Los fariseos fueron enemigos recalcitrantes de Cristo Jesús pero había sus excepciones. Hoy nos hablan de un fariseo muy especial Nicodemo, uno de los principales en el consejo de los ancianos. Su entrevista fue de noche. Tenía curiosidad ciertamente por estar con Jesús y por escucharlo, pero eran demasiados sus intereses como para exponerse, por eso su entrevista fue de noche. Me imagino a Cristo abriendo él mismo la puesta e invitando al visitante a sentarse frente al fuego mientras conversaban. La conversación entre estos dos personajes tiene rasgos decisivos para nuestra vida. San Juan no nos trae precisamente palabras textuales de Cristo, sino una consideración que bien lo vemos es representativa de toda la Sagrada Escritura, y refleja al rojo vivo el mensaje de Jesús.
Jesús comienza haciendo alusión a la figura de Moisés, que levantó una figura de serpiente para que todo el que la mirara quedara curado de sus picaduras o de sus enfermedades, y luego Cristo habla de la necesidad de ser levantado a lo alto, de ser exaltado, precisamente en una cruz, para convertirse en el salvador de todos los hombres. “para que todo el que crea en él tenga vida eterna”. Cristo no quiso huir ni volver su mirada de lo que le esperaba, porque ese era su destino si en verdad se había metido entre los hombres. Su entrega hubiera sido simplemente un acto de amor y de generosidad, pero ya que los hombres lo rechazaron, la suya se convirtió en una muerte dolorosa pero llena de fruto, de la misma manera que la semilla muere para dar fruto abundante.
Pero la miel en penca viene en seguida: “Porque tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. Éste es el tesoro que nos otorga Cristo Jesús. Su vida única entregada voluntariamente en lo alto de la cruz, pero movido por el amor infinito a nuestra humanidad y al mismo tiempo a su Padre Dios que aceptó la entrega de su Hijo, pero por eso mismo lo exaltó sobre toda la creación y sobre los mismos ángeles. No se dice que habría pasado si no hubiera habido pecado, pero por eso mismo es más meritorio el sacrificio de Cristo pues siendo nosotros pecadores, quiso rescatarnos desde nuestra nada y nuestra miseria. Y tenemos que destacar que Cristo viene a dar vida, no a quitarla. Viene a fortalecerla, a prolongarla y hacer que nosotros vivamos ya como quien ha sido resucitado, si le hemos de creer a San Pablo en su carta a los Efesios. Ya estamos resucitados con Cristo y en los brazos de nuestro Buen Padre Dios.
Todavía no acabamos de salir de nuestro asombro, al considerar el grande amor de nuestro Buen Padre Dios, cuando Cristo hace otras revelaciones; “Porque Dios no envío a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado, pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios”. Primero, Dios ama al mundo, porque ha sido hechura suya y es el teatro de los acontecimientos del hombre, que fue puesto por el Padre al frente de la creación y al que tendrá que rendirle cuentas de su actuación. Pero segundo, Cristo insiste en que él no viene a condenar a nadie, tal parece como si él renunciara a ser el juez universal, y dejar a cada individuo la decisión sobre su propia vida y sobre su propia salvación. Cristo no condena, Él salva, redime, eleva, vivifica y acerca al corazón de nuestro Padre Dios. ¿Qué más podemos pedir o desear si hoy Cristo nos declara su amor y su cariño y su generosidad? ¿Si Cristo nos amó de tal manera, no tendremos que hacer nosotros lo mismo para redimir a éste mundo en el que nos desenvolvemos, haciéndolo más justo, más fraterno, más pacífico y más cristiano? Que Cristo Jesús sea el centro de nuestra vida, de nuestra sociedad y de nuestras instituciones.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx
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