Para quien se imagine a un Cristo solitario, tendremos que afirmar que Cristo conoció la verdadera amistad entre los hombres. Una de sus amistades fue Lázaro. Cristo solía visitarlo en su casa, con sus hermanas, en Betania, un pueblito cercano a Jerusalén. Ahí era siempre bien recibido, las puertas estaban siempre abiertas para él y para sus apóstoles. Se había creado una verdadera amistad. Y un día lázaro calló enfermo. Y con la confianza que tenían en Jesús, le avisaron de su enfermedad. Cristo no acudió de inmediato a atender a su amigo, por la distancia y por la prudencia de mantenerse alejado de Jerusalén, pues su cabeza ya tenía precio, pero sobre todo para mostrar su poder sobre la enfermedad y la muerte. Cuando llegó, Lázaro ya había muerto y las hermanas, dentro de su dolor, se atrevieron a reclamarle a Jesús por su tardanza y su ingratitud. Cristo puso a repasar a las hermanas lo que habían aprendido en su catecismo, y lo más que lograron traer a colación fue su creencia de la resurrección de los muertos al final de los tiempos. Y Cristo les mostró que no había que esperar precisamente hasta el final de los tiempos pues él era precisamente la resurrección, la luz que vence a la oscuridad, la vida que vence a la muerte, y el amor y la amistad que le hicieron vencer el peligro de su propia muerte para mostrar su cercanía con Lázaro y sus gentes. Los alrededores de la casa de sus amigos, estaban llenos de gente que habían ido a consolar a las hermanas, además de la gente que venía con Jesús. Todos ellos fueron testigos de lo que aconteció en seguida. Jesús estaba conmovido hasta las lágrimas, ciertamente por la muerte de Lázaro, pero sobre todo porque mirando más allá, él se compadeció de la humanidad que se veía maltrata de tal manera por la realidad del pecado y de la muerte. A una indicación de Jesús, éste fue conducido hasta las inmediaciones de la tumba de Lázaro. La tumba estaba situada en una cueva, sellada con una loza como era la costumbre. Y entonces pidió que la loza fuera quitada. Sin comprender aún el poder de Cristo, las hermanas fueron las primeras que protestaron, pues Lázaro llevaba cuatro días de muerto, lo que presagiaba ya la descomposición del cuerpo. Cristo las incitó a confiar en él para poder ver la gloria de Dios. Y ya con la loza puesta a un lado, Cristo pronunció anticipadamente una acción de gracias al Padre por haberlo escuchado siempre y por mostrar con aquella acción que él era el enviado y el dueño de la vida y de los siglos. Y en seguida, pronunció con fuerte voz: “Lázaro, sal de ahí”. Y ante la admiración de todos los presentes, Lázaro salió de la tumba para incorporarse a los suyos. La señal de la nueva vida a Lázaro, encendió la fe en los asistentes, pero a causa de la animadversión que los fariseos tenían contra Jesús, eso mismo provocó la aceleración del proceso a Jesús, pues decían que a causa de Lázaro todo mundo llegaría a creer en él. Para nosotros el mensaje es claro. La resurrección de Jesús es amor, y todos los que se le entregan aunque mueran vivirán, porque el amor es fuerte y más poderoso que la misma muerte, tal como lo dijo Jesús a las hermanas: “Yo soy la resurrección y .a vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá: y todo aquél que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. En esta cuaresma, podemos dar gracias a Dios por la vida y porque nuestro bautismo nos asegura la entrada al corazón de Jesús donde podremos asociarnos a su muerte redentora, para vivir para siempre cerca del corazón mismo de nuestro Buen Padre Dios. El Papa dice para esta Cuaresma: “Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza”.
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