martes, 15 de noviembre de 2011
¿Soñaría Cristo alguna vez con llegar a ser rey?
Cristo nació en condiciones muy desfavorables, en medio de una gran pobreza y, tuvo que huir con sus padres a establecerse en tierra extraña, en Egipto, para escapar con vida, se desarrolló en los montes de Galilea, entre las ovejas y un taller de carpintería, de manera que ni en sueños llegó Jesús a pretender ser Rey. Luego, en su vida pública conoció el despotismo, la injusticia y la maldad con la que proceden los reyes de la tierra, de manera que aunque quisieron proclamarlo rey, siempre se negó a tal condición. Y sin proponérselo, un día se vio con una corona de espinas sobre su cabeza, y quien lo proclamó rey en lo alto de la cruz, fue precisamente el poder despótico de una nación extranjera. Quedó convertido en un rey de pacotilla. ¿Por qué entonces la pretensión de llamarlo Rey? La fiesta de hoy, nació en un momento difícil para la Iglesia en Europa, en 1925, y sin embargo, no cabe duda de que Cristo es Rey precisamente por su entrega en la cruz, y por la gloria que su Padre de dio por su generosidad y su entrega al bien de los pobres, de los necesitados y de los que padecen la injusticia y la maldad de los hombres. Los profetas del Antiguo Testamento lo contemplaban con la realeza y la bondad sobre sus hombros. Nunca quiso Cristo la realeza sobre la tierra, pero todas sus acciones estuvieron encaminadas a fincar el Reino de verdad, de justicia, de paz, de amor y de perdón, a total diferencia de los reíros de la tierra.
Y dado que San Pablo contempla a Cristo como el Resucitado, el primero entre todos los hombres, San Mateo nos presenta a Cristo con gran majestad, pero sin hacerlo llamar Rey, simplemente como Cristo solía hablar de sí mismo, como el Hijo del hombre, que juzgará públicamente a todos los hombres sobre una sola realidad: el amor a los pobres, a los desamparados y a los que fueron tratados con injusticia. No preguntará Jesús a qué religión se perteneció, cuáles fueron sus rezos o sus ritos, simplemente qué hicieron con los más pobres del Reino de su Padre. Ya me imagino a las viejitas de todas los días en las bancas de nuestros templos: “Mira a fulanita, tan buena que parecía, mira a dónde va” y otra dirá: “Y ahí va don fulano, que yo creía que era tan malo, mira, mira ahora cómo es tratado”. Pero eso no ocurrirá, nadie tendrá tiempo para juzgar, sólo Cristo que hará sentar a los que alcanzaron gracia, cerca de él, a la derecha del Padre, sin que esto tenga ninguna connotación política, simplemente en el lugar principal en el Reino de los cielos. Es momento de aprender la lección, de darnos cuenta que ya nos han comunicado de qué nos examinarán.
Los reyes no abren la puerta a los que les visitan, para eso tienen empleados, y quieras o no, los que abrirán las puertas, por voluntad de Cristo serán precisamente los pobres, los desarrapados, los que estuvieron desnudos o hambrientos, los que fueron privados de su libertad y hechos prisioneros porque para ellos no hubo justica, los que lloraron por la maldad de otros, los que cargaron con la cruz de la opresión y la miseria. Ellos serán los porteros de Cristo y del Reino, de manera que lo mejor será comenzar a ganarnos ese lugar, cuidándonos de no despreciar ni pisotear a los más desprotegidos del Reino, y nuestro pase será una realidad, pues el Espíritu Santo de Cristo estará presente, impulsándonos como impulsó a Cristo Jesús ya desde el seno de su madre, sin desprenderse nunca más de él, acompañándolo en lo alto de la cruz y asistiendo al momento de su suprema exaltación como el Resucitado que espera la presencia de todos aquellos por los que él dio su propia vida para hacerlos vivir para siempre en su Reino.
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