lunes, 18 de junio de 2012


Es el diablo predicador que dice, has lo que te digo  y no lo que yo hago

Domingo 4º. Pascua 012

La Pascua siempre cada año nos trae un domingo muy sugerente, el del Buen Pastor, inspirados siempre en el  capítulo décimo de San Juan. Estoy seguro que ninguno de mis lectores es pastor, y quizá muchos de ellos nunca han tenido ningún cordero en sus manos, de manera que nunca llegarían a comprender la estrecha relación que se establece entre las ovejas y el pastor, el cual,  siendo auténtico, llegaría incluso hasta dar la vida por salvar la de sus ovejas. Sin embargo la figura sigue siendo sugerente en cualquier época y en cualquier lugar del mundo. Cristo da tres señales  para conocer a un buen pastor de otro que no lo sea. En primer lugar Cristo dice que el buen pastor de la vida por sus ovejas, y no por otra cosa sino movido por el amor que en Cristo nos habla del grande, grandísimo amor del Padre que nos confió a su Hijo Único aunque sabía calaña que hemos sido los hombres. Pero mayor amor no podemos pensar en otro que el del Padre que nos envía a su Hijo Jesucristo para inaugurar el camino y la búsqueda del hombre al cuál se acerca para salvarnos. A veces pensamos que nuestra fe es una búsqueda de Cristo y de las cosas del cielo, pero tiene que ser al revés si hemos de creerle a Cristo que viene como salvador de todas las gentes.

Esta es la  segunda señal de  Cristo Jesús que encomienda la salvación de todos los hombres precisamente a esta Iglesia fundada por él y le confía la salvación a hombres, normalmente presbíteros y religiosos que “se convierten en imágenes visibles –aunque siempre imperfectas del Señor a través de la ordenación presbiteral o la profesión de los consejos evangélicos” (Benedicto XVI). Cristo continúa siendo el modelo de Pastores en la Iglesia y a ellos les confía el cuidado de ir hasta los confines de la tierra buscando a todos los hombres para ofrecerles la Salvación, porque Cristo dio la vida por todos los hombres sin excluir a nadie. Cristo quiere un solo rebaño y un solo pastor.  

Y la tercera señal es tan importante como las otras dos: “Yo conozco a mis ovejas y las ovejas me conocen a mí”. Sería temerario pensar que no es verdad la primera parte de la frase de Cristo porque precisamente su amor le lleva a conocer y por su nombre y con sus cualidades e incluso con sus defectos a todos y cada uno de nosotros, al grado de pensar que si solo cada uno de nosotros existiera por cada uno de nosotros se hubiera encarnado Jesús y  habría dado su vida por nosotros. Pero hasta donde es verdad la segunda parte de la frase: “¿y las ovejas me conocen a mí?” Tampoco en este caso podemos dudar de las palabras de Cristo, sin embargo tenemos que afirmar la dificultad que eso supone. Tendríamos que invocar el testimonio de San Agustín, que sin ser propiamente un hombre perverso, pasó muchos años de su vida buscando la verdad, que encontró precisamente en el Señor Dios.: “En una célebre página de las Confesiones, san Agustín expresa con gran intensidad su descubrimiento de Dios, suma belleza y amor, un Dios que había estado siempre cerca de él, y al que al final le abrió la mente y el corazón para ser transformado: «¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, más yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti» (X, 27,38). Con estas imágenes, el Santo obispo intentaba describir el misterio inefable del encuentro con Dios, con su amor que transforma toda la existencia”. Así nos ha presentado Benedicto XVI la dificultad de San Agustín para encontrar al Dios que es todo bondad y todo amor, que en mucho se parece a la búsqueda de muchos hombres que buscan la verdad y que la llegan a encontrar en cuanto no se opongan a que Cristo mismo nos busque a nosotros.  Y cuando él se ha hecho el encontradizo con nosotros, entonces lo podemos considerar como el Buen Pastor de nuestras vidas. Hoy pedimos que en la Iglesia siempre existan buenos, santos y abundantes Pastores que sepan a imitación de Cristo, dar su vida día a día por todos aquellos que el Padre les confía y que puedan serlo a imitación de Jesús.

El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx




1 comentario:

  1. Padre un gusto saludarlo, y como siempre es un placer leerlo.
    Le mando un fuerte abrazo.
    Luis Sosa-

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