Una de las actividades más constantes de nuestra fe cristiana es la oración. Manifestamos nuestra fe en Dios por medio de ella. La forma más elemental de la oración es la "vocal". Ordinariamente nos servimos de fórmulas anteriormente preparadas, de palabras recitadas con la boca, ya sea que las leamos o las recitemos de memoria, de este modo sencillo tenemos fe en llegar a Dios.
Este modo elemental de orar puede ser propuesto a cualquiera, incluso a los más rudos. Son capaces de practicarla los niños, los pecadores, o aquellos que no poseen formación espiritual.
Un punto, sin embargo, debe advertirse con cuidado. Este tipo de oración no tiene su valor en las palabras, en las fórmulas, aunque sean bellísimas, ni son éstas las que suben materialmente al cielo. Lo que cuenta son los actos de "voluntad" que internamente acompañan y vivifican las expresiones. Separadas de ellas y tomadas por sí solas, las palabras no tienen valor, y menos aún satisfacen. Dios quiere los corazones, la voluntad libre, el ofrecimiento espontáneo que ésta le hace de sí misma.
Con esto comprendemos cuán equivocados están algunos cristianos que toman algunas oraciones como si fueran fórmulas mágicas. No es raro encontrar cristianos que se sienten atrapados por fórmulas que se deben de recitar un determinado número de veces, y de las cuales se deben hacer un número determinado de copias y que se deben de repartir a otras tantas personas, y que si se hace como se prescribe se obtendrán riquezas, mientras que si no se hacen como se manda, vendrán sobre la persona males incontable. Todo esto es superstición.
La oración es la "elevación del alma a Dios para adorarlo, para darle gracias por el beneficio recibidos, para alabarlo, para pedirle perdón por nuestros pecados y para implorarle gracias para nosotros o para el prójimo".
La oración brota, pues, del corazón; las palabras pronunciadas representan el modesto papel de ocasión, de estimulante, de expresión sensible, nada más. Condición indispensable para el que ora es el recogimiento. Sólo así, en la calma del espíritu, la voluntad podrá multiplicar las actitudes santas, conforme a las fórmulas materialmente usadas.
¿Por qué la perseverancia en la oración? Si Dios ya conoce lo que necesitamos, no habría necesidad ni siquiera de hacer oración. Pero la oración de petición no tiene la función de informar a Dios sobre algo que Él no sepa, sino de ponernos en contacto con Él. La insistencia en nuestra oración nos hace mucho bien, porque es la manifestación de nuestra amistad, de nuestra intimidad con Él.
Jesús nos recomienda la perseverancia en la oración, porque sabe que la insistencia nos hace mucho bien. No por repetir ante Dios nuestra necesidad, sino simplemente porque nos da oportunidad de ponernos en contacto con Él.
Imaginemos a un padre de familia que tiene a su hijo estudiando en alguna universidad en otra ciudad. El sabe que su hijo necesita dinero para su sostenimiento y demás gastos, pero no se lo envía hasta que el hijo hable por teléfono o escriba. Lo hace así, no porque se le olvide, sino porque quiere que el hijo no pierda el contacto con la familia. Así sucede con el Señor; no es que se haga del rogar, sino que quiere que no perdamos las relaciones con Él.
Todo ello es necesario para comprender el mensaje de la palabra de Dios en este domingo, que nos hablará de la oración y de su perseverancia.
Este modo elemental de orar puede ser propuesto a cualquiera, incluso a los más rudos. Son capaces de practicarla los niños, los pecadores, o aquellos que no poseen formación espiritual.
Un punto, sin embargo, debe advertirse con cuidado. Este tipo de oración no tiene su valor en las palabras, en las fórmulas, aunque sean bellísimas, ni son éstas las que suben materialmente al cielo. Lo que cuenta son los actos de "voluntad" que internamente acompañan y vivifican las expresiones. Separadas de ellas y tomadas por sí solas, las palabras no tienen valor, y menos aún satisfacen. Dios quiere los corazones, la voluntad libre, el ofrecimiento espontáneo que ésta le hace de sí misma.
Con esto comprendemos cuán equivocados están algunos cristianos que toman algunas oraciones como si fueran fórmulas mágicas. No es raro encontrar cristianos que se sienten atrapados por fórmulas que se deben de recitar un determinado número de veces, y de las cuales se deben hacer un número determinado de copias y que se deben de repartir a otras tantas personas, y que si se hace como se prescribe se obtendrán riquezas, mientras que si no se hacen como se manda, vendrán sobre la persona males incontable. Todo esto es superstición.
La oración es la "elevación del alma a Dios para adorarlo, para darle gracias por el beneficio recibidos, para alabarlo, para pedirle perdón por nuestros pecados y para implorarle gracias para nosotros o para el prójimo".
La oración brota, pues, del corazón; las palabras pronunciadas representan el modesto papel de ocasión, de estimulante, de expresión sensible, nada más. Condición indispensable para el que ora es el recogimiento. Sólo así, en la calma del espíritu, la voluntad podrá multiplicar las actitudes santas, conforme a las fórmulas materialmente usadas.
¿Por qué la perseverancia en la oración? Si Dios ya conoce lo que necesitamos, no habría necesidad ni siquiera de hacer oración. Pero la oración de petición no tiene la función de informar a Dios sobre algo que Él no sepa, sino de ponernos en contacto con Él. La insistencia en nuestra oración nos hace mucho bien, porque es la manifestación de nuestra amistad, de nuestra intimidad con Él.
Jesús nos recomienda la perseverancia en la oración, porque sabe que la insistencia nos hace mucho bien. No por repetir ante Dios nuestra necesidad, sino simplemente porque nos da oportunidad de ponernos en contacto con Él.
Imaginemos a un padre de familia que tiene a su hijo estudiando en alguna universidad en otra ciudad. El sabe que su hijo necesita dinero para su sostenimiento y demás gastos, pero no se lo envía hasta que el hijo hable por teléfono o escriba. Lo hace así, no porque se le olvide, sino porque quiere que el hijo no pierda el contacto con la familia. Así sucede con el Señor; no es que se haga del rogar, sino que quiere que no perdamos las relaciones con Él.
Todo ello es necesario para comprender el mensaje de la palabra de Dios en este domingo, que nos hablará de la oración y de su perseverancia.
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