lunes, 24 de octubre de 2011
¡Que nunca se posesionen de la Iglesia los fariseos!
“A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos”.
Su Santidad Benedicto XVI al convocar en la Iglesia católica el año de la fe, describe maravillosamente en este párrafo una doble realidad que estremece a nuestra Iglesia, la santidad y el pecado a todo lo largo y lo ancho de su historia. La santidad, porque es indudable que a través de los siglos la Iglesia ha dado abundantes frutos, incontables hombres y mujeres que en el peregrinar de los siglos, han hecho que la Iglesia se enriquezca con su entrega, su generosidad y su amor a sus hermanos y a Cristo, que han hecho a este mundo más humano, más alegre y más cristiano. Pero también es indudable que en el seno de la Iglesia, formada por hombres de carne y hueso se ha sucedido el pecado que no acaba de ser erradicado de entre nosotros. Ésta realidad anima al Papa a llamar a ese “sincero y constante acto de conversión” que nos haga experimentar verdaderamente la misericordia del Padre que quiere salir al encuentro de la humanidad para congregarla en un solo pueblo y con un solo término: la casa del Padre, para encontrarnos con el hermano mayor ya resucitado, cabeza de la humanidad, Cristo Jesús.
Y es precisamente Cristo Jesús que en su amor nos previene de ese peligro constante en su Iglesia, el fariseísmo: “hagan todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra. Hacen pesadas cargas y difíciles de llevar y las echan sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con el dedo los quieren mover. Todo lo hacen para que los vea la gente”. Es una palabra muy concreta de Cristo sobre sus pastores, llámense papas, obispos, sacerdotes y diáconos o cualquiera que tenga un oficio o ministerio dentro de la Iglesia, para que su papel sea precisamente de servicio, de entrega y de caridad, recordando una y otra vez que habrá que: “Trabajar no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna”.
Como que en este domingo, nosotros los pastores tendríamos que sentarnos humildemente a escuchar a nuestros fieles para ser llamados a cuentas y comenzar a darnos cuenta que en la Iglesia nuestro papel como dirigentes, tendrá que ser siempre de servicio, de entrega y de generosidad, rehuyendo hasta lo último cualquier protagonismo en la Iglesia, pues Cristo es verdaderamente el principal protagonista, el primer actor y el primer director, argumentista y editor, imitando a San Pablo cuando se dirigía a los fieles de Tesalónica: “”Cuando estuvimos entre ustedes, los tratamos con la misma ternura con la que una madre estrecha en su regazo a sus pequeños. Tan grande es nuestro afecto por ustedes, que hubiéramos querido entregarles no solamente el Evangelio de Dios sino también nuestra propia vida, porque han llegado a sernos sumamente queridos”.
Siempre habrá peligro en la Iglesia de que los pastores se olviden de que son servidores y no funcionarios, líderes y no mandamás, facilitadores y no capataces, a imitación de Cristo que vino no a ser servido sino a servir ya dar la vida por todos los hombres.
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