lunes, 27 de junio de 2011
miércoles, 22 de junio de 2011
¿Un maestro sin alumnos y sin libros?
Apenas pasada la temporada de Pascua, y aprestándonos a ir poniendo en práctica el mensaje de Jesús de aquí hasta Adviento y Navidad, Cristo abre su mensaje con varias palabras fuertes, hirientes, paradójicas, duras, extrañas, muy suyas que nos dejan tambaleantes: “El que ama a su padre o a su madre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que salva su vida la perderá, y el que la pierda por mí, la salvará”, y que nos hacen preguntarnos si no exageraría Cristo la nota, o si pudiera volver a la vida, quizá corregiría un poquito sus palabras. Pero hay que decir a las dos cosas que no. Ni exageró ni tendría porqué corregir lo ya dicho. Pero entendamos entonces que quiso decir Cristo. En primer lugar, su palabra va dirigida a sus discípulos, a sus enviados, a los que exige un seguimiento radical, según el cuál habría que romper incluso con los lazos más sagrados como son los de la paternidad y la filiación. Supe de un sacerdote que cuando intentó ingresar al seminario rumbo al sacerdocio, su padre se opuso radicalmente y ante la persistencia del muchacho, por los largos doce años de formación sacerdotal no volvió a dirigirle la palabra, y sin ayudarle de ninguna forma. Cuando la ordenación sacerdotal llegó, el padre pidió perdón de rodillas y con un pañuelo rojo, de aquellos que se usaban antes, trataba de recoger sus nutridas y abundantes lágrimas. Quizá no sea así en todas las vocaciones, ni habría que renunciar para siempre a los lazos familiares, pero la verdad es que el seguimiento de Cristo siempre será estremecedor y atraerá sobre sí la animadversión y en algunos casos el odio de las fuerzas del mal. Escuché que hoy, cada cinco minutos, un cristiano es muerto a causa de su fe en el mundo.
Y no para intentar atenuar el mensaje de Cristo, sino para entender mejor su palabra, habría que decir que Cristo no era un maestro a la usanza occidental, basado en las ideas, en los libros, que llevan a otros libros y que no requieren por lo tanto memorización, sino conducir a los libros, pues es la cultura de la palabra escrita. En cambio, Cristo que no tenía alumnos frente a él con libros en la mano, tenía que recurrir a frases cortas, incisivas, agresivas, chocantes, fácilmente memorizables. Cristo dejaba a sus oyentes con una de esas frases suyas y el efecto no era inmediato, las gentes iban rumiando el mensaje, y en el camino: “¡Ya está….esto es lo Cristo quiso decirme!”. Ahí descubrían la riqueza del mensaje. No era entonces ninguna explicación lógica, para ser entendida, sino una sugerencia, normalmente para la propia vida o para la vida de la comunidad. El mensaje de Cristo era netamente oral y era necesario transmitirlo por la vía auditiva, contemplativa, cosa que para nosotros es muy difícil.
Sin embargo, si son inquietantes los requerimientos para los discípulos-enviados de Cristo Jesús, las recomendaciones a los que los acogen, no dejan de ser altamente tranquilizantes: “Quien los recibe a ustedes me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado… quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, yo les aseguro que no perderá su recompensa”. Bien podríamos preguntarnos nosotros, ¿Qué busca el Señor Jesús de mí y de mi familia, mi comunidad y mi mundo?
lunes, 13 de junio de 2011
¿Un Dios a la medida del hombre o un hombre a la medida de Dios?
