lunes, 6 de diciembre de 2010

Nace una nueva raza, un nuevo pueblo, el de los guadalupanos.



Año de júbilo y de duelo, año de conmemoraciones y de angustia, año de recuerdos y de vivencias, eso ha sido el año 2010 en nuestra Patria. Año del Bicentenario de la independencia, que nos hace ir más atrás, hasta los inicios de la fe en la patria mexicana. Otros años difíciles, dramáticos, también, años de encuentro de dos pueblos, de dos razas, de dos culturas y también de dos religiones fuertemente arraigadas en cada uno de los pueblos. Una fusión de dos pueblos irrealizable. Pero aparecen los misioneros hablando de un Dios de bondad y de amor, de un Dios que entrega a su Hijo Jesucristo para reconciliación de todos los pueblos y para salvación de todos los hombres. Sin embargo, su labor era doblemente difícil, porque además de la lengua, las costumbres, la religión politeísta de los pueblos mexicanos, tenían el contra testimonio de los españoles presa de una gran avaricia y un deseo de poseer afanosamente cuanto de riqueza podían encontrar a su paso. La labor de los misioneros se realizó con ingenio, con astucia, con sagacidad, y siempre contando con la gracia de Dios, con el testimonio de pobreza, de entrega y de generosidad que eran la admiración de los indígenas. Pero con todo y todo, su labor nunca hubiera dado fruto del todo, de no ser por la intervención milagrosa de la mano suave y vigorosa de María, la Madre del Señor, la Virgen de Guadalupe.

“Y fue el Acontecimiento Guadalupano, el encuentro y diálogo de Santa María con el indígena Juan Diego, el que obtuvo un eco profundo en el alma del pueblo naciente, cualitativamente nuevo, fruto de la gracia que asume, purifica y plenifica el devenir de la historia. El lenguaje utilizado en el encuentro del Tepeyac, como vehículo de inculturación del Evangelio, constituyó un itinerario espiritual, al conjugar palabras y gestos, acción y contemplación, imágenes y símbolos”.

Cuando María de Guadalupe aparece, los indígenas sintieron su imagen no precisamente como una imagen más de las que ya comenzaban a circular en ese tiempo, sino un verdadero códice, un documento antiguo e histórico, donde veían reflejadas sus tradiciones, su cultura, y sus esperanzas, al grado de que todo en la figura de María les hablaba a sus ojos, a sus sentidos y a su fe de, de manera que su presencia cundió de una manera milagrosa entre todos ellos y también entre los españoles. Para hacer sentir su presencia, María escoge a un indígena y lo hace ascender hasta el mismo obispo, y a los españoles los hace bajar hasta los caminos de los indígenas, logrando así el nacimiento de una nueva raza, la nuestra, la mexicana, la americana.

“Esta nueva fraternidad propició un crecimiento en humanidad, de manera que este germen, sembrado por Santa María de Guadalupe en el alma del pueblo creyente, se ha ido desarrollando poco a poco, haciéndose presente especialmente en los momentos más significativos y dramáticos de nuestra historia es un acontecimiento fundante de nuestra identidad nacional”.

Nuestra Patria hoy, está sufriendo por la violencia, por la sangre derramada y por la pobreza de la mitad de los mexicanos, sin embargo, no todo debe ser en nosotros lamentos, sino la búsqueda de la reconciliación entre todos, tal como proponen los obispos mexicanos: “Debemos promover la reconciliación al interior de las familias mediante el respeto y el perdón y la valoración de los demás; difundir la reconciliación como una virtud de la experiencia comunitaria en nuestras parroquias y demás centros y organizaciones de nuestra actividad eclesial. La reconciliación debe ser un servicio de la Iglesia en medio de nuestra sociedad”. Que nuestra mirada se dirija hoy y siempre a María de Guadalupe, la Madre de nuestro Dios y Madre nuestra.

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