martes, 12 de julio de 2011

El perdón de Dios no produce efectos colaterales negativos



Hoy Cristo nos sorprende con algunas de sus más significativas parábolas, con ese lenguaje tan suyo propio y que van reflejando la actitud de Dios ante los hombres y ante el mal que existe en el mundo. Recordemos cómo Cristo refleja el amor del Padre y su paciencia infinita, cuando pinta a aquél padre que sale cada día a esperar al hijo que se ha ido de aventura. Ahora es el ejemplo de un agricultor que sembró buena semilla en sus campos, pero sus enemigos valiéndose de la oscuridad de la noche, sembraron cizaña entre el trigo. Cuando aparecieron juntos el trigo y la simiente, los sirvientes sorprendidos, fueron a contar al dueño lo sucedido, proponiéndole cortar de inmediato la cizaña, pero el dueño que conocía bien su propio oficio, ordenó prudentemente esperar hasta el tiempo de la cosecha para separar el trigo de la cizaña, pues en ese momento el peligro era dañar las plantas tiernas del trigo mientras se arrancaba la cizaña. ¡Qué sabia y prudente decisión de aquél hombre! Con esto nos está dando la señal del proceder de nuestro Dios que tiene todo el tiempo para esperar amorosamente a que el hombre responda con amor al infinito amor que él nos ha tenido. Y contrasta su actitud con la nuestra que por una parte desde nuestra propia condición queremos dividir a rajatabla a los hombres en buenos y malos y quisiéramos acabar de una vez por todas con éstos últimos, pues indudablemente nosotros nos colocamos atrás de la raya de los buenos. Queremos hacer como los reyes antiguos, cuando llegaban a un territorio conquistado, arrasaban con todo lo que encontraban a su paso, sin importarles la condición de los inocentes, los niños y los ancianos. Era la condición de revancha y de venganza con los vencidos. Esto no entra definitivamente en los planes de Dios. A quienes trataron a Cristo con tanta impiedad y sin ninguna misericordia, en lo alto de la cruz, Dios los hizo portadores de su perdón, de su amor y de su misericordia. Esa fue la venganza de Dios.
Y nosotros, en nuestro diario actuar frente al mal que aqueja a nuestro mundo, donde parece que la violencia, el crimen, la sangre, la infidelidad y la mentira son el pan de cada día, no podemos entonces proceder con indiferencia ni mucho menos con un insoportable a mí que me importa, ni mucho menos con indiferencia, ni tampoco con una suspensión de nuestra responsabilidad, pretendiendo dejarlo todo en manos de Dios, pues en cada uno de nosotros hay un fondo de maldad sí, pero también un corazón que puede ser generoso, y un Espíritu de Dios que impulsa nuestra acción para proceder silenciosamente, como el fermento en la masa, con un compromiso serio, firme, continuado y profundo de colaborar al nacimiento de una nueva humanidad donde los males que nos aquejan puedan ser cosa del pasado, y la humanidad pueda convertirse no en un gran imperio de los poderosos, de los sabios y de los astutos, sino un mundo en donde todos tengan la oportunidad de vivir comiendo el pan y la sal que Dios dispuso para todos los hombres Tendremos que ser como la humilde levadura que con una pequeña cantidad puede fermentar toda la masa, con nuestro apretón de manos, con nuestra sonrisa, con una visita al que va pasando mal momento, con un gesto de solidaridad al que ya no encuentra la puerta.
Y finalmente, ser muy claros: cómo distribuya Dios sus dones al final de los tiempos, no nos toca a nosotros conocerlo, sino comenzar a vivir ya como nos indica el libro de la Sabiduría, que no por ser del Antiguo Testamento deja de ser sabia: “Con todo esto has enseñado a tu pueblo que el justo debe ser humano, y has llenado a tus hijos de una dulce esperanza, ya que al pecador le das tiempo para que se arrepienta”.

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