¿Por qué una fiesta de la Santísima Trinidad si cada domingo y cada día invocamos su nombre, su presencia y su protección? ¿Por qué una fiesta apenas terminado el tiempo pascual y luego de la venida del Espíritu Santo? Precisamente por eso, pues una vez que los apóstoles fueron enviados por el mundo a llevar la Buena Nueva de la Salvación a todos los hombres, había que hacerlo en el nombre de la Trinidad dando a conocer a todo mundo que el Dios que es familia y es unidad, nos llama para vivir en el seno de amor que se respira en la intimidad de esa Sagrada Familia. La fiesta se fue gestando entre los siglos X a XIII, aunque todo en la Iglesia les recordaba a los hombres, la presencia entre ellos de la Familia Santa: la oración de la Iglesia, los sacramentos y el oficio divino, siempre comienzan y terminan en el nombre de la Trinidad, y las grandes catedrales se construían gozándose en la altura, la anchura y la largura que recordaban a la Trinidad, casi siempre con tres naves, con tres puertas, a veces con tres vitrales e incluso con tres torres. La iconografía cristiana ha tenido como grande inspiración el Dogma de la Trinidad, donde al Padre lo representaban primero con una mano que bendice saliendo de una nube, después con su rostro vuelto a los hombres y también como un anciano de largas barbas. Al Hijo se le ha representado con una cruz, con un cordero o como un gallardo joven con barba, y al Espíritu Santo se le representaba primero con una paloma, cuyas alas tocaban la boca del Padre y del Hijo, luego desde el siglo XI aparece como un niñito, en el s. XIII como un adolescente y el s. XV como un hombre hecho y derecho semejante al Padre y al Hijo pero con una paloma sobre sí o en su mano para distinguirle de las otras dos personas y a partir del s. XVI la paloma se ha tomado nuevamente para representar al Espíritu Santo.
Así como al pasar por la fachada de una casa, si no nos abren la puerta o si no podemos ver siquiera por la ventana lo que ocurre en su interior, nunca sabremos la vida que se vive en ese hogar, de la misma manera nunca hubiéramos sabido de la intimidad, del amor, de la comunicación y de la perfecta unidad que se vive en el seno de la Trinidad. Es el misterio más sublime de nuestra fe, que se nos ha dado a conocer no para satisfacer nuestra natural curiosidad sino para que en nuestra familia, en nuestra Iglesia, en nuestra sociedad y en todas nuestras instituciones, intentemos parecernos a la Trinidad de la cuál venimos y a la cuál estamos llamados a pertenecer y a vivir por la dignidad que Cristo el Hijo de Dios nos ha concedido. Ha sido la gran dignación de Cristo, revelarnos a Dios como el Buen Padre Dios o mejor como el Papá o incluso como el “papi o papito” que tanto gusto les da repetir a los niños de hoy. Podemos entrar en el seno de la Trinidad porque Cristo nos ha manifestado la alegría del Padre, su poder creador, la propia condescendencia suya de dar la vida por los que el Padre le encomendó, y también la fortaleza y la luz que el Espíritu Santo confiere a los hombres para que vivan y crezcan a la luz de la Trinidad. La única condición será entonces, poner la fe en Cristo Jesús, según lo ha manifestado en un texto que es como el marco de oro de toda la Sagrada Escritura: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo sino para que el mundo se salvara por él”.
Vivamos plenamente llenos de alegría y de alabanza la fiesta del Dios Trino y uno y esforcémonos por vivir a su imagen y semejanza ya que Él se complace en la unidad y en el amor de todos los hombres.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx
lunes, 6 de junio de 2011
Un fuego que sí queme, un agua que sí refresque y un Espíritu que si sople.
“Hemos celebrado hace poco la Ascensión del Señor, y nos preparamos para recibir el gran don del Espíritu Santo. Hemos escuchado cómo la comunidad apostólica estaba reunida en oración en el Cenáculo, con María, la madre de Jesús (cf. Hch 1,12-14). Esto es un retrato de la Iglesia, que hunde sus raíces en el acontecimiento pascual. En efecto, el Cenáculo es el lugar en el que Jesús instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio, en la Última Cena; y donde, resucitado de entre los muertos, derramó el Espíritu Santo sobre los Apóstoles la tarde de Pascua (cf. Jn 20,19-23). El Señor había ordenado a sus discípulos «que no se alejaran de Jerusalén sino "aguardad que se cumpla la promesa del Padre"» (Hch 1,4); es decir, les había pedido que permanecieran juntos para prepararse a recibir el don del Espíritu Santo. Y ellos se reunieron en oración con María en el Cenáculo, en espera del acontecimiento prometido (cf. Hch 1,14). Permanecer juntos fue la condición puesta por Jesús para recibir la llegada del Paráclito, y la oración prolongada fue el presupuesto de su concordia. Encontramos aquí una formidable lección para toda comunidad cristiana. Ciertamente, el Señor pide nuestra colaboración, pero antes de cualquier respuesta nuestra es necesaria su iniciativa: su Espíritu es el verdadero protagonista de la Iglesia, al que se ha de invocar y acoger”.
