Meternos en la semana santa, es comenzar diciendo que no estamos hablando de circunstancias en la vida de Jesús que le causaron la muerte, sino de un solo acto de amor vivido en tres momentos, y también considerar que aunque la sucia y desastrosa realidad del pecado estuvo en el trasfondo de todo, se trasluce la esperanza, la paz y la tranquilidad, porque no triunfó el pecado, la muerte, y la tumba, sino la vida, la fidelidad del Buen Padre Dios y la entrega generosa de Cristo que le llevó a dar su propia vida en defensa de los hombres pecadores. Un solo acto de amor. Es el estilo de salvación del Dios de los cielos. “Hosanna” La mañana del domingo de Ramos fue un acontecimiento momentáneo para Jesús que se había pasado los últimos años de su vida bendiciendo a la gente, ocupado en buscar y en atender a todos los que había sido enviado. Pero casi la totalidad de su obra la había realizado en Galilea y muy poco en Jerusalén, de manera que cuando él llegó y las gentes comenzaron a poner sus mantos en el suelo para que pasara Jesús montado en un humilde borrico, gritando hosannas y vivas al Hijo de David, al hijo de Dios que había sido enviado, otras gentes se preguntaban: ¿Quién es este hombre? Pero al fin, propios y extraños todos se unieron al regocijo general por la última entrada de Cristo a querida y respetada Jerusalén. El regocijo duró poco. Quizá unas cuantas horas. “Crucifícale”, judío religioso y respetuoso de las verdaderas tradiciones de sus mayores, Cristo celebró con gran emoción la cena pascual con sus discípulos, la que sería su última cena con ellos. Ahí cumplió su promesa de darles a comer su propio Cuerpo, invitándoles a vivir en el amor mutuo y en el servicio constante de unos para con otros. Les dio ejemplo, ante el asombro de sus apóstoles, de servicio y de humildad, lavando personalmente los pies a cada uno de sus apóstoles. Cuando terminaron, Cristo se dirigió con sus mismos apóstoles a un huerto cercano, donde en medio de la oscuridad de la noche, comenzó en la intimidad su verdadera pasión, entregando toda su persona. Su naturaleza humana se resistía, pero pudo más su voluntad de entrega y de fidelidad a su Padre y al bien de todos los hombres. Y desde ahí comenzó a vivir la soledad del camino y del calvario, pues sus mismos apóstoles, lejos de acompañarle en aquél momento terrible, se entregaron, a unos cuántos metros de distancia, a un profundo sueño. Ahí fue aprehendido Jesús, traicionado por uno de los suyos. Otro momento que hay que destacar, es el momento en que Cristo fue presentado ante Pilato, procurador romano en Jerusalén. Los judíos no podían condenar a nadie a la muerte y por eso se lo entregaron. Pilatos quedó convencidísimo de la inocencia de aquél hombre, pero cuando entró en juego su propio prestigio y su futuro, cobardemente condenó a Jesús, no sin antes burlarse de los judíos en su propia cara concediéndoles la vida de un criminal muy conocido, en lugar de Jesús, y luego mandando colocar en lo alto de la cruz aquél letrero: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”, que tanto les dolió los judíos. El camino al calvario fue muy difícil y lo fue más la estancia de Cristo en lo alto de la cruz que murió abandonado de todos, y con la amargura de que su Padre lo abandonaba, aunque sus labios pronunciaban un salmo de sus mayores que instaba a la plena confianza en Dios que no defrauda. “Aleluya” como la entrada en Jerusalén, la estancia de Jesús en la tumba y en la muerte duró muy poco, y ante el asombro de todos, Jesús venció de todo y sobre todos, y por su generosidad a toda prueba, el Padre, después de resucitarle, lo colocó a su derecha. Ahí él aguarda la vuelta de todos los hombres a los brazos mismos del Buen Padre Dios.
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