miércoles, 17 de marzo de 2010

¿Cómo pudieron colarse con una mujer desnuda hasta el templo?


Una mañana después de un largo rato de oración Cristo se dirigió al templo de Jerusalén, y las gentes cuando lo descubrieron comenzaron a escucharlo con verdadero interés, haciendo un círculo cerrado en torno suyo, en un momento donde se respiraba la tranquilidad de aquél lugar que había sido pensado como un lugar de oración y de recogimiento. Pero de pronto surgió otro grupo que no se parecía en nada al que estaba reunido con Cristo. En medio de un alboroto y de muchos gritos, aparecieron varios hombres llevando en medio de ellos a una pobre mujer que había sido pescada en adulterio. Las miradas de aquellos hombres eran de deseo, de codicia y de condena. Y los que capitaneaban el grupo eran los fariseos y los escribas que se consideraban los chicos buenos, la gente decente, los mismos a los que Cristo dirigió la parábola de la que nos ocupamos el domingo pasado. A aquellos hombres ni les importaba la mujer ni les importaba Cristo, pero habían encontrado una muy buena ocasión para poner en vergüenza al que todo mundo llamaba “maestro”, y de paso tener un buen pretexto para condenarlo, quitándolo de en medio, pues los tenía escandalizados con su comportamiento, pues no se escondía para codearse y relacionarse con los pobres, los desheredados y los que ellos consideraban pecadores. Llevaban a la mujer, por su adulterio, pero no llevaban a su cómplice, pues era hombre, y como la ley había sido hecha por los hombres y para los hombres, el mecate tendría que reventarse por lo más delgado y él quedaba al margen de toda condenación. Ellos querían una definición de parte de Cristo. ¿Con quién estás? ¿Con Moisés y todo lo que él representaba para su religión? ¿O acaso con los romanos, enemigos jurados del pueblo hebreo? A Cristo no le importaba aquella polémica y por toda respuesta se puso a escribir en la tierra, pero urgido por aquellos hombres, se levantó cuan grande era y mirando directamente a aquellos hombres que ya estaban listos para descargar los golpes mortales contra la mujer tuvieron que escuchar con gran estupor: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Volvió a agacharse y a seguir escribiendo en el suelo, mientras los supuestos acusadores iban retirándose uno a uno, dejando silenciosamente en el suelo las piedras que llevaban preparadas. Para siempre Cristo les dijo que una religión que condena un pecado con la muerte no puede ser voluntad de Dios y sólo serán exigencias culturales que están fuera totalmente de la realidad y la misericordia que Cristo vino a implantar en el mundo. No nos olvidemos en este momento que la justicia de Dios no es la misma que la de los hombres, y así nos lo ha recordado S. S. Benedicto XVI en su mensaje para esta Cuaresma: “¿Qué justicia existe donde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo?”. Si todos los hombres experimentarían el perdón nacido de la condenación y la aceptación del sacrificio de Cristo, con toda razón aquella mujer tendría que verse libre de los perversos e injustos perseguidores, para experimentar la vida nueva y la libertad que Cristo estaba haciendo llegar a este mundo.

Cuando los hombres se hubieron ido, quedaron sólo Cristo y aquella mujer, enfrentándose como dice San Agustín, la miseria y la misericordia. Cristo no desconoció la maldad que hizo pasar a aquella mujer aquél trago amargo, pero la anima, perdonada, a que no peque más y pueda experimentar la diaria bondad del Dios de infinita misericordia: “Vete y ya no vuelvas a pecar”. ¿Y tú mi querido lector que esperas para experimentar el perdón de Dios en esta cuaresma?

El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en alberami@prodigy.net.mx

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