sábado, 2 de junio de 2012


Olla vieja, sabor deja

  • Domingo de la Santísima Trinidad
En cada casa siempre había  una olla o una cazuela que era preferida por todos porque olía   a algo especial,  que nos recordaba  a la madre o a la cocina o al rinconcito preferido. Es una olla o un plato muy especial, el de la familia.  Huele, da sabor, agrada.

Si esto es verdad, si nosotros somos hechura de Dios y somos como la olla vieja, nosotros deberíamos oler a Dios. Nuestras vidas tendrían que estar impregnadas de un olor y de un sabor divinos. No podemos oler a pecado y a maldad, a violencia y a desenfreno sino a bondad y gracia y salvación.

Si somos hijos del Padre, nuestras obras deberán tener el sabor de quien agrada y complace y se desvive por hacer la felicidad de los que ama el Señor. Mi Padre celestial los ama a ustedes, afirmaba tajantemente Cristo al final de la última cena, como complaciéndose y regocijándose en ver felices a los suyos por el amor del Padre reflejado en sus rostros. Es la mirada y la sonrisa de los niños que nos deben reflejar el amor de Dios por todos los hombres.

Si somos hermanos de Cristo, entonces nuestra vida, nuestras instituciones  tendrán que reflejar el amor encantador de Cristo que corria y recorria todos los caminos del mundo buscando llevar la paz y  la alegría a  todos los hombres aunque al final de sus días tuvo que subier  a lo alto de la cruz donde continúa  diciéndonos como debemos  amarnos los unos a los otros. Cristo Jesús  no pidió nada para sí, ni para su Padre Dios, él pide amor, entrega, generosidad, mandamientos, pero por   fidelidad, por gracia y por don para todos los hombres. Nuestras instituciones, nuestra política, nuestra economía, tendrían que decirle al mundo que todo contribuye al bien de los que aman al Señor y al bien de los que el mismo Señor ama. Los creyentes vamos buscando un mundo mejor donde la pobreza, la inseguridad y la violencia sean cosas del pasado. Tenemos derecho a esperar eso si somos figura y reflejo del Redentor y amigo de los hombres.

Y si hemos recibido el Espíritu Santo de Dios, ¿cómo es que no se nota que el Espíritu está entre nosotros?  Ese mismo Espíritu que asistió a la creación de nuestro mundo, el que ha inspirado la marcha de tantos y tantos hombres, el que se dejó ver en la figura luminosa de María, hasta hacerla portadora del don maravilloso del Hijo de Dios en su entraña, el mismo que iluminó el corazón de los apóstoles para abandonar el vetusto templo de Jerusalén y  para salir al ancho mundo llevando a todas las gentes la salvación y la paz, está también entre nosotros.  Él nos conduce a Cristo  y al  Buen Padre Dios y quiere acercarnos una y mil veces mas a los hombres para      que seamos la gran familia de los hijos de Dios en camino a su casa.

En una palabra este día de la Santísima Trinidad tenemos que preguntarnos si en nosotros vive  ese calor que todo lo consume, el fuego del amor del Padre, tenemos que preguntarnos si en nosotros existe ese caminar del Cristo de todos los senderos y si en nosotros va esa luz y ese candor del Espíritu Santo que nos acerca al Buen Padre dios y nos hace poseedores  del buen olor de la gracia y del amor.  Olla vieja, sabor deja.



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