Domingo 14
ordinario 2012
Sin duda alguna
que se hospedó en la misma casa con su madre, así se lo recomendaba a sus
apóstoles, que no anduvieran de comadreros de casa en casa y el sábado,
respetuoso de sus costumbres, se dirigió a la sinagoga del lugar, donde
encontraría reunidas a todas esas buenas gentes. El encargado leería el texto
correspondiente de la Palabra de Dios, habría salmos de respuesta, y en seguida
se aprestaron a los comentarios. Fue el momento que Cristo aprovechó para
darles su mensaje. Como el evangelista no se detiene a considerar qué les dijo
Jesús a las gentes, tampoco nosotros lo haremos pero habrá que decir que las
gentes estaban gratamente sorprendidas del mensaje tan claro y con tanta
autoridad que Cristo les presentó. Realmente sintieron algo especial ese día.
Pero uno de los más grandes de la comunidad, que por cierto estaba medio sordo,
con esa manera tan especial de hablar de los sordos, habló de tal manera que
todos se enteraron: “¿dónde aprendería este hombre tantas cosas? ¿De dónde le
vendrá esa sabiduría y ese poder de hacer milagros? ¿Qué no es éste el
carpintero, el hijo de María el hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No
viven aquí, entre nosotros sus hermanos?”. Por las palabras del anciano, se
veía la necesidad de ofender de plano a Cristo, desconociendo a su padre en la
tierra, como se hacia cuando se quería ofender a alguien y notando de paso que
si algo había recibido, pues no tenía porqué venir a presumirle a los suyos
dándose ínfulas de que él sí sabía. Y tanto fue el impacto de las palabras de
aquel hombre, que Cristo tuvo que salir decepcionado, sintiendo que en su
propia tierra no había podido hacer mucho por aquella gente, que se había
cerrado a la salvación, porque les llegaba a través de un hombre, de uno más de
entre ellos y no tanto un ángel el que
les anunciaba el amor de Dios presente entre ellos. Hicieron honor, malamente. a aquella verdad de que el profeta es honrado
en todas partes, menos entre sus parientes y entre los de su casa. Fue grande
la decepción de Cristo y desde ese día, parece que dejó de buscar las
sinagogas, para utilizar los caminos, las veredas, las casas y sobre todo las
fiestas, para decirles a las gentes cuánto nos ama el Señor. También desde
entonces, Cristo comenzó a dar más importancia a sus discípulos para
multiplicar su influencia entre los hombres y porque después de su partida de
este mundo, ellos tendrían que continuar su misión.
Nos sorprende la
actitud de aquellas gentes, pero cuando repaso mi vida, veo que más de alguna
ocasión, yo hombre, cristiano y sacerdote, no he sido ni un ejemplo de
seguimiento del Señor, ni él ha recibido de parte mía una respuesta clara, tajante,
comprometida y alegre, de manera que ahora tenemos la oportunidad nosotros, de
escuchar a Cristo, recordando al profeta Ezequiel: “A ellos te envío para que
les comuniques mis palabras. Y ellos te escuchen o no, porque ellos son una
raza rebelde, sabrán que hay un profeta en medio de ellos”.