Domingo 010 del
2012
Sin embargo,
hubo ese mismo día una embajada de escribas con la consigna de echar por tierra
la fama que Cristo iba adquiriendo entre la población, y al ver los milagros
que hacía y cómo el demonio era expulsado de entre las gentes, quisieron acusarlo
delante de los demás de que él mismo estaba poseído por el demonio y que en su
poder expulsaba a los demonios. Por supuesto que Cristo estuvo pendientísimo de
desatar la insidia, la maldad y la ceguera de aquellas gentes, haciendo ver que
un reino dividido contra sí mismo no se sostiene. Nos parece increíble la
acusación que lanzaron contra Jesús pero nos explicamos la necedad, la profunda
ceguera y el empecinamiento de hacer quedar mal a Jesús.
Afortunadamente aún le quedaba a Cristo otro
grupo, otra embajada que dejó una gran satisfacción en el corazón de Cristo. En
el tercer grupo de personas que venían a ver a Jesús estaba su Madre y sus parientes,
que también habían venido de Nazaret. Sorprende la serenidad, la sencillez y el
silencio de María. Era la Madre, estaba
interesada en Jesús, en sus palabras, en su mensaje y también en sus
necesidades materiales, pero ella definitivamente no quería hacerse pasar como
una persona cercana e influyente. Cuando le avisaron a Cristo que ahí estaban
su Madre y sus parientes, hay un momento que parece desconcertante, pues Cristo
se pregunta quiénes son su madre y sus parientes, y parece que él mismo se
diera la respuesta, pues cuando ve a las gentes, respetuosas, atentas, llenas
de fe hacia su persona, indica que ellos son sus parientes, los más cercanos a
su corazón. Cualquier podría pensar de momento en una descalificación para su
Madre y para los suyos, pero era todo lo contrario, pues si alguien estuvo
pendiente de sus palabra, si alguien estuvo atento a toda palabra de sus
labios, fue María, que había concebido primero en su corazón y fuego en su
entraña misma al mismísimo Hijo de Dios. Ella encarna entonces a la misma
Iglesia que le cree a su Señor Jesús que tiene palabras de vida para todos los
hombres y que quiere la salvación para todos.
Hoy los hombres no
le creen a los hombres, hay desconfianza hacia la Iglesia misma y hacia sus pastores,
pero tenemos que volver una y otra vez nuestra mirada a Cristo que es digno de
confianza, para volver de nueva cuenta a la Iglesia que si bien es verdad que
tiene sus propios problemas, se muestra dispuesta a hacer la voluntad de su
Señor buscando salvación y paz para todos los hombres. María nos hará descubrir
a Cristo el Salvador y nos inspirará la confianza en la Iglesia como barca de
salvación y puerto seguro de paz y de esperanza para todos los hombres.
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