moda pues triunfan los charlatanes, pero con la condición de que sean brillantes, de que hagan cosas espectaculares. Cristo prefiere el camino de obediencia a su Padre, pues Cristo llegó a concluir que las gentes no querían amor, los enfermos querían ser curados, los paralíticos querían caminar, los ciegos ver, todos querían milagros. La verdadera eficacia de la Iglesia estará entonces en una adoración profunda a Dios y un servicio a toda prueba a los pobres, pero desde su propia sencillez y pobreza.

Cristo tuvo que decidir por tres veces no el camino entre el bien y el mal, sino entre el camino de la cruz, u otros caminos más fáciles y más llevaderos, pero sin dolor, sin sufrimiento ni sangre. Los hombres hoy que no creen en Dios, mucho creerán en el diablo: “Le ha cortado las barbas a Dios y los cuernos al diablo”, se han decidido a echar a Dios de sus vidas, con lo que su derrota ya está más que decidida. En España, lo mismo que en Italia, se ha decretado quitar toda imagen de la cruz de los lugares públicos u oficiales y de las escuelas. En México, se afirma que la Iglesia ha sido causante de todos, de todititos los males de nuestra Patria, y últimamente se ha llegado a definir a nuestra nación como laica, alejada de toda creencia y de todo credo religioso. Tenemos que vivir que convencidos de que “no hay que andar buscando atajos para huirle a la cruz”, como decía Fulton Sheen, sino que abrazados a la cruz de Jesús, y movidos por el Espíritu Santo y no por nuestra intrepidez, nuestra vanidad y nuestro orgullo, podamos vencer con Cristo Jesús en las tentaciones a las que tendremos que enfrentarnos en nuestra vida.

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lunes, 8 de febrero de 2010

DIARIO NOS CONQUISTAMOS, COMO SI FUERA LA PRIMERA VEZ


Todos hemos nacido para amar y ser amados, pero para descubrir ese amor hay que bajar de la nube de perfección e idealismo donde nos quedamos atrapados cuando nos enamoramos, para poner los pies sobre la tierra.
Cuando termina el sueño de ver al otro como lo imaginamos para descubrirlo tal cual es, y para mostrarnos tal cual somos.
Es ese acto de aceptación y respeto mutuo donde florece el amor.
Para sobrevivir a la desilusión del enamoramiento para crear una verdadera relación amorosa se debe anteponer todo y considerar siempre que el otro es lo más importante.
Es importante fortalecer el contacto emocional pero al momento de tomar decisiones debe usarse la razón, por distintos que sean los puntos de vista, siempre ser objetivos y conceder la razón a quien la tiene.
Estar atentos a que no falte calor en el corazón pero evitando que la temperatura suba hasta la cabeza.
Crear una verdadera intimidad, más allá de la sexualidad y la convivencia diaria hay que crear espacios para dar y recibir, insentivando la chispa que aporte la intimidad a la relación.
Hay que aprender a aceptar las diferencias, la pareja se construye en el encuentro de dos seres con sus propias historias y sentimientos. Las coincidencias generan comodidad, pero hay que aceptar a la pareja tal cual es, pues sino se traiciona uno mismo cuando se intenta que sea como uno quiere, en vez de aceptarse con se es.
Cultivar el diálogo sincero y profundo decir lo que se siente por difícil que sea, preferir hablar toda la noche hasta aclarar todo, que dormirse enojados. Aprender a ofrecer disculpas cuando sea ofendido.
Lo más esencial para lograr la armonía de pareja, es compartir valores, pero la relación alcanza su máxima fortaleza cuando ambos comparten una devoción religiosa o espítirual. Invitar a Dios a estar siempre en esta relación, lo que también permite siempre encontrar la luz cuando humanamente no hay claridad.
El compromiso no es una decisión que se toma una vez, sino una tarea constante. "Diario nos conquistamos como si fuera la primera vez. Creer que en la relación nunca hay nada terminado y logrado."
Si bien no hay una fórmula para el amor, cada pareja puede encontrarla cuando su deseo es disfrutar de la otra persona, olvidarse de uno mismo, un balance necesario.
Bendice Dios Padre a todas las parejas, pero este año no le pidamos a Él lo que nos corresponde hacer nosotros.

¿LOS TERREMOTOS Y LAS INUNDACIONES ESTAN CREANDO MÁS “BIENAVENTURADOS”?

