martes, 18 de octubre de 2011

¡El banquete de bodas está servido,

Las bodas tienen siempre un atractivo muy especial en cualquier lugar del mundo, pues unen a dos familias, nos hablan de una unión de vida y de esperanza y abren las puertas para la existencia de nuevos seres que vendrán a poblar este mundo en el que desarrollamos nuestra existencia. Y un banquete de bodas muy especial, convocado por un rey, sirve espléndidamente al Evangelista San Mateo para hablarnos del Reino de los cielos. Un banquete preparado con toda la exquisitez de una casa real. Fueron convocados los invitados por medio de los criados como era la costumbre, pero los invitados se negaron a asistir. De nueva cuenta los convoca rey, con la misma negativa, con el agravante de maltratar e incluso matar a los sirvientes, pues sus asuntos y sus placeres les impedía participar en el banquete. Hasta aquí entendemos que Cristo se está refiriendo a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo de Israel, que ciertamente rechazaron la oferta que Cristo les hacía para la nueva vida y la salvación que les ofrecía en su propia persona. Por eso fueron convocadas otras gentes, que fueron tomadas de los cruces de los caminos y de cuanto lugar encontraron, pues la boda no podía ser despreciada. Esa es una forma de expresar la universalidad de la salvación ofrecida por Cristo Jesús. Una salvación que ya no encontrará fronteras, pues todos los hombres están congregados a la paz, a la justicia, al amor y a la fraternidad entre todos ellos. Ya el profeta Isaías, en uno de sus más bellos cánticos, nos da cuatro características de la salvación que Cristo nos da y que está simbolizada en la boda real:
Primero, habrá alimento para todos, y no nos estamos refiriendo a la vida después de la muerte, sino en este mundo donde comienza el Reino de Dios. Ya nadie morirá de hambre ni el alimento será patrimonio de los poderosos y de las naciones ricas. ya no podremos hablar de países del tercer y cuarto mundo, porque el pan alcanzará para todos: “El Señor del universo preparará un festín con platillos suculentos, para todos los pueblos, un banquete con vinos exquisitos y manjares sustanciosos.
Segundo: Ya no habrá muerte en Reino de Cristo, pues éste pagó de una vez por todas en lo alto de la cruz, por los pecados de los hombres y ya no habrá necesidad de considerar enemigos a los demás ni se tendrá que atentar contra sus bienes y sus propiedades porque todo eso habrá desaparecido: “El Señor destruirá la muerte para siempre”. Nunca más los no nacidos serán un obstáculo para la comodidad de los hombres, pues siempre serán bienvenidos al banquete de la vida y ya no habrá mujer que tenga que atentar contra la vida latente en su propio vientre, pues considerará el máximo tesoro una vida que engrandecerá al mundo y será su propia gloria.
Tercero: los sufrimientos de los hombres habrán acabado y ya no habrá madres que lloren por la muerte de su hijo por no haber encontrado pan, salud y seguridad para él y los padres ya no tendrán que llorar por la maldad de los que atentan contra sus hijos, pues todos seremos una sola raza, una sola familia y un solo ser: “Dios enjugará las lágrimas de todos”.
Cuarto: “El Señor borrará de toda la tierra la afrenta de su pueblo”, el pecado nos ha separado y distanciado del amor de Dios, pero la fuerza del amor de Cristo y su entrega por nosotros nos ha salvado y ha borrado la separación de la bondad y misericordia del Padre de los cielos. Aprestémonos, a participar alegremente del banquete del Reino, el Reino de Cristo, pues ciertamente nuestra participación será esencial para alcanzar los dones y las gracias de la salvación de Dios que Cristo nos ha conquistado.

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