domingo, 12 de febrero de 2012

El que sólo da buenos consejos, alimenta con cuchara vacía.



¿Qué tenía Cafarnaúm que tanto le gustaba a Cristo? No lo sabemos, pero después de sus correrías evangélicas, llenando de luz, de esperanza y de fe a los galileos, siempre volvía a aquella ciudad. Y un día volvió Jesús, probablemente a la casa de Pedro, y las gentes, en cuando supieron de su presencia, se agolparon como en la anterior ocasión, de tal manera que no cabía una sola gente más frente a la puerta de la casa. Sin embargo, algunas gentes, no sabemos de dónde eran, ni cuánto había tenido que viajar, se acercaron cargando a un pobre paralítico, y descolgándolo desde el techo, lo pusieron a los pies de Jesús. Sin duda alguna que Jesús suspendería su mensaje, pues viendo que bajaban con cuerdas la camilla del paralítico, nadie haría caso de sus palabras. A Cristo le conmovió la fe de aquellas gentes que se habían compadecido del paralítico, y como dice el refrán, a Dios rogando y con el mazo dando, lo primero que hizo Jesús fue volverse hacia el enfermo, al mismo tiempo que le decía: “Hijo, tus pecados te quedan perdonados”. Habría que ver la cara de alegría que iluminó al pobre paralítico. Si no hubiera conseguido más que eso, se habría dado por satisfecho. Sin pecado, se sentía otro, se sentía otra persona, y daba gracias a Dios de haberse encontrado con aquel hombre que lo perdonaba en nombre de Dios. ¡Qué delicia ser perdonado! Un solo pecado perdonado equivale a volver a crear este mundo maravilloso en el que nosotros nos desarrollamos. Pero el asunto no paró ahí. Ya desde el principio, desde Jerusalén comenzaron a ver con mucha desconfianza la presencia de aquel predicador que tanto atraía a las multitudes. E inmediatamente, los enviados, escribas, adictos a la secta de los fariseos, catalogaron a Cristo como blasfemo, pues no les sabía en su cabecita, tan religiosa, tan llena de preceptos, que Dios pudiera darle al hombre el poder de perdonar pecados. No se si las gentes que rodeaban a Jesús supieron la grandeza de lo que se estaba jugando en ese momento, porque no hubo cruce de palabras, pero Cristo conociendo lo que pensaban sus enemigos, les dio la lección práctica de cómo se las gasta Dios tratándose de vencer al pecado, a la maldad y a la mentira, pues volviéndose de nueva cuenta al paralítico, y de una forma imperiosa, y con la misma confianza con que le había perdonado sus pecados, ahora le mandó que se levantara, que tomara su camilla y se fuera “a su casa”. Ahora la alegría del hombre fue completa, sintió un calor grande, desconocido, y con el calor se le devolvía la fuerza de su espalda, de sus piernas, y pronto pudo ponerse de pie, alabando y bendiciendo a Dios, que lo había tratado con tanto cariño, encendiendo de paso la admiración de las gentes que declaraban que “nunca habían visto cosa igual”.
¿Mensaje para nosotros cristianos? ¿No será el momento de hacer un acto de fe en el sacerdote que tiene el poder de perdonar los pecados? Aparentemente todos creemos en el Sacramento de la Reconciliación, pero lo tenemos casi sin estrenar, sólo lo usan los ancianos y los niños, pero ¿los padres de familia? ¿Y los jóvenes y los profesionistas, los comerciantes y los banqueros? ¿La gente del espectáculo y los medios de comunicación, los artistas? ¿los obreros, los “asalariados” y los campesinos? ¿cuándo estrenarás tú mismo el sacramento de la Reconciliación que te devolverá la gracia y el perdón de Cristo Jesús?

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