Un niño siempre es un acontecimiento en cualquier reunión que congrega a los adultos. No se puede permanecer indiferente ante la presencia de una criatura que reclama toda la atención para sí. Nadie puede ignorar su presencia, sus gestos, su canto, el agitar de sus manos e indudablemente su llanto que hace que las miradas todas se dirijan hacia él.
Hubo un niño que con su venida hizo que las miradas de todos estuvieran sobre él, y aunque fueron circunstancias, concretamente el censo decretado por Cesar Augusto de Roma, hizo que todos los pobladores de Israel tuvieran que desplazarse hasta sus lugares de origen para empadronarse. Pero en realidad fue un niño el que hizo que todo mundo se moviera de sus lugares, Cristo Jesús, el que nació pobre, pequeño y sencillo, cerca de los pobres, pero que era el mismo tiempo el Hijo de Dios, el que con su muerte y resurrección hizo que los hombres se volvieran unos a otros para intentar amarse como Dios nos ama.
Para percatarnos de la importancia de este niño que nos es dado, nos dejamos guiar este día por la oración de Navidad:
Dios nuestro que haces resplandecer esta noche santísima con el nacimiento de Cristo, verdadera luz del mundo…
Es el Padre el que está en el fondo de este acontecimiento que hace que el cielo se traslade a la tierra y que el Hijo de Dios tome posesión de este desierto para convertirlo en un vergel, y se asiente en este mundo de violencia para convertirlo en un cielo donde todos puedan amarse como hermanos según aquella palabra de Cristo: “Padre, quiero que donde yo esté, estén también los que tú me has dado, para que contemplen mi gloria, la que me has dado desde todos los siglos”, y el Hijo de Dios quiere posesionarse de este mundo en oscuridad y en silencio, para hacerlo testigo de su alegría, de su calor, de su perdón y de esa luz que irradia de sí mismo que se nos sigue dando a raudales cada vez que nosotros nos acercamos a la Santísima Eucaristía.
…concédenos que iluminados en la tierra por la luz de este misterio…
Todos fueron llamados a ser iluminados por la luz del recién nacido, comenzando por los pastores, gente que era mal vista porque los consideraban ladrones que se aprovechaban de la lana y la leche de sus rebaños en provecho propio y que eran mal vistos porque no asistían a los oficios religiosos en la sinagoga, olvidándose de que para que los devotos pudieran rezar, ellos les cuidaban sus propios rebaños. Dejando pues sus escasas pertenencias, corrieron a postrarse ante aquella criatura prodigiosa que nada podría darles, porque al fin era sólo un recién nacido pero que sin embargo era el que traía la máxima riqueza y la máxima cercanía de todo un Dios de los cielos que se mostraba necesitado del calor y la fraternidad de los hombres, a los que consolidaría con la presencia de su Hijo para que pudieran acercarse a él sin ningún temor, pues nadie teme la presencia de un pequeño recién nacido. Él es entonces la luz que viene a iluminar este mundo haciéndolo más fraternal, más humano y más cercano al corazón de nuestro Dios.
…También nosotros podamos disfrutar de la gloria de tu Hijo que vive por los siglos…
Los hombres que se imaginan disfrutar de las cosas hechas por sus propias manos o que pretenden disfrutar de los placeres que también ellos se inventan, ahora son llamados a deleitarse con los dones del recién nacido, de su paz, de su perdón y de su gloria, participando de su Eucaristía, donde hoy se vuelve a dar por completo a cada uno de los que lo reciben.
Feliz Navidad, Venturosa y Luminosa Navidad, Salvadora Navidad.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx
Hubo un niño que con su venida hizo que las miradas de todos estuvieran sobre él, y aunque fueron circunstancias, concretamente el censo decretado por Cesar Augusto de Roma, hizo que todos los pobladores de Israel tuvieran que desplazarse hasta sus lugares de origen para empadronarse. Pero en realidad fue un niño el que hizo que todo mundo se moviera de sus lugares, Cristo Jesús, el que nació pobre, pequeño y sencillo, cerca de los pobres, pero que era el mismo tiempo el Hijo de Dios, el que con su muerte y resurrección hizo que los hombres se volvieran unos a otros para intentar amarse como Dios nos ama.
Para percatarnos de la importancia de este niño que nos es dado, nos dejamos guiar este día por la oración de Navidad:
Dios nuestro que haces resplandecer esta noche santísima con el nacimiento de Cristo, verdadera luz del mundo…
Es el Padre el que está en el fondo de este acontecimiento que hace que el cielo se traslade a la tierra y que el Hijo de Dios tome posesión de este desierto para convertirlo en un vergel, y se asiente en este mundo de violencia para convertirlo en un cielo donde todos puedan amarse como hermanos según aquella palabra de Cristo: “Padre, quiero que donde yo esté, estén también los que tú me has dado, para que contemplen mi gloria, la que me has dado desde todos los siglos”, y el Hijo de Dios quiere posesionarse de este mundo en oscuridad y en silencio, para hacerlo testigo de su alegría, de su calor, de su perdón y de esa luz que irradia de sí mismo que se nos sigue dando a raudales cada vez que nosotros nos acercamos a la Santísima Eucaristía.
…concédenos que iluminados en la tierra por la luz de este misterio…
Todos fueron llamados a ser iluminados por la luz del recién nacido, comenzando por los pastores, gente que era mal vista porque los consideraban ladrones que se aprovechaban de la lana y la leche de sus rebaños en provecho propio y que eran mal vistos porque no asistían a los oficios religiosos en la sinagoga, olvidándose de que para que los devotos pudieran rezar, ellos les cuidaban sus propios rebaños. Dejando pues sus escasas pertenencias, corrieron a postrarse ante aquella criatura prodigiosa que nada podría darles, porque al fin era sólo un recién nacido pero que sin embargo era el que traía la máxima riqueza y la máxima cercanía de todo un Dios de los cielos que se mostraba necesitado del calor y la fraternidad de los hombres, a los que consolidaría con la presencia de su Hijo para que pudieran acercarse a él sin ningún temor, pues nadie teme la presencia de un pequeño recién nacido. Él es entonces la luz que viene a iluminar este mundo haciéndolo más fraternal, más humano y más cercano al corazón de nuestro Dios.
…También nosotros podamos disfrutar de la gloria de tu Hijo que vive por los siglos…
Los hombres que se imaginan disfrutar de las cosas hechas por sus propias manos o que pretenden disfrutar de los placeres que también ellos se inventan, ahora son llamados a deleitarse con los dones del recién nacido, de su paz, de su perdón y de su gloria, participando de su Eucaristía, donde hoy se vuelve a dar por completo a cada uno de los que lo reciben.
Feliz Navidad, Venturosa y Luminosa Navidad, Salvadora Navidad.
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