La tragedia del pueblo Haitiano excede y desborda toda imaginación. No podemos figurarnos lo que significa que de la noche a la mañana te veas vagando como sonámbulo por las calles sin casa, sin familia, sin techo, sin alimentos, sin agua, sin medicinas, sin un papel que compruebe quién eres tú, medio desnudo y encontrar miles de gentes que vagan cerca de ti en las mismas condiciones de desesperación, de lágrimas y de duelo. Pues piensa que ocurriría si yo me pusiera a gritar entre esa gente a manera del Evangelista San Lucas citando a Cristo Jesús: “Dichosos, bienaventurados, felices ustedes los pobres, los que ahora tienen hambre, dichosos ustedes los que ahora lloran”. Si sólo dijera eso, seguro que me lloverían piedras y quedaría convertido en otro cadáver más de los que quedaron insepultos por varios días, estaría cometiendo un desacato imperdonable, burlándome de aquellas gentes y estaría traicionando el mensaje de Jesús.

Cristo no pudo llamar ciertamente bienaventurados sin más a los pobres, a los que son arrojados ya no tanto por los elementos naturales, como es el caso de Haití, ni menos a los que son arrojados violentamente a la orilla por otros hombres, a la orilla de los ríos donde el agua reconoce su terreno, mientras los ricos viven en las partes altas, en la cumbre de los montes, a la orilla de la inactividad mientras ellos tienen los mejores trabajos y la técnica suficiente para una buena vida, a la orilla de la infelicidad mientras otros gozan, disfrutan y derrochan. Cristo llama, pues, ciertamente felices, dichosos, bienaventurados, a los pobres, pero siempre dio la razón, las características y el término de los que padecen tal condición: “Porque de ustedes es el reino de Dios, porque serán saciados y porque al fin reirán”.

Ser pobre para la biblia es hablar del que nada tenía, ni siquiera un terreno, una tierra que trabajar, por lo tanto, sin influencia social, desprovisto de apoyo, y frecuentemente explotado y humillado, pero un elemento vital, importantísimo, tendría que tener la confianza puesta en Dios. Recordemos que en el Antiguo Testamento no se hablaba de pobreza voluntaria, pues al fin y al cabo la riqueza se consideraba como un premio a la virtud personal y la pobreza era considerada ciertamente como un castigo y como una desgracia.

Para Cristo, la pobreza tiene una importancia muy grande, una pobreza voluntaria, porque eso te hace ser ciudadano de dos mundo, el actual, el presente, pero también el que viviremos en las manos de Dios, entendiendo también que cuando Cristo premia y promete, no lo hace para después de la muerte, sino que el premio lo promete en los brazos mismos de Dios, es el acomodo en el Dios que sigue siendo Padre y respeta la libertad de los hombres, y espera que ellos puedan ser artífices de su propia felicidad y de su paz.

Las bienaventuranzas podrán hacerse realidad entonces en este mundo, en cuanto sepamos ser precisamente solidarios y cercanos a los que nada tienen o a los que han sido desposeídos por la injusticia, el abandono y la violencia de los poderosos. Hacer presente la otra vida con nuestra cercanía de aquellos a los que las condiciones les ha negado una vida digna de hijos de Dios, luchando cerca de ellos para conseguir una condición mejor de la que nos han dejado otras generaciones.

Y una consideración de las bienaventuranzas no podría terminar sin un brevísimo comentarios a los “Ay de ustedes…” que nos deja intranquilos. Son advertencias muy serias de Jesús a aquellos que viven de tal manera en este mundo que nada más desean porque lo tienen todo y cuando les hablas de otra vida lo mínimo que te pueden decir es “¡para qué otra vida, qué pero le pones a ésta, si se está mejor aquí de lo que tú me puedas prometer!” y van a misa no por convicción sino “por si acaso” pero sin querer compartir, sin abrir sus brazos, su corazón y su bolsillo. Comencemos a vivir el espíritu de las bienaventuranzas y viviremos cerca del corazón de Cristo Jesús, pobre entre los pobres, que siendo rico se hizo pobre por nosotros.

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jueves, 4 de febrero de 2010

¿Piensan los jóvenes?


El miedo a lo definitivo
La impresión prácticamente unánime de quienes convivimos a diario con jóvenes es que, en su mayor parte, han renunciado a pensar por su cuenta y riesgo. Por este motivo aspiro a que mis clases sean una invitación a pensar, aunque no siempre lo consiga. En este sentido, adopté hace algunos años como lema de mis cursos unas palabras de Ludwig Wittgenstein en el prólogo de sus Philosophical Investigations en las que afirmaba que «no querría con mi libro ahorrarles a otros el pensar, sino, si fuera posible, estimularles a tener pensamientos propios».