Apenas el domingo pasado así se expresaba el Papa hablando a las familias en Croacia, y me ha parecido interesantísimo su planteamiento para la realidad que nosotros estamos viviendo en nuestro México y en general en el mundo. El Papa nos muestra a los apóstoles encerrados, con miedo, con temor de los dirigentes de la religión judía que pretendían expulsarlos de la sinagoga, porque aún no habían entendido que el Señor les deparaba otra comunidad en la que ya no habría más temores ni esclavitudes ni engaños, sino la libertad, la felicidad y el amor, que todos los hombres van buscando en la vida. Un amor expresado magníficamente por Cristo en lo alto de la cruz.
Pero si bien es verdad que ellos estaban encerrados, no estaban inactivos ni con los brazos cruzados, sino en profunda oración, junto con María, para esperar el momento deseado, de volver a unirse nuevamente con el Salvador, para no separarse más.
Hoy muchas familias están encerradas, atemorizadas, porque las balaceras acechan constantemente y los asaltos pueden realizarse en cualquier esquina. La prudencia señala a los jóvenes la necesidad de quedarse en casa, aunque el run run de la música, los amigos y las bebidas podrían depararles una buena noche. Sin embargo, a diferencia de los apóstoles, en la familia no se vive en la oración esos momentos o esas largas horas de inactividad, sino entretenidos en otras cosas, la tele o internet, o los juegos electrónicos para los niños. Quizá algunas actividades comunes, o en el mejor de los casos un poco de deporte al interior mismo del hogar.
Es el momento de salir de ese encierro voluntario, y de dejar la puerta abierta a Cristo, que ciertamente no lo necesita, pues él se mete y hasta el interior del corazón del hombre, pero necesita la colaboración del hombre mismo, para que su Espíritu Santo pueda hacer esa transformación que obró en los apóstoles, hasta hacerlos misioneros intrépidos, generoso, prestos a dar la vida secundando a su Maestro para llevar a las gentes la buena noticia de Cristo Redentor, Salvador de todos los hombres. Así recordamos hoy al Beato Juan Pablo II que gritaba desde el primer día de su Pontificado: “Abran las puertas, ábranlas todavía más al Redentor”. Familias cristianas, inviten a Cristo su interior y, una bocanada de aire fresco, el del Espíritu Santo, les hará vivir días de paz, de sosiego y de felicidad.
sábado, 4 de junio de 2011
LA FIESTA DE LA ASCENCION DEL SEÑOR.
Los niños de hoy están acostumbrados a oír de los viajes espaciales, a naves que viajan a velocidades que escapan a la imaginación y que tocan países insospechados con otras costumbres y otras formas de vida. Por eso podrían quedarse con la impresión de que Cristo en su Ascensión a los cielos, se hubiera adelantado al tiempo, subiendo en su propia nave hasta desplazarse hasta el mismísimo cielo. Tenemos que decir entonces de entrada que el cielo y el espacio de las estrellas, los astros, los asteroides y los cometas, un mundo vastísimo, es otro totalmente distinto del que nos presentan los evangelistas que afirman que Cristo subió al cielo, donde “Dios habita en una luz inaccesible” (1 Tim 6.16), lo cual quiere decir que nosotros mismos estaremos invitados a subir con Cristo pero no precisamente a un espacio o a un lugar sino a una situación nueva si vivimos en el amor y en la gracia de Dios.
