sábado, 6 de agosto de 2011

¿Caminarás sobre las olas con Cristo o confiarás en tu propia seguridad?




La lucha de Cristo fue siempre en contra del triunfalismo a la que le empujaban viejas tradiciones y el empeño de sus contemporáneos, incluso de sus propios discípulos. El peligro estuvo patente el día en que los apóstoles se dieron a la tarea de distribuir los panes y los pescados que salían de las manos de Cristo para alimentar a las multitudes. Se sentían soñados. Cristo se podría haber coronado rey de las multitudes y ellos serían los más cercanos al trono. Por eso mismo Cristo los alejó inmediatamente de la multitud, los hizo subir a una barca y dirigirse a un lugar solitario, mientras él se detenía largas horas en la oración, para librarles de la tentación del populismo. En medio del lago, los apóstoles se sentían movidos por las olas y la tempestad. No eran hombres fácilmente espantadizos, pero en medio de la noche, aquella tormenta debe haber sido algo fuera de lo ordinario. Pero lo que más espantó a aquellos hombres, fue el contemplar a Cristo que plácidamente se acercaba a ellos caminando sobre el agua. Era algo inusitado en él. Parecía que iba a pasar de largo, y llegaron a considerarlo un fantasma, pues no reconocían en el al hombre que sudaba y se fatigaba con las largas jornadas en busca de los hombres, de sus necesidades, de sus problemas y de sus enfermedades, participando también de sus alegrías, de la fiesta de sus bodas, de su lucha apasionada por la justicia y el abuso del poder, en contra del cinismo de los fariseos y de los sumos sacerdotes. No les parecía el hombre de todos los días y aún no lo reconocían como el Hijo de Dios, por eso era necesaria aquella manifestación de Cristo, que se acercaba con una palabra que muchas gentes oyeron y que nuestros propios oídos y los del mundo quisieran oír el día de hoy: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”. Es el Señor, es Jesus, es el Salvador de todos los hombres, es el que ha vencido a la muerte y que en esa ocasión venció también sobre las olas, sobre la oscuridad y sobre la tempestad en medio del mar, símbolo de las tinieblas, del mal y del demonio.
Cuando las olas de las economías más boyantes del mundo se tambalean, cuando la desocupación de los jóvenes y de los adultos hace su aparición entre ellos, cuando el fantasma del divorcio y de los matrimonios deshechos se hace más claro cada día, cuando las barreras generacionales entre padres e hijos se hace más grande entre ellos, es cuando tenemos que tener la intrepidez de Pedro que en medio del mar, quiso lanzarse hacia Cristo: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua”. No fue una fuerza impetuosa, irracional la de Pedro, sino la fuerza del amor y aunque momentáneamente estuvo a punto de hundirse, por su fe incompleta, la presencia y la cercanía de Cristo hizo que a su grito: “Sálvame, Señor” sólo extendiera sencillamente Cristo su mano, para volver a subirlo a la barca y continuar entonces la última etapa de la travesía, en un remanso de paz, como si las olas nunca hubieran estado presentes.
Las olas del mar embravecido de nuestro mundo pueden hacerse más intensas, la oscuridad parece que abarcará a todos los hombres y a todas las economías, pero será el momento de clarificar nuestra fe, de sentir la fuerza del Espíritu Santo para combatir y unir nuestros brazos a los que buscan el bien, la paz y la solidaridad entre todos los hombres, buscando un mundo que parezca un remanso de paz, anticipo de la nueva vida de los hijos de Dios en el Reino del Padre. No será el miedo lo que reúna a los cristianos, ni seremos cercados por un fantasma que se acerca a nosotros, será la esperanza la que nos congregue porque Cristo ha vencido sobre todos los fantasmas, todos los sistemas y todas las oscuridades, aún la peor de todas, la del pecado que aísla, debilita y nos aparta de los hombres de buena voluntad.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx

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