lunes, 13 de junio de 2011

¿Un Dios a la medida del hombre o un hombre a la medida de Dios?





¿Por qué una fiesta de la Santísima Trinidad si cada domingo y cada día invocamos su nombre, su presencia y su protección? ¿Por qué una fiesta apenas terminado el tiempo pascual y luego de la venida del Espíritu Santo? Precisamente por eso, pues una vez que los apóstoles fueron enviados por el mundo a llevar la Buena Nueva de la Salvación a todos los hombres, había que hacerlo en el nombre de la Trinidad dando a conocer a todo mundo que el Dios que es familia y es unidad, nos llama para vivir en el seno de amor que se respira en la intimidad de esa Sagrada Familia. La fiesta se fue gestando entre los siglos X a XIII, aunque todo en la Iglesia les recordaba a los hombres, la presencia entre ellos de la Familia Santa: la oración de la Iglesia, los sacramentos y el oficio divino, siempre comienzan y terminan en el nombre de la Trinidad, y las grandes catedrales se construían gozándose en la altura, la anchura y la largura que recordaban a la Trinidad, casi siempre con tres naves, con tres puertas, a veces con tres vitrales e incluso con tres torres. La iconografía cristiana ha tenido como grande inspiración el Dogma de la Trinidad, donde al Padre lo representaban primero con una mano que bendice saliendo de una nube, después con su rostro vuelto a los hombres y también como un anciano de largas barbas. Al Hijo se le ha representado con una cruz, con un cordero o como un gallardo joven con barba, y al Espíritu Santo se le representaba primero con una paloma, cuyas alas tocaban la boca del Padre y del Hijo, luego desde el siglo XI aparece como un niñito, en el s. XIII como un adolescente y el s. XV como un hombre hecho y derecho semejante al Padre y al Hijo pero con una paloma sobre sí o en su mano para distinguirle de las otras dos personas y a partir del s. XVI la paloma se ha tomado nuevamente para representar al Espíritu Santo.
Así como al pasar por la fachada de una casa, si no nos abren la puerta o si no podemos ver siquiera por la ventana lo que ocurre en su interior, nunca sabremos la vida que se vive en ese hogar, de la misma manera nunca hubiéramos sabido de la intimidad, del amor, de la comunicación y de la perfecta unidad que se vive en el seno de la Trinidad. Es el misterio más sublime de nuestra fe, que se nos ha dado a conocer no para satisfacer nuestra natural curiosidad sino para que en nuestra familia, en nuestra Iglesia, en nuestra sociedad y en todas nuestras instituciones, intentemos parecernos a la Trinidad de la cuál venimos y a la cuál estamos llamados a pertenecer y a vivir por la dignidad que Cristo el Hijo de Dios nos ha concedido. Ha sido la gran dignación de Cristo, revelarnos a Dios como el Buen Padre Dios o mejor como el Papá o incluso como el “papi o papito” que tanto gusto les da repetir a los niños de hoy. Podemos entrar en el seno de la Trinidad porque Cristo nos ha manifestado la alegría del Padre, su poder creador, la propia condescendencia suya de dar la vida por los que el Padre le encomendó, y también la fortaleza y la luz que el Espíritu Santo confiere a los hombres para que vivan y crezcan a la luz de la Trinidad. La única condición será entonces, poner la fe en Cristo Jesús, según lo ha manifestado en un texto que es como el marco de oro de toda la Sagrada Escritura: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo sino para que el mundo se salvara por él”.
Vivamos plenamente llenos de alegría y de alabanza la fiesta del Dios Trino y uno y esforcémonos por vivir a su imagen y semejanza ya que Él se complace en la unidad y en el amor de todos los hombres.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx

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