La fiesta de la Ascensión del Señor es entonces la fiesta de la Verdadera esperanza para los cristianos y en general para todos los hombres, pues cuando Cristo envía a sus apóstoles al mundo, quiere hacer que su mensaje llegue precisamente a todos los hombres, rotas ya las barreras y todas las fronteras, hasta hacer de la humanidad una sola familia salvada por la Sangre de Cristo. Cristo no sube solo, somos parte suya, y por lo tanto, algo nuestro ya está en la casa el Padre, esperando la vuelta de todos para sentarnos con Cristo a ese banquete que se ofrece a todos los que fueron dignos de entrar al Reino de los cielos.
La fiesta en cuestión comenzó a celebrarse hasta el siglo VI pues los siglos anteriores se consideraba como una sola festividad tanto la Resurrección de Cristo como su misma Ascensión, pero se pensó en celebrar ésta última como la plena glorificación de Cristo, su exaltación a los cielos, el sentarse a la diestra de Dios Padre, su constitución como Juez y Señor de vivos y muertos y por lo tanto con poder para enviar a su Iglesia al mundo a hacerlo presente en sus sacramentos, en su Eucaristía, descubriéndole en los pobres y los marginados del mundo, comprometiéndose seriamente con ellos como él lo hizo con cada uno de los actos de su vida, pero sobre todo con su muerte en lo alto de la cruz.
La Ascensión tiene lugar en Galilea, donde Jesús comenzó su ministerio público pero no fue tanto un dato meramente geográfico, sino para hacerles entender a sus apóstoles que Jerusalén ya no era el centro de religiosidad y de culto, sino que desde ahora él se constituía en Aquél por el que se podía tener libre acceso al Padre. Galilea sería como un símbolo de una humanidad que vive una nueva esperanza y una nueva acogida por el Buen Padre Dios, invitándonos a romper toda esclavitud, pues él ya no quiere más sirvientes sino hijos.
Cristo tuvo mucho cuidado antes de su subida de darles poder a sus Apóstoles para hacerlo presente en el mundo, pero también afirmó, y con un verbo en presente que él estaría con ellos siempre, hasta el fin de los tiempos. Esa es la gran alegría de los cristianos, poder unirse desde ahora al Salvador sin tener que esperar hasta el momento final, y hacerlo como discípulos del único Maestro, que quiere a la humanidad unida en su Amor.
ANDAR EN LAS NUBES Ó UN PASEO POR LAS NUBES ¡ DE PELICULA !
La potencial fragilidad del hombre hace experimentar la duda, la perplejidad, la prueba, la búsqueda, los " por que " no respondidos y hasta los cuestionamientos al mismo Dios, ¿ que pueden hacer los cristianos de todos los tiempos para fortalecer la debilidad de las dudas que se mezclan con la fe ?, Sin lugar a duda la presencia del Señor Jesús que se presenta revestido de plena y total autoridad y potestat para ordenar y asegurar un apoyo sin límite de tiempo.
El último encuentro de Jesús resucitado con los suyos se concreta en una montaña. En un monte había proclamado las bienaventuranzas del Reino, en una montaña se había transfigurado. La montaña es el lugar de Oración de Jesús, donde Él se encuentra, cara a cara con su Padre Dios. Lo que Jesús enseña, en la montaña, procede de su íntima relación y comunión con el Padre.
Jesús Resucitado, desde la montaña de la Ascención, envía a sus Apóstoles a enseñar a cumplir todo lo que les ha mandado.