Con toda seguridad este es el permanente ideal de todos los que nos dedicamos a la enseñanza, al menos en los niveles superiores. Sin embargo, la experiencia habitual nos muestra que la mayor parte de los jóvenes no desea tener pensamientos propios, porque están persuadidos de que eso genera problemas. «Quien piensa se raya» —dicen en su jerga—, o al menos corre el peligro de rayarse y, por consiguiente, de distanciarse de los demás. Muchos recuerdan incluso que en las ocasiones en que se propusieron pensar experimentaron el sufrimiento o la soledad y están ahora escarmentados. No merece la pena pensar —vienen a decir— si requiere tanto esfuerzo, causa angustia y, a fin de cuentas, separa de los demás. Más vale vivir al día, divertirse lo que uno pueda y ya está.

En consonancia con esta actitud, el estilo de vida juvenil es notoriamente superficial y efímero; es enemigo de todo compromiso. Los jóvenes no quieren pensar porque el pensamiento —por ejemplo, sobre las graves injusticias que atraviesan nuestra cultura— exige siempre una respuesta personal, un compromiso que sólo en contadas ocasiones están dispuestos a asumir. No queda ya ni rastro de aquellos ingenuos ideales de la revolución sesentayochista de sus padres y de los mayores de cincuenta años. «Ni quiero una chaqueta para toda la vida —escribía una valiosa estudiante de Comunicación en su blog— ni quiero un mueble para toda la vida, ni nada para toda la vida. Ahora mismo decir toda la vida me parece decir demasiado. Si esto sólo me pasa a mí, el problema es mío. Pero si este es un sentimiento generalizado tenemos un nuevo problema en la sociedad que se refleja en cada una de nuestras acciones. No queremos compromiso con absolutamente nada. Consumimos relaciones de calada en calada, decimos «te quiero» demasiado rápido: la primera discusión y en seguida la relación ha terminado. Nos da miedo comprometernos, nos da miedo la responsabilidad de tener que cuidar a alguien de por vida, por no hablar de querer para toda la vida».

Superficial, superfluo e inútil El temor al compromiso de toda una generación que se refugia en la superficialidad, me parece algo tremendamente peligroso. No puede menos que venir a la memoria el lúcido análisis de Hannah Arendt sobre el mal. En una carta de marzo de 1952 a su maestro Karl Jaspers escribía que «el mal radical tiene que ver de alguna manera con el hacer que los seres humanos sean superfluos en cuanto seres humanos». Esto sucede —explicaba Arendt— cuando queda eliminada toda espontaneidad, cuando los individuos concretos y su capacidad creativa de pensar resultan superfluos. Superficialidad y superfluidad —añado yo— vienen a ser en última instancia lo mismo: quienes desean vivir sólo superficialmente acaban llevando una vida del todo superflua, una vida que está de más y que, por eso mismo, resulta a la larga nociva, insatisfactoria e inhumana.

De hecho, puede decirse sin cargar para nada las tintas que la mayoría de los universitarios de hoy en día se consideran realmente superfluos tanto en el ámbito intelectual como en un nivel más personal. No piensan que su papel trascienda mucho más allá de lograr unos grados académicos para perpetuar quizás el estatus social de sus progenitores. No les interesa la política, ni leen los periódicos salvo las crónicas deportivas, los anuncios de espectáculos y algunos cotilleos. Pensar es peligroso, dicen, y se conforman con divertirse. Comprometerse es arriesgado y se conforman en lo afectivo con las relaciones líquidas de las que con tanto éxito ha escrito Zygmunt Bauman.

A dónde nos lleva el no pensar Resulta muy peligroso —para cada uno y para la sociedad en general— que la gente joven en su conjunto haya renunciado puerilmente a pensar. El que toda una generación no tenga apenas interés alguno en las cuestiones centrales del bien común, de la justicia, de la paz social, es muy alarmante. No pensar es realmente peligroso, porque al final son las modas y las corrientes de opinión difundidas por los medios de comunicación las que acaban moldeando el estilo de vida de toda una generación hasta sus menores entresijos. Sabemos bien que si la libertad no se ejerce día a día, el camino del pensamiento acaba siendo invadido por la selva, la sinrazón de los poderosos y las tendencias dominantes en boga.

