Conseguir triunfo éxito y primeros lugares esta en la mente de todos. Ser el segundo en la fila o el que llega después y, peor aún el último, no tiene sentido y valdría mas no participar en la competencia que “hacer el ridículo”. En pocas palabras: o eres bueno, o mejor no te mentas ni lo intentes, opinan muchos contemporáneos nuestros, aún entre la gente piadosa y creyente. Tal parece que la “competencia” en el ser y el hacer sea vuelto uno de los paradigmas fundamentales de la cultura contemporánea.
En este vigésimo segundo domingo del tiempo ordinario, la liturgia ofrece como tema de reflexión “el fin de una sociedad en lucha” y, en su lugar, nos propone otra nueva en la que (contra la visión anterior) el último de la fila es la figura principal.
Con ocasión de una fiesta, Jesús señala la manera cristiana de vivir. Mientras todos se desvelan y gastan dinero, energías y vidas en hacerse notar, en que se les vea y coloque en primeros sitios, Jesús aclara que: las fiestas son para convivir, y en ellas no hay últimos lugares.
Para explicarlo propone ejemplos que, tomados a la letra, parecen irreales y sin sentido: ¿Se hace una fiesta para invitar a los pobres y a los desconocidos, o a los amigos y parientes? La primera parece una bonita teoría, la segunda descortesía y hasta majadería.
Tratemos de entender la moraleja de Jesús… en la experiencia humana, el sentido común lleva a considerar lo grande como apetecible; en el campo de la fe las cosas proceden de otro modo: la sabiduría de Dios no esta en la aristocracia, ni el ruido o la apariencia, sino en la sensatez.
“Lo menor” a los ojos de los hombres, lo contradictorio, poco usual y no ordinario, es “lo mayor” en la perspectiva de Dios… al escoger para los suyos el “último lugar”, Jesús no quiere denigrarles, sino hacerles un favor: permitirles descubrir que no hay lugares primeros ni segundos, sino que lo importante es ser, estar, participar, vivir y convivir.
Si las enseñanzas de Jesús parecieron incongruentes a sus contemporáneos, a los modernos pueden parecer imposibles. La función del Evangelio es precisamente la de provocar respuestas… y cada uno debe tener lista la suya.
Padre Benito R. Márquez.
En este vigésimo segundo domingo del tiempo ordinario, la liturgia ofrece como tema de reflexión “el fin de una sociedad en lucha” y, en su lugar, nos propone otra nueva en la que (contra la visión anterior) el último de la fila es la figura principal.
Con ocasión de una fiesta, Jesús señala la manera cristiana de vivir. Mientras todos se desvelan y gastan dinero, energías y vidas en hacerse notar, en que se les vea y coloque en primeros sitios, Jesús aclara que: las fiestas son para convivir, y en ellas no hay últimos lugares.
Para explicarlo propone ejemplos que, tomados a la letra, parecen irreales y sin sentido: ¿Se hace una fiesta para invitar a los pobres y a los desconocidos, o a los amigos y parientes? La primera parece una bonita teoría, la segunda descortesía y hasta majadería.
Tratemos de entender la moraleja de Jesús… en la experiencia humana, el sentido común lleva a considerar lo grande como apetecible; en el campo de la fe las cosas proceden de otro modo: la sabiduría de Dios no esta en la aristocracia, ni el ruido o la apariencia, sino en la sensatez.
“Lo menor” a los ojos de los hombres, lo contradictorio, poco usual y no ordinario, es “lo mayor” en la perspectiva de Dios… al escoger para los suyos el “último lugar”, Jesús no quiere denigrarles, sino hacerles un favor: permitirles descubrir que no hay lugares primeros ni segundos, sino que lo importante es ser, estar, participar, vivir y convivir.
Si las enseñanzas de Jesús parecieron incongruentes a sus contemporáneos, a los modernos pueden parecer imposibles. La función del Evangelio es precisamente la de provocar respuestas… y cada uno debe tener lista la suya.
Padre Benito R. Márquez.
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