Cuando se trató de quitarse de encima a Cristo Jesús, todos sus enemigos, aunque entre sí eran irreconciliables, se unieron como si hubieran sido hermanos. Así, los fariseos, le enviaron a Cristo una embajada que halagaba exteriormente su labor y su mensaje salvador. Pero la intención era perversa, pues querían un motivo, uno solo. para hacerlo caer y tener de qué acusarlo. Deben haberlo pensado muy bien como hacen los que obran el mal y así le preguntaron sobre la conveniencia o no de pagar el tributo al Cesar romano. Cualquier respuesta de Cristo sería comprometedora, pues si afirmaba que sí, le harían ver al pueblo que su seguimiento era vano, pues Jesús era pro-romano y dejarían en seguida de seguirle, y si afirmaba lo contrario, el procurador romano de ese tiempo, implacable, lo habría considerado al instante como enemigo del pueblo romano y rápidamente lo habría hecho desaparecer. Pero la respuesta de Cristo fue tajante, y puso a la vista la mala voluntad de aquella embajada. Simplemente les pidió que le mostraran una moneda de las que sus enviados traían en sus bolsos, aunque como buenos judíos eso les estaría prohibido. Y tuvieron que sacar una moneda con la inscripción romana con la efigie del cesar en turno, que se consideraba “Augusto” o sea casi divino. Y de ahí la frase de Cristo que nos ocupa: “ Devuelvan´ al Cesar lo que es del Cesar, y a Dios lo que es de Dios”.
De paso diremos que los políticos conocen a la perfección la frase de Cristo pero sólo en la primera parte, pues reclaman para sí la atención de los ciudadanos y sobre todo sus impuestos, pero desconocen olímpicamente la segunda por considerar que Dios y la Iglesia tienen que quedarse dentro de los muros de sus templos quedándose absolutamente sin competidor. Es desconocer que Dios tiene una palabra que decir en la organización y en el trayecto ordinario de los hombres en sociedad y en convivencia. No tan fácilmente podemos ignorar al Señor de nuestras instituciones políticas, so pena de la situación de violencia, de maldad y de injusticia que todos estamos viviendo. Si estamos obligados con nuestra sociedad, también lo estamos con el Señor que nos ha dado la vida y con Cristo que tomó nuestra condición pero nunca consideró someterse a poderes que se consideraban como los dueños absolutos de nuestro mundo.
Y tendremos que agregar que Cristo puso las cosas en su lugar, al considerar que ningún poder sobre la tierra tiene ni la primacía ni la exclusividad y nadie puede invocar a Dios a favor de su propio partido, y de paso les pide a sus seguidores que no se hagan tontitos y colaboren en justicia con las autoridades constituidas trabajando a brazo partido por el bien común de los hombres, para que triunfe la justicia y la equidad, para que todos los hombres tengan una condición digna de hijos de Dios. Tan cierto es esto, que el Concilio Vaticano II llega a afirmar (n.43): “El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo; falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación. Siguiendo el ejemplo de Cristo, quien ejerció el artesanado, alégrense los cristianos de poder ejercer todas sus actividades temporales haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios”. Ysiguiendo al mismo Concilio, terminamos afirmando: “No se creen, por consiguiente, oposiciones artificiales entre las ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa por otra“. A Dios lo que es de Dios y al Cesar también lo suyo.
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