Pero, ¿qué puede hacerse? Los profesores sabemos bien que no puede obligarse a nadie a pensar, que nada ni nadie puede sustituir esa íntima actividad del espíritu humano que tiene tanto de aventura personal. Lo que sí podemos hacer siempre es empeñarnos en dar ejemplo, en estimular a nuestros alumnos —como aspiraba Wittgenstein— a tener pensamientos propios. Podremos hacerlo a menudo a través de nuestra escucha paciente y, en algunos casos, invitándoles a escribir. No se trata de malgastar nuestra enseñanza lamentándonos de la situación de la juventud actual, sino que más bien hay que hacerse joven para llegar a comprenderles y poder establecer así un puente afectivo que les estimule a pensar.

lunes, 1 de febrero de 2010

CRISTO NO DOMINABA EL OFICIO DE LA PESCA NI SABÍA NADA DE ELLA, Y SIN EMBARGO…


Los primeros meses de la vida pública de Jesús huelen a frescura, a primavera, a racimos en flor, a huerto florido, a pan recién horneado, a tierra mojada, a fragante perfume. Cristo no se daba descanso y todos los lugares eran propicios para lanzar la buena nueva de la salvación. Las montañas, los valles, las orillas del lago de Galilea, los caseríos, y los banquetes eran los lugares preferidos por Jesús. Curiosamente no lo fue el templo con su incienso ni sus sacrificios, ni aparatoso culto diario. Era el ancho mundo al que había que salvar y entregar al Buen Padre Dios. Y las gentes supieron aquilatarlo. Lo buscaban, lo asediaban, querían tocarlo, querían oírlo. Pero Cristo Jesús aprovechó también los primeros meses para buscar quien le ayudara a levantar la cosecha que ya se vislumbraba abundante. Comenzó a buscar a sus apóstoles, a sus discípulos, pero también esta vez no fue a las universidades de los griegos o de los romanos, no buscó sociólogos o psicólogos, educadores, economistas, publicistas. Fue con la gente de pueblo, de barriadas, de rancherías, pescadores, obreros, fueron los llamados. Qué extraño es Cristo. Se rodeó de las clases bajas, con gran escándalo de los intelectuales y de las gentes que se preciaban de ser lo más valioso de este mundo.

Esta vez abrimos una de las páginas más bellas de Lucas, evangelista que nos presenta a un Cristo trepado en una barca prestada, para llevar desde ahí, ayudado por las brisa del lago de Galilea, su mensaje a las gentes que se agolpaban para escucharlo. Cuando acabó de hablar y de despedir a la gente, pidió a quien después se llamó Pedro y a otros pescadores que llevaran su barca mar adentro para pescar. Pedro se sonrió con una amplia sonrisa y echó una mirada compasiva a Cristo, diciendo en su interior: “Éste que va a saber de pesca. Si supiera no nos pediría pescar a media mañana. Nadie lo hace, hasta los niños de la playa lo saben”. Pero mirando más detenidamente al Maestro con la seguridad que denotaban sus palabras le dijo: “Sólo confiando en tu palabra echaré las redes”. Poco después Pedro quedó admirado de la cantidad de pescados que habían capturado, tantos como no había visto nunca y hasta hubo necesidad de llamar otras barcas para que ayudaran a dejar en la playa la pesca milagrosa. Ese día Pedro y los otros discípulos quedaron nombrados como ayudantes, discípulos y apóstoles de Cristo. Hoy Pedro y sus sucesores siguen sembrando felicidad y seguridad ante el futuro mientras el mundo quiere sigue sembrando y cosechando miedos y tempestades.

Me parece muy oportuno sugerir a mis amables lectores, un número (62) de la Christifiledes laici de Juan Pablo II, porque ahí habla de la familia como forjadora de la fe, una familia donde hoy están naciendo, creciendo y desarrollándose quiera Dios, los santos y los benefactores de la humanidad, y no los criminales y los que atentan contra esta humanidad y este mundo en donde desarrollamos nuestra propia vida. Es una página vibrante:

“La familia cristiana, en cuanto «Iglesia doméstica», constituye la escuela original y fundamental para la formación de la fe. El padre y la madre reciben en el sacramento del Matrimonio la gracia y la responsabilidad de la educación cristiana en relación con los hijos, a los que testifican y transmiten a la vez los valores humanos y religiosos. Aprendiendo las primeras palabras, los hijos aprenden también a alabar a Dios, al que sienten cercano como Padre amoroso y providente; aprendiendo los primeros gestos de amor, los hijos aprenden también a abrirse a los otros, captando en la propia entrega el sentido del humano vivir. La misma vida cotidiana de una familia auténticamente cristiana constituye la primera «experiencia de Iglesia», destinada a ser corroborada y desarrollada en la gradual inserción activa y responsable de los hijos en la más amplia comunidad eclesial y en la sociedad civil. Cuanto más crezca en los esposos y padres cristianos la conciencia de que su «iglesia doméstica» es partícipe de la vida y de la misión de la Iglesia universal, tanto más podrán ser formados los hijos en el «sentido de la Iglesia» y sentirán toda la belleza de dedicar sus energías al servicio del Reino de Dios”.

