sábado, 25 de febrero de 2012

¿Ayunó Jesús en el desierto o fue alimentado por los angelitos?



¿Será verdad que llegar al mundo significa para los hombres ser empujados a él, y que desde entonces comienza una lucha que dura toda su vida? ¿Será el mismo verbo que usa el Evangelista San marcos para decirnos que Cristo fue “empujado” al desierto para ser tentado por el demonio? No se si será el mismo verbo, pero la verdad es que San Marcos procede de una manera distinta a como nos lo presentan los otros evangelistas y no debemos caer en la tentación de mezclar unos con otros, y respetar al Marcos que se muestra sumamente parco al hablarnos de las tentaciones de Cristo en el desierto, que ordinariamente se constituyen en el objeto de reflexión en el domingo primero de cuaresma. Si el evangelista no quiso darnos detalles de esos días tan importantes en la vida de Cristo, nosotros no tendremos porqué forzar las cosas y sacar conclusiones que el evangelista no nos quiso dar. ¿Qué dice en concreto San Marcos? Escuchemos: “El Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivió allí entre animales salvajes y los ángeles lo servían”. Eso es todo. Dos renglones. Si nos atenemos a eso, nos daremos cuenta en primer lugar, que los cuarenta días son un muy conocido símbolo, en primer lugar de aquellos cuarenta años pasados por el pueblo hebreo, de camino a la tierra prometida, camino a la libertad y al descanso. Esos fueron días gloriosos para el pueblo, fueron como un noviazgo, donde fueron viviendo en carne propia el amor de Dios, que los animaba a continuar en medio de las luchas, del hambre y de la sed, de las picaduras de las alimañas y que les hacía sentir muy cercana su presencia en el Arca de la Alianza y en aquellas columnas de fuego y de nubes que les guiaban constantemente.
También para Cristo los días en el desierto tuvieron que ser días de consolación por la presencia constante de su Padre, que lo había constituido en su Hijo amado, el de todas sus complacencias y que lo alentaba a la entrega y a vencer sobre el demonio en aquella aventura que ciertamente no duraría cuarenta días, sino toda la vida, pues a decir verdad muchas fueron las personas y las circunstancias que querían apartar a Cristo de su camino de entrega y de fidelidad, lo mismo que el hombre es tentado el día de hoy a vivir en la superficialidad y en la apariencia. Así lo ha señalado el Papa en días pasados, cuando contempla el mundo de las finanzas y de los medios de comunicación, que tratan de oprimir al hombre y reducirlo a esclavitud. Pienso por ejemplo en el matrimonio en el cuál ambos cónyuges trabajan y que por su trabajo quieren dominar el uno sobre el otro, imponiendo la propia voluntad y usando muchas veces los propios bienes no para el bien de la familia, sino para el bien y para el lucimiento propios.
Luego San Marcos insiste en la presencia de los animales salvajes y en los ángeles que lo servían, y no precisamente al final, sino en todo el trayecto, constituyéndose en un símbolo de la nueva Creación, un nuevo tiempo mesiánico, donde Cristo recibe providencialmente el alimento de los ángeles y vive en armonía y en cordialidad con los animales. Recordemos que Cristo es el nuevo Adán y que si éste fue vencido, Cristo será el nuevo y definitivo vencedor que unirá la naturaleza terrena con el mundo celeste al que nosotros somos llamados.
Ahora será, pues, para nosotros el tiempo de la tentación, pero también será nuestro mundo el lugar del encuentro con el Buen Padre Dios que nos invita a la consolación y ser alimentados ya no con el maná del desierto, sino con el mismísimo Cuerpo de Cristo para sobrevivir y triunfar sobre el mundo y sobre la indiferencia y la frialdad en nuestra relación con todos los hombres. Habrá que quitar la enfermedad de la indiferencia y comenzar a considerar a los demás como un alter ego, “un otro yo” que nos haga vivir plenamente entregados al bien de nuestros hermanos tal como lo hizo Cristo con cada uno de nosotros.

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