lunes, 31 de octubre de 2011
¡Cuidado con los cristianos dormilones!
Las parábolas de Cristo reflejan costumbres y tradiciones de otros tiempos, pero conservan un mensaje para todas las épocas. Eso pasa con la parábola que Cristo nos transmite el día de hoy. Las bodas de los judíos se realizaban de noche, el rito era muy simple, congregaba a los amigos y parientes del novio, que se trasladaban a la casa de la novia, con su velo y ataviada lo mejor que se podía y que ya esperaba con sus papás, parientes y amigos para ser trasladada a la casa del novio entre música, cantos y alegría, para comenzar la fiesta que podía prolongarse por varios días según la condición económica de los novios. En esas circunstancias aparecen en escena cinco muchachas jóvenes de las cuales cinco fueron previsoras, llevando además de la lámpara correspondiente, un poco más de aceite en prevención de que el novio tardara. Las otras cinco se fueron a la buena de Dios, o mejor a la mala, pues no se proveyeron del aceite correspondiente. Cuando el novio llegó, éstas últimas pidieron un poco de aceite, pero les fue negado y se quedaron “como la novia de las dos bodas”, sin poder entrar al banquete. De entrada se nos hace que las primeras fueron egoístas, pues de otra forma todas habrían podido entrar al banquete. Pero habrá que preguntarnos entonces qué signifique el aceite y caeremos en la cuenta primero, de su importancia en la vida de los hombres. Después del agua, es el líquido que está en muchos momentos en la vida del hombre: en los alimentos y medicamentos, cosméticos y tonificantes de la piel, combustible y lubricante para las máquinas, y también para los perfumes que alegran el ambiente y el cuerpo humano. Tratándose de la parábola, ese aceite significa la fe y el amor, que tienen que ser conquistas propias, si no fueran un don, y que por lo tanto son intransferibles, pues deberán ser patrimonio y victoria de cada persona.
El Papa Benedicto en la convocatoria para el año de la fe, nos clarifica el texto de la parábola considerada:
“Llegados sus últimos días, el apóstol Pablo pidió al discípulo Timoteo que «buscara la fe» (cf. 2 Tm 2, 22) con la misma constancia de cuando era niño (cf. 2 Tm 3, 15). Escuchemos esta invitación como dirigida a cada uno de nosotros, para que nadie se vuelva perezoso en la fe. Ella es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin”.
Ateniéndonos al texto del Papa podemos señalar que si bien es verdad que en la parábola cinco de las jóvenes eran dormilonas, hoy apenas uno de cada cinco hombres somos los que ya tenemos la fe en Cristo, y si hemos de considerarla como un gran regalo suyo y una gran conquista y un gran logro nuestro, entonces no podremos quedarnos sentados viendo que el mundo crece y se desarrolla como si Cristo aún no hubiera venido al mundo iluminándolo con su muerte y su resurrección. Esa luz de la fe nos impulsa entonces a proclamar las maravillas del Dios que nos ha llamado a la vida, aprestándonos a dar con toda nuestra vida, un testimonio alegre de nuestra creencia y nuestra esperanza para que otras muchas gentes vivan desde ahora abiertos al Dios de la vida, al deseo de poseerlo y responder a su llamado de paz, de vida, de amor, de esperanza y solidaridad con todos los hombres que buscan la felicidad que sólo en él puede ser encontrada.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx
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