viernes, 25 de septiembre de 2009

ESCULTORES DE NUESTRA PROPIA IMAGEN





En el año santo del 75 tuve mi primer viaje a Europa de una manera tan sorpresiva, que en otra ocasión les platicaré. Al llegar a la Basílica Vaticana, lo primero con lo que te topas, entrando por la puerta derecha, es la maravillosa Piedad, obra de Miguel Ángel, escultura encantadora. Contemplando su belleza y la profunda espiritualidad que irradia, una señora del grupo, me dijo: “Ai, padre, yo quisiera llevarme la Piedad pa´mi casa, de tan linda que se me hace”. Yo, poniendo la cara más seria que pude, le expliqué que eso era imposible, pues es un patrimonio de la humanidad y de la Iglesia, y que se contentara con echarle un último vistazo, pues ya estábamos por despedirnos. Continuamos el viaje, y en Florencia fuimos a visitar la Academia de las Bellas Artes, donde está la colosal escultura del David, también de Miguel Ángel. Es una escultura de cuatro metros de alto, en un pedestal bastante elevado, y para casi todos los visitantes, aunque hay otras obras valiosísimas en la misma sala, el encanto de todos es el David, que puede ser contemplado en su desnudez, desde todos los ángulos imaginables. Todo el mundo lo mira extasiado, los grandes y los chicos, los hombres y las mujeres, los musulmanes y los católicos, los chinos y los africanos, contemplando la perfección que supo darle el autor a aquél bloque inmenso de mármol. Y ahí le dije a la misma amiga: “Si quieres, ahora sí puedes llevarte el David para tu casa”, y volteando a verlo como una cosa imposible, me dijo: “Ai, padre, ¿y cómo le haría pa´ponerle unos calzonzotes a ese viejo?”

Pero continuamos nuestro recorrido por la misma sala donde está el David, y ahí nos encontramos con algunas esculturas de tamaño natural que Miguel Ángel dejó inconclusas. He podido contemplarlas varias veces y la emoción es siempre la misma. De la materia vil, de la piedra informe, emergen las figuras, todas ellas masculinas, con torsos musculosos como acostumbraba Miguel Ángel y uno se pregunta, cómo de la materia burda, puede el hombre sacar esculturas tan bellas que después de tantos siglos siguen suscitando la emoción de quienes las contemplan, y se me ha ocurrido pensar que al nacer, Dios nos entrega a cada uno de nosotros, un grueso bloque de mármol, sin forma, la piedra vil, y se nos da una inspiración, el Espíritu Santo para que vayamos esculpiendo cada uno de nosotros nuestra propia imagen, o mejor, la imagen de Cristo en cada uno de nosotros, ¡Bella tarea!, que nos lleva toda una vida. Muchos hombres han tomado en serio la misión que se les encomienda, ir esculpiendo en la propia vida la imagen de Cristo Jesús y ahora los admiramos también a ellos, por ejemplo a San Francisco, a la Madre Teresa, o al muy cercano Juan Pablo II. Nosotros podemos hacer lo mismo de nuestro mármol inicial, pero si no ponemos el suficiente empeño, podemos hacer de nuestra vida una imagen caricaturesca que a lo más que incitará será a la risa o a la burla.

¿Tú ya comenzaste a esculpir la imagen de tu propia vida?

Pbro. Alberto Ramírez Mozqueda

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