Siempre ha sido proverbial la actitud de Salomón, aquél hombre que llevó adelante los destinos de su pueblo, después de un gran rey como fue David. Su sabiduría se extendió más allá de las fronteras de su patria, y las gentes venían a escucharlo y a consultarlo. Pero en sus orígenes no fue así. Un día fue llamado a regir a su pueblo en plena juventud y en verdad que habría sido difícil su conducción, de no ser porque el Dios de Israel se le manifestó en sueños, concediéndole un deseo para su corazón. El joven Salomón hizo memoria de su padre, que se había portado con Dios “con lealtad, con justicia y rectitud de corazón” y por eso pidió un solo deseo: “sabiduría de corazón para poder gobernar a su pueblo y distinguir entre el bien y el mal”. Él acertó en su petición, que le fue concedida, y esa tendría que ser la petición de nuestro mundo, de los que rigen las naciones e incluso de los que gobiernan una sola familia, pues parece que nuestro mundo ha perdido el rumbo, ha perdido el sentido de la vida vida.y estamos en una crisis existencial, vital y los jóvenes mismos nada buscan porque piensan que nada van a encontrar, y lo mejor será sumergirse en el mundo de los placeres, de la droga o del alcohol. Se les habla de grandes oportunidades, pero hoy los diarios dicen que sólo uno de cada diez jóvenes ingresará a las universidades oficiales. Sin embargo, la vida misma tiene sentido, pues siendo un don que hemos recibido, y gratuitamente porque no dimos nada a cambio, sólo tendrá sentido en la medida en que sepamos agradecerla al dador de todos los dones, empeñando todos nuestros sentidos en proceder como David, “con lealtad, con justicia y rectitud de corazón”, para conseguir la alegría, el gozo, la amistad y la fraternidad entre todos los hombres.
De hecho es la petición de la Iglesia en este día, que “sepamos usar con sabiduría de los bienes de la tierra, que no nos impidan alcanzar los del cielo”. Mientras nuestros sentidos estén embotados sólo en la casa, el coche, las comodidades para la casa, los viajes y los placeres, no tendremos el suficiente empeño en vivir según la justicia y si además falta la lealtad para nuestros congéneres y la rectitud de corazón, ya nos podemos imaginar que todos seremos atrapados por la ola de la violencia y del mal.
Para un disfrute legítimo de la vida, hoy tendremos que romper ese círculo de cosas materiales que nos invaden, para escuchar a Cristo que nos habla del Reino que él ha venido a implantar como un hombre que encontró un tesoro en un campo, lo escondió y corrió gozosamente a vender todo lo suyo para adquirir el campo y quedarse con el tesoro. Cristo propone también como modelo el de un comprador de perlas finas que al encontrar una de mucho valor entre muchas baratijas del mercado, va también, empeña todo lo que tiene y se queda con aquella joya de incalculable valor. No cabe duda que el empeño, la tenacidad y la astucia de ambos personajes es digna de admiración y con la sabiduría que Cristo deposita en nosotros, estaremos convencidos que el Reino de los cielos es el máximo tesoro al que podemos aspirar. No podemos aspirar a él desde el lado de la economía, de la ciencia, de la técnica, o desde el equilibrio de la bolsa, sino desde un corazón desengañado de la superficialidad de las cosas, para abrirnos al Dios que nos libera y nos salva en su Hijo Jesucristo. Esta vida que no nos ha costado, que se nos da gratuitamente, es el más grande valor que se nos podía haber confiado, “llamados por él según su designio salvador” al decir del Apóstol San Pablo. A Cristo lo encontraremos en los pobres, en los que han sido maltratados por la vida y que no han conseguido nada de lo que a nosotros nos interesa. Los pobres son el lugar, la perla, el tesoro, de Cristo. ¿Sabremos correr a su encuentro con la Iglesia? ¿Sabremos socorrer en la medida en que Cristo lo ha hecho con nosotros?
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx
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