viernes, 1 de julio de 2011

¿Los cristianos, herederos de los leguleyos fariseos?




¿No te has preguntado cómo sería la oración de Jesús, dada la importancia que él le daba en su vida? Los evangelistas han cubierto respetuosamente aquellos momentos de intimidad de Cristo con su Padre. Conocemos aquél terrible momento de oración que Cristo vivió en el huerto de los olivos antes de entregarse a sus enemigos, pero de lo demás sólo podemos intuir algunos detalles: que se realizaba de noche o por la mañana muy temprano, que prefería hacerlo en silencio y aislado de sus apóstoles, que prefería el contacto con la naturaleza para el encuentro con su Padre. Sin embargo el texto evangélico que escucharemos este día en todas las Iglesias nos hace pensar en la gran confianza y la alegría con la que Cristo se dirigía a su Padre, y lo maravillosamente unido que se sentía con todos los hombres en su intimidad con Dios: “¡yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre porque así te ha parecido bien”. Es para nosotros un gran honor y una gran confianza haber podido hermanarnos con Cristo Jesús a través del bautismo, para estar unidos con él y a él en su oración perpetua. De ese mismo texto sacamos la profunda enseñanza de ese Buen Padre Dios que se complace en el bien, en la paz y en la armonía de todos los hombres. Es el Dios de Cristo y no el de los antiguos fariseos, que de los diez mandamientos de la Ley se habían sacado de la manga aquellos tremendos 613 mandamientos suyos, de los cuales 365 eran prohibiciones, una por cada día del año, y 248 mandamientos positivos, según las partes que integraban el cuerpo humano según la medicina de ese tiempo, de manera que la religión era cosa de leguleyos, de clérigos, de doctores de la ley, y el pueblo sentía por lo tanto a su Dios cada vez más lejano, sin tener tiempo para toda aquella sarta de preceptos, además de que la Palabra estaba en hebreo, lengua que ellos no conocían, pero demás, para colmo de males, la gran mayoría del pueblo era analfabeta. El Dios que ellos alcanzaban a percibir no era el de Cristo sino el que los entendidos de la Ley les habían inventado.
Por eso, Cristo dando un gran salto y poniéndose en la línea del Profeta Zacarías, que soñaba con un Dios cercano a todos los hombres y que era una piedrita molesta en el zapato de los fariseos, llegará a hacernos entrar en contacto con el verdadero Dios, invitándonos a dejar todo en sus manos, para encontrar descanso y alivio en él: “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera”.
Eso es lo que Cristo desea, que sepamos arrojarnos en sus brazos y descansar de una vez por todas de todas las angustias, las preocupaciones y ansiedades que son características de nuestra época. Arroja en él toda la carga de tu vida, acepta su reto y no te contentes con una simple “presencia diplomática” tuya los domingos en la Eucaristía. Ahí no hay arrojo, no hay verdadera correspondencia, sino un simple mirar a Jesús, a su sacramento, a sus hermanos, si no es que sentimos cierta incomodidad por la presencia de tanta gente por la que no sentimos absolutamente nada. Necesitamos otra clase de cristianos, que lleguen a dar el paso y encontrarse en el sacramento eucarístico con esa presencia de Cristo que salva, que libera, y que une intensamente con su Padre Dios, aunque no nos exima de su mandato y de su cruz. ¿Quieres seguir cumpliendo mecánicamente o será capaz de confiarte plenamente en Cristo tu Salvador?
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx

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