miércoles, 2 de marzo de 2011

¿Misas que adormecen y esterilizan a los cristianos contra la injusticia?


A partir del sublime mensaje de las Bienaventuranzas, Jesús nos tomado de la mano y nos ha bajado hasta nuestra realidad para mostrarnos lo que él quiere de sus seguidores: sean luz del mundo y sal de la tierra, testigos del amor de Dios. Y llega el momento en que Cristo se muestra sobremanera claro sobre la respuesta que él desea de sus discípulos: “No todo el que me diga: “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Para que no quepa duda de sus palabras, Jesús pone dos ejemplos, uno del hombre prudente que gastó y se desgastó para hacer buenos cimientos para su casa y el otro que imprudentemente construyó su casa a flor de tierra con los resultados que ya imaginamos para cada uno.
Cristo nos está invitando pues, a hacer lo que los antiguos profetas propusieron a su pueblo: poner en lo alto el amor y la justicia, o sea la construcción de una sociedad humana, justa y feliz, por encima de una religiosidad cultualista, donde todo se va en rezos, en plegarias, en súplicas, además espiritualista, preocupada sólo de lo espiritual pero nada de lo material, sobre todo tratándose de los demás, e intimista, que prefiere la vivencia interior, las consolaciones místicas, pero que no ayuda para nada en las graves cuestiones que aquejan a la humanidad, como el hambre, el poco respeto por la vida, la violencia institucionalizada, o la discriminación por motivos de color o de raza. Así parecería de nuestra religiosidad popular.
Pero la palabra de Cristo nos está invitando hoy a tomar en serio nuestra Eucaristía dominical, como el momento fuerte de nuestra fe, como el momento del encuentro serio, en profundidad con Cristo Jesús y una comunión alegre y comprometida con su Cuerpo y con su sangre para que al salir de la Iglesia todos los cristianos lleven el compromiso santo de luchar a brazo partido por un mundo más justo, donde cada hombre tenga una condición digna de hijo de Dios y donde el bien común y la justa distribución de los bienes sea una realidad para cada uno de los hombres y para cada una de las naciones.
No podemos por lo tanto, seguir viviendo una Eucaristía fría, lejana, de compromiso, de costumbre y de folclore que no toca el corazón y del hombre y que lo hace entonces un miembro estéril en la lucha contra la situación de injusticia, de violencia y de maldad que son características de nuestra época. Queremos más bien una Eucaristía que nos haga solidarios con todos los hombres de buena voluntad que trabajan por la justicia.
Martín Luther King expresó esto mismo de una forma magistral:
Por consiguiente, no debemos tener nunca la sensación de que Dios, valiéndose de cualquier milagro o de un solo movimiento de su mano, eliminará el mal del mundo. Mientras creamos esto, rezaremos oraciones que no tendrán respuesta y rogaremos a Dios que haga cosas que no veremos realizar nunca. La creencia de que Dios lo hará todo en lugar del hombre es tan insostenible como lo es creer que el hombre puede hacerlo todo por sí mismo. También es una señal de falta de fe. Debemos saber que esperar que Dios lo haga todo mientras nosotros no hacemos nada, no es fe, sino superstición".
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx

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