sábado, 27 de marzo de 2010

SEMANA SANTA: RELIGIOSIDAD POPULAR

Serán muchos los que durante la Semana Santa huyan a las playas o se dediquen a hacer turismo. Pero no serán pocos los que acudan a las procesiones, a las representaciones de la pasión, a los oficios en la Iglesia. Y esto lo harán en parte por sincera devoción personal y también en parte por tradición.

Antiguamente muchos veían en estas expresiones externas lo mejor de nuestra religiosidad.. Ahora algunos las miran con desprecio, como si fueran puro folklore o, incluso, como si de superstición se tratara.

¿Cuál es la visión que la Iglesia de hoy tiene de estas formas de religiosidad popular? ¿Cómo las valora? ¿Cómo las valora? ¿Cómo las valora? ¿Cómo algo a extinguir? O como algo que debe conservarse, tal vez mejorándolo?

Ha habido discusión entre los pastoralistas sobre el valor religioso de las formas tradicionales de celebrar la Semana Santa. Mientras algunos veían en ellas el modo más profundo de impregnar de clima espiritual estas jornadas, otros veían en nuestras procesiones tradicionales, en muchas antiguas tradiciones de los pueblos, puros recuerdos folklóricos.

¿En qué se basaba esta crítica? En primer lugar, en ciertos evidentes defectos de nuestras celebraciones. Había, es cierto, procesiones en las que lo externo, lo puramente tradicional, primaba sobe lo religioso. Había cofradías cuyo miembros se acordaban de su Cristo o de su Virgen sólo durante las horas de la procesión del viernes Santo, para olvidarse luego durante el resto del año.

Esta crítica tenía buena parte de razón. ¿De qué sirve asociarse a la pasión de Cristo si no transforma la vida del que la realiza? ¿De qué vale el siempre sentimentalismo si, después de llorar con Cristo dolorido, el mundo sigue igual y no sabemos ayudar a los otros cristos doloridos que nos rodean a diario?

Pero otros pastoralistas aconsejaban prudencia a quienes se precipitaban a condenarlo todo. ¿Cómo saben que esa pasión de Cristo no cala en las almas? ¿Cómo pueden medir lo que ocurre en el corazón de los que, a la derecha o a la izquierda de una calle, contemplan el paso de las imágenes? No juzguen, decían, sólo de lo externo. No atiendan sólo a los aspectos folklóricos que, ciertamente, existen, pero que no son lo único. ¿Cómo no ven que, para muchas almas sencillas (porque no todos en el mundo son intelectuales), las procesiones son una predicación que les entra por los ojos? Y concluían: purifiquen, si quieren, las procesiones. Complétenlas con una predicación más honda y personal, pero no destruyan lo que existe cuando lo que existe es bueno.

Comparto la opinión de este segundo grupo de pastoralistas. Mis recuerdos de muchacho me dicen que aquellas procesiones (cuyos defectos veo mejor ahora) alimentaron mi fe de muchacho. Y me aseguran que lo que entonces yo sentí era más sentimiento que sentimentalismo. Y que mi amor a Jesús encontró entonces y encuentra hoy alimento en aquellas formas de piedad popular.

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