jueves, 26 de enero de 2012

¡La incontenible alegría del Galileo!

Como la mariposa que recién salida del capullo extiende alegremente por primera vez sus alas, como el pan sabroso y calientito salido del horno, como la rosa abre por la mañana sus pétalos y su fragancia en medio del jardín, así apareció Cristo Jesús en Galilea, “Caminaba Jesús por la orilla del lago de Galilea”. Radiante de luz y de vida iba Cristo por los poblados costeños de Galilea. Ya no eran las montañas desérticas de la inmediaciones de Jerusalén y del Jordán, ya no se oían las austeras e hirientes reconvenciones del Bautista, ahora eran las tierras soleadas de la bienaventurada Galilea, las que podían oír la voz acogedora de Cristo. Así se presentó Jesús quizá estrenando túnica que habría preparado su madre para el momento en que él tuviera que irse. Cristo llegó para hacer presente el cielo en la tierra, a acercarnos al Buen Padre Dios, a hacernos presente la salvación que Dios destina a todos los hombres, haciéndose presente en cada uno de los que sufren la injusticia y la maldad de otros hombres, insistiendo en que el Reino de Dios está entre nosotros y que no encontraremos nada en la otra vida si en ésta no hemos sabido ver en cada hombre un hermano: “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios está cerca”.
Interesantísimo el mensaje de Cristo, los que a veces rezamos por que venga su Reino y no queremos darnos cuenta que el Reino lo constituyen aquellos que han sido despojados de sus bienes o de su fama o de su dignidad, aquellos a los que nosotros tenemos a la sombra, lejos de nuestros intereses y de los bienes que podrían proporcionarles una situación digna de los hijos de Dios.
“Conviértanse y crean en el Evangelio”, iba gritando Cristo Jesús por entre las gentes, era el predicador itinerante que se metía en las casas, en las sinagogas, en los plantíos, en las barcas de los pescadores, en sus sinagogas y lugares de oración, y aún en sus fiestas y en sus fandangos, porque eran ocasiones propicias para lanzar su mensaje salvador y liberador.
Convertirnos sigue siendo el mensaje de Cristo Jesús, una conversión que signifique una respuesta entusiasta, cálida acogedora, limpia, al Cristo amigo de todos los hombres, a quien se mire con admiración por su entrega, a quien se confíe y crea en él por la acción del Espíritu que lo impulsa a ser como él, amigo de todos los hombres aún de los que no piensan como tú, ni oran como tú. Convertirse hoy a Cristo es decidirse a ser amigo suyo e ir tras de él, con una nueva manera de pensar y de vivir, hasta dar la vida con él en la cruz, sabiendo que al fin y al cabo “todo lo de este mundo es pasajero”, al decir de San Pablo.
“Caminaba Jesús por la orilla del lago de Galilea”, me gusta volver a repetirlo, porque siento que es Jesús que camina por la orilla de nuestra vida, de nuestro corazón, de nuestra entraña y va buscando seguidores, gente en quién confiar, gente que le ayude, a los que hace pescadores de hombres, como entonces lo hacía con Andres y Pedro, con Santiago y Juan, a los que llamaba a dejarlo todo para convertirse en nuevos pescadores, rescatando a los hombres de las profundidades y la oscuridad del mal y del pecado.
Allá en Galilea Cristo sembraba, dejaba caer la semilla del Reino, la semilla de gracia y de la Salvación, pero el mismo tiempo iba, como padre responsable, buscando manos y corazones para levantar la cosecha, para almacenar el trigo, para hornear el pan, para distribuir a todos los hombres el pan del perdón y de la gracia, el pan de su Cuerpo dividido entre todos los mortales, el pan de la fraternidad y del amor entre hombres de todas los colores y las razas y las costumbres, pues Cristo es señor de todos ellos.
Convirtámonos hoy en alegres mensajeros, en pescadores de todos los hombres, arribando a sus costas para hacerlos miembros del único pueblo de Dios por el que Jesús dio su propia vida.

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