lunes, 29 de marzo de 2010

¿Qué se hicieron las chanclas de Cristo?

Una de las prendas más incomprensibles a la hora de la muerte son los zapatos. Ya no sirven para nada, ya no llevarán al difunto a ningún lado porque bien o mal su camino por la vida ya terminó. Al difuntito lo vestirán “decentemente” pa’cuando vengan los vecinos no lleven tan mala impresión. Pero desconozco si a los difuntos los calzarán porque al fin y al cabo si creemos que “ya estiró la pata” pues los zapatos ya no entrarán tan fácilmente además de que nadie se dará cuenta si los lleva o no, sobre todo si lo van a incinerar.

De ahí me venido la pregunta de dónde habrán quedado las chanclas o las sandalias de Cristo. De sus vestiduras sabemos que fueron repartidas por suertes entre los soldados que crucificaron a Cristo pero no se dice nada de sus sandalias. Quizá eran tan insignificantes, por ser de una gente pobre, que quedaron como cosa inservible cerca de la cruz, o a lo mejor algunas de las mujeres que acompañaban a María las guardaron discretamente bajo sus mantos y no sería difícil que algún día nos encontráramos una basílica que resguardara tan delicadas prendas del Señor.

Lo que sí es verdad, es que las sandalias fueron perfectamente inútiles a la muerte de Cristo, pues cuando éste resucitó, con la vida gloriosa que llevó desde entonces, ya no le eran necesarias, ya no tendría que desplazarse vigorosamente como antes, pues desde su resurrección ya no existían para él el tiempo y las distancias, podía desplazarse simplemente a voluntad y dirigirse a dónde él quería, casi con exclusividad a encontrarse con las mujeres primero, con los apóstoles luego y también con algunos de los discípulos que tanto se habían distinguido por su seguimiento.

Los enemigos de Cristo respiraron a sus anchas cuando después de la “ejecución” de Cristo pudieron colocarlo ya bien muerto aunque fuera en una tumba nueva y no estrenada. Por fin se habían librado de esa punzada penetrante en su cabeza, con todas las indiscreciones de Cristo, su enemigo mortal. Sus privilegios siempre se vieron amenazados, además de que lo consideraron un enemigo para su fe, para su religión y sobre todo para su Dios. Definitivamente la muerte de Jesús había sido la confirmación de que ellos estaban en la verdad y que habían hecho un gran favor al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, al hacer desaparecer a Cristo de este mundo. Pero qué lejos estaban de pensar que su Dios no estaba definitivamente de su lado, que de nada había servido haber sellado el sepulcro de Cristo, ni los sobornos a los soldados para que dijeran que mientras ellos dormían los discípulos habían venido a robar el cadáver de Jesús. El Dios de los cielos se había decidido definitivamente por su Hijo Jesucristo y lo había liberado para siempre de la muerte, colocándolo sobre toda la Creación y exaltándolo sobre todo, hasta colocarlo a su derecha, para convocar desde ahí a todos los que creyeran en la Resurrección de su Hijo que entregó su vida inocente para salvar de una vez para siempre a todos los culpables.

Hoy los cristianos tenemos que colocarnos las sandalias de Cristo, y si de veras creemos en la resurrección de Cristo, nuestros rostros tendrán que decirle al mundo la alegría que nos embarga porque nuestro Pastor, el Buen Pastor, guía nuestras vidas por el único camino, el del amor, a la casa y a los brazos del Buen Padre Dios. Si nuestras caras no reflejan la alegría del Resucitado, el mundo no tendrá oportunidad de entrar en esa gozosa realidad del único que volvió a la vida para congregarnos a todos como un solo rebaño. Al resucitado nos lo hemos encontrado ya en el Bautismo, y si somos sinceros, nos lo volveremos a encontrar resucitado cada que nos reunimos como familia para celebrar su Eucaristía, su presencia, el derramamiento de su sangre, su entrega, su compromiso de amor, su muerte y su resurrección.

¡Felices Pascuas de Resurrección a todos mis amables lectores!

El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx

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