miércoles, 22 de diciembre de 2010

Tomados de la mano de María, comenzamos un nuevo año.

Hoy estrenamos año y dejamos atrás otro lleno de realizaciones, de metas cumplidas, de alegrías vividas y también de logros no alcanzados, de personas que ya llegaron a la meta y de violencias, maldades y egoísmos que no logramos erradicar de nuestra vida y de nuestra sociedad.

Pues esta fecha queremos vivirla de la Mano de María, la Madre de Dios y Madre de Cristo Jesús. No podía ser de otra manera. Los niños no comienzan a caminar de improviso, lo hacen casi siempre bajo el cuidado y la mirada de la madre. Cerca de ella el niño va dando los primeros pasos, coordinando sus movimientos y fortaleciendo su organismo.

De la misma manera los creyentes queremos sentir como nuestra esta fiesta, una de las más antiguas entre las celebraciones marianas y que hoy se coloca precisamente en el principio del año civil de los occidentales. Es el día marcado para sentir la presencia amorosa de María que supo estar cerca de su Hijo Jesucristo, alentándolo en su oración, en su silencio y también en su trabajo, cerca del que fue su padre adoptivo en la tierra, hasta impulsarlo a que con toda generosidad de entregara a lo que el Padre lo había enviado, a llevar a todos los hombres la Buena nueva de la salvación y el perdón y la reconciliación a todos los mortales.

María nos conducirá a Cristo Jesús y lo encontraremos como los pastores que: “fueron a toda prisa hacia Belén y encontraron a María, a José y al Niño, recostado en el pesebre. Después de verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño y cuántos los oían quedaban maravillados. María por su parte guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. Con María iremos contando todas las maravillas que hace Dios con nosotros cada día, y las que hará con nosotros en el año que hoy tenemos la dicha de comenzar.

Hoy será un día de bendición en familia, para que el Señor mantenga su paz entre nosotros y nos fortalezca en la lucha por obtener esa tarea, la de la paz, y podremos guiarnos perfectamente por la formula que los israelitas usaban para bendecir a sus hijos: “Que el Señor te bendiga y te proteja, haga resplandecer su rostro sobre ti te conceda su favor. Que el Señor te mire con benevolencia y te conceda su paz”. ¡Qué bella formula para recitar hoy en familia! Desear que el Señor bendiga no es sólo decir bien, sino dejar actuar al Señor en nuestras vidas, para alejar de nuestra sociedad el mal, la violencia, los crímenes, los secuestros y la persecución de los que no piensan como nosotros, tal como ocurre en varias naciones en los que los cristianos son perseguidos sin misericordia.

“Que el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su favor”. Vaya que necesitamos contemplar el rostro nuestro Dios porque en él quisiéremos contemplar el rostro de nuestros hermanos, de los que conviven con nosotros y el de todos los hombres, para considerar que todos son hermanos míos y que yo viviré para hacer el bien entre todos ellos, adelantando el momento en que viviremos como la gran familia de Dios en la casa del Padre.

“Que el Señor te mire con benevolencia y te conceda su paz”. La paz será siempre un don del Señor pero también será el gran reto y la gran labor para todos los hombres. Pero no será simplemente la ausencia de guerra, de armas y de violencia, sino un orden mundial basado en el reconocimiento de que todos los hombres somos hermanos y tenemos un padre común en los cielos, un resumen de todos los bienes salvíficos, un desear la paz interior y exterior, la acogida, la fraternidad, el estar a favor del otro, la armonía consigo mismo y con la naturaleza, la sintonía profunda con la vida y con el cosmos, la inefable paz con Dios.

Que María nos ayude a conseguir un año de paz, de ventura y de autentico progreso de todas las naciones.

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