Que el ejemplo María, la Madre del Señor, de Pedro y de incontables gentes que le han creído a Jesús, nos mueva a ser los nuevos hombres y mujeres llenos de fe que anuncien en la alegría y en la paz, el mensaje gozoso del Evangelio de la salvación.

El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx

Andrea Bocelli habla sin tapujos de Dios


Hace poco releí una entrevista que le hizo el diario Avvenire a Andrea Bocelli, justo después de la grabación de un nuevo disco del reconocido tenor italiano en Asís, allá por Navidad de 2009. Mar Velasco, del diario La Razón (España), la publicó para los que hablamos la lengua de Cervantes y, definitivamente, es una entrevista sin desperdicio, llena de fe y amor a Jesús, a María y al Papa.

– Su concierto ha sido calificado de éxito artístico...

– Es la primera vez que he cantado aquí y es increíble el espíritu que aletea en Asís. Conozco la historia de San Francisco desde que era un niño y sigue siendo para todos nosotros un ejemplo de cómo con pocos medios se pueden hacer grandes cosas.

– ¿Cree que se está perdiendo el sentido de la Navidad?

– Creo que esta es todavía la fiesta más sentida del año, y que la gente no ha olvidado el significado auténtico de la Navidad, aunque está llena de mensajes mediáticos que van en otra dirección. Es sorprendente comprobar cómo el público sabe huir de las lógicas y las teorías del marketing y reconocer los valores más verdaderos.

– ¿Por eso ha decidido grabar este disco?

– La música escrita para la Navidad es una categoría en sí misma: llega directamente al corazón. Es algo curioso, a lo que me he acostumbrado, el hecho de que la música sacra sigue llegando a la gente; pienso, por ejemplo, en el disco de arias sacras que grabé para el Jubileo con el maestro Chung y la Orquesta de Santa Cecilia. No lo quería hacer nadie, y vendió cinco millones de copias.

– ¿Cuál es su canto navideño favorito?

– Sin duda, el villancico italiano «Tú scendi dalle stelle». No tiene rivales. Para mí es el canto de Navidad por excelencia, al cual estoy muy ligado. Desde niño esperaba con ansia el momento de poder cantarlo en la iglesia. Eso es Navidad para mí.

– Dice que ha puesto su vida «en manos del buen Dios»...

– A Él le debo todo. Yo soy desde siempre profundamente creyente, incluso desde la conciencia de mis límites y de mi pequeñez. No creo en la casualidad. Nadie dudaría de que detrás de una casa siempre hay un arquitecto. ¿Por qué el universo, que es mucho más complejo que un edificio, no debería tenerlo? Pienso en el Big Bang, la gran explosión que dio origen al cosmos. Pero el fuego no genera vida, sino que la consume. De la misma manera que nada puede nacer del hielo.
– ¿Qué papel juega la música en todo esto?
– La música es mi ADN, porque no podría concebir el mundo sin ella. Pero voy a serle sincero: mi espíritu religioso es independiente de la música. La música es, para mí, sobre todo, un don de Dios, porque sabe ser oración, pero también terapia. Por eso, he cantado y quiero cantar cada vez más música sacra.

– Se reconoce usted profundamente mariano...

– El arte musical se inclina ante la belleza de María, que es una fuente inagotable de santidad y dulzura, y también la música ha sabido inclinarse y honrarla con sabiduría. Pienso, por ejemplo, en el «Ave María» de Schubert, que tanto se escucha. Pues bien, en su origen nació como una composición pagana, porque su autor no la concibió en clave religiosa, pero su belleza, que coincide con la belleza de la liturgia, la ha transportado amorosamente a las iglesias de todo el mundo.

– Ha participado usted en el encuentro del Papa con los artistas. ¿Cómo ve a Benedicto XVI?

– Del mejor modo posible. Además, el Papa es un amante de la Música con mayúsculas, la que es buena y noble.