sábado, 30 de julio de 2011

Todo lo da y todo lo tiene prestado - Dom 18



Las acciones que verdaderamente transforman este mundo que Dios nos ha dado, están compuestas por la acción comprometida del creyente y la acción realizadora de Aquél que lo puede todo? Pero,... ¿Qué es lo que el hombre puede aportar en la historia de la propia salvación? ¿Cuál es el lugar del ser humano en ese tapiz que se va entretejiendo con el paso del tiempo y en nuestro propio espacio?

El ser humano puede quedarse solamente en promesas, en proyectos, en preparativos, en intenciones ¿Qué por qué?, porque el hombre se da cuenta de que los dones de Dios suelen convertirse en trabajo y compromiso, que los dones de Dios más que ser fuente de privilegios son responsabilidades.

El Evangelio de este domingo nos enseña que Dios ha querido necesitar de la cooperación de los hombres. El no ha querido ofrecernos el pan sin el esfuerzo. El Hijo eterno del Padre ha querido esperar de cada uno de nosotros, esos elementos humanos que complementan su plan de salvación.

Hoy, el Evangelio nos presenta la aportación del hombre. Desde lo humano, se trata de algo hasta cierto punto desalentador: sólo cinco panes y dos pescados; sin embargo, Dios ha querido que éstos sean necesarios. Así ha sido siempre. Quizá no se ha escrito nunca una paradoja tan grande como ésta: Se combina la divinidad con la dependencia, la riqueza con la pobreza.

El Hijo de Dios ha pedido prestado un pesebre para nacer, una barca para predicar, un asno para entrar a Jerusalén, un lugar para celebrar la Última Cena. Al final, habrá necesidad de que se pida un sepulcro vacío para que descanse. Dios se permite tomar algunas cosas de los hombres para recordarnos que todo procede de Él y que todo le pertenece.

El en sus milagros de todo tiempo, ha querido necesitar de la aportación del hombre; aunque sea el estirar nuestra mano para tocar su manto, el gritar para que nos oigan, lanzar la red, llenar de agua los odres, quitar la piedra de un sepulcro.

Hoy, el Evangelio nos invita para que pongamos nuestros cinco panes y nuestros dos pescados en las manos de Dios. El Señor nos invita para que colaboremos con su obra. Nos ha prometido como recompensa, aparte de la vida eterna, el ciento por uno. Pero no te olvides que nunca existirá el Ciento, si yo no soy capaz de poner en las manos de Dios el Uno que debo aportar… En el tiempo actual, mucho más que milagros, hace falta amor al trabajo e interés por el hermano.

La desproporción existente entre lo que el hombre aporta y la grandeza de la obra de Dios se anula cuando lo poco que se tiene, o la nada que se piensa ser y tener, se convierte en el todo que se le entrega a Dios y que se pone a disposición del hermano.

Se trata de esos cinco panes y dos pescados que el hombre debe poner en su profesión, en su vocación, en su trabajo, en la oficina, en la escuela, en su hogar, en la amistad, en la Iglesia, en la sociedad, en su dedicación para cada cosa que quiere aprender o que piense adquirir.

Es recurrente el que los hombres estemos esperando una multiplicación de panes sin poner nuestros panes, queremos pesca milagrosa sin ir a pescar… Los jóvenes de hoy han pretendido pasar un examen sin siquiera ponerse a estudiar. Algunos de nuestros profesionistas desempleados pretenden tener un buen empleo, pero levantándose a las once de la mañana y rascándose el ombligo…Los esposos quieren que Dios y que el otro hagan todo el trabajo y se olvidan de que las relaciones humanas siempre serán un movimiento de dos.

“No hay tesoro sin esfuerzo”. Pero,... parece que nosotros no lo hemos comprendido.

Dios quiere el bien del hombre, y el hombre debe de ver por su bienestar. Debe poner en las manos de Dios sus panes y sus pescados para que los bendiga y los multiplique en favor de todos los hombres…Volvamos a nuestras labores y presentemos a Dios con fe el trabajo de la vida diaria, nuestros cinco panes y nuestros dos pescados y Dios nos concederá todos los días el milagro de su multiplicación.

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