sábado, 23 de abril de 2011

¿UNA MISA CELEBRADA POR JESÚS Y A SU ESTILO?



¿Alguna vez has soñado con que fuera el mismo Jesús el que celebrara la Misa para ti y para los tuyos? Pues lo que para nosotros sería un sueño, dos muchachos discípulos de Jesús lo vivieron en la realidad la misma tarde de la resurrección del Señor Jesús. Guiados por el Libro de los Hecho, nosotros viviremos aquel acontecimiento en tres momentos.
Primera. Los discípulos de Jesús se dirigían a un pueblito llamado Emaús, procedentes de Jerusalén, donde habían sido testigos de la pasión y de la muerte de Jesús. Esperaron un tiempo que a ellos les parecía prudente, pero aunque había algunas señales de la Resurrección de Jesús, ellos consideraron que lo más prudente era regresar a su tierra, aunque allá les esperaran las burlas de todos, pues habían salido detrás de Jesús como la gran elección de su vida, y ahora regresaban con aires de fracasados, con las manos vacías, pues les habían matado al maestro y ya no había ninguna esperanza de que cumpliera su promesa. Pero en el camino alguien se les emparejó, les preguntó por qué tanta tristeza, y al explicarle el motivo, Jesús, pues ese era el personaje, los reprendió por su incredulidad, pero en el mismo camino les fue explicando sencillamente todo lo que decían las Escrituras de él, poniendo hincapié en que era necesario que él padeciera y muriera en la cruz, cosa que les había parecido monstruosa y detestable. Eso es lo que hace la Iglesia cada vez que nosotros nos reunimos para la Eucaristía, contactar a los fieles con la Palabra de Dios.
Segundo. Sintiendo sumamente interesante lo que el personaje les explicaba, y cayendo ya la tarde, quisieron escucharle un poco más, y por eso lo invitaron a que pernoctara con ellos ese día. Al llegar a casa, con toda la hospitalidad que caracteriza a los orientales, lo sentaron a la mesa, le concedieron el lugar principal, y le pidieron que él mismo bendijera como era costumbre, el pan para toda la familia. Él atendió a su invitación, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Y entonces, ¡Bendito prodigio! En ese momento se les abrieron los ojos, y reconocieron que su peregrino amigo era el mismo Jesús ya resucitado, y comenzaron a memorar: “Con razón ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras”. Es el momento sublime de nuestras Eucaristías, donde Jesús acompaña a los suyos, no ya en la memoria, sino entregándose a cada uno, dándoles su paz y su amor hecho realidad en su propio Cuerpo.
Tercero. Nuestros amigos los discípulos no quisieron quedarse saboreando el profundo gozo y alegría que les causó el encuentro con Jesús, y aún con los peligros de la noche, regresaron de inmediato a Jerusalén donde estaban reunidos los apóstoles, encerrados ciertamente, pero en la gozosa espera. Cuando llegaron, desde dentro les dijeron que ya Jesús había resucitado, que se le había aparecido a Pedro, y ellos relataron con todo detalle lo que les había ocurrido. Los cristianos hoy tenemos que imitar ese gesto. Si en verdad nos hemos encontrado con Jesús en la Eucaristía no podremos guardarlo para nosotros mismos, sino que desde la comunidad eclesial reunida, tendremos que reintegrarnos a nuestro mundo mostrando con nuestras acciones, con nuestra ayuda, con nuestro servicio, nuestra honradez y alegría, que realmente el que había sido muerto ahora vive y vive para siempre entre los suyos. Entre todos, sacerdotes y fieles, hagamos de cada Eucaristía un encuentro vivo con Cristo muerto en la cruz pero que ahora vive para siempre entre los suyos.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx

¡Bendita tu incredulidad, Tomás, porque nos mostraste el camino para llegar a Jesús


!

Si alguien nos habló magistralmente de la Misericordia de Dios y pudo encarnarla en su propia persona, fue en los últimos años Juan Pablo II que este día es Beatificado. En este día dedicado a la Misericordia divina, y que él mismo instituyó, nos alegramos con la Iglesia Universal que así quiere honrar a uno de sus más preclaros miembros. Felicidades mil y mil por el nuevo Beato Juan Pablo II.
De esta manera nos situamos en un momento cumbre en la vida de Cristo ya resucitado. Su resurrección ocurrió por la mañana del domingo, y se dejó ver de algunas mujeres y de Pedro y Juan, pero faltaba cumplir con su promesa de volver y vivir para siempre entre los suyos.

¡Cómo quisiera haber tenido un lugarcito en aquella memorable ocasión! Pero aunque eso no es posible, el Apóstol Juan nos refleja en su mensaje, la expectación, la emoción y la alegría que se vivió la primera vez que Jesús se presentó con los suyos ya resucitado. Los ojos de los apóstoles no dan crédito a lo que veían, no les cabía estar frente al Maestro, pero vivo de nuevo, radiante y luminoso. Por eso Cristo Jesús tiene que repetir su saludo y un saludo por demás significativo: “La paz esté con ustedes”, al mismo tiempo que les mostraba sus manos con las huellas de los clavos pero que ahora despedían fragancia, perfume y luz. Cuando salieron de su ensimismamiento, la alegría fue indescriptible y Cristo los miraría complacido como un padre se alegra de ver reunidos a sus hijos. Pero no fue sólo una alegría meramente humana. Ahí se jugaba algo muy serio, y por eso Cristo sopló sobre ellos, les dio la fuerza del Espíritu Santo y los envió por el mundo llevando un gran tesoro que confiaba a los suyos: el perdón de los pecados. Inconmensurable tesoro.
Ocurrió que Tomás, uno de los doce, no estaba con ellos ese día, el domingo, y ocho días después, estando nuevamente reunidos, volvió Jesús a estar con ellos, se repitió la alegría de verse juntos, en comunidad, en Iglesia e inmediatamente se dirigió a Tomás que no quería creer a la comunidad, sino que quería una manifestación particular para convertirse en creyente de Jesús. Dicen que el peor castigo que se le puede dar a una persona, es concederle aquello que pide para llegar a la fe. Cristo le mostró sus manos y su costado y le pedía que metiera su dedo y su mano. Fue demasiado para Tomás, que cayó al suelo, de rodillas y desde ahí sólo pudo exclamar el más breve y el más significativo acto de fe: “Señor y Dios mío”. No pudo decir más pero no había necesidad de otra cosa, pues todo estaba dicho y Tomás se volvía a integrar a la comunidad naciente, para ser uno más entre los que llevarían el Evangelio a todas las gentes. Pero Cristo tomaría a Tomás entre sus brazos y exclamó delante de todos: “Tú crees porque me has visto” y a continuación, no para suscitar la fe, sino para encenderla en los que creyeran, continuó: “Dichosos los que creen sin haber visto”. Por todos estos regalos, hoy es el día de la misericordia y desde nuestros corazones agradecidos sólo tiene que surgir un solo grito: “Gracias, Jesús, alabado seas, bendito seas, glorificado seas por siempre Jesús”. Aleluya. Aleluya.

DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR 011


Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la víctima
Propicia de la Pascua
La historia la escriben los vencedores, y el máximo acontecimiento lo ha escrito Cristo Jesús con su sangre y su entrega consumada en lo alto de la cruz. Ahí se inmoló, ahí se entregó, pero ahí mismo triunfó y es la causa de nuestra propia salvación.
Cordero sin pecado
Que a las ovejas salva,
A Dios y los culpables
Unió con nueva alianza
Un cordero sin mancha, y único, a diferencia de los muchos corderos que se sacrificaban en el templo de Jerusalén, pero que no conseguían restablecer la unión gratuita por parte de Dios y que hacía a los hombres merecedores de gracia y de sus dones, rota por la infidelidad de los hombres. Pero que queda restablecida y para siempre, con la sangre del Cordero.
Lucharon vida y muerte
En singular batalla,
Y muerto el que es la vida,
Triunfante se levanta
Más que ser racional, el hombre tendría que definirse como el ser guerrero, ser de lucha, ser de muerte, porque desde que aparece sobre la tierra, habrán sido


Contadísimos los días en los que ha disfrutado de paz entre sus semejantes. Pero esta vez la lucha es singular, se trata de Cristo que triunfa de la misma muerte, esa de la que se alegraron muchas gentes, pero que vuelve por su propio pie, pues es cabeza de la humanidad que tiene que levantarse de su postración para ser asociada al triunfo de Cristo.
“¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?”
“A mi Señor glorioso,
La tumba abandonada,
Los ángeles testigos,
Sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
Mi amor y mi esperanza!
Las mujeres, creyendo muerto a Cristo, iban con ungüentos y perfumes a la tumba del Señor, pero no se imaginaban que desde dentro encontrarían que la misma tumba despedía una fragancia y un perfume que ningún hombre ha logrado imitar. Ya la tumba no podía contener en su silencio y en su oscuridad, al que era Vida, y Luz y Alegría y Esperanza para todos los hombres. Cristo, sin testigos mortales, había resucitado y se daba a conocer a los que él elegiría como testigos de su resurrección.
Venid a Galilea, allí el señor aguarda:
Allí veréis los suyos
La gloria de la Pascua”
Primicia de los muertos,
Sabemos por tu gracia
Que estás resucitado,
La muerte en ti no manda.
Una vez resucitado, Cristo anima a sus discípulos a ir a Galilea, para encontrarse nuevamente con ellos, para seguir instruyéndolos y recordarles que ahí donde comenzaron la aventura de la evangelización, desde ahí tendrían que reanudar el camino, un camino que no terminaría hasta que al último de los mortales se les hubiera anunciado el mensaje salvador, para instar a todos a aceptar la cruz y a ver a todos sus semejantes como hermanos, en el camino a la propia resurrección unidos al Maestro.

Rey vencedor, apiádate
De la miseria humana
Y da a tus fieles parte
En tu victoria santa.
Es el Rey, un rey que vestía como todo mundo, que se entremezclaba entre los más sencillos, los más pobres, los más maltratados por la vida, para hacerlos los más cercanos a su corazón, para albergarlos en su propio palacio, en su propio Cuerpo, en su propio Corazón. Dejemos a un lado los harapos del pecado y dejémonos revestir por el traje de luz, de fiesta, de Resurrección, dejémonos revestir del Espíritu Santo y vivamos la vida nueva unidos a Cristo el vencedor de los siglos y de la muerte.

viernes, 15 de abril de 2011

Vivamos el momento domingo de Ramos

El día de hoy iniciamos la celebración cristiana de la semana más singular y que tiene pleno alcance universal.
Este es el primer día de una semana no de siete sino de ocho días... Y esta es, la Mayor de las Semanas, para todos los cristianos, puesto que en ella han sido recreadas todas las cosas.
Soy consciente que cada uno de nosotros vivirá de forma muy distinta esta semana; sin embargo, cada uno deberá iluminar su vida a partir de la recreación que nos ha ofrecido el mismo Hijo de Dios en la nueva creación.
Recrear significa desde la apreciación humana descanso, diversión y deleite… pero no debemos olvidar que desde lo cristiano recrea significa: “producir algo nuevo”
Para ello, resulta sumamente importante, que el conocimiento cristiano no ignore que el centro del misterio que se está iniciado en este día es el de un género de vida nueva que se obtiene solamente en Cristo.
Dios quiera que, aún en aquellos que su recreación significa solamente diversión puedan vivir el misterio que crea de nuevo la vida,
Hoy, es apenas el primero de estos ocho días tan intensos...Y será tal el dinamismo que emerja de estos días, que al inicio del primer día de la siguiente semana, es decir de hoy en ocho, aparecerá una explosión de fuerza salvífica, manifestada plenamente en la resurrección. Se iniciará entonces un día que no ha terminado para los cristianos: el Octavo día.
En el contexto de estos ocho días en la nueva historia de los hombres, teniendo como trasfondo la celebración de la Pasión del Señor, recordemos la invitación de Cristo para que aquellos que queramos seguirle, aprendamos a cargar la cruz de cada día.
La invitación es a que tomemos la cruz cotidiana, no tan sólo la extraordinaria formada por lo ordinario de las ocupaciones, incomprensiones, pequeños sacrificios, trabajos, servicio ofrecido al otro y no siempre tomado en cuenta. Lo que la Semana Santa nos pide es que nuestra vida se ofrezca a Dios y al hermano en la cruz ordinaria, hecha de cosas pequeñas no siempre agradables.
Esta es la Semana más Santa en la vida del cristiano, el tiempo que debiera provocar un cambio positivo en nosotros, como lo ha provocado en tantos hombres.
Los cristianos, en la incertidumbre que brota de nuestra humanidad, así como en la de aquellos que no son cristianos y la de todos, no sabemos lo que vendrá el día de mañana, pero sabemos Quién ha venido y conocemos Quién volverá. Aquél que posee la certeza sobre la última hora, no tiene por qué temerle al minuto próximo ni vivir angustiado.

¡Es Semana Santa! ¡Es tiempo de recrear la vida en su totalidad!

lunes, 11 de abril de 2011

La Pasión de Cristo, un solo acto de amor vivido en tres momentos

Meternos en la semana santa, es comenzar diciendo que no estamos hablando de circunstancias en la vida de Jesús que le causaron la muerte, sino de un solo acto de amor vivido en tres momentos, y también considerar que aunque la sucia y desastrosa realidad del pecado estuvo en el trasfondo de todo, se trasluce la esperanza, la paz y la tranquilidad, porque no triunfó el pecado, la muerte, y la tumba, sino la vida, la fidelidad del Buen Padre Dios y la entrega generosa de Cristo que le llevó a dar su propia vida en defensa de los hombres pecadores. Un solo acto de amor. Es el estilo de salvación del Dios de los cielos. “Hosanna” La mañana del domingo de Ramos fue un acontecimiento momentáneo para Jesús que se había pasado los últimos años de su vida bendiciendo a la gente, ocupado en buscar y en atender a todos los que había sido enviado. Pero casi la totalidad de su obra la había realizado en Galilea y muy poco en Jerusalén, de manera que cuando él llegó y las gentes comenzaron a poner sus mantos en el suelo para que pasara Jesús montado en un humilde borrico, gritando hosannas y vivas al Hijo de David, al hijo de Dios que había sido enviado, otras gentes se preguntaban: ¿Quién es este hombre? Pero al fin, propios y extraños todos se unieron al regocijo general por la última entrada de Cristo a querida y respetada Jerusalén. El regocijo duró poco. Quizá unas cuantas horas. “Crucifícale”, judío religioso y respetuoso de las verdaderas tradiciones de sus mayores, Cristo celebró con gran emoción la cena pascual con sus discípulos, la que sería su última cena con ellos. Ahí cumplió su promesa de darles a comer su propio Cuerpo, invitándoles a vivir en el amor mutuo y en el servicio constante de unos para con otros. Les dio ejemplo, ante el asombro de sus apóstoles, de servicio y de humildad, lavando personalmente los pies a cada uno de sus apóstoles. Cuando terminaron, Cristo se dirigió con sus mismos apóstoles a un huerto cercano, donde en medio de la oscuridad de la noche, comenzó en la intimidad su verdadera pasión, entregando toda su persona. Su naturaleza humana se resistía, pero pudo más su voluntad de entrega y de fidelidad a su Padre y al bien de todos los hombres. Y desde ahí comenzó a vivir la soledad del camino y del calvario, pues sus mismos apóstoles, lejos de acompañarle en aquél momento terrible, se entregaron, a unos cuántos metros de distancia, a un profundo sueño. Ahí fue aprehendido Jesús, traicionado por uno de los suyos. Otro momento que hay que destacar, es el momento en que Cristo fue presentado ante Pilato, procurador romano en Jerusalén. Los judíos no podían condenar a nadie a la muerte y por eso se lo entregaron. Pilatos quedó convencidísimo de la inocencia de aquél hombre, pero cuando entró en juego su propio prestigio y su futuro, cobardemente condenó a Jesús, no sin antes burlarse de los judíos en su propia cara concediéndoles la vida de un criminal muy conocido, en lugar de Jesús, y luego mandando colocar en lo alto de la cruz aquél letrero: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”, que tanto les dolió los judíos. El camino al calvario fue muy difícil y lo fue más la estancia de Cristo en lo alto de la cruz que murió abandonado de todos, y con la amargura de que su Padre lo abandonaba, aunque sus labios pronunciaban un salmo de sus mayores que instaba a la plena confianza en Dios que no defrauda. “Aleluya” como la entrada en Jerusalén, la estancia de Jesús en la tumba y en la muerte duró muy poco, y ante el asombro de todos, Jesús venció de todo y sobre todos, y por su generosidad a toda prueba, el Padre, después de resucitarle, lo colocó a su derecha. Ahí él aguarda la vuelta de todos los hombres a los brazos mismos del Buen Padre Dios.

viernes, 8 de abril de 2011

¿Si el cuerpo de Lázaro hubiera sido cremado,Cristo lo habría resucitado?

Para quien se imagine a un Cristo solitario, tendremos que afirmar que Cristo conoció la verdadera amistad entre los hombres. Una de sus amistades fue Lázaro. Cristo solía visitarlo en su casa, con sus hermanas, en Betania, un pueblito cercano a Jerusalén. Ahí era siempre bien recibido, las puertas estaban siempre abiertas para él y para sus apóstoles. Se había creado una verdadera amistad. Y un día lázaro calló enfermo. Y con la confianza que tenían en Jesús, le avisaron de su enfermedad. Cristo no acudió de inmediato a atender a su amigo, por la distancia y por la prudencia de mantenerse alejado de Jerusalén, pues su cabeza ya tenía precio, pero sobre todo para mostrar su poder sobre la enfermedad y la muerte. Cuando llegó, Lázaro ya había muerto y las hermanas, dentro de su dolor, se atrevieron a reclamarle a Jesús por su tardanza y su ingratitud. Cristo puso a repasar a las hermanas lo que habían aprendido en su catecismo, y lo más que lograron traer a colación fue su creencia de la resurrección de los muertos al final de los tiempos. Y Cristo les mostró que no había que esperar precisamente hasta el final de los tiempos pues él era precisamente la resurrección, la luz que vence a la oscuridad, la vida que vence a la muerte, y el amor y la amistad que le hicieron vencer el peligro de su propia muerte para mostrar su cercanía con Lázaro y sus gentes. Los alrededores de la casa de sus amigos, estaban llenos de gente que habían ido a consolar a las hermanas, además de la gente que venía con Jesús. Todos ellos fueron testigos de lo que aconteció en seguida. Jesús estaba conmovido hasta las lágrimas, ciertamente por la muerte de Lázaro, pero sobre todo porque mirando más allá, él se compadeció de la humanidad que se veía maltrata de tal manera por la realidad del pecado y de la muerte. A una indicación de Jesús, éste fue conducido hasta las inmediaciones de la tumba de Lázaro. La tumba estaba situada en una cueva, sellada con una loza como era la costumbre. Y entonces pidió que la loza fuera quitada. Sin comprender aún el poder de Cristo, las hermanas fueron las primeras que protestaron, pues Lázaro llevaba cuatro días de muerto, lo que presagiaba ya la descomposición del cuerpo. Cristo las incitó a confiar en él para poder ver la gloria de Dios. Y ya con la loza puesta a un lado, Cristo pronunció anticipadamente una acción de gracias al Padre por haberlo escuchado siempre y por mostrar con aquella acción que él era el enviado y el dueño de la vida y de los siglos. Y en seguida, pronunció con fuerte voz: “Lázaro, sal de ahí”. Y ante la admiración de todos los presentes, Lázaro salió de la tumba para incorporarse a los suyos. La señal de la nueva vida a Lázaro, encendió la fe en los asistentes, pero a causa de la animadversión que los fariseos tenían contra Jesús, eso mismo provocó la aceleración del proceso a Jesús, pues decían que a causa de Lázaro todo mundo llegaría a creer en él. Para nosotros el mensaje es claro. La resurrección de Jesús es amor, y todos los que se le entregan aunque mueran vivirán, porque el amor es fuerte y más poderoso que la misma muerte, tal como lo dijo Jesús a las hermanas: “Yo soy la resurrección y .a vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá: y todo aquél que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. En esta cuaresma, podemos dar gracias a Dios por la vida y porque nuestro bautismo nos asegura la entrada al corazón de Jesús donde podremos asociarnos a su muerte redentora, para vivir para siempre cerca del corazón mismo de nuestro Buen Padre Dios. El Papa dice para esta Cuaresma: “Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza”.

La Fiesta de la muerte y de la vida

Queridos amigos: María se encuentra nuevamente a los pies del maestro: pidiendo ya no la vida para ella sino para su hermano.

Y es hoy, en el quinto domingo de la cuaresma en que al meditar sobre la resurrección de Lázaro será adecuado que cada uno de nosotros considere la identidad de la muerte con los ojos de cristiano, puesto que la resurrección de Lázaro será la razón para que se agilice la muerte del dueño de la vida que vencerá a la muerte en singular combate.

Y es de esta manera, en que aquel día inolvidable en el que murieron biológicamente nuestros seres más queridos, fue, es y será transformado para todos nosotros en una celebración.

Te preguntas: ¿Cómo puede hablar el cura de celebración cuando se experimenta la ausencia y el dolor hace girones el alma?

Te quiero recordar que el día de la muerte es para nosotros una celebración. Los cristianos hemos recibido nuestra vida para buscar a Dios, la muerte la recibimos para encontrarlo y la eternidad nos es dada para poseerlo. El día de la muerte celebramos el encuentro con Dios de nuestros seres queridos, la Pascua cristiana de los seres más amados.

Las lágrimas no desaparecen tan fácilmente de nuestros ojos. Bastaría recordar el Evangelio de hoy que nos presenta el Señor llorando cuando Lázaro murió y cómo la gente decía: ¡Mira cuanto le amaba!

Cristo nos ha mostrado que las lágrimas pueden ser sagradas. Las lágrimas no constituyen un signo de debilidad, sino de fuerza.

Nuestras lágrimas pueden trasmitir con elocuencia tres mensajes: un dolor indecible, un profundo arrepentimiento o un amor inefable.

No obstante debemos cuidar que si bien nuestras lágrimas pudieran expresar el dolor del corazón, jamás deberán expresar ni falta de fe ni falta de esperanza.

Para conseguir que nuestra fe no desfallezca cuando fallecen los que amamos, debemos tener cuidado para no separar la integridad del mensaje cristiano.

sábado, 2 de abril de 2011

LA CEGUERA, MAL DE MUCHOS, CONSUELO DE TONTOS.

De cuantos ciegos se habla en esta lectura ? Está el ciego de nacimiento. Están los fariseos que tampoco querian ver el milagro. Están los mismos padres que no querian meterse en líos Y en donde estamos nosotros que nos hacemos de la vista gorda. Y está otra realidad bien importante Dios no juzga como juzgan los hombres. El hombre se fija en las apariencias , Dios se fija en los corazones . Ciego no es solo aquel que en su vida ha visto los colores. Ciegos somos cuantos no vemos lo que tendríamos que ver. Ciego es el que no acierta a ver a los demás como hermanos y sólo los ve como "compradores", "vendedores ", " consumidores ". Ciego es el que no quiere ver las necesidades de los hermanos, y sólo ve la propia billetera, su chequera o su granero. CIEGO ES EL QUE SÓLO VE CON LOS OJOS DE LA CARA, PERO SU CORAZÓN Y SU ESPÍRITU CARECEN DE OJOS. Ciego es el que no acierta a ver la acción de Dios en la historia o en nuestra vida. Hoy nos tientan muchas cegueras: no se ven los que no cuentan económicamente y hay millones de personas consideradas invisibles. Estamos amenazados por la seguera de la seguridad en todo lo material que poseemos. Vivimos cegados por la prisa y la auto-concentración, las divisiones de cualquier rango, se embotan nuestros sentidos y nos cegamos sobre la unidad social, la paz, el amor, la cordialidad, la justicia, Y SOBRE TODO DIOS. Nos estará pasando que preferimos que sigan ciegos-ignorantes, porque es más fácil de manejar a las personas, preferimos que la gente siga ciega y no reconozca sus derechos, porque así nos complica menos nuestra vida, además que no sean conscientes de las injusticias que sufren y se resignen a una vida deplorable. El problema está cuando la gente empieza a ver porque alguien le ha abierto los ojos. Entonces ese "no es profeta " si no un revoltoso social. Cuando la Iglesia se pone a favor de los marginados y les habla de sus legítimos derechos, ya se están metiendo en líos, como Jesús, porque pone en riesgo y peligro la estabilidad y las ansias y egoísmos de los poderosos. El diálogo del ciego que ahora ve, con los fariseos ¡ cuanto se parece a los reclamos sociales de los que hasta ahora estaban ciegos de sus derechos !. La reflexión final es que necesitamos cristianos capaces de descubrir puertas donde antes veíamos muros.