La última entrega de Shrek, felices para siempre deja sorpresas muy gratas. Cuando empecé a verla, esperaba las gracias del burro, o las piruetas del gato. Y me encontré un Shrek maduro, problematizado por lo que inquieta a los humanos normales: la familia, la tentación, la redención, el amor. Y una Fiona magnífica contraparte.
Esta vez para Shrek no hay posibilidad de jugar, pues por la tentación en la que cae incitado por Rumpelstistkin, pierde todo lo que quería, todo lo que él sabía que quería, y que, por la rutina, y lo cotidiano, había perdido su brillo. El peso de la rutina se mete de tal manera en el corazón de Shrek que da lo que sea por un día de regreso a lo que él considera su verdadera identidad, la del ogro gamberrete, asustador, travieso. Ahí está la trampa que le pone Rumpelstiltskin. El precio, que a Shrek se le hace bajo, acaba siendo tremendamente alto: Shrek paga con el día de su nacimiento. Así Shrek solo tiene 24 horas de vida, las del día de ogro feliz. El problema no es que no lo reconozcan, ni el burro, ni el gato, ni el muñeco de jengibre, ni la misma Fiona. Si se no rompe el hechizo, desaparecerán él, sus hijos y su relación con Fiona. Lo que había comenzado como un juego de hombre casado que busca ser soltero, acaba con la destrucción de los amores de su vida: Shrek pasa de tener todo a no tener nada.
La solución radica en que se produzca el beso de amor verdadero entre Shrek y Fiona. Pero ella ya no quiere a Shrek. Aun cuando él consigue el beso, a ese beso le falta amor, porque Shrek ya no es nadie para Fiona. Ya no hay redención. Entonces aparece el mejor Shrek, que saca una gran nobleza de su interior: Shrek se olvida de sí mismo y se entrega a las necesidades de los demás.
Tampoco hay que llenar de cualidades morales a nuestro ogro verde, pero es interesante destacar los rasgos con los que enfrenta la parte final de la película. Shrek fracasa, al intentar sacrificarse a sí mismo para el bien de los ogros prisioneros de Rumpelstiltskin, personaje malvado de afilada astucia. Y entonces aparece en toda su grandeza, y Fiona descubre que Shrek merece la pena. La escena del amanecer que implica la muerte de Shrek es majestuosa: ante Fiona que pregunta qué es lo que puede hacer, Shrek responde que ella ya ha hecho todo lo que tenía que hacer. Y así, aunque parece que todo se pierde, Shrek gana todo, porque se ha ganado a sí mismo. Y aunque parece que no hay nada que hacer, Shrek deja una herencia imborrable en el corazón de Fiona. Eso es el amor.
Un diálogo entre Fiona y Shrek cierra la historia: “¿Sabes? –Dice Shrek a Fiona- siempre había creído que yo te había rescatado de la fortaleza del dragón”. “Y así fue” –responde Fiona-. “no, -replica Shrek- fuiste tú la que me rescataste a mí”. Recordar que el amor nos rescata, nos hace felices para siempre, y nos lleva a sacar lo mejor de nosotros, aunque, en el horizonte, la salida del sol parezca la señal de la pérdida de la esperanza.
En definitiva, merece la pena ver Shrek para quienes queremos vivir felices para siempre, para quienes atravesamos momentos complejos en nuestras relaciones más importantes, para quienes olvidamos que cada día hay que luchar por los dones que tenemos, para quienes tenemos necesidad de rescatar nuestro corazón. Merece la pena ver Shrek.
Esta vez para Shrek no hay posibilidad de jugar, pues por la tentación en la que cae incitado por Rumpelstistkin, pierde todo lo que quería, todo lo que él sabía que quería, y que, por la rutina, y lo cotidiano, había perdido su brillo. El peso de la rutina se mete de tal manera en el corazón de Shrek que da lo que sea por un día de regreso a lo que él considera su verdadera identidad, la del ogro gamberrete, asustador, travieso. Ahí está la trampa que le pone Rumpelstiltskin. El precio, que a Shrek se le hace bajo, acaba siendo tremendamente alto: Shrek paga con el día de su nacimiento. Así Shrek solo tiene 24 horas de vida, las del día de ogro feliz. El problema no es que no lo reconozcan, ni el burro, ni el gato, ni el muñeco de jengibre, ni la misma Fiona. Si se no rompe el hechizo, desaparecerán él, sus hijos y su relación con Fiona. Lo que había comenzado como un juego de hombre casado que busca ser soltero, acaba con la destrucción de los amores de su vida: Shrek pasa de tener todo a no tener nada.
La solución radica en que se produzca el beso de amor verdadero entre Shrek y Fiona. Pero ella ya no quiere a Shrek. Aun cuando él consigue el beso, a ese beso le falta amor, porque Shrek ya no es nadie para Fiona. Ya no hay redención. Entonces aparece el mejor Shrek, que saca una gran nobleza de su interior: Shrek se olvida de sí mismo y se entrega a las necesidades de los demás.
Tampoco hay que llenar de cualidades morales a nuestro ogro verde, pero es interesante destacar los rasgos con los que enfrenta la parte final de la película. Shrek fracasa, al intentar sacrificarse a sí mismo para el bien de los ogros prisioneros de Rumpelstiltskin, personaje malvado de afilada astucia. Y entonces aparece en toda su grandeza, y Fiona descubre que Shrek merece la pena. La escena del amanecer que implica la muerte de Shrek es majestuosa: ante Fiona que pregunta qué es lo que puede hacer, Shrek responde que ella ya ha hecho todo lo que tenía que hacer. Y así, aunque parece que todo se pierde, Shrek gana todo, porque se ha ganado a sí mismo. Y aunque parece que no hay nada que hacer, Shrek deja una herencia imborrable en el corazón de Fiona. Eso es el amor.
Un diálogo entre Fiona y Shrek cierra la historia: “¿Sabes? –Dice Shrek a Fiona- siempre había creído que yo te había rescatado de la fortaleza del dragón”. “Y así fue” –responde Fiona-. “no, -replica Shrek- fuiste tú la que me rescataste a mí”. Recordar que el amor nos rescata, nos hace felices para siempre, y nos lleva a sacar lo mejor de nosotros, aunque, en el horizonte, la salida del sol parezca la señal de la pérdida de la esperanza.
En definitiva, merece la pena ver Shrek para quienes queremos vivir felices para siempre, para quienes atravesamos momentos complejos en nuestras relaciones más importantes, para quienes olvidamos que cada día hay que luchar por los dones que tenemos, para quienes tenemos necesidad de rescatar nuestro corazón. Merece la pena ver Shrek.
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