Aún no hemos dejado atrás el mensaje de Jesús en la montaña, las Bienaventuranzas, pues Jesús va explicitando su mensaje, sobre todo la primera: “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos”. Hay que decir de principio que los oyentes de Cristo en esta ocasión eran los pobres, gentes desocupadas o a quienes se les negaba una buena retribución a pesar de su duro trabajo, la agricultura, la pesca o trabajos artesanales en los que Cristo invirtió gran parte de su vida. Son ellos mismos los que ahora con sorpresa oyen de labios de Cristo aquello de: “Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y amará al otro, o bien obedecerá al primero y no le hará caso al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero”. ¿Cómo se sentirían aquellas gentes que apenas tenían lo necesario para vivir y mal comer? ¿Y qué quiso decirnos a nosotros hombres del siglo XXI?
¿Será que Cristo quiere que los bienes y las riquezas vayan a dar al fondo del mar? ¿Cristo desearía que los suyos sean unos desarrapados e inadaptados, renunciando a su capacidad de progreso, renunciando a los avances de la ciencia y a los descubrimientos científicos que están haciendo más llevadera la existencia humana? ¿No será más bien que Cristo quiere que la riqueza sea repartida entre todos los hombres y que todos lleguen a ser hermanos, hijos de un solo Padre, el Buen Padre Dios?
Para ilustrar lo que Cristo quiere decir, me gustaría relatar la conversación entre unos turistas y un monje de clausura en su convento. Por concesión especial se les permitió visitar la celda personal del monje. Y se sorprendieron grandemente de la pobreza del mobiliario, una mesa, una silla, un buró, unos cuantos libros y un rosario: “¿Pero dónde están sus muebles?” le preguntaron. A lo que el monje respondió preguntando a su vez: “¿Y dónde están los suyos? “. Ah, respondieron: “¡nosotros no necesitamos muebles, porque somos turistas!”. “Pues yo también soy turista en este mundo”, dijo el monje por toda respuesta.
Para el cristiano, el trabajo y la actividad, deben ocupar una parte considerable de su tiempo, para abrirse paso y para tener lo necesario, una condición digna de hijos de Dios, pero alejados de toda preocupación, como el monje, pues estamos en las manos de Dios. Dicho de otra forma el creyente tiene que trabajar con todas sus fuerzas y todo su ingenio como si Dios y su providencia no existieran, pero a la vez, el cristiano tiene que confiar en su Padre Dios y en su cuidado como si todo dependiera totalmente de él. Esa es la Providencia de Dios. Una mirada del Padre de la creación y de los hombres, pero un trabajo leal y tranquilo de parte de sus colaboradores. Eso alejará a los suyos de esa gran preocupación de los hombres que no confían precisamente en Dios sino en su afán de riqueza, que les hace idolatrar a esa criatura, el dinero que puede proporcionar placeres, comodidades, una buena casa, coche a la puerta, ropa de marca, celular y blackberry en la bolsa, y visitas periódicas a los nuevos templos y santuarios de la riqueza: los bancos.
En cambio, Cristo propone dos situaciones que no por poéticas dejan de ser prácticas y realistas: las aves del cielo, que revolotean por todos los rincones del planeta, a las que Dios alimenta, aunque no las libra de buscar su propio alimento, pues pasan la mayor parte de su tiempo ocupadas en buscar su alimento y lo hacen sin preocupación, pues van piando entre grano y grano de alimento. No hay preocupación en ellas.
Y a continuación, Cristo también se fija en la belleza de las flores, que nos extasían con su encanto, con su colorido y con sus perfumes, con tanta belleza que ni los mismos reyes pueden tener vestiduras tan bellas y tan armónicas como una sola flor que nos habla de la belleza del creador. Sin preocupación alguna, las flores nos extasían y hace agradable y bello nuestro entorno.
Comencemos, pues, a buscar ese Reino que Cristo nos señala, un reino de amor, un reino en donde veamos a los hombres como los hermanos del camino, que hará que todos ellos tengan esa condición digna que les permita el vestido, la vivienda, la bebida y sobre todo el pan de cada día. Entre todos lo lograremos y haremos que nuestro Buen Padre Dios sea conocido y alabado entre todos los hombres.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx
¿Será que Cristo quiere que los bienes y las riquezas vayan a dar al fondo del mar? ¿Cristo desearía que los suyos sean unos desarrapados e inadaptados, renunciando a su capacidad de progreso, renunciando a los avances de la ciencia y a los descubrimientos científicos que están haciendo más llevadera la existencia humana? ¿No será más bien que Cristo quiere que la riqueza sea repartida entre todos los hombres y que todos lleguen a ser hermanos, hijos de un solo Padre, el Buen Padre Dios?
Para ilustrar lo que Cristo quiere decir, me gustaría relatar la conversación entre unos turistas y un monje de clausura en su convento. Por concesión especial se les permitió visitar la celda personal del monje. Y se sorprendieron grandemente de la pobreza del mobiliario, una mesa, una silla, un buró, unos cuantos libros y un rosario: “¿Pero dónde están sus muebles?” le preguntaron. A lo que el monje respondió preguntando a su vez: “¿Y dónde están los suyos? “. Ah, respondieron: “¡nosotros no necesitamos muebles, porque somos turistas!”. “Pues yo también soy turista en este mundo”, dijo el monje por toda respuesta.
Para el cristiano, el trabajo y la actividad, deben ocupar una parte considerable de su tiempo, para abrirse paso y para tener lo necesario, una condición digna de hijos de Dios, pero alejados de toda preocupación, como el monje, pues estamos en las manos de Dios. Dicho de otra forma el creyente tiene que trabajar con todas sus fuerzas y todo su ingenio como si Dios y su providencia no existieran, pero a la vez, el cristiano tiene que confiar en su Padre Dios y en su cuidado como si todo dependiera totalmente de él. Esa es la Providencia de Dios. Una mirada del Padre de la creación y de los hombres, pero un trabajo leal y tranquilo de parte de sus colaboradores. Eso alejará a los suyos de esa gran preocupación de los hombres que no confían precisamente en Dios sino en su afán de riqueza, que les hace idolatrar a esa criatura, el dinero que puede proporcionar placeres, comodidades, una buena casa, coche a la puerta, ropa de marca, celular y blackberry en la bolsa, y visitas periódicas a los nuevos templos y santuarios de la riqueza: los bancos.
En cambio, Cristo propone dos situaciones que no por poéticas dejan de ser prácticas y realistas: las aves del cielo, que revolotean por todos los rincones del planeta, a las que Dios alimenta, aunque no las libra de buscar su propio alimento, pues pasan la mayor parte de su tiempo ocupadas en buscar su alimento y lo hacen sin preocupación, pues van piando entre grano y grano de alimento. No hay preocupación en ellas.
Y a continuación, Cristo también se fija en la belleza de las flores, que nos extasían con su encanto, con su colorido y con sus perfumes, con tanta belleza que ni los mismos reyes pueden tener vestiduras tan bellas y tan armónicas como una sola flor que nos habla de la belleza del creador. Sin preocupación alguna, las flores nos extasían y hace agradable y bello nuestro entorno.
Comencemos, pues, a buscar ese Reino que Cristo nos señala, un reino de amor, un reino en donde veamos a los hombres como los hermanos del camino, que hará que todos ellos tengan esa condición digna que les permita el vestido, la vivienda, la bebida y sobre todo el pan de cada día. Entre todos lo lograremos y haremos que nuestro Buen Padre Dios sea conocido y alabado entre todos los hombres.
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