El Señor resucitado los lleva, a la montaña, un lugar donde Él solía rezar y retirarse para estar a solas. Allí desaparece de su vista tras la nube. Aquella nube que esconde el cuerpo de Cristo posee un profundo significado bíblico. En múltiples ocasiones en la Sagrada Escritura, La Gloria de Dios se manifiesta en forma de nube. La nube fue la que se interpuso entre el campamento de los israelitas y el de los ejercitos egipcios que venían en su busca por el desierto. Esa nube era la que defendia a Israel y la que indicaba el momento de alzar el campamento y reemprender la marcha. El texto del Éxodo es muy significativo: Yahveh iba al frente de ellos, de día en columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en columna de fuego para alumbrarlos. Es también la nube la que se aparece en el Sinaí y envuelve a Moisés con el misterio para recibir las tablas de la ley. La nube es símbolo de la cercanía de Dios: Dios está presente, se avecina y se deja sentir, pero al mismo Dios es trascedente, es santo, esta por encima de los cielos. La nube es revelación y misterio. Es revelación y ocultamiento. Es una verdad que se revela ocultándose y se oculta revelándose.
ElSeñor subió a los cielos y se sienta a la derecha del Padre, Él nos precede en nuestro peregrinar hacia la casa del Padre. Él se encuentra en el cielo para interceder por nosotros. El cristiano debe tener los ojos puestos en el cielo y los pies sobre la tierra. Es decir, debe tener una esperanza sólida y profunda en la vida eterna, pero debe dedicarse con empeño y abnegación a las tareas presentes
Así nosotros tenemos la viva esperanza de llegar también un día al cielo, allí donde Él reina, allí donde la cabeza del cuerpo ha llegado.
Cristo asciende a los cielos para sentarse a la derecha del Padre y para prepararnos un lugar como lo ha prometido, es menester poner nuestro empeño para caminar como bautizado, enviado a trasmitir los mandamientos, enviado a evangelizar, LA MISIÓN ES COMPROMISO. EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO.
viernes, 3 de junio de 2011
El Emmanuel y la Aacensión de Cristo
La ascención de Jesús, es pasar del tiempo a la eternidad, de lo visible a lo invisible, de los seres humanos a Dios. Por eso, no se va, más bien cambia su modo de estar presente . Esta presencia definitiva responsabiliza a cada uno de sus discípulos.
La presencia definitiva (resurrección y ascención) los compromete a ir al encuentro de todos siendo sus testigos, desde Jerusalén hasta los confines de la tierra.
Desde un inicio se ha dejado claro que el Mesías que nacería iba a ser llamado Emmanuel, es decir, " Dios con nosotros ".
Los discípulos somos débiles y hasta dudamos y lo reconocemos . Pero precisamente porque la tarea es grande y el discípulo limitado, es indispensable la presencia permanente del Señor Resucitado. La resurreción-ascención de Jesucristo marca una nueva era; su presencia espiritual pero igualmente efectiva, responsabiliza a los discípulos para que continúen con su misión como responsables del campo no como sus dueños. La presencia del Señor es directa y efectiva, es " todos los días hasta el fin del mundo ", es decir, siempre y en cualquier circunstancia.
Podemos considerar que el Señor Jesús es el eterno presente; no se ha ido, ha cambiado su forma de estar con la gente. No nos ha abandonado en nuestro caminar. Con el acontecimiento de la Ascención podemos estar seguros que no andamos solos, que Dios se ha hecho nuestro eterno y seguro compañero de camino. Es posible que no siempre obtengamos lo que le pedimos; pero es seguro que nunca nos dejará solos en nuestro caminar. Caídos o levantados, con aciertos o errores, felices o contentos, contamos con la presencia de Dios en nuestra historia.
Esta presencia permanente del Señor nos compromete a entusiasmar a otros para que también se hagan sus discípulos. Su presencia es principalmente para que el discípulo enviado no deje de testimoniar y convencer a otros de tal modo que se adhieran al Señor Jesús.
Si valoramos adecuadamente la eterna presencia del Señor entre nosotros debemos de responsabilizarnos de prolongar en nuestra historia ( en el aquí y en el ahora ). Lo que Él dijo e hizo; no es para beneficiarnos como únicos dueños de Él sino para responsabilizarnos ante nuestros hermanos y nuestra historia, para ir al encuentro de todos y formar una auténtica comunidad de hermanos.
" Agradezcamos al Señor su presencia eterna entre nosotros "
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