lunes, 5 de marzo de 2012

¿No había sociedad protectora de animales en tiempo de Cristo?


Nunca podremos agradecer suficientemente a Cristo que en un arrebato de santa cólera haya querido echar fuera del templo de Jerusalén a todos los animales que afeaban el paisaje, levantaban olores que no eran de incienso y que proporcionaban ciertamente buenas ganancias a los dueños que tenían a los animales como instrumentos o substitutos para su ofrenda en el templo en vez de utilizar el corazón. Tendríamos que preguntarnos ¿como un hecho tan lejano como ese nos trajo un beneficio tan inmenso a nosotros? Tendríamos que decir que los animales eran importantes en el templo de Jerusalén pues siendo el único lugar donde los israelitas podían ofrecer sacrificios al Señor, alguien tendría que estar a la expectativa de ofrecer a los viajeros peregrinos, un animal en las manos para la ofrenda y el sacrificio. Así se podían comprar carneros, bueyes y palomas, todos con determinadas características, para no ser rechazados por los sacerdotes encargados de los diarios sacrificios. Podemos imaginarnos entonces la cantidad de animales que se necesitaban, sobre todo en las grandes fiestas que congregaban a miles de peregrinos venidos de todos los lugares de Israel. El volumen de ventas era entonces considerable, y el lugar en el que se tenía la compra-venta era el patio de los gentiles que de alguna forma se consideraba parte del templo. Pero había otra circunstancia, como no se podría ofrecer cualquier clase de moneda para el templo, tenían que ser monedas sin ninguna efigie de personaje público, en la transacción de las monedas que circulaban cada día y las propias del templo, también se generaban muchos intereses, pues la simple concesión de parte de los sumos sacerdotes, les generaba pingues beneficios. Y si nadie se escandaliza, por la seguridad que generaba el templo y por no tener que pagar impuestos a nadie, Jerusalén se había convertido en un banco que movía grandes cantidades de dinero..
Cuando Cristo llegó, según San Juan al principio de su ministerio y al final, según los evangelistas, despejó todo aquél lugar: “Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo con todo y sus ovejas y bueyes, a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las monedas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”.
Por supuesto que este hecho encendió la furia primero de los comerciantes, pero también de la guardia del templo y de los sumos sacerdotes, pues se les iba de la mano una fuente inmejorable de riquezas. El hecho trascendió de tal manera, que fue uno de los argumentos para deshacerse de Cristo al final de su vida. Para nosotros esto tiene una importancia primordial, pues Cristo dejó claro que desde entonces, al echar fuera a los animales del templo, estaba echando fuera una etapa muy larga de explotación y congoja para muchas gentes en Israel, el único lugar, o mejor la única persona desde la cuál tenemos que adorar el Dios de los cielos, es Cristo Jesús y si antes se tenía que ofrecer algo en las manos que representaba la ofrenda del corazón, desde entonces será la propia vida del cristiano, que en unión con Cristo y movidos por el Espíritu Santo, se tendrán que ofrecer como hostia viva y como ofrenda agradable al Buen Padre Dios. Desde entonces, el templo es Jesús y nuestras iglesias serán la casa de oración de los creyentes, pero la ofrenda de la vida no tendrá que ser circunscrita al interior del templo, pues los cristianos, para serlo en verdad, tendrán que ofrecerse en todo lugar y en toda circunstancia, en los medios de comunicación, en la vida familiar y laboral, en la salud y en la enfermedad, entre los de la propia clase, o mejor entre todos los hombres, hasta esperar el momento en que ya no haya clases sociales, y podamos ser una familia unida en camino a la casa del Buen Padre Dios. Bienvenido Cristo que nos quitó los animales para ponerse él mismo en nuestras manos como la mejor ofrenda al Buen Padre Dios.

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