lunes, 21 de diciembre de 2009

¿UN JESÚS ADOLESCENTE Y CASCARRABIAS?



A un estudiante de secundaria le preguntaron en una tarea escolar qué es la adolescencia y respondió muy orondo que la adolescencia es esa enfermedad que les entra a los papás cuando los hijos tienen entre 12 y 18 años. Así de fácil. Pues resulta que a María y a José también les resultó la adolescencia y de la forma que menos se lo imaginaban con su Hijo Jesús. Todo iba caminando como sobre rieles, pero un día durante el tiempo de Pascua, y eso es muy importante de señalar, María y José, conforme a sus acendradas tradiciones, subieron a Jerusalén para las actividades propias de esa fiesta. Y llevaron consigo a Jesús que desde entonces, desde los 12 años, dejaba de ser niño para convertirse en un adulto ante la religión de sus padres y de su nación. Ya desde entonces estaría obligado a la peregrinación anual y a todo lo que señalaba la Ley de Moisés para un hebreo. La ciudad hervía de peregrinos, y hubo que aprovechar la venida a la gran ciudad para comprar varios menesteres, un nuevo cedazo y algunas ollas para la cocina de María y un serrucho de medio uso para la carpintería de José. En medio de aquél barullo de gente, María supuso que el joven Jesús estaría con José, y éste se imaginó que su hijo estaría con su madre María. Y así emprendieron el viaje de regreso, pero cuando finalmente pudieron unirse, se dieron cuenta que Jesús no estaba con ellos, y llenos de natural angustia, regresaron en su búsqueda. Hay que decir que Jesús no se escapó ni se les perdió a sus papás, sino que desde ese momento comenzó un crecimiento que lo capacitaba desde su propia familia, para ser servidor de todos los hombres y mirar ya no tanto por su propia familia sino por todas las familias del mundo, por la familia humana. Después de mirar por todas partes, sus padres idearon volver a templo, y ahí lo encontraron en medio de los maestros y doctores de la Ley, escuchándoles y haciéndoles preguntas, de lo cuál todos estaban admirados dada la corta edad de Jesús. Jesús no fue encontrado en las ceremonias propias del templo, sino inquiriendo a ya aquellos hombres a los que tendría que enfrentarse directamente en su edad adulta y que de hecho le causarían su propia muerte. Lucas, el Evangelista no nos proporciona datos anecdóticos de Jesús, sino que va su objetivo, mostrarnos a Cristo comprometido con todos los hombres con su muerte y su resurrección. Es por eso que afirma que sus padres lo encontraron precisamente a los tres días. Y como toda madre lo hubiera hecho, ella inquiere a Jesús sobre su comportamiento: “Hijo mío, ¿porqué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia”. Es María y no José la que toma la iniciativa de interrogar a su hijo. ¿Llevaba ella los pantalones? No nos detengamos en eso sino en la respuesta de Jesús, que los metió en un profundo desconcierto, porque hasta entonces se había manifestado como el mejor de los hijos: “¿Porqué me andaban buscando? ¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?”. Fuera de la profundidad de su respuesta, la actitud de Jesús es la de un verdadero y auténtico adolescente. Está manifestando que por sobre los lazos familiares, muy dignos de estima, de respeto y de cariño, está la voluntad de su Padre que lo envía por el mundo la lograr la liberación de los hombres de todo lo que los ata, sobre todo al pecado. No hay mucho espacio para detenernos, sólo señalar que aunque los padres no entendieron la actitud de Jesús, de todas maneras lo llevaron consigo a Nazaret, para que él siguiera chupando en las raíces de su pueblo y de su familia, la sabia de la fe y del amor, pero ejercitando sus alas para volar hasta las alturas y guiar al pueblo y a la humanidad que se le confiaba en camino a la casa del Buen Padre Dios. Y como se trata de la fiesta de la sagrada Familia, y no de la nuestra, sólo añadiré que si nuestra familia quiere ser hoy una familia cristiana, tendrá que proporcionar a los hijos esa doble necesidad, hondas raíces en la fe para que sus vidas jóvenes tengan un sentido, pero también, ejercitar con profundo respeto sus alas para que puedan volar por los caminos por los que el Señor los quiera llevar cumpliendo así su misión en este mundo.